3. Seducción

Tenía que recordarse una y otra vez por quien estaba ahí, para quien hacía todo aquello. 

Debía ceñirse al plan y al contrato que había firmado, pues, aunque no estaba ahí, podía sentir la mirada de Carmenza Giordano en su nuca. 

Después de todo la noche no era una noche pérdida. Bianca volvió a una mesa vacía manteniendo siempre la mirada hacía donde estaba Nathaniel. Se estaba haciendo un nudo en el estómago pues ella a duras penas sabía lo que era coquetear y seducir a un hombre. Jamás había tenido mayores oportunidades de hacerlo y aquella era la primera vez, y aunque practicó un par de veces antes de ir a aquella fiesta, por dentro no se sentía tan segura y temblaba igual que una hoja. Sacó un espejo de polvo de su bolso de mano y revisó su maquillaje y su cabello, y ahora que lo pensaba había ido bastante sencilla a diferencia de las otras mujeres de aquel salón. Tenía un vestido negro ajustado que dejaba una abertura en su pierna, con una sola manga. El cabello apenas tenía una peineta de diamantes (falsos) y unos aretes igual de falsos que su peineta. No había más adornos, ni excesos. 

No resaltaba a no ser que le miraran los labios, rojos cereza. Era el color de una mujer seductora y ella no tenía ni idea de como empezar con aquel jueguecito. Tenía un nuevo nombre y una personalidad que mantener y, sin embargo, Bianca salía a relucir. —Celeste. Hoy eres Celeste. -se recordó de nuevo su nombre en aquel papel y suspiró cansada. 

Quiso reírse a carcajadas, eso de la seducción no le estaba saliendo bien. Sin embargo, ella no se percataba que la miraban como si fuera una oveja, una presa. Había ido a aquel evento con el objetivo de parecer deseable a la vista de un hombre que la odiaba y rezar porque no la reconociera y eso había logrado sin mover un solo dedo. Nathaniel tenía la vista fija en ella estudiando su figura, por lo que fue un golpe de suerte a su causa que él se acercara. —No lleva joyas, así que puedo deducir por eso que es una mujer sencilla. No hay anillo de matrimonio en su mano por lo que deduzco, es soltera, y está sola en una mesa alejada de todos por lo que puedo decir que no conoce a nadie en este lugar. -Bianca volteó y se quedó sin aliento al ver a Nathaniel parado ahí junto a su mesa. Escuchar su voz hizo que le temblaran aún más las rodillas y le saltara el corazón. Había olvidado incluso como se escuchaba su voz debido a que él apenas hablaba con ella y se había ido dejándola sola con Carmenza, quien, para su descubrimiento, no era la madre de su esposo, sino su tía. Lo miró y él le sonrió mientras ella se sonrojaba. —¿Le importa si me siento?

—Señor Valenti. -contestó ella con una sonrisa. —Vaya que me ha dado un susto. Lo lamento, sí. Puede sentarse. 

—Me disculpo, señorita. ¿Conoce quién soy? -Ella sabía quién era porque le había seguido el rastro, pero no podía decir que ese era el motivo de que lo supiera. Apenas dos semanas estaba en Nueva York así que no podía decir que lo había visto en alguna fiesta antes de esa. —Está en ventaja, señorita, yo no sé quién es. Y estoy intrigado porque no había visto un rostro como el suyo en alguna de estas fiestas.

Tuvo suerte que no la recordara. Apenas había cambiado un poco, tenía lentes de contacto ocultando el verdadero color de sus propios ojos, su cabello había sido cortado y teñido, sin embargo, su rostro seguía igual. Debió agradecer que nunca le hubiera puesto real atención porque eso hacía más fácil su trabajo de mentir. —Todo el mundo sabe quién es. -dijo pestañeando coqueta. —El joven que levantó su imperio en Nueva York y se convirtió en el rey de la Gran Manzana. -Nathaniel sonrió y ella hizo lo mismo. 

—Y aún no la conozco. 

—Y sin embargo vino a hablar conmigo. -dijo ella con una sonrisa buscando parecer seductora y accesible. Le sorprendía que, a pesar de los nervios, su papel salía demasiado fluido porque Nathaniel se comía toda la historia que contaba. —Mi nombre es Celeste Tyler. -dijo ofreciendo su mano derecha y Nathaniel la tomó para besarla suavemente. —Es un placer conocerlo, señor Valenti. Espero no se sienta decepcionado, seguro que no soy como las mujeres que acostumbra. -y ella lo sabía, su marido había tenido amantes y ligues en los años que estuvieron separados. Eso la hacía arder en rabia, pues, puede que no la quisiera, pero no la respetaba. Y tampoco era un trato justo pues ella ni siquiera puedo estudiar lo que quería por seguir sus pasos. No podía dejar que la rabia de Bianca por Nathaniel saliera, así que se obligó a sonreír mientras Nathaniel se sentaba en la misma mesa que ella. 

