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Capítulo sesenta. Son como el día y la noche

Son como el día y la noche

Silencio.

El silencio fue lo único que le siguió a la pregunta de Arturo Montecarlo, si un alfiler hubiese caído al piso en ese momento, él estaba seguro de que habría sido un sonido estrepitoso.

América tembló, cerró los ojos y dejó que sus lágrimas corrieran libremente por su rostro, bajó la mirada incapaz de hablar.

Sin embargo, Arturo ya no quería más silencios en su vida, su familia estaba llena de ellos y ninguno condujo a nada bueno.

—Dime la verdad, América —pidió empezando a temer lo peor.

América levantó la mirada.

—Sí, lo es.

El cuerpo de Arturo tembló.

—¿Dónde está?

—Muerta.

Arturo tragó el nudo que se había formado en su garganta.

—¿Muerta?

—Sí, murió al nacer, ni siquiera pude verla, no teníamos cómo pagar los gastos del hospital, la niña fue sepultada en una fosa común.

El magnate se apartó de América.

—¿Cómo que no la viste?

—La enfermera recomendó que no le dijéramos a Leticia que había dado a luz a gemelas, mi hija estaba muy mal por lo ocu
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