II - Esposa

La descripción de Víctor no le había hecho justicia en absoluto a la belleza de la mujer que tenía enfrente. Era pequeña, era delgada también, pero además, su cabello parecía el de una diosa, tan negro como la obsidiana. El primer pensamiento de Alecksander al verla fue curiosidad sobre cómo se vería transformada. Y era su rostro delicado, de rasgos finos y labios gruesos, las mejillas de un tono rosado suave que combinaban perfecto con sus ojos de color azul cielo. En ese momento no parecían tan calculadores, sino más bien asustados. Y luego ella bajó la mirada de nuevo.

—Toma mi mano —le dijo, el brazo de ella se movió instintivamente y sus manos se juntaron. 

La levantó del suelo porque ahora debían proseguir la ceremonia juntos. Nunca pensó que la elección de su padre sería tan acertada de acuerdo a sus gustos, tampoco imaginó que con la escasez de familias con linaje puro, encontraran a una mujer tan adecuada en edad y apariencia para él. Así que no se estaba sintiendo desdichado al desposarla, pero la mano de ella temblaba en la suya y parecía estar conteniendo la respiración. La miró de nuevo, cuando la sacerdotisa se paró frente a ellos con el cuenco y la daga en las manos, y supo que estaba asustada. Pero antes de que pudiera hacer algo, la ceremonia continuó.

Se colocaron frente a frente, con las manos juntas, mientras la sacerdotisa decía las oraciones de unión. Él se dedicó a apretar sus delicadas manos temblorosas. Tenía tantas preguntas que hacerle, tantas cosas por saber y conocer. Quería saber de su hogar, de su familia, en qué le gustaba ocupar su tiempo y cómo le parecía mejor malgastarlo. Tal vez podría llevarla correr en la noche, en el bosque, cazar para ella y sentirse orgulloso. Pero ella tenía la mirada baja y parecía perdida en cualquier lugar lejano. 

Cuando dijeron los votos en conjunto, apenas escuchaba su voz ahogada. Pidieron el favor de los dioses, la compañía de sus ancestros y el consejo de los sabios. Se prometieron lealtad, respeto y compresión y otras cosas que no tenían un significado real en ese momento. La escuchó jadear cuando hicieron el corte en la palma de su mano y la sangre de ambas manos unidas y heridas fue vertida en el cuenco. Los vítores de los presentes fueron casi ensordecedores cuando la sacerdotisa lanzó la sangre en la hoguera, sellando y finalizado la unión. 

—¿Duele? —le preguntó él, tomó su muñeca y, sin previo aviso, se llevó la palma de la mano a la boca y lamió a lo largo de la herida. 

Sonrió con un poco de malicia al verla agrandar los ojos y sonrojarse furiosamente ante el tacto de la lengua en su carne. Ella no pudo contestar nada porque las doncellas llegaron con la seda y entre risitas y danza la alejaron de su lado. Solo faltaba la ceremonia de consumación.

—Alecksander —se volteó para encontrar a su padre que se había acercado al altar—. Hijo, estoy orgulloso, lo hiciste perfecto. 

—Hiciste una buena elección —contestó, demostrando lo satisfecho que estaba.

—Lo sé. No había mucho, pero es perfecta.

—¿No tenía una hermana? Para Alecksei… —preguntó con cierta esperanza.

—No —negó su padre sin darle importancia—. Una chiquilla como de doce años. Pero no te preocupes, ustedes tendrán hijos perfectos. Alecksei de todos modos está manchado.

—Comprendo —respondió. Tenía que darle el crédito a su padre por no ser un sádico y asignar a cada hijo una de las hermanas, porque entonces se estaría casando con una niña, o quizás, vomitando—. Entonces, ¿vas de decirme como se llama mi esposa? No veo correcto preguntarle en nuestra noche de bodas.

Su padre frunció el ceño y luego negó, incrédulo de pasarlo por alto.

—Se llama Regina. Regina Martinelli, pero ahora, Regina Romanov.

—Regina… —repitió y sonrió. 

***

La desnudaron en un santiamén, sin que apenas se diera cuenta y pudiera cubrirse rápidamente sus partes íntimas. Le limpiaron la pintura y la sangre de la cara y luego la metieron en una bañera enorme con agua blanquecina y con un aroma dulce. Sabía muy bien lo que le esperaba y se le revolvía el estómago. Era ahora cuando el recuerdo del rostro de su padre le hacía hervir la sangre. Jamás lo perdonaría porque nunca se imaginó que fuera capaz de hacerle algo como esto. Si bien él se convirtió en un hombre triste y desinteresado de la vida luego de la muerte de su madre, nunca les hizo pensar que no le importaban. No lo entendía, pero jamás lo justificaría, ni aunque tuviera una razón con el peso suficiente para ser capaz de arruinarle la vida.

