Su mano, temblorosa, se posó sobre su vientre en un gesto instintivo.
Una lágrima silenciosa cayó sobre su piel, seguida de otra y otra más. El mismo día en que le notificaron la muerte de su esposo, también había recibido otra noticia, estaba embarazada. La ironía de la vida le resultaba cruel. Saber que aquel hijo jamás conocería a su padre le oprimía el pecho de una manera insoportable.
Unos gritos interrumpieron sus pensamientos, haciéndola levantar bruscamente la cabeza. Su corazón latió con fuerza mientras se ponía de pie y caminaba hasta la puerta que conectaba con un balcón. Con cautela, la abrió y se asomó.
Abajo, una multitud se había congregado en el patio principal de la residencia. A la luz de las antorchas y los faroles, los rostros de los presentes reflejaban pesar, pero también algo más profundo… rabia contenida. En el centro de todo, el ataúd de Tapar Vaughn reposaba sobre una plataforma, rodeado por figuras vestidas de negro.
La madre de su esposo se encontraba al frente, imponente, con una mano apoyada sobre el cajón de madera oscura. Su voz resonó con fuerza en la noche, cortando el aire como un filo de navaja.
—Hoy despediremos a mi hijo, Tapar Vaughn, con el respeto que se merece… —su mirada se endureció y su tono se tornó aún más severo —Pero también exijo encontrar al culpable de su muerte. ¡Vengaremos la muerte de un Vaughn!
Un rugido de aprobación emergió de la multitud. Entonces, un hombre vestido de negro alzó su arma y apuntó al cielo.
Elara apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de escuchar el estruendoso disparo que rompió el silencio de la noche. Su cuerpo se estremeció de terror y, por puro instinto, se apartó del balcón, refugiándose detrás de las paredes. Un grito involuntario escapó de sus labios mientras su espalda chocaba contra la fría superficie de piedra.
Su respiración estaba descontrolada, su mente aún procesando lo que acababa de presenciar. No era solo una despedida. Era una declaración de guerra. Y ella, lo quisiera o no, estaba atrapada en medio de ella.
¿Qué significaba vengar la muerte de su marido? Elara se lo preguntaba una y otra vez, sin encontrar respuesta. ¿Estaba haciendo lo correcto al haber venido a esta ciudad, a un lugar lleno de personas tan extrañas, tan diferentes a lo que conocía? Jamás imaginó que una mujer moderna como ella terminaría atrapada en medio de tanto caos y dolor.
La brisa fresca de la ciudad acariciaba su rostro, envolviéndola en un susurro reconfortante. El viento alzaba sus cabellos, haciéndolos danzar al compás de la corriente. Se cruzó de brazos, contemplando la noche ante ella. No podía negar que la vista era impresionante. La ciudad, con su arquitectura antigua y su luz tenue, parecía cobrar vida bajo el manto estrellado.
Seis años había estado casada con Tapar, y nunca, ni una sola vez, le había mencionado lo maravillosa que podía ser una noche en su ciudad natal. Prácticamente no sabía nada de aquel lugar, de las costumbres, de la gente. Siempre respetó su decisión de no hablar del pasado, de mantener esa parte de su vida en las sombras. Sin embargo, ahora, al verse allí, sola y vulnerable, sentía que algo de esa oscuridad debía conocer. Algo que, tal vez, Tapar nunca quiso compartirle, pero que ahora, con su muerte, la arrastraba irremediablemente hacia un mundo que no comprendía.
La mesa de la sala de la residencia Vaughn estaba elegantemente adornada. Los platillos decorados con esmero mostraban el delicioso menú de esa noche, sus aromas flotando en el aire. Elara caminó lentamente, atravesando el umbral de la sala, y notó cómo la mirada fija y llena de ira de la mujer la seguía atentamente, como si no pudiera permitir que nada la distrajera de observarla.
—Siéntate… hay asuntos que debemos tocar —dijo la mujer con voz firme, señalando una silla a su costado, a una distancia prudente. Elara se sentó sin oponer resistencia, esperando que la mujer comenzara a hablar.
—Buen provecho —dijo el mismo hombre que había sugerido antes que descansara. Tomó asiento frente a ella, pero sin mirarla demasiado, como si todo fuera una formalidad más.
Poco después, una tercera persona se acercó para tomar su lugar en la mesa. Era una mujer elegante, con una postura impecable, pero había algo en sus ojos que traicionaba su compostura, tristeza. La mirada de la mujer reflejaba un pesar profundo, como si estuviera atrapada en su propio dolor.
Un segundo joven se unió al grupo, acercándose con pasos firmes para tomar asiento cerca de Elara. Este, más joven que el anterior, tenía una mirada penetrante, que parecía calarla hasta los huesos.
