Algunas alzaban las manos al cielo, otras inclinaban la cabeza en una muestra de respeto. La escena tenía un aire solemne, casi ritualístico, como si su llegada significara algo más profundo de lo que ella podía comprender.
Alzó la mirada hacia la cima de la imponente residencia y su respiración se agitó. Desde los balcones y ventanas, más personas la observaban en silencio, figuras envueltas en penumbras cuyos rostros apenas lograba distinguir. La sensación de ser examinada, de ser medida con expectación o juicio, la envolvió por completo.
A medida que subía los escalones de piedra, una duda punzante se instaló en su pecho. No podía evitar preguntarse si había cometido un error al acceder al pedido de la familia de su difunto esposo. Todo en aquel lugar le decía que había cruzado un umbral del que tal vez no podría regresar.
Cuando Elara llegó al primer piso de la residencia, fue recibida por una multitud de personas. Los murmullos llenaban el aire, y a su paso, rostros desconocidos inclinaban la cabeza con solemnidad.
—Mis condolencias —decían uno tras otro, dejando sus más sentidos pésames por la pérdida de un Vaughn, el hombre que había sido su esposo.
Elara apenas lograba responder con un susurro ahogado —Gracias…
Sus palabras se perdían en el ambiente, absorbidas por la atmósfera pesada de la casa. El luto no solo se sentía en los trajes oscuros, en los gestos contenidos o en las miradas sombrías, sino en las paredes mismas de aquella residencia que parecía impregnada de un dolor antiguo, de un sufrimiento arraigado.
En el centro del salón, una mujer vestida completamente de negro permanecía sentada, con un velo cubriendo su cabeza y los ojos cerrados, como si estuviera sumida en una oración silenciosa. Su porte era imponente, y su presencia exigía respeto sin necesidad de palabras.
—Azim… debemos despedir a mi hijo —elevó la voz de repente, con una entonación firme que hizo que la multitud guardara silencio al instante. Elara supo de inmediato quién era. Su suegra.
Con el corazón latiéndole con fuerza, se acercó con cautela, dispuesta a darle el pésame por primera vez. Sin embargo, antes de que pudiera siquiera inclinarse en señal de respeto, la mujer levantó una mano con un gesto abrupto, deteniéndola en seco.
Elara sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—Tú eres la única culpable de que mi Tapar esté muerto —dijo la mujer con una voz impregnada de desprecio.
Elara se quedó inmóvil. No fue una acusación, fue una sentencia. Y en los ojos oscuros de su suegra no encontró dolor… solo una ira contenida que prometía no olvidarla jamás.
Elara observó a su alrededor y sintió el peso de las miradas sobre ella. Algunas eran de acusación, ojos fríos y llenos de resentimiento que parecían juzgarla sin necesidad de palabras. Otras, en cambio, la miraban con lástima, como si fuera una intrusa condenada a un destino que no comprendía del todo.
El aire en la habitación era denso, cargado de tensión. Nadie se atrevía a romper el silencio que se había instalado tras las duras palabras de su suegra.
Fue entonces cuando un hombre de mirada endurecida se acercó a la mujer de negro, inclinándose ligeramente hacia ella con un gesto de respeto.
—Madre… no es el momento. Deja que nuestra cuñada descanse —dijo con voz firme, sin titubeos.
Elara dirigió la vista hacia él. Era alto, con rasgos marcados y una expresión seria. No había dulzura en su tono, pero tampoco agresividad. Solo autoridad contenida.
La mujer permaneció en silencio por un instante, observándolo primero a él y luego a la extranjera que había osado cruzar la puerta de su hogar. Sus ojos se entrecerraron ligeramente, pero finalmente asintió con la cabeza, como si aquella discusión no mereciera más de su tiempo.
—Kadir… muéstrale la habitación de huéspedes —ordenó Kaya sin apartar la mirada de su madre.
Uno de los hombres se adelantó de inmediato y con un leve movimiento de cabeza le indicó a Elara que lo siguiera. Ella inspiró profundamente y, sin decir una palabra, comenzó a caminar tras él, sintiendo que cada paso la alejaba más de cualquier certeza que le quedara.
Elara entró en la habitación después de que el hombre que la había acompañado le mostrara el espacio donde se alojaría. A pesar de la fatiga que pesaba sobre sus hombros, no pudo evitar recorrer con la mirada cada rincón, intentando asimilar el lugar que ahora sería su refugio, al menos por esa noche.
—Si necesita algo, solo dígale a Luz y ella le traerá lo que precise —dijo Kadir, señalando con un leve gesto a la mujer que permanecía en la habitación.
Elara desvió la vista hacia ella. Luz era una mujer de mediana edad, con facciones amables y una expresión que, a diferencia de la mayoría en aquella casa, no transmitía hostilidad.
