La mujer no mostró signos de flaquear ante su mirada desafiante. Su expresión seguía siendo fría y distante.
—Si no es así... fírmalo de una vez y vete de aquí —respondió con tono seco y autoritario, sin una pizca de empatía.
Elara sintió cómo la devoción de esa familia por su propio honor, mezclada con el enojo que hervía en su interior, la consumía lentamente. El peso de la injusticia era abrumador. Sus manos temblaron por un momento, pero la sensación de impotencia la empujó a actuar. Sin más palabras, tomó el lapicero con firmeza y firmó el documento, sin reparos, como si lo hiciera por obligación, no por elección.
—Listo, señora... ahora, si me disculpan, me retiraré a descansar —dijo Elara, con la voz un poco más baja, pero cargada de una determinación que no había sentido antes.
No esperaba una respuesta, y no la recibió. La mujer simplemente asintió, mientras Elara se levantaba de la mesa, con la sensación de que había perdido algo más que su dignidad en ese instante.
—Madre... ¿no crees que fuiste demasiado dura con la mujer de Tapar? —murmuró Kaya, con voz baja, pero llena de inquietud. La mujer lo miró con rabia contenida, sus ojos reflejaban la furia acumulada por años de resentimiento. A pesar de todo, Kaya sabía que no valía la pena discutir con ella. Si algo se le metía en la cabeza, no había forma de hacerla cambiar de opinión.
—Ella no pertenece aquí. Es una desconocida para la familia Vaughn —sentenció la mujer, sin un atisbo de arrepentimiento o duda en su tono.
Zahir y Nur se miraron entre sí, incapaces de comprender la dureza de su madre. No podían creer lo que acababan de escuchar, ¿cómo era posible que su madre, tan implacable, no tuviera ni una pizca de compasión hacia la esposa de su difunto hermano? La frialdad en su actitud hacia Elara era desconcertante.
—En el momento en que se casó con Tapar, es una de nosotros, madre —dijo Nur, desafiando a su madre con firmeza, sus palabras cargadas de una mezcla de desobediencia y preocupación.
La mujer lo miró con una frialdad aún más gélida, pero no dijo nada. Todos sabían que, aunque su madre pudiera imponer su voluntad, la brecha entre lo que ella deseaba y lo que sus hijos pensaban seguía creciendo. La familia Vaughn ya no era lo que solía ser, y esa tensión interna solo hacía que las heridas del pasado fueran aún más profundas.
—Kaya, tú serás quien lleve a esa mujer al aeropuerto. La quiero lejos de aquí —dijo la madre de los Vaughn, su voz firme y autoritaria, como si no hubiera espacio para discusión.
—Está bien, madre. Dejemos por hoy esto y comamos algo —respondió Zahir, tratando de desviar la atención y aliviar un poco la tensión en el aire. Estaba hambriento, y necesitaba un respiro antes de enfrentar lo que vendría al día siguiente.
Al día siguiente, la preparación para el entierro de uno de los hijos de los Vaughn estaba en marcha, con todo lo que implicaba: rituales, oraciones y una carga de luto que envolvía a la familia. Mientras tanto, Elara, la nuera, permanecía en su cuarto, atrapada en sus pensamientos. No podía dejar de pensar en lo que tenía que hacer: no podía irse sin despedirse de su esposo. No importaba lo que dijeran o lo que esperaran de ella, este era su último derecho como esposa.
Tomó un abrigo del perchero de la recámara y se lo puso rápidamente, preparándose para salir. Su atuendo consistía en un pantalón de vestir ajustado al cuerpo, con una camisa negra y un cinturón que resaltaba su figura. Caminó hacia el espejo, se observó un instante, y con la determinación en los ojos, se dijo a sí misma que debía hacerlo: despedirse de Tapar antes de partir de ese lugar.
Justo cuando estaba a punto de salir, la voz de la mujer con los ojos fríos la detuvo.
—¿A dónde crees que vas? Tu deber como esposa acabó desde anoche —dijo la mujer, con una frialdad implacable que hizo que Elara se girara lentamente hacia ella.
Elara no retrocedió, no podía permitir que su voluntad fuera anulada una vez más.
—Voy al entierro de mi esposo... y ese derecho no me lo puede sacar con una firma en un papel —dijo, desafiante, sin mostrar ni un atisbo de miedo en su rostro.
La mujer la miró fijamente, pero Elara no vaciló. Sabía que este sería su último acto de independencia en ese lugar, y no iba a permitir que nada ni nadie se lo arrebatara.
—No podemos negar que la cuñada tiene carácter, madre —dijo Nur, dejando una asfixiante incomodidad en el aire. Sus palabras flotaban en la habitación como una tensión no resuelta. La mujer, madre de los Vaughn, no respondió de inmediato, pero su rostro reflejaba una furia contenida, como si la discusión ya hubiera agotado todo lo que podía soportar.