La limpiaron y ella solo se ocupó de cubrirse los pechos con las manos, aunque una de las chicas le tomó su mano herida y la examinó. Le sonrió al ver que prácticamente estaba cerrada gracias a la saliva del lobo. Su cicatriz de matrimonio le duraría hasta el último de sus días. Recordó al hombre que ahora era su esposo, no parecía ser mucho mayor que ella, pero por su apariencia de macho atractivo, estaba segura de que tenía mucha experiencia en asuntos de cama. Tal vez podría hacerlo rápido, sin que doliera demasiado y luego ella se quedaría tranquila y a partir de mañana iniciaría su plan de escape.

Después de sacarla de la bañera y que la secaran con toallas esponjosas, le pusieron una bata blanca casi transparente y fue llevada al dormitorio de lo que parecía ser una suite antigua muy lujosa. Miró que había flores al pie de la cama, un gran ramo de rosas blancas y rojas envueltas delicadamente en papel de seda y un montón de cajas y bolsas de regalo sobre una mesa. Escuchó que la puerta se cerró y se vio sola en la habitación. No le interesaron los regalos, solo le importaba cubrirse el cuerpo medio desnudo. Tiró del edredón, interesada en sacar la sábana, pero entonces el cerrojo hizo clic y todo su cuerpo se heló. Se giró rápidamente y lo vio aparecer, más guapo y más poderoso de lo que recordaba. Su mente había grabado una burda imagen de aquel hombre en los escasos segundos en que le dirigió la mirada. Ella seguía semidesnuda y se quería morir; había cambiado de opinión sobre que fuera rápido y ya, ahora solo quería que nunca pasara.

—Regina… —lo escuchó decir y se quedó paralizada, ni siquiera se estaba cubriendo el cuerpo. Luego él carraspeó—. Espero que te gusten las rosas. Los regalos… esos no los escogí yo. Si quisieras algo en particular, puedes decirme y lo tendré para ti mañana.

Ella no dijo nada y él se adelantó unos pasos más. Instintivamente, dio un paso atrás y tiró del edredón para cubrirse. Seguramente, el miedo se reflejó en sus ojos porque se detuvo y dio un gran suspiro.

—Está bien. No quiero que tengas miedo. Nos sentaremos a conversar, ¿quieres? Ahí en la cama. ¿Quieres contarme algo de ti? —dijo para tratar de tranquilizarla—. ¿Te gusta aquí?

—No —le contestó, aun abrazando el edredón delante de su cuerpo.

Él se rio, con una risa ronca y varonil, y además muy real. 

—Quisiera irme casa, por favor —se animó a decirle y su voz sonó tan temblorosa que la odió.

—¡Oh, Regina! —él cerró los ojos y volvió a suspirar—. Te prometo que haremos un viaje pronto. Iremos a tu casa y me mostrarás todo lo que quieras. Pero eres mi esposa ahora y esta es tu casa, nuestra casa. Te prometo que todo estará bien. 

—Yo no quería… —dijo a punto de romperse, porque de alguna manera su loba se estaba sintiendo segura y a salvo con él, como si pudiera contarle sus secretos.

—Lo lamento. Yo… solo puedo prometerte ser el mejor marido para ti. No puedo decirte que esto se terminará en algún momento. Por favor, déjame acercarme, no te haré daño

Ella asintió un poco.

—Ni siquiera sé cómo te llamas —le reveló, rendida.

Él elevó las cejas con asombro.

—Odio todos esos rituales ceremoniosos. Creo que lo justo hubiera sido un cortejo de algunos meses. ¿Crees que podamos cambiar las costumbres en el futuro? —preguntó, pero no esperó ninguna repuesta—. Me llamo Alecksander Romanov. Tengo veintiún años —se iba acercando paso a paso—. Estudio ingeniería en la universidad. Soy el segundo hijo varón de mi padre, soy el heredero a pesar de eso, porque soy un lobo negro y mi hermano no. Tengo una hermana menor, se llama Lina y quizás esté feliz de ser tu amiga. ¿Qué más? Me gusta correr en el bosque, me gustan los autos, me gusta comer carne y el licor fuerte. ¿Qué más quieres saber?