—Bienvenida, señora Vaughn —le dijo la mujer con una amplia sonrisa, su tono cálido pero contenido. Elara apenas logró esbozar un asentimiento.
Sin más que agregar, tanto Kadir como Luz se retiraron, dejándola finalmente con su privacidad.
La recién llegada se quedó de pie en medio de la habitación, sintiendo cómo el silencio se apoderaba del ambiente. Aunque el lugar parecía ordinario, con muebles de madera oscura y cortinas gruesas que impedían ver el exterior, había algo en la atmósfera que la inquietaba. No era la opulencia lo que la impresionaba, sino la sensación de que en aquellas paredes se guardaban secretos de muchos años.
Elara dejó escapar un suspiro y, con cautela, se acercó a la ventana. Afuera, la noche envolvía la residencia como un manto impenetrable. Su instinto le susurraba que aquel lugar no solo era su refugio, sino también una prisión disfrazada de hospitalidad.
Elara se sentó en la orilla de la cama por unos segundos, con la mirada aún recorriendo la habitación, como si tratara de encontrar en ella algún tipo de consuelo.
Su mano, temblorosa, se posó sobre su vientre en un gesto instintivo.Una lágrima silenciosa cayó sobre su piel, seguida de otra y otra más. El mismo día en que le notificaron la muerte de su esposo, también había recibido otra noticia, estaba embarazada. La ironía de la vida le resultaba cruel. Saber que aquel hijo jamás conocería a su padre le oprimía el pecho de una manera insoportable.Unos gritos interrumpieron sus pensamientos, haciéndola levantar bruscamente la cabeza. Su corazón latió con fuerza mientras se ponía de pie y caminaba hasta la puerta que conectaba con un balcón. Con cautela, la abrió y se asomó.Abajo, una multitud se había congregado en el patio principal de la residencia. A la luz de las antorchas y los faroles, los rostros de los presentes reflejaban pesar, pero también algo más profundo… rabia contenida. En el centro de todo, el ataúd de Tapar Vaughn reposaba sobre una plataforma, rodeado por figuras vestidas de negro.La madre de su esposo se encontraba al fr
La mujer no mostró signos de flaquear ante su mirada desafiante. Su expresión seguía siendo fría y distante.—Si no es así... fírmalo de una vez y vete de aquí —respondió con tono seco y autoritario, sin una pizca de empatía.Elara sintió cómo la devoción de esa familia por su propio honor, mezclada con el enojo que hervía en su interior, la consumía lentamente. El peso de la injusticia era abrumador. Sus manos temblaron por un momento, pero la sensación de impotencia la empujó a actuar. Sin más palabras, tomó el lapicero con firmeza y firmó el documento, sin reparos, como si lo hiciera por obligación, no por elección.—Listo, señora... ahora, si me disculpan, me retiraré a descansar —dijo Elara, con la voz un poco más baja, pero cargada de una determinación que no había sentido antes.No esperaba una respuesta, y no la recibió. La mujer simplemente asintió, mientras Elara se levantaba de la mesa, con la sensación de que había perdido algo más que su dignidad en ese instante.—Madre..
Los presentes se apartaban a su paso, algunos la miraban con curiosidad, otros con desaprobación, pero ninguno con simpatía. La atmósfera se volvía cada vez más densa a medida que avanzaba por el cementerio.Las miradas de la familia Vaughn se clavaban en ella como dagas invisibles, observándola con recelo y desdén. En especial la mirada de la madre de Tapar, que no podía ocultar el odio. Sus ojos parecían arder con rencor, como si su sola presencia fuera una afrenta para todo lo que representaba la familia Vaughn. Elara sentía el peso de esa mirada implacable, de la condena silenciosa de esa mujer que no la aceptaba como parte de su mundo.A lo lejos, entre los susurros de los asistentes y las oraciones que resonaban en el aire, Elara se agachó lentamente para despedirse de su esposo por última vez. A medida que sus dedos tocaban el borde del féretro, el dolor la envolvía, pero también la sensación de ser una extraña en un lugar que nunca la aceptó. Sin embargo, no podía dar marcha a