—Ya que estamos todos… pongo a tu disposición este documento. Debes firmarlo —dijo la mujer, mientras Luz se acercaba con un sobre marrón en las manos, dejándolo en frente de Elara.
Ella lo miró por un momento, sintiendo la pesadez del ambiente. Con cautela, tomó el sobre, rompiendo el sello y deslizándolo hacia adentro. Al abrirlo, se sorprendió al ver lo que contenía, un poder. Uno con el que renunciaría a todos los patrimonios que su hijo pudiera tener en esa tierra.
—Fírmalo… y luego puedes irte a tu país —añadió la mujer, su voz tan fría como la mirada que ahora le dirigía.
Elara observó el documento, con la mente abrumada por el peso de la decisión que se le exigía. Un suspiro escapó de sus labios, pero no podía evitar la sensación de estar atrapada en un juego cuyo desenlace ya estaba escrito.
—¿Qué es esto? ¿Qué les hace pensar que estoy detrás de la fortuna de su familia? —preguntó Elara, observando a la mujer directamente, con la mirada fija, buscando respuestas. La tensión en la sala se hizo palpable, mientras Kaya y Zahir desviaban las miradas de manera disimulada, como si intentaran evitar el peso de la confrontación.
Lo cierto es que era una extraña en medio de la aquella familia.
La mujer no mostró signos de flaquear ante su mirada desafiante. Su expresión seguía siendo fría y distante.—Si no es así... fírmalo de una vez y vete de aquí —respondió con tono seco y autoritario, sin una pizca de empatía.Elara sintió cómo la devoción de esa familia por su propio honor, mezclada con el enojo que hervía en su interior, la consumía lentamente. El peso de la injusticia era abrumador. Sus manos temblaron por un momento, pero la sensación de impotencia la empujó a actuar. Sin más palabras, tomó el lapicero con firmeza y firmó el documento, sin reparos, como si lo hiciera por obligación, no por elección.—Listo, señora... ahora, si me disculpan, me retiraré a descansar —dijo Elara, con la voz un poco más baja, pero cargada de una determinación que no había sentido antes.No esperaba una respuesta, y no la recibió. La mujer simplemente asintió, mientras Elara se levantaba de la mesa, con la sensación de que había perdido algo más que su dignidad en ese instante.—Madre..
Los presentes se apartaban a su paso, algunos la miraban con curiosidad, otros con desaprobación, pero ninguno con simpatía. La atmósfera se volvía cada vez más densa a medida que avanzaba por el cementerio.Las miradas de la familia Vaughn se clavaban en ella como dagas invisibles, observándola con recelo y desdén. En especial la mirada de la madre de Tapar, que no podía ocultar el odio. Sus ojos parecían arder con rencor, como si su sola presencia fuera una afrenta para todo lo que representaba la familia Vaughn. Elara sentía el peso de esa mirada implacable, de la condena silenciosa de esa mujer que no la aceptaba como parte de su mundo.A lo lejos, entre los susurros de los asistentes y las oraciones que resonaban en el aire, Elara se agachó lentamente para despedirse de su esposo por última vez. A medida que sus dedos tocaban el borde del féretro, el dolor la envolvía, pero también la sensación de ser una extraña en un lugar que nunca la aceptó. Sin embargo, no podía dar marcha a
Kaya pasó a ser el líder de las tierras de Vaughn cuando la tragedia golpeó a la familia, y no iba a permitir que nada, absolutamente nada, volviera a arrancarle un familiar. Los protegería a toda costa. Frente a Elara estaba aquel hombre firme, erigiéndose como una barrera humana entre ella y el peligro.—Bajen las armas… Madre, diles a nuestros hombres que las bajen —ordenó con voz elevada, desesperado por la tensión del momento en el que todos estaban atrapados.—Los mataré a todos… Si mi Cihan no es el líder, tus hijos tampoco lo serán —amenazó la mujer, su mirada encendida por la ira.Elara cerró los puños con fuerza, conteniendo la furia que le quemaba por dentro. Sus ojos recorrieron el escenario que se desarrollaba ante ella, una disputa por el liderazgo de una familia que aún lloraba a su difunto heredero. Exhaló profundamente antes de dar un paso adelante.—Basta. Es inaudito que en el entierro de mi esposo actúen de esta manera. Señora… si quiere disparar, hágalo de una vez