Estaba parado frente a Regina y ella lo observaba curiosa con sus ojos azules muy abiertos. Alecksander tomó el edredón y le cubrió un hombro desnudo con respeto y ternura. 

—¿Puedo tener mi teléfono mañana? —le preguntó. 

Alecksander frunció el ceño y asintió.

—Claro que sí, los teléfonos que tú quieras. El mejor de todos los teléfonos de mundo.

—Quiero llamar a mi hermanita.

—Mañana podrás llamarla todo lo que quieras.

—Gracias —dijo, de verdad agradecida.

Pero el momento de acercamiento se acabó cuando la puerta se abrió de nuevo y Regina giró la cabeza para ver aparecer al lobo negro, media docena de ancianos hombres y la sacerdotisa. Su respiración se volvió irregular y toda la confianza de antes desapareció en el mismo instante en que comprendió que venían a observar el ritual de consumación. Pero Alecksader se giró y la cubrió con su cuerpo.

—Padre, creo que no es propicio en este momento. Regina y yo necesitamos tiempo —habló él y ella quiso aferrarse a su espalda.

—¿De qué hablas? El ritual debe hacerse antes de medianoche.

—¿Por qué? —inquirió—. Te prometo que lo haremos, pero necesitamos un poco de tiempo y sería mejor estar a solas.

—Las costumbres dicen que, para que exista evidencia de la unión, los ancianos de la tribu debemos ser testigos del acto. Los invitados deben ver la sábana y la señora presentar su marca antes de la medianoche. 

—A ver, estamos casados —les enseñó la herida de su mano—. Pueden quedarse detrás de la puerta para ser testigos de que nadie más que yo como macho está en esta habitación. Sacaré la sábana después y Regina bajará cuando se sienta bien.

—Alecksander, no puedes decir y hacer nada para cambiar los rituales establecidos —el padre de Alecksander endureciendo más la voz.

—Padre, los rituales…

—Nada —el gran alfa demandó tajante—. Lo haces en este mismo momento, Alecksander, no me decepciones.

—¿Decepcionarte? Yo no pedí ser tu heredero —respondió furioso—. Ve a decirle esas cosas a Alecksei, que siempre ha querido no decepcionarte.

—Es tu obligación —señaló con voz alta y poderosa. Todo parecía estarse haciendo pequeño para Regina— ¿O quieres que le entregue tu mujer a Alecksei?

Alecksander gruñó como un verdadero lobo alfa.

—Y una m****a, no puedes hacer eso —dijo con los dientes apretados porque su lobo se ponía furioso de solo pesar en que Alecksei le pusiera las manos encima a Regina— Unimos nuestra sangre —le enseñó de nuevo su mano herida—. Manda los ancianos afuera de la puerta, eso sí lo puedes hacer. No importará un carajo si necesitamos tiempo.

—No te equivoques, Alecksander —el padre dijo como una amenaza—. Que seas mi heredero no quiere decir que puedes increparme como si fueses mi igual. Hasta que me muera, tus caprichos y tus deseos no son nada para mí.

Alecksander estaba furioso y respiraba agitado. La energía que emanaba era la de un lobo salvaje, pero Regina puso una mano en su espalda desnuda y él se giró para mirarla, sin rastro de rabia en sus ojos.

—Está bien —dijo ella en voz muy baja, sus ojos estaban asustados. La respiración de Alecksander se tranquilizó.

—Será antes de la medianoche —sentenció Alecksander mirando de nuevo a su padre—, pero quiero que se queden detrás de la puerta. Ella y yo estaremos solos o renuncio a tu herencia ahora mismo.

El lobo negro gruñó, molesto por verse retado por su hijo, si embargo, también sabía cuándo ceder.

—Fuera —ordenó luego de amenazar a su hijo con la mirada. Se dio la vuelta y también salió.

Dos horas después, faltando apenas diez para las doce, la sacerdotisa mostraba en lo alto de las escaleras una sábana manchada de sangre y Regina luchaba contra las lágrimas por enésima vez, con una mano de Alecksander apretando suavemente su hombro y una marca aún palpitante en el cuello.

***

No supo en qué momento se quedó dormida, pero se acostó en la orilla de la enorme cama y abrazó una de las almohadas. Apenas fue consciente del peso de Alecksander en el colchón cuando se metió a la cama después de ducharse. Estaba demasiado cansada como para indagar en el hecho de que dormirían en la misma cama, sus ojos se cerraron y la oscuridad la hizo entrar en un sueño profundo inmediatamente. 

