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La Herencia del PECADO
La Herencia del PECADO
Por: Francis Wil
Capítulo 1 —El ultimátum

Capítulo 1El ultimátum

Narrador:

La voz de Elena resonaba en la mente de Maya como un eco persistente, cargado de urgencia y preocupación.

—Maya, tu padre está muy mal. Los médicos no creen que dure más de unos días —le había dicho su madre adoptiva, con los ojos húmedos y la voz quebrada —Liam se niega a venir. Tú eres la única que puede convencerlo.

Maya había intentado esquivar el peso de esas palabras, pero la mirada de Elena la mantenía anclada a la realidad.

—Hace años que no hablo con él, mamá... No sé si siquiera me escuchará.

—Hija, siempre te ha escuchado. Tú y él tenían un vínculo especial, incluso cuando las cosas se complicaron. Aunque haga tiempo que no hablan, sé que lo hará ahora. Necesito que lo convenzas, a como dé lugar.

Desde que los padres de Liam habían adoptado a Maya, ella había sido cercana a él. Habían compartido secretos, sueños y risas que parecían indestructibles. Pero todo eso se había desmoronado tras aquel acontecimiento que los distanció para siempre. Ahora, sin embargo, debía pensar en su padre adoptivo, en el hombre que le había dado un hogar cuando no tenía nada. Ella sentía como su corazón se desgarraba sabiendo que pronto moriría. Sabía que tendría que dejar atrás los fantasmas del pasado y priorizar su responsabilidad como hija y hermana. Pero una parte de ella temía que Liam no pudiera hacer lo mismo. Ese conflicto, esa línea borrosa entre lo que sentía como mujer y lo que debía hacer como familia, la estaba ahogando. No tenía opción, debía reunir el valor para enfrentarlo, aunque el precio fuera su propia paz. Maya temblaba al cruzar las puertas de cristal de la oficina principal. El edificio, con sus lujosos acabados de mármol y vidrio, la hacía sentir insignificante. Las miradas de los empleados apenas se levantaron de sus escritorios. Era evidente que nadie quería interrumpir al jefe, Liam Kane, cuando estaba de mal humor, algo que, según los rumores, sucedía casi a diario. Había pasado horas practicando lo que diría, ensayando las palabras frente al espejo, repitiéndolas hasta que parecieran creíbles. Pero ahora, frente al despacho de Liam, las palabras se le escapaban como arena entre los dedos. Inspiró profundamente, con los ojos cerrados, intentando reunir el valor que le faltaba. Sus nudillos tocaron la puerta con un golpeteo que parecía demasiado débil para alguien en su posición.

—Adelante.

La voz de él era un cuchillo afilado, cortante y preciso. Maya empujó la puerta, sintiendo que cruzaba un umbral del que no podría regresar. Cerró tras de sí con un clic seco, como el sonido de una trampa cerrándose. Liam estaba de pie junto al ventanal, con la ciudad extendiéndose bajo él como un imperio que parecía poseer. Vestía un traje oscuro que resaltaba la línea de sus hombros y la firmeza de su postura. Sus manos estaban metidas en los bolsillos, y su perfil era el de un hombre que había aprendido a ser impenetrable. Cuando se giró para verla, sus ojos, fríos y calculadores, se clavaron en los de ella como una lanza. Maya sintió un nudo en la garganta. Ese no era el Liam que había conocido de niños, el que la había protegido en el colegio de las burlas, el que le había contado sus sueños de ser algo más que el heredero de su padre. Este Liam era un extraño.

—¿Tú aquí? Aunque no debería sorprenderme, en relidad te estaba esperando —dijo él, cruzándose de brazos. Su voz era baja, pero cargada de tensión —Seguro te enviaron de emisaria para tratar de convencerme de algo que no haré.

Maya tragó saliva y alzó la barbilla, aunque por dentro se sentía como una niña asustada.

—Papá empeoró anoche —dijo, su voz apenas un susurro —No tengo tiempo para tus juegos, Liam. Necesito que vengas a casa.

Él soltó una carcajada seca, desprovista de humor, tan cortante que Maya sintió que el suelo se tambaleaba bajo sus pies.

—¿Te enviaron a negociar? —replicó con sarcasmo, sus ojos brillando con una mezcla de burla y desafío.