Kaya pasó a ser el líder de las tierras de Vaughn cuando la tragedia golpeó a la familia, y no iba a permitir que nada, absolutamente nada, volviera a arrancarle un familiar. Los protegería a toda costa. Frente a Elara estaba aquel hombre firme, erigiéndose como una barrera humana entre ella y el peligro.—Bajen las armas… Madre, diles a nuestros hombres que las bajen —ordenó con voz elevada, desesperado por la tensión del momento en el que todos estaban atrapados.—Los mataré a todos… Si mi Cihan no es el líder, tus hijos tampoco lo serán —amenazó la mujer, su mirada encendida por la ira.Elara cerró los puños con fuerza, conteniendo la furia que le quemaba por dentro. Sus ojos recorrieron el escenario que se desarrollaba ante ella, una disputa por el liderazgo de una familia que aún lloraba a su difunto heredero. Exhaló profundamente antes de dar un paso adelante.—Basta. Es inaudito que en el entierro de mi esposo actúen de esta manera. Señora… si quiere disparar, hágalo de una vez
Kadir la tomó en brazos con firmeza mientras Mustafá abría paso entre la gente.—Llévenla al médico —ordenó Kaya con urgencia al ver la escena.Sin más demora, los hombres se apresuraron a sacar a Elara de allí. En ese momento, no importaban las órdenes de Zoe Vaughn ni el resentimiento de la familia. La prioridad era salvar a aquella mujer que, a pesar de todo, aún llevaba en su vientre un legado Vaughn sin que las familia de sus difunto esposo lo supieran.Kaya entró al hospital con pasos firmes, llevando a Elara en brazos. Su rostro, normalmente impasible, reflejaba una mezcla de tensión y urgencia. La mujer en sus brazos estaba pálida, su respiración entrecortada, y su cuerpo apenas respondía.—¡Necesito un médico, ahora! —exigió con una voz autoritaria que resonó en el vestíbulo del hospital.Las enfermeras, sorprendidas por la presencia imponente de Kaya y sus hombres, reaccionaron de inmediato. Una camilla fue traída apresuradamente, y con sumo cuidado, Kaya depositó a Elara so
Luego, sin previo aviso, se acercó un poco más a la cama.—Elara… hay algo que debes saber —su tono era serio, casi solemne.Elara frunció el ceño, notando el peso de su voz.—¿Qué cosa?Kaya guardó silencio por un momento antes de soltar las palabras con firmeza:—Estás embarazada.Elara desvió la mirada hacia el techo, sintiendo el peso de las palabras de Kaya caer sobre ella como un golpe seco. No parecía sorprendida ni confundida. Solo suspiró con resignación.—Lo sabía —admitió en voz baja.Kaya frunció el ceño, entrecerrando los ojos con incredulidad. Dio un paso hacia la cama, cruzándose de brazos.—¿Desde cuándo? —preguntó con un tono cortante.Elara tragó saliva antes de responder.—Desde hace unas semanas… Antes de venir aquí ya lo sospechaba, pero lo confirmé poco después de llegar.El líder de los Vaughn apretó la mandíbula, sintiendo una mezcla de ira y frustración.—¿Y por qué demonios no dijiste nada? —espetó, su voz subió un poco, pero no lo suficiente para considerars
—Madre, basta —intervino Kaya, con un tono que advertía que no estaba dispuesto a discutir —No voy a poner en riesgo su vida solo porque tú lo desees.Zoe soltó una risa amarga, cruzándose de brazos.—¿Riesgo? No me hagas reír, Kaya. Esa mujer no es más que una extraña para nuestra familia. No es una Vaughn, y jamás lo será.Elara sintió cómo su corazón se encogía ante esas palabras, pero no mostró debilidad. Sabía que la madre de Kaya la despreciaba, pero escucharlo en voz alta seguía siendo un golpe difícil de ignorar.—Se quedará aquí hasta que se recupere —sentenció Kaya con firmeza —Y eso no está en discusión.Zoe lo fulminó con la mirada, pero al ver la determinación en los ojos de su hijo, supo que no iba a ceder.—Esto es un error —escupió la mujer, girándose con furia antes de marcharse, dejando una tensión insoportable en el aire.Elara exhaló lentamente, sintiendo el peso del enfrentamiento sobre sus hombros. No estaba segura de cuánto más podría soportar, pero una cosa era
Algunos eran prisioneros de alto perfil que, por alguna razón, se habían alineado con Darius en este contexto, pues sabían que su lealtad les otorgaría beneficios de supervivencia. Sin embargo, a pesar de estar rodeado de hombres de dudosa moralidad, Darius se mantenía firme, calculando sus movimientos con una mente tan afilada como siempre.El despacho improvisado que le habían asignado en la prisión estaba lejos de ser un lugar cómodo, pero Darius se encontraba en su elemento. Desde allí, enviaba órdenes a su red de contactos, transmitiendo instrucciones precisas para que se cumplieran al pie de la letra. Para él, la cárcel no era una prisión, sino un campo de batalla en el que su mente seguía siendo su arma más poderosa. Los barrotes y el concreto no podían confinar su voluntad.A pesar de las limitaciones físicas del lugar, Darius había logrado mantener el control sobre sus aliados fuera de la prisión. Cada llamada que hacía, cada mensaje que enviaba, encontraba un canal y alguien