—¿Qué m****a estás haciendo aquí? —el grito despertó a Regina tan abruptamente que sintió su corazón salirse de su pecho e impulsada por la conmoción, se sentó rápidamente en la cama. A su cerebro le costó unos cuantos segundos entender lo que pasaba. Primero miró a Alecksander, parecía a punto de echar humo por la cabeza y luego siguió su mirada hasta un extremo de la habitación. Ahí había un hombre que ella desconocía. Rápidamente se presionó contra el respaldo y aferró el edredón contra su pecho—. ¿Qué significa esto, maldito imbécil de m****a? —Alecksander volvió a gritar y caminó a grandes zancadas hacia el hombre desconocido.

El desconocido empezó a hacer ruidos incomprensibles y a levantar hacia Aleckdander un paquete envuelto. Señaló a Regina y luego se encogió por el miedo a que Alecksander lo golpeara. Pero Alecksander no tuvo compasión y lo tomó con fuerza del cuello, encolerizado y jadeante. 

—Me importa un carajo lo que envíe Alecksei, no tienes autorizado entrar a la habitación. ¿No piensas, pedazo de imbécil? Mi esposa estaba dormida —le recriminó mientras tiraba de él a fuerza hacia la puerta. 

El paquete quedó tirado en el suelo antes de que Alecksander lo sacara de la habitación. El corazón de Regina seguía golpeando duro en su pecho cuando Alecksander regresó, aún tenso por la cólera. Regina tomó una gran respiración y al fin pudo cavilar dónde estaba y las cosas que sucedieron el día anterior. Se dio cuenta de que el sol brillaba alto en el exterior y que tenía cierto dolor en las piernas y las costillas.

—Lo lamento tanto —dijo Alecksander después de pasarse una mano por la cara, trataba de tranquilizarse—. Es inaudito que no puedas estar tranquila y en paz en nuestra habitación. Pero no te preocupes, me aseguraré de que nunca más pase algo como esto. ¿Te sientes bien?

Ella al fin pudo quitar la tensión de su espalda y soltar el edredón que tenía como escudo; de alguna manera la presencia de Alecksander la hacía sentir más segura. Quizás se debía a la marca y a sus instintos naturales. 

—¿Quiés es? —preguntó.

—El sirviente de Alecksei —contestó haciendo un gesto de desagrado—. Es mudo y se hace el inocente. Pero no te dejes engañar, solo le gusta fingir demencia para husmear en todas partes. Es astuto y por eso Alecksei lo aprecia. Le arrancaré las bolas si vuelve a meterse aquí, te lo prometo.

Regina no contestó nada y Alecksander pudo observala de forma más calmada.

—Te ves cansada, necesitas comer. Me aseguraré de que te traigan comida lo más pronto posible —él se acercó y se sentó en la cama—. Te traje esto.

—Oh —ella exclamó al ver su teléfono.

—Mi número está guardado. Por favor, no dudes en llamarme si necesitas algo, lo que sea —dijo Alecksander antes de entregarle el teléfono.

Regina asintió, no veía la hora de llamar a su hermanita.

—Revisa los regalos. Si hay algo que no te gusta, puedes regresarlo y si quieres algo más, me dices. Yo… yo no soy bueno comprando cosas para dar… así que, quisiera que tengas la confianza de pedirlo.

—No necesito nada —ella respondió, pero tenía un teléfono en la mano gracias a él—. Las flores de ayer fueron suficientes.

—Bien —Aleckesander suspiró—. Tómate las libertades que quieras en esta habitación, yo tengo cosas que hacer así que me iré. No te olvides de llamar si lo necesitas.

—¿Y si alguien más entra? —ella preguntó con un poco de miedo de quedarse sola.

—No te preocupes, entrarán sirvientes para limpiar y para atenderte. Ninguno de ellos te hará nada —se levantó de la cama—. Entonces, nos vemos para la cena.

Ella suspiró y no dijo nada. Alecksander caminó hacia la puerta.

—Alecksander… —él se detuvo y la miró—. Gracias —le mostró el teléfono.

—Nadie debió quitártelo —negó con seriedad. 

Regina al fin pudo sentirse más relajada, estiró las piernas en aquella cama suave y caliente y revisó su teléfono. La desilusión llegó cuando vio que no tenía mensajes, tampoco llamadas o alguna señal de Leyla. Se puso el teléfono en la oreja luego de marcar el número de Leyla, pero fue directo al buzón.

