Golpeo, grito, maldigo y bramo todo lo que se me ocurre, llevaba más de cinco horas desde que Abel me encerró, se fue sin decir nada, solo me besó, pasó su mano por mi coño, deslizó sus dedos y argumentó que eso era solo de él, que arreglaría las cosas referente al dichoso papel en el que aparezco como esposa de Zed, y desapareció de mi vista, luego intenté salir y no pude, me encerraron como a una jodida prisionera.
—¡Déjenme salir! —exclamo en vano porque obtengo silencio como respuesta.
Joder.
Camino por la habitación en la que me dejó Abel, con la esperanza de encontrar una salida pero desisto al ver que es imposible. La casa de Abel era más bien una jodida man
—¿Por qué me haces esto?—¿Dejarte sola? Solo son unas horas, mi jet privado va a gran velocidad, tengo que arreglar esta mierda de tu divorcio —su voz suena tranquila, cero que ver con la explosión de emociones que me hacía sentir.—¿Y qué pasa si Zed no me lo quiere dar? —inquiero, la pregunta rozaba la punta de mi lengua desde que me enteré.Abel ríe y luego se escucha como bebe algo.—Lo hará, no tienes por qué preocuparte de nada.—No sé qué tienen ustedes dos en contra, pero estoy fuera de esto, en cuanto llegues con una solución, me largo
ABELCierro y abro los puños, estoy alterado, rabioso, solo quiero matar a Zed, quiero que su sangre se derrame en mis manos, ya tenía suficiente con aguantar su presencia en el hospital, se había mantenido al marguen, no me jodía tanto, supo mantener su distancia y no meterse en mis asuntos, pero cuando lo vi hablar con Nat por primera vez en el hospital, supe que todo se había jodido.Era el único que sabía mi secreto, sabía que me uní a la mafia y aunque no fue por gusto, he hecho cosas de las que no me siento especialmente a gusto y mucho menos las muertes que le ocasionado no me hacen hinchar el pecho de orgullo. Porque sí, era doctor, pero era un mafioso al que otro le entregó la estafeta, apenas estaba en este mundo, apenas me daba a con
Siento que la garganta se me seca cuando escucho las palabras de Abel, dejo caer la figurilla de cristal al suelo y cuando impacta, se rompe en mil pedazos, es un sonido parecido al que en estos momentos está sintiendo mi alma. La confusión se cruzó por mis facciones y cuando intentó acercarse a mí, me alejé colocándome al otro extremo de una mesa que se encontraba en medio de la enorme estancia, misma en la que se hallaban papeles, cartas de póker, objetos punzocortantes como navajas y otras cosas que no sabía qué eran.—Nat…Veo al tipo que está parado frente a mí y no le reconozco, Abel, mi Abel de antes no era así, la realidad me hace poner los pies en la tierra y siento que el nudo de mi garganta quiere explotar, un sentimiento d
Intento moverme una vez más pero me es imposible, me tiene bien sujeta, su agarre es fuerte y mientras más lucho por liberarme, más se empeña en hacerme daño, en acercarse y en restregarme su erección.—Aun no termino la historia, no me interrumpas.Mueve sus caderas y con otro empuje que me acelera el corazón, me calla.—Cuando llegué a San Francisco mi sorpresa fue que él era el líder de la mafia Stirling, unos hombres sádicos y muy sanguinarios que se encargan de joderle la vida a los demás, su último deseo fue que yo tomara su lugar, ya que su padre antes de morir le dejó la estafeta como cabecilla, el problema es que ahora él iba a morir, muchos se opusieron porque
Nunca imaginé que las ansias por saber algo, me fueran a causar tanto malestar, en cuanto las palabras de la chica se deslizaron de sus labios, sentí como una parte de mi interior se estremecía a tal punto de quebrarse, y ahora me encontraba echa un lío, sentada en la estancia principal a la espera de que ambos aparezcan, ya que Abel le pidió a la chica que se presente después como Rita, que hablaran en su despacho. Llevaban poco más de tres horas sin salir, solo uno de sus empleados entró hace veinte minutos con una charola de plata que contenía fruta picada, leche caliente y un café.Después de eso nada, ni rastros de él, las manos me sudan y el aire que se mantiene comprimido en mis pulmones se desvanece. He olvidado como respirar y estoy a nada de levantarme, cuando escucho la puerta de su despacho ab
—Esto tiene que acabar Abel, las cosas no pueden seguir así, mi sobrina casi pierde la vida —escucho la voz de mi tía Nora, está alterada por más que intenta mantener la calma. —Lo sé, solo necesito un poco más de tiempo —la voz ronca de Abel me pone nerviosa, es incluso más gélida que en otras ocasiones. —No te va a aceptar después de esto. —Lo hará. —Qué más quisiera yo que ustedes estén juntos, la has amado por tanto tiempo y ella a ti aunque se niegue a admitirlo. —No te voy a mentir Nora, estar dentro de la mafia es el infierno, no se sale y no se vive en paz, no pedí esto, pero si te puedo asegurar que mientra
Siento que mi pecho se libera de una gran presión al escuchar las palabras de Abel. —Gracias —soy sincera. —Regresarás a casa de tu tía y quiero que respondas a mis llamadas de vez en cuando ¿vale? Asiento gustosa. Por fin intentaría tener una vida normal. —Por otro lado, déjame ver qué hacer con el asunto de Zed, yo me encargo, pero si no puedo hacer nada tendremos que ir a Rusia a verlo, y digo “tendremos” porque no pienso dejarte subir sola a un avión y que te encuentres con él —es firme en su petición y lo acepto. —Me parece bien. —Y Nat, una última cosa —se acerca y toma uno de mis mechones rubios sueltos y alborotados—.
Ese día y la semana siguiente no tuve noticias de Abel, había encontrado trabajo en una cafetería, mi horario era sencillo, de tres de la tarde a ocho de la noche, quedaba cerca de la casa, lo cual me facilitaba mucho las cosas, los tipos que mandaba Abel me seguían a todas partes, me llevaban al trabajo y de vuelta a casa, mi tía los invitaba a comer de vez en cuando y parecían buenas personas, pero mi mente no dejaba de repetirme una y otra vez que eran gente que trabajaba para Abel, lo que significaba que igual eran asesinos.Las semanas pasaron y no sabía nada de Abel o de mi divorcio, no llamaba y tampoco me buscaba, tampoco tenía noticias de Karola, mi tía no me ayudaba mucho, guardaba montones de secretos que no me compartía. Al final pasó un mes y ahora era viernes, mi día de descanso, y mientras