¿A quién le dan pan que llore? «¿Quieres saber que llevo debajo del vestido?»«Nada»Arturo no podía dejar de pensar en las palabras de Paula, ¿no llevaba nada debajo del vestido?¡Era imposible! ¡Impensable!Sin embargo, Arturo no tenía la seguridad de que Paula hubiese estado bromeando al respecto y sin poder evitarlo evocó la imagen de su esposa mientras se acariciaba, ¡Se estaba dando placer así mismo como si fuera un jodido adolescente!«¡Estás jodido! ¡Jodido, jodido!», le gritó su conciencia.Arturo hizo caso omiso y continuó hasta correrse en honor de su esposa, esta era la segunda vez que lo hacía.«La segunda de muchas, ella va a castigarte por tu brillante acuerdo de castidad», incordió de nuevo su conciencia.Arturo gruñó bajo la ducha, no había nada que pudiera hacer para remediar la situación a menos que… ¿Y si la conquistaba?Era una brillante idea, hasta que recordó que él se había casado con el fin de no enamorarse…A la mañana siguiente, Paula entró sigilosamente a
Pequeña diabla Arturo se perdió en los labios de Paula, dejó que el calor inundara su ser como hacía tiempo no le sucedía. El magnate quería más que un beso, quería fundirse en el calor de Paula, hacerla suya… —¡Auch! —gimió bajito. La diabla lo había mordido… —Te dije que no te aprovecharas —le susurró Paula en medio de una hermosa sonrisa. ¿Cómo era que los demás no la escuchaban hablar? —Paula… La muchacha se giró para ver a su abuela, los colores se le subieron al rostro al darse cuenta de cómo debió verse ese beso para ella. Urgido, necesitado… —Lo siento, abuela —se disculpó Paula con rapidez. —¡Mis papitos se aman! ¿No es genial abuelita? —preguntó Alejandro interrumpiendo oportunamente el momento tenso entre los adultos. —Claro que sí, ¿quieres una rebanada de pastel? —preguntó América mientras miraba a Arturo succionar su labio, tenía la impresión de que algo había ocurrido bajo sus narices y no fue capaz de verlo. —¡Sí!, ¿tienes pastel de chocolate? —Alejandro t
Voy a enseñarteArturo entró a la mansión fingiendo una calma que no sentía, su cuerpo estaba enardecido y él no sabía si era por el deseo que corría por cada fibra de su ser o si era el enojo de sentirse burlado. O quizá, y lo más acertado fuese una combinación de ambas, lo que dejaba a Paula en una situación de peligro, él pensaba cobrarse este juego. Aunque también pensaba disfrutarlo y mucho.Un hombre como Arturo, era muy peligroso estando de cacería y ella lo sabía… Había algo en él que deseaba castigarla, pagarle con la misma moneda, provocarla y dejarla con las ganas, tal cual ella lo había hecho con él. Sin embargo, todo el enojo y el ardiente deseo de venganza murió en el momento que el magnate posó los ojos sobre su esposa y su hijo, escuchar el sonido de sus risas le hizo sentir, distinto…Paula jugaba con Alejandro en el jardín.—¡Corre, mamá, pareces una tortuga! —gritó su hijo.Arturo se escondió detrás del follaje para espiarlos en secreto.—¿Cómo me has llamado? —preg
Voy a cuidarteArturo se mesó el cabello, estaba impaciente, desesperado como pocas veces lo había estado en la vida; estar sentado en una dura silla en una sala de espera, sin duda no era como imaginaba que iba a terminar el día, luego de salir de la oficina, dispuesto a darle una lección a Paula.Ahora todo lo que deseaba y anhelaba era saber si ella estaba bien, necesitaba tener la tranquilidad de que su pequeña diabla estaba fuera de peligro.—Es mi culpa —sollozó Alejandro, el niño se negó a quedarse en casa cuando la ambulancia llegó por Paula.—No llores, Alejandro, no fue tu culpa —dijo tratando de escucharse sereno.—Ella me dijo que no podía nadar, yo fui quien le insistió, me ofrecí a ser su profesor y mira cómo terminó, casi muere ahogada —explicó el niño entre lágrimas.—Ella te dijo que no sabía nadar, ¿verdad? —cuestionó.—Sí.—¿Por qué la dejaste sola?Alejandro parpadeó unos segundos.—Fui por un salvavidas al cuarto de limpieza, la puerta se atoró y demoré un poco pa