—Kaya, la quiero lejos de aquí, ¿has entendido? —ordenó la mujer, con una autoridad inquebrantable, lo que dejó claro que no estaba dispuesta a escuchar más. El hombre solo asintió, sabiendo que no valía la pena continuar con la discusión. La mujer no tenía fuerzas para más enfrentamientos en ese momento. No era un día para hablar, solo para seguir las órdenes, y su tono lo decía todo.
—Por favor, madre, basta. Deja que se despida de mi hermano, es su derecho —expresó Kaya, intentando suavizar la situación, aunque la incomodidad seguía latente entre todos. Pero la madre no cedió, y Elara, al otro lado de la sala, sintió cómo cada palabra de esa familia se convertía en una muralla más difícil de atravesar.
El día llegó, y el entierro de Tapar Vaughn comenzó con una solemnidad inquietante. Elara caminaba detrás del féretro, sus ojos fijos en la figura de su difunto esposo.
Los presentes se apartaban a su paso, algunos la miraban con curiosidad, otros con desaprobación, pero ninguno con simpatía. La atmósfera se volvía cada vez más densa a medida que avanzaba por el cementerio.Las miradas de la familia Vaughn se clavaban en ella como dagas invisibles, observándola con recelo y desdén. En especial la mirada de la madre de Tapar, que no podía ocultar el odio. Sus ojos parecían arder con rencor, como si su sola presencia fuera una afrenta para todo lo que representaba la familia Vaughn. Elara sentía el peso de esa mirada implacable, de la condena silenciosa de esa mujer que no la aceptaba como parte de su mundo.A lo lejos, entre los susurros de los asistentes y las oraciones que resonaban en el aire, Elara se agachó lentamente para despedirse de su esposo por última vez. A medida que sus dedos tocaban el borde del féretro, el dolor la envolvía, pero también la sensación de ser una extraña en un lugar que nunca la aceptó. Sin embargo, no podía dar marcha a
Kaya pasó a ser el líder de las tierras de Vaughn cuando la tragedia golpeó a la familia, y no iba a permitir que nada, absolutamente nada, volviera a arrancarle un familiar. Los protegería a toda costa. Frente a Elara estaba aquel hombre firme, erigiéndose como una barrera humana entre ella y el peligro.—Bajen las armas… Madre, diles a nuestros hombres que las bajen —ordenó con voz elevada, desesperado por la tensión del momento en el que todos estaban atrapados.—Los mataré a todos… Si mi Cihan no es el líder, tus hijos tampoco lo serán —amenazó la mujer, su mirada encendida por la ira.Elara cerró los puños con fuerza, conteniendo la furia que le quemaba por dentro. Sus ojos recorrieron el escenario que se desarrollaba ante ella, una disputa por el liderazgo de una familia que aún lloraba a su difunto heredero. Exhaló profundamente antes de dar un paso adelante.—Basta. Es inaudito que en el entierro de mi esposo actúen de esta manera. Señora… si quiere disparar, hágalo de una vez
Kadir la tomó en brazos con firmeza mientras Mustafá abría paso entre la gente.—Llévenla al médico —ordenó Kaya con urgencia al ver la escena.Sin más demora, los hombres se apresuraron a sacar a Elara de allí. En ese momento, no importaban las órdenes de Zoe Vaughn ni el resentimiento de la familia. La prioridad era salvar a aquella mujer que, a pesar de todo, aún llevaba en su vientre un legado Vaughn sin que las familia de sus difunto esposo lo supieran.Kaya entró al hospital con pasos firmes, llevando a Elara en brazos. Su rostro, normalmente impasible, reflejaba una mezcla de tensión y urgencia. La mujer en sus brazos estaba pálida, su respiración entrecortada, y su cuerpo apenas respondía.—¡Necesito un médico, ahora! —exigió con una voz autoritaria que resonó en el vestíbulo del hospital.Las enfermeras, sorprendidas por la presencia imponente de Kaya y sus hombres, reaccionaron de inmediato. Una camilla fue traída apresuradamente, y con sumo cuidado, Kaya depositó a Elara so
Luego, sin previo aviso, se acercó un poco más a la cama.—Elara… hay algo que debes saber —su tono era serio, casi solemne.Elara frunció el ceño, notando el peso de su voz.—¿Qué cosa?Kaya guardó silencio por un momento antes de soltar las palabras con firmeza:—Estás embarazada.Elara desvió la mirada hacia el techo, sintiendo el peso de las palabras de Kaya caer sobre ella como un golpe seco. No parecía sorprendida ni confundida. Solo suspiró con resignación.—Lo sabía —admitió en voz baja.Kaya frunció el ceño, entrecerrando los ojos con incredulidad. Dio un paso hacia la cama, cruzándose de brazos.—¿Desde cuándo? —preguntó con un tono cortante.Elara tragó saliva antes de responder.—Desde hace unas semanas… Antes de venir aquí ya lo sospechaba, pero lo confirmé poco después de llegar.El líder de los Vaughn apretó la mandíbula, sintiendo una mezcla de ira y frustración.—¿Y por qué demonios no dijiste nada? —espetó, su voz subió un poco, pero no lo suficiente para considerars