—Señorita Tyler, es un placer.

—Tal vez. -dijo ella tomando su copa de champagne y dando un sorbo. —tal vez debamos dejar las formalidades, señor Valenti. 

Su coquetería natural le encantó, aunque Nathaniel pudo notar que ella no era de las que solía coquetear a menudo, se notaba porque la mayoría de las mujeres que frecuentaba a duras pensar se sonrojaban y aquella mujer parecía incluso inocente. Pestañeaba nerviosa, su respiración se aceleraba y sus mejillas se volvían rojas sin que ella pudiera controlarlo. —Ya que vamos a dejar las formalidades, será mejor que me llame Nathaniel, señor Valenti es demasiado y no soy tan anciano. Imagino que es extranjera, su acento. La delata.

Bianca se sonrojó y sonrió. Ya había previsto eso, pero no pensaba que fuera tan pronto. Respiró profundo y asintió. Se cruzó de piernas y pasó las manos por la falda de su vestido pues los nervios se incrementaron el doble. No podía quedarse tranquila y sus piernas temblaban demasiado. Intentó que no se notara, y tuvo que reconocer que hacía un estupendo trabajo. Pensó en una historia para contarle pues no podía enterarse que venía desde Roma. —Creo que se me queda grabado cada acento que escucho cuando viajo. Estuve en Sicilia el último mes antes de regresar a mi ciudad. -Ella no quiso decir mucho más porque temía que la descubrieran, aunque, Nathaniel apenas la veía cuando estaba en el mismo lugar que ella. Se concentró en la cena, aplaudió cuando el maestro de ceremonias hizo pasar a los artistas que iban a amenizar la noche y se deleitó en los platillos que servían en la mesa, sin embargo, sabía que tenía que hablar con Nathaniel. —¿Por qué vino esta noche? No creí que fuera a conocerlo aquí, señor Valenti. 

—¿Y tú? Creí que ya habíamos dejado las formalidades. -Dijo Nathaniel dejando de lado su servilleta. —Así que esperabas conocerme. 

—¿Por qué viniste esta noche? Menos formal entonces. -negó y sonrió nerviosa. —No creí que pasara, no frecuentamos los mismos círculos. 

—A lo mismo que tú, me imagino. Pagué una cantidad exorbitante por un puesto en una mesa, sé que las ganancias irán a “Creciendo Juntos”, la organización infantil que se encarga de los niños en situación de calle, que han estado en hogares de acogida y bueno, tú sabes. -Bianca sonrió y asintió. —Es una buena causa.

—Sí, lo es. -Se pasó la mano por el cabello y sonrió. Ella no había ido por las mismas razones, quería algo más, volverlo loco de pasión para poder quedar embarazada. —es una buena causa.

—¿Sabes que sensación tuve cuando te vi por primera vez esta noche?

—¿Qué? -ella dejó su tenedor y su cuchillo sobre la mesa y lo miró con curiosidad.

—Que vas a cambiar mi vida, Celeste.

Bianca tomó la copa de vino y bebió un poco al sentir la boca reseca. Lo vio levantarse cuando sonaba una canción lenta y ella alzó una ceja cuando vio que le ofrecía una mano. —¿Qué haces?

Nathaniel sonrió. —Te invito a bailar. ¿Me concedes eso? -Él sabía que se estaba portando como un idiota puesto que, desde el momento que la vio caminar tan rápido alejándose de él cuando entró que ella sería la chica que se llevaría a su cama. Era un canalla, al verla, supo que ella sería de las románticas y estaba haciendo todo incluso sin sentir nada más que deseo. —Un baile, señorita Tyler.

—Creí que ya no seríamos formales. -sonrió y él sintió como si el mismo cielo le hubiera concedido un deseo en cuanto ella le tomó la mano para irse con él a la pista de baile junto a otras parejas. La pegó a él tanto como pudo para sentir su cuerpo. Se quedó mirando sus ojos marrones y su boca pintada de rojo carmín.

Algo brillaba en ella y era un canalla porque sabía que solo le daría una noche y nada más.

No habría rosas, ni corazones, ni chocolates.

Él no se enamoraba jamás.

***

Bianca estaba en sus brazos intentando no sentirse mal con lo que estaba haciendo. Había ido ahí decidida a obtener lo que necesitaba para salvar la vida de su padre, sin embargo, algo le decía