Maestro de nataciónPaula miró disimuladamente a Arturo, su marido había decidido traer la oficina a la habitación del hospital.—Si tienes algo que decir, solo dilo —dijo sorprendiendo a Paula.—¿Cómo sabes… qué?—Sé qué estás mirándome, Paula —aseguró sin levantar la mirada.Paula se mordió el labio.—Entonces, ¿vas a decirlo? —preguntó.Arturo apartó la mirada de su laptop y presentó real interés a su esposa.—Pienso que exageras, bien pudiste ir a la oficina, y…—Te dije que iba a cuidarte y lo dije muy en serio, Paula. Todo esto ha sucedido por mi culpa —dijo con franqueza.—¿Fuiste tú?Arturo negó.—No, pero de cierta manera te he puesto en esta encrucijada, te juro que no fue esa mi intención.Paula estaba sorprendida, esta era la primera vez que mantenían una conversación decente y era la primera vez que Arturo se culpaba de algo.—¿Estás seguro de que estás bien? —cuestionó Paula.Arturo dejó el sofá y caminó hasta llegar a su lado.—Ahora lo estoy, no sabes el susto que me h
Clases de natación«Prefiero mil veces verte convertida en una diablesa y no convertida en un gatito asustado, no de miedo, Paula… Nunca más».Aquellas profundas palabras persiguieron a Paula por los siguientes días, había intentado no pensar en ellas, de no pensar en él, pero… ¡Era imposible! Arturo terminaba colándose en su mente justo como en ese momento.—¿Mami? —Alejandro tocó el brazo de Paula para llamar su atención.—¿Qué?—Te estoy hablando desde hace un buen rato, mami, pero pareces perdida en otro mundo —apuntó Alejandro.—Lo siento, cariño, lo siento. ¿Qué me decías? —preguntó.—Papá nos esperaba en la alberca, lleva ahí alrededor de una hora, ¿vas a dejarlo plantado? —le cuestionó el pequeño cruzándose de brazos y sentándose a su lado.—Le dije a tu padre que no quería clases de natación, Alex, no es fácil para mí, volver —dijo en un tono bajo.—Tienes que superar tus miedos mami, qué mejor si lo haces al lado de tus dos amores, ¿No?Paula miró a Alejandro.—¿Cómo que dos
Luces en la camaPaula se miró al espejo, llevó los dedos a sus labios e inevitablemente el recuerdo del beso se coló en su memoria. Ese beso había sido… caliente, ella no podía describirlo de otra manera. Incluso estando en la piscina rodeada de agua, había sentido la caliente humedad entre sus piernas.La joven apartó los dedos de sus labios bruscamente, sus mejillas se tiñeron ligeramente de rojo carmesí. Ella estaba segura de que no tenía nada que ver con la vergüenza, pero sí con el deseo que seguía instalado en su cuerpo, su corazón parecía una locomotora descarriada y ella no temía estrellarse, es más, lo estaba deseando.—¡Mamá, ya estoy listo! —el grito de Alejandro la sacó de sus pecaminosos pensamientos.—¡Voy cariño, ahora voy! —exclamó mientras trató de recomponerse y de verse menos deseosa.Paula quiso reírse, estaba perdida por esos dos hombres.«Tienes un hijo y un esposo entregados completamente a cuidarte», Paula recordó las palabras de Arturo.¿Sería verdad que eran
Eres el fuego de mi hoguera«Te prometo que te haré ver luces en la cama»Paula gimió al sentir como su ropa íntima era retirada de su cuerpo, se sintió expuesta y la mirada hambrienta de Arturo le hizo sentir como un filete.—¿Vas a verme o vas a cumplir con tu promesa? —lo retó, ella estaba inquieta, su coño palpitaba, sus jugos habían convertido su nido en un charco.Paula arqueó la espalda, ofreciéndose, como un delicioso y apetecible banquete, como si fuese un tributo de guerra.Arturo dejó escapar un fuerte y ronco gemido, bajó sobre los labios de Paula y la tomó en un feroz y ardiente beso que Paula no tuvo ninguna dificultad en corresponder.Ambos estaban dominados por el deseo y la pasión salvaje que sentía al querer consumar su relación.El placer corrió como pólvora por cada rincón de sus cuerpos, consumiéndose en su pasión.Paula gimió al sentir los dedos de Arturo deslizarse por sus redondos y perfectos pechos. La húmeda lengua de su marido golpeó su pezón haciendo que su