—Madre, basta —intervino Kaya, con un tono que advertía que no estaba dispuesto a discutir —No voy a poner en riesgo su vida solo porque tú lo desees.Zoe soltó una risa amarga, cruzándose de brazos.—¿Riesgo? No me hagas reír, Kaya. Esa mujer no es más que una extraña para nuestra familia. No es una Vaughn, y jamás lo será.Elara sintió cómo su corazón se encogía ante esas palabras, pero no mostró debilidad. Sabía que la madre de Kaya la despreciaba, pero escucharlo en voz alta seguía siendo un golpe difícil de ignorar.—Se quedará aquí hasta que se recupere —sentenció Kaya con firmeza —Y eso no está en discusión.Zoe lo fulminó con la mirada, pero al ver la determinación en los ojos de su hijo, supo que no iba a ceder.—Esto es un error —escupió la mujer, girándose con furia antes de marcharse, dejando una tensión insoportable en el aire.Elara exhaló lentamente, sintiendo el peso del enfrentamiento sobre sus hombros. No estaba segura de cuánto más podría soportar, pero una cosa era
Algunos eran prisioneros de alto perfil que, por alguna razón, se habían alineado con Darius en este contexto, pues sabían que su lealtad les otorgaría beneficios de supervivencia. Sin embargo, a pesar de estar rodeado de hombres de dudosa moralidad, Darius se mantenía firme, calculando sus movimientos con una mente tan afilada como siempre.El despacho improvisado que le habían asignado en la prisión estaba lejos de ser un lugar cómodo, pero Darius se encontraba en su elemento. Desde allí, enviaba órdenes a su red de contactos, transmitiendo instrucciones precisas para que se cumplieran al pie de la letra. Para él, la cárcel no era una prisión, sino un campo de batalla en el que su mente seguía siendo su arma más poderosa. Los barrotes y el concreto no podían confinar su voluntad.A pesar de las limitaciones físicas del lugar, Darius había logrado mantener el control sobre sus aliados fuera de la prisión. Cada llamada que hacía, cada mensaje que enviaba, encontraba un canal y alguien
La azafata invitó a Elara Vaughn a salir del avión con una sonrisa educada, pero distante. Elara asintió en silencio, sintiendo el peso de la incertidumbre aferrarse a su pecho. Se puso de pie con cuidado, dejando que el vestido largo y tableado cayera en su lugar. Alisó la tela con manos temblorosas, tratando de disimular el temblor que la traicionaba. Cada paso hacia la salida la acercaba a un destino incierto, a un mundo que no conocía, pero que pronto descubriría que nunca la dejaría ir.Elara descendió lentamente por la escalera del avión, sintiendo cómo el aire frío de la noche le erizaba la piel. Sus manos aún temblaban, aunque intentó ocultarlo al sujetarse con elegancia del pasamanos metálico. Sus tacones resonaron contra los escalones, un eco sordo que se mezclaba con el murmullo lejano del aeropuerto. Con cada paso, su respiración se volvía más contenida, más tensa, como si su propio cuerpo supiera que algo estaba a punto de cambiar para siempre.Cuando finalmente puso pie
Algunas alzaban las manos al cielo, otras inclinaban la cabeza en una muestra de respeto. La escena tenía un aire solemne, casi ritualístico, como si su llegada significara algo más profundo de lo que ella podía comprender.Alzó la mirada hacia la cima de la imponente residencia y su respiración se agitó. Desde los balcones y ventanas, más personas la observaban en silencio, figuras envueltas en penumbras cuyos rostros apenas lograba distinguir. La sensación de ser examinada, de ser medida con expectación o juicio, la envolvió por completo.A medida que subía los escalones de piedra, una duda punzante se instaló en su pecho. No podía evitar preguntarse si había cometido un error al acceder al pedido de la familia de su difunto esposo. Todo en aquel lugar le decía que había cruzado un umbral del que tal vez no podría regresar.Cuando Elara llegó al primer piso de la residencia, fue recibida por una multitud de personas. Los murmullos llenaban el aire, y a su paso, rostros desconocidos