Enzo estaba tirado en el sofá de aquel apartamento que no sentía suyo. Las cortinas estaban cerradas, sumiendo la estancia en una penumbra opresiva. A su alrededor, el desorden reflejaba su estado de ánimo: botellas medio vacías en la mesa de centro, ropa desparramada, su teléfono vibrando insistentemente sin que él hiciera el más mínimo esfuerzo por responder. No quería hablar con nadie, no quería escuchar consejos ni palabras de consuelo. Lo único que hacía era revivir una y otra vez cada maldita conversación con Brooke, cada mirada llena de dolor y decepción en sus ojos.Suspiró pesadamente, pasándose una mano por el rostro. Estaba agotado, física y emocionalmente. El nudo en su garganta no desaparecía, la opresión en su pecho solo se hacía más fuerte con cada segundo que pasaba. Cerró los ojos, intentando convencerse de que no importaba, de que todo esto era lo mejor para ambos, pero no podía. La ausencia de Brooke lo estaba destrozando.El sonido de su teléfono vibrando nuevament
El amanecer se filtró a través de las cortinas del hospital, pintando la habitación con un tono dorado y tenue. Enzo no había cerrado los ojos en toda la noche. Se había quedado allí, sentado en la sala de espera, con la cabeza apoyada contra la pared, las piernas extendidas y los pensamientos consumiéndolo.Cada vez que alguien salía o entraba de urgencias, su corazón se detenía un instante, esperando recibir noticias. Pero la noche pasó sin cambios. Y ahora, con los primeros rayos del sol, el médico apareció de nuevo.—Señor Lombardi —llamó con voz firme, captando su atención de inmediato. Enzo se puso de pie de un salto—. Hemos evaluado a la señorita Seller...—Lombardi, su apellido es Lombardi. Es mi esposa. —interrumpió sin importarle nada. El médico lo observó con una ceja alzada y prosiguió con lo suyo. —Como le decía; ha respondido bien al tratamiento y su estado es estable. Puede verla ahora, pero solo unos minutos.El alma de Enzo volvió a su cuerpo con esa última frase. Si
El sonido rítmico de las máquinas acompañaba la respiración pausada de Brooke. Poco a poco, fue saliendo de la oscuridad en la que estaba atrapada, sintiendo primero el peso de sus párpados y luego un leve hormigueo en sus extremidades. Todo le parecía un sueño borroso hasta que un débil quejido escapó de sus labios. El médico, que revisaba su estado en una tabla, alzó la vista en el instante en que los monitores indicaron un cambio en su actividad. —Señora Lombardi, ¿puede oírme? —preguntó con voz tranquila mientras se acercaba a la cama. Brooke intentó responder, pero su garganta estaba seca. Se humedeció los labios y asintió débilmente. —Bienvenida de vuelta —dijo con una sonrisa profesional—. Me alegra que hayas despertado. —¿Qué me pasó? —preguntar eso le dolió, su garganta estaba tan seca que hablar dolía demasiado. —Ha pasado por un accidente, pero está estable. Lleva dos días aquí. Los recuerdos golpearon su mente con fuerza. El impacto, el miedo, el dolor punzante. Tra
El hospital se sumió en un caos absoluto cuando una de las enfermeras entró a la habitación de Brooke para realizar una revisión de rutina y descubrió que la cama estaba vacía. Al principio, pensó que quizás la habían trasladado a otra sala sin ser informada, pero al revisar el sistema, su nombre seguía registrado en la misma habitación. La incertidumbre rápidamente se convirtió en alarma, y sin perder más tiempo, la enfermera activó el protocolo de emergencia para la desaparición de pacientes.Las alarmas sonaron en todo el hospital, y en cuestión de minutos, el personal médico y de seguridad se encontraba recorriendo los pasillos en busca de alguna pista. Se cerraron todas las salidas y se activó la revisión de cámaras de seguridad. Cuando las imágenes comenzaron a revelarse, la conmoción se transformó en horror.En la pantalla, se veía claramente cómo Gabriel entraba a la habitación de Brooke. Luego, Alessia caía al suelo tras ser atacada, y poco después, Alessandra entraba con pas
