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3. La Confrontación

Su mano, temblorosa, se posó sobre su vientre en un gesto instintivo.

Una lágrima silenciosa cayó sobre su piel, seguida de otra y otra más. El mismo día en que le notificaron la muerte de su esposo, también había recibido otra noticia, estaba embarazada. La ironía de la vida le resultaba cruel. Saber que aquel hijo jamás conocería a su padre le oprimía el pecho de una manera insoportable.

Unos gritos interrumpieron sus pensamientos, haciéndola levantar bruscamente la cabeza. Su corazón latió con fuerza mientras se ponía de pie y caminaba hasta la puerta que conectaba con un balcón. Con cautela, la abrió y se asomó.

Abajo, una multitud se había congregado en el patio principal de la residencia. A la luz de las antorchas y los faroles, los rostros de los presentes reflejaban pesar, pero también algo más profundo… rabia contenida. En el centro de todo, el ataúd de Tapar Vaughn reposaba sobre una plataforma, rodeado por figuras vestidas de negro.

La madre de su esposo se encontraba al frente, imponente, con una mano apoyada sobre el cajón de madera oscura. Su voz resonó con fuerza en la noche, cortando el aire como un filo de navaja.

—Hoy despediremos a mi hijo, Tapar Vaughn, con el respeto que se merece… —su mirada se endureció y su tono se tornó aún más severo —Pero también exijo encontrar al culpable de su muerte. ¡Vengaremos la muerte de un Vaughn!

Un rugido de aprobación emergió de la multitud. Entonces, un hombre vestido de negro alzó su arma y apuntó al cielo.

Elara apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de escuchar el estruendoso disparo que rompió el silencio de la noche. Su cuerpo se estremeció de terror y, por puro instinto, se apartó del balcón, refugiándose detrás de las paredes. Un grito involuntario escapó de sus labios mientras su espalda chocaba contra la fría superficie de piedra.

Su respiración estaba descontrolada, su mente aún procesando lo que acababa de presenciar. No era solo una despedida. Era una declaración de guerra. Y ella, lo quisiera o no, estaba atrapada en medio de ella.

¿Qué significaba vengar la muerte de su marido? Elara se lo preguntaba una y otra vez, sin encontrar respuesta. ¿Estaba haciendo lo correcto al haber venido a esta ciudad, a un lugar lleno de personas tan extrañas, tan diferentes a lo que conocía? Jamás imaginó que una mujer moderna como ella terminaría atrapada en medio de tanto caos y dolor.

La brisa fresca de la ciudad acariciaba su rostro, envolviéndola en un susurro reconfortante. El viento alzaba sus cabellos, haciéndolos danzar al compás de la corriente. Se cruzó de brazos, contemplando la noche ante ella. No podía negar que la vista era impresionante. La ciudad, con su arquitectura antigua y su luz tenue, parecía cobrar vida bajo el manto estrellado.

Seis años había estado casada con Tapar, y nunca, ni una sola vez, le había mencionado lo maravillosa que podía ser una noche en su ciudad natal. Prácticamente no sabía nada de aquel lugar, de las costumbres, de la gente. Siempre respetó su decisión de no hablar del pasado, de mantener esa parte de su vida en las sombras. Sin embargo, ahora, al verse allí, sola y vulnerable, sentía que algo de esa oscuridad debía conocer. Algo que, tal vez, Tapar nunca quiso compartirle, pero que ahora, con su muerte, la arrastraba irremediablemente hacia un mundo que no comprendía.

La mesa de la sala de la residencia Vaughn estaba elegantemente adornada. Los platillos decorados con esmero mostraban el delicioso menú de esa noche, sus aromas flotando en el aire. Elara caminó lentamente, atravesando el umbral de la sala, y notó cómo la mirada fija y llena de ira de la mujer la seguía atentamente, como si no pudiera permitir que nada la distrajera de observarla.

—Siéntate… hay asuntos que debemos tocar —dijo la mujer con voz firme, señalando una silla a su costado, a una distancia prudente. Elara se sentó sin oponer resistencia, esperando que la mujer comenzara a hablar.

—Buen provecho —dijo el mismo hombre que había sugerido antes que descansara. Tomó asiento frente a ella, pero sin mirarla demasiado, como si todo fuera una formalidad más.

Poco después, una tercera persona se acercó para tomar su lugar en la mesa. Era una mujer elegante, con una postura impecable, pero había algo en sus ojos que traicionaba su compostura, tristeza. La mirada de la mujer reflejaba un pesar profundo, como si estuviera atrapada en su propio dolor.

Un segundo joven se unió al grupo, acercándose con pasos firmes para tomar asiento cerca de Elara. Este, más joven que el anterior, tenía una mirada penetrante, que parecía calarla hasta los huesos.

—Ya que estamos todos… pongo a tu disposición este documento. Debes firmarlo —dijo la mujer, mientras Luz se acercaba con un sobre marrón en las manos, dejándolo en frente de Elara.

Ella lo miró por un momento, sintiendo la pesadez del ambiente. Con cautela, tomó el sobre, rompiendo el sello y deslizándolo hacia adentro. Al abrirlo, se sorprendió al ver lo que contenía,  un poder. Uno con el que renunciaría a todos los patrimonios que su hijo pudiera tener en esa tierra.

—Fírmalo… y luego puedes irte a tu país —añadió la mujer, su voz tan fría como la mirada que ahora le dirigía.

Elara observó el documento, con la mente abrumada por el peso de la decisión que se le exigía. Un suspiro escapó de sus labios, pero no podía evitar la sensación de estar atrapada en un juego cuyo desenlace ya estaba escrito.

—¿Qué es esto? ¿Qué les hace pensar que estoy detrás de la fortuna de su familia? —preguntó Elara, observando a la mujer directamente, con la mirada fija, buscando respuestas. La tensión en la sala se hizo palpable, mientras Kaya y Zahir desviaban las miradas de manera disimulada, como si intentaran evitar el peso de la confrontación.

Lo cierto es que era una extraña en medio de la aquella familia.

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