—No estoy aquí para negociar —replicó ella, intentando mantener la calma mientras su corazón latía desbocado —Esto es por nuestro padre, somos familia, Liam, por favor.

Liam dio un paso hacia ella, acortando la distancia. Su presencia era sofocante, como si llenara todo el espacio. Sus ojos, de un gris glacial, se clavaron en los de Maya con una intensidad que la hizo retroceder un paso instintivamente.

—¿Somos familia? —repitió, su tono lleno de burla —Creí que habías dejado claro hace años que no querías tener nada que ver conmigo.

El comentario le golpeó como una bofetada, pero Maya no iba a dejar que él lo notara. No ahora.

—Liam, no se trata del pasado. Luego, si quieres, puedes no volver a hablarme, pero papá… podría morir —dijo, su voz quebrándose a pesar de sus esfuerzos por mantenerse firme —Te lo ruego, haz esto por él, por mamá, hazlo por ti.

Un destello cruzó el rostro de él, algo entre dolor y furia, pero desapareció tan rápido como había llegado. Liam ladeó la cabeza, observándola como si tratara de descifrar un acertijo.

—Hazlo por ti… —repitió en voz baja, probando el sabor de esas palabras. Entonces, sus labios se curvaron en una sonrisa vacía, carente de calidez —No. No funciona así, Maya. —El silencio que siguió fue espeso como humo. Maya sintió que cada segundo se alargaba como una eternidad, y cuando él finalmente habló, sus palabras cayeron como un golpe. —Acepto ir, pero hay una condición.

Maya frunció el ceño, desconfiada. Su instinto le gritaba que corriera, pero sus pies parecían anclados al suelo.

—¿Qué condición?

Liam dio un paso más hacia ella, hasta que el aire entre ambos era casi inexistente. Su voz se volvió un murmullo, pero su tono era implacable.

—Que te conviertas en mi amante. Aquí, ahora, hasta que yo decida que esto termine.

El aire pareció desaparecer de la habitación. Maya lo miró, incrédula, esperando que él se retractara, que dijera que era una broma cruel. Pero Liam no se movió, no parpadeó. Era como si la desafiara a negarse.

—Eso es absurdo, te volviste loco si crees que aceptaré

Liam sonrió, pero era una sonrisa helada, sin rastro de humanidad.

—Tal vez. Pero esas son mis condiciones. Piénsalo, Maya. Tienes hasta mañana para decidir.

Maya sintió una oleada de indignación mezclada con impotencia. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero se negó a dejar que él la viera llorar. Dio un paso hacia él, cerrando la brecha entre ambos, y lo miró directamente a los ojos.

—Eres un monstruo —dijo, su voz temblando de rabia —¿Cómo puedes ser tan cruel? Esto no tiene nada que ver contigo, Liam. Es sobre nuestro padre.

—Es mi padre, no el tuyo. —Liam apretó los dientes, y por un instante su máscara de frialdad pareció resquebrajarse —Aun así ese hombre que me ignoró toda la vida, solo me veía como una herramienta más para su legado. No voy a mover un dedo por él, y mucho menos gratis.

Maya sintió que el peso de sus palabras la aplastaba, pero no iba a rendirse. No podía.

—Esto no se trata de ti, Liam. Ni siquiera de él. Es sobre lo que es correcto. Lo que queda de nuestra familia...

Liam se quedó en silencio por un momento, como si estuviera considerando sus palabras. Luego, su expresión se endureció.

—Lo que queda de nuestra familia murió hace años. Ahora, la decisión es tuya. Tómalo o déjalo.

Cuando Maya salió de la oficina, se sintió como si hubiera estado peleando una guerra y perdido. Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas tan pronto como se cerró la puerta detrás de ella. Sabía que no tenía opción. Por mucho que odiara a Liam en ese momento, su padre necesitaba verlo. Y Maya haría cualquier cosa por su familia, incluso si eso significaba perderse a sí misma en el proceso. Al día siguiente, cuando volvió a enfrentarse a Liam, ya no era la misma. Había llorado, había maldecido, pero también había tomado una decisión. Esta vez, cuando cruzó la puerta, no vaciló. Liam levantó la vista de sus papeles al verla entrar y arqueó una ceja, con una chispa de diversión bailando en sus ojos.

—¿Entonces?

Maya respiró profundamente. Su voz, cuando habló, era firme, aunque por dentro se sentía quebrada.

—Acepto.

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