44: La pesadilla.

Dos meses, casi tres, eso me había costado para volver a desear a Darwin. Eso me había tardado en buscarlo, porque al menos cuando nunca tuvo palabras para decirme en dónde estaba esa noche cuando minutos antes yo lo había dejado allí, no quiso tocarme, verme o hablarme demasiado durante el tiempo en que siquiera me paraba de la cama para ir al baño o comer.

Ronetta me había cuidado una semana entera, la primera semana de todo de hecho. Siempre estaré agradecida por no haber cuestionado nada, pues ella, en ese tiempo, fue una especie de madre taciturna con mucho amor y atención que dar a una hija.

Por otra parte, Ian siempre me mandaba tarjetas citándome frases al azar, así como pasteles de diferentes sabores. Ronett comenzó a vivir en casa por mí realmente, porque era evidente que Darwin no confiaba en nadie más, y le pidió a ella, a pesar de sus problemas, que fuese mi compañía aunque en la distancia dentro de la misma casa cuando él no estaba.

Por supuesto no podía quedarme en la
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