Kadir la tomó en brazos con firmeza mientras Mustafá abría paso entre la gente.—Llévenla al médico —ordenó Kaya con urgencia al ver la escena.Sin más demora, los hombres se apresuraron a sacar a Elara de allí. En ese momento, no importaban las órdenes de Zoe Vaughn ni el resentimiento de la familia. La prioridad era salvar a aquella mujer que, a pesar de todo, aún llevaba en su vientre un legado Vaughn sin que las familia de sus difunto esposo lo supieran.Kaya entró al hospital con pasos firmes, llevando a Elara en brazos. Su rostro, normalmente impasible, reflejaba una mezcla de tensión y urgencia. La mujer en sus brazos estaba pálida, su respiración entrecortada, y su cuerpo apenas respondía.—¡Necesito un médico, ahora! —exigió con una voz autoritaria que resonó en el vestíbulo del hospital.Las enfermeras, sorprendidas por la presencia imponente de Kaya y sus hombres, reaccionaron de inmediato. Una camilla fue traída apresuradamente, y con sumo cuidado, Kaya depositó a Elara so
Luego, sin previo aviso, se acercó un poco más a la cama.—Elara… hay algo que debes saber —su tono era serio, casi solemne.Elara frunció el ceño, notando el peso de su voz.—¿Qué cosa?Kaya guardó silencio por un momento antes de soltar las palabras con firmeza:—Estás embarazada.Elara desvió la mirada hacia el techo, sintiendo el peso de las palabras de Kaya caer sobre ella como un golpe seco. No parecía sorprendida ni confundida. Solo suspiró con resignación.—Lo sabía —admitió en voz baja.Kaya frunció el ceño, entrecerrando los ojos con incredulidad. Dio un paso hacia la cama, cruzándose de brazos.—¿Desde cuándo? —preguntó con un tono cortante.Elara tragó saliva antes de responder.—Desde hace unas semanas… Antes de venir aquí ya lo sospechaba, pero lo confirmé poco después de llegar.El líder de los Vaughn apretó la mandíbula, sintiendo una mezcla de ira y frustración.—¿Y por qué demonios no dijiste nada? —espetó, su voz subió un poco, pero no lo suficiente para considerars
—Madre, basta —intervino Kaya, con un tono que advertía que no estaba dispuesto a discutir —No voy a poner en riesgo su vida solo porque tú lo desees.Zoe soltó una risa amarga, cruzándose de brazos.—¿Riesgo? No me hagas reír, Kaya. Esa mujer no es más que una extraña para nuestra familia. No es una Vaughn, y jamás lo será.Elara sintió cómo su corazón se encogía ante esas palabras, pero no mostró debilidad. Sabía que la madre de Kaya la despreciaba, pero escucharlo en voz alta seguía siendo un golpe difícil de ignorar.—Se quedará aquí hasta que se recupere —sentenció Kaya con firmeza —Y eso no está en discusión.Zoe lo fulminó con la mirada, pero al ver la determinación en los ojos de su hijo, supo que no iba a ceder.—Esto es un error —escupió la mujer, girándose con furia antes de marcharse, dejando una tensión insoportable en el aire.Elara exhaló lentamente, sintiendo el peso del enfrentamiento sobre sus hombros. No estaba segura de cuánto más podría soportar, pero una cosa era
Algunos eran prisioneros de alto perfil que, por alguna razón, se habían alineado con Darius en este contexto, pues sabían que su lealtad les otorgaría beneficios de supervivencia. Sin embargo, a pesar de estar rodeado de hombres de dudosa moralidad, Darius se mantenía firme, calculando sus movimientos con una mente tan afilada como siempre.El despacho improvisado que le habían asignado en la prisión estaba lejos de ser un lugar cómodo, pero Darius se encontraba en su elemento. Desde allí, enviaba órdenes a su red de contactos, transmitiendo instrucciones precisas para que se cumplieran al pie de la letra. Para él, la cárcel no era una prisión, sino un campo de batalla en el que su mente seguía siendo su arma más poderosa. Los barrotes y el concreto no podían confinar su voluntad.A pesar de las limitaciones físicas del lugar, Darius había logrado mantener el control sobre sus aliados fuera de la prisión. Cada llamada que hacía, cada mensaje que enviaba, encontraba un canal y alguien
La azafata invitó a Elara Vaughn a salir del avión con una sonrisa educada, pero distante. Elara asintió en silencio, sintiendo el peso de la incertidumbre aferrarse a su pecho. Se puso de pie con cuidado, dejando que el vestido largo y tableado cayera en su lugar. Alisó la tela con manos temblorosas, tratando de disimular el temblor que la traicionaba. Cada paso hacia la salida la acercaba a un destino incierto, a un mundo que no conocía, pero que pronto descubriría que nunca la dejaría ir.Elara descendió lentamente por la escalera del avión, sintiendo cómo el aire frío de la noche le erizaba la piel. Sus manos aún temblaban, aunque intentó ocultarlo al sujetarse con elegancia del pasamanos metálico. Sus tacones resonaron contra los escalones, un eco sordo que se mezclaba con el murmullo lejano del aeropuerto. Con cada paso, su respiración se volvía más contenida, más tensa, como si su propio cuerpo supiera que algo estaba a punto de cambiar para siempre.Cuando finalmente puso pie