Aunque la ansiedad por hablar con su hermanita la consumía, pensó que quizás la energía se había cortado por alguna tormenta en su aldea y cuando eso pasaba tardaban bastante en hacer las reparaciones. Se convenció de que eso era y para pasar el tiempo se metió al baño para darse una ducha. Aún olía a crema de afeitar y un poco a Alecksander ahí adentro, pero menos que en la cama. La cama olía toda a él, como al bosque después de una tormenta y el sol empieza a salir, algún perfume que desconocía, un poco a chocolate y a tabaco. Sacudió la cabeza y riñó a su loba por atraer a su mente ese tipo de aromas. 

Después de inspeccionar a totalidad el cuarto de baño, localizar cepillos de dientes nuevos, y de encontrar su champú y jabón hipoalergénico, fue a cerrar y asegurar la puerta. 

Se miró desnuda en el espejo lateral, pensando en algún cambio que su cuerpo pudiera tener, pero parecía que perder la virginidad no se notaba a simple vista. Alecksander no había sido malo con ella, es más, se tomó todo el tiempo del mundo para que ella dejara de temblar. Apenas había dolido y luego se encargó de hacer que su loba se sintiera segura antes de morderla. Ladeó su cuello y la vio la marca, aún rosada en los bordes pero sana. Ni siquiera sabía como había pasado de ser una chica humilde que trabaja en un café para ahorrar para la universidad, a ser la esposa del heredero del lobo negro.

Cuando salió del baño envuelta en toallas, una mesa llena de comida la estaba esperando. Olía a café, a té y a chocolate, pero dio un salto cuando vio a una chica aparecer y hacerle una profunda y exagerada reverencia.

—¿La señora quiere comer? —no la miraba a los ojos, pero podía asegurar que no era mucho mayor que ella—. ¿Quiere que busque su ropa mientras come?

—No, gracias. La buscaré yo misma —negó, había visto su maleta en una esquina. 

—¿Quiere café o té? ¿Huevos o cereal primero? —le preguntó ahora. 

—Gracias, pero yo misma me serviré la comida —respondió, entonces la vio agachar la cabeza con tristeza—. Pero podrías ayudarme… tal vez… ¿Quisieras ayudarme a ver qué hay en todos esos regalos mientras me visto?

—¿Quiere que los vea primero que usted? —volvió a levantar la cabeza.

—Sí. Yo busco mi ropa y tú me dices qué hay en cada uno. 

—Como ordene la señora —la chica hizo otra reverencia y caminó hacia la otra mesita que estaba llena de regalos.

—¿Cómo te llamas? —preguntó, porque ella no podía andar por ahí siendo reacia con todo el mundo, además, podía servirle para obtener información.

—Sussy, señora. El señor Alecksander me escogió personalmente para que fuera su sirvienta —ella dijo con cierto entusiasmo que alegró a Regina.  

La verdad fue que comió todo lo que no había comido desde que salió de su casa. Su estómago al fin podía resistir el alimento en su interior y la compañía de Sussy resultó sorpresivamente encantadora. Jadeaba y exclamaba cada vez que sacaba algún collar de una caja y luego decía lo bonita que Regina estaría con ellos en los eventos. La mayor parte de los regalos eran joyas, pero también aparecieron algunos perfumes y un par de vestidos para galas con zapatos a juego.

Cuando Sussy se fue para llevar la vajilla a la cocina, Regina volvió a sentirse sola. Marcó nuevamente el número de teléfono de Leyla y de nuevo la envió al buzón. Un poco desesperada por hablar con su hermanita y saber si estaba bien, buscó una red de internet a la cual conectarse. Escogió la más fuerte que encontró, que decía “ala sur” y cruzó los dedos para que no pidiera una contraseña. Pero antes de que pudiera preocuparse, la red se conectó a su teléfono. Sin perder el tiempo, entró a la aplicación de mensajería, buscó a Leyla, pero su contacto estaba deshabilitado. Extrañada fue a sus redes sociales y buscó el perfil de Leyla. Una lista de usuarios le apareció y ninguno pertenecía a su hermana. Su sangre empezó a helarse y el corazón a latir fuerte. Volvió a marcar el número de teléfono de Leyla.

—¿Leyla? ¿Qué pasa? ¿Por qué no puedo comunicarme contigo? Por favor, llama cuando escuches esto. Te extraño mucho —grabó el mensaje de voz y se quedó asustada. Su padre sería incapaz de hacer una tontería, ¿O no?

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