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5. El Legado de los Vaughn

Los presentes se apartaban a su paso, algunos la miraban con curiosidad, otros con desaprobación, pero ninguno con simpatía. La atmósfera se volvía cada vez más densa a medida que avanzaba por el cementerio.

Las miradas de la familia Vaughn se clavaban en ella como dagas invisibles, observándola con recelo y desdén. En especial la mirada de la madre de Tapar, que no podía ocultar el odio. Sus ojos parecían arder con rencor, como si su sola presencia fuera una afrenta para todo lo que representaba la familia Vaughn. Elara sentía el peso de esa mirada implacable, de la condena silenciosa de esa mujer que no la aceptaba como parte de su mundo.

A lo lejos, entre los susurros de los asistentes y las oraciones que resonaban en el aire, Elara se agachó lentamente para despedirse de su esposo por última vez. A medida que sus dedos tocaban el borde del féretro, el dolor la envolvía, pero también la sensación de ser una extraña en un lugar que nunca la aceptó. Sin embargo, no podía dar marcha atrás. Estaba allí para cumplir con lo que creía era su último acto de amor, y aunque el resentimiento de su suegra le pesaba en el pecho, lo haría de todos modos.

Mientras Elara se inclinaba para despedirse de su esposo por última vez, un susurro en el aire la distraía momentáneamente. De repente, una mujer se acercó a la madre de Tapar con un abrazo apretado, casi desesperado. Nadie pudo escuchar las palabras que murmuró al oído de la madre de Tapar, pero la reacción inmediata fue inconfundible. Los ojos de la mujer se abrieron de forma abrupta, como si un impulso violento la hubiera atravesado. La intensidad de esa mirada, mezcla de furia y desafío, despertó curiosidad y desconcierto en sus hijos, que se encontraban cerca de ella, observando la escena con inquietud.

—Aliye, te mataré y luego haré que toda tu familia sufra —advirtió la madre de Tapar, con voz baja pero llena de veneno. Sus palabras rompieron el silencio solemne del entierro, mientras su rostro se retorcía de rabia. No le importaba que estuviera en el lugar donde su hijo descansaba para siempre, no le importaba nada más que desatar su odio.

La mujer que la abrazaba, ahora visiblemente tensa, se apartó ligeramente, permitiendo que la madre de Tapar se desahogara. Las miradas de los presentes se desviaron hacia ellas, algunos perplejos, otros horrorizados por la violencia implícita en esas amenazas. La tensión se palpaba en el aire, como si el mundo entero se hubiera detenido en ese instante.

—No dejaré que tu familia sea feliz... y me ocuparé de que mi hijo Cihan sea el líder de las tierras Vaughn —gritó la mujer, levantando la voz con toda la furia que su cuerpo parecía contener. La rabia en su voz era tan palpable que Elara, aún arrodillada junto al féretro, levantó la mirada con inquietud. La atmósfera había cambiado, se había cargado de una amenaza oscura que nadie esperaba.

Elara sintió un escalofrío recorrer su espalda al escuchar esas palabras, entendiendo que la muerte de Tapar había desatado no solo el luto de una familia, sino una guerra silenciosa entre los propios Vaughn. Sin embargo, para ella, todo esto se sentía ajeno, como si fuera un espectador en una historia que no había elegido vivir. Pero lo cierto era que, en medio de ese torbellino de odio y venganza, no podía evitar preguntarse qué tan segura estaba realmente de su lugar en todo esto.

Dos integrantes de la familia Vaughn se enfrentaban, pero Elara no entendía completamente el conflicto que se desataba ante ella. Mientras observaba la escena, sentía una creciente sensación de desconcierto y temor. Los gritos y las amenazas llenaban el aire, y la tensión era palpable. Se levantó lentamente, como si su cuerpo respondiera a un instinto primitivo de querer alejarse, pero algo la mantenía inmóvil, atrapada en la complejidad de lo que ocurría frente a ella.

Zoe Vaughn, madre de Tapar, giró levemente la mirada hacia Kadir, quien estaba cerca de ella. Era una mirada llena de entendimiento, silenciosa pero cargada de un mensaje claro. Kadir, sin dudar ni cuestionar, reconoció lo que se le pedía y se preparó para actuar. La rapidez con la que lo hizo le dio a Elara una sensación de peligro inminente, como si todo fuera a estallar en cualquier momento.

—Kadir, ¿qué haces? Baja el arma —ordenó Kaya, con voz firme y autoritaria, pero también con un tono de preocupación que Elara no pudo ignorar. Ella observaba, atónita, cómo los hombres se alineaban detrás de Aliye, la otra madre de la familia Vaughn. La escena estaba tomando un giro hacia lo impredecible.

—Sangre por sangre... si es necesario, Zoe Vaughn —amenazó Aliye, su voz llena de odio y determinación. Los hombres a su lado comenzaron a apuntar a Zoe y sus hijos con sus armas, la atmósfera se cargaba de una violencia latente que Elara no podía comprender completamente, pero que sentía en cada fibra de su ser.

Elara, paralizada por la tensión, entendió que no solo era un conflicto familiar, sino una lucha por el poder, un juego mortal de lealtades y traiciones que estaba mucho más allá de su comprensión. Su mente trató de procesar la magnitud de la amenaza mientras sentía como el miedo se apoderaba de su estómago. Nunca había estado tan cerca de algo tan peligroso.

Esta era la primera vez que se encontraba inmersa en un peligro tan absoluto, un peligro que ni siquiera sabía cómo gestionar. Estaba atrapada en una maraña de venganza, codicia y poder, un lugar donde su presencia, aunque no buscada, era crucial para los intereses de quienes la rodeaban. Mientras las armas continuaban apuntando, Elara entendió que no podía escapar de esa oscuridad, al menos no aún.

—Madre, ¿qué haces? —gritó un hombre, corriendo apresuradamente hacia el centro de la escena, donde Elara permanecía paralizada. Su voz era firme, cargada de autoridad y urgencia.

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