La cabaña se alzaba imponente en medio de la nada, oculta entre los árboles de un bosque denso y silencioso. Construida en madera oscura y con ventanales cubiertos por gruesas cortinas, era el escondite perfecto para alguien que no quería ser encontrado. La señal era prácticamente inexistente, y las carreteras que llevaban hasta allí eran poco transitadas, lo que hacía casi imposible su ubicación mediante rastreo tecnológico. Gabriel detuvo la camioneta en la parte trasera de la cabaña y apagó el motor. Su mirada era calculadora mientras analizaba los alrededores. Alessandra, sentada a su lado, sonrió con autosuficiencia. Todo estaba saliendo como lo había planeado. Se giró para observar a las dos mujeres inconscientes en la parte trasera del vehículo. —Ayúdame a bajarlas —ordenó con frialdad. Gabriel asintió y salió del auto. Primero tomó a Alessia, cargándola sobre su hombro sin ningún esfuerzo, y la llevó al interior de la cabaña. La habitación donde las dejarían era pequeña, con
El hospital era un hervidero de actividad mientras la policía revisaba cada pista disponible. Enzo no podía quedarse quieto; caminaba de un lado a otro con los puños apretados, la mandíbula tan tensa que parecía que iba a romperse. La imagen de Brooke siendo arrastrada fuera del hospital lo quemaba por dentro. No podía permitirse perderla, no de nuevo.—Se esfumaron —gruñó uno de los agentes de la policía, revisando las cámaras de tráfico—. No aparecen en ninguna de las grabaciones de las calles cercanas.—¡Entonces busquen mejor! —rugió Enzo, golpeando la mesa con el puño—. No pueden haberse evaporado. ¡Tienen que estar en algún maldito lugar!Sophie y Matthew estaban junto a él, ambos igual de desesperados. Sophie intentaba comunicarse con cualquier persona que pudiera darles información, mientras Matthew discutía con otro oficial sobre posibles rutas de escape.—Podrían haber salido en un vehículo sin placas —dijo Matthew, tratando de pensar racionalmente—. O cambiaron de coche en
El amanecer trajo consigo un aire helado y opresivo en la cabaña. Brooke abrió los ojos sintiendo el cuerpo adolorido por la incómoda postura en la que había dormido. La luz tenue se filtraba por la única ventana, proyectando sombras alargadas en las paredes de madera. A su lado, Alessia permanecía en silencio, con la mirada fija en el suelo, pensativa.La puerta se abrió con un chirrido. Gabriel entró con pasos pesados, con el cabello despeinado y los ojos enrojecidos. Su expresión delataba agotamiento, pero también algo más: desesperación.—Brooke… —su voz era apenas un susurro quebrado—. ¿Podemos hablar?Brooke alzó la vista y lo miró con frialdad. No dijo nada, pero el desprecio en sus ojos era suficiente respuesta.Gabriel avanzó un par de pasos, acercándose con cautela, como si temiera que ella lo rechazara antes de siquiera hablar.—No quería que las cosas fueran así —continuó, pasándose una mano por el rostro—. Todo esto… no es lo que imaginé. Solo quería estar contigo… que me
Alessandra caminaba de un lado a otro en la suite, con el teléfono en la mano y los latidos retumbando en sus oídos. Sabía que su tiempo se estaba agotando. Gabriel era un desastre, incapaz de seguir sus instrucciones sin dejarse llevar por sus emociones. Y Brooke... Brooke estaba logrando desestabilizarlo, algo que no estaba en sus planes.Tenía que contactar a Enzo. Si lograba negociar con él, podría sacar algo de todo este caos. Marcó su número con manos temblorosas, pero justo cuando iba a presionar el botón de llamada, sintió un golpe seco en la nuca. Un dolor agudo explotó en su cabeza antes de que todo se volviera negro.Cuando despertó, se encontraba en una sala lujosa pero fría, decorada con un refinamiento que no mitigaba la sensación de peligro. Las lámparas emitían una luz cálida, pero la tensión en el ambiente lo volvía todo gélido. Vincenzo estaba frente a ella, recostado con aire indolente en un sillón de cuero, un cigarro entre los dedos y una sonrisa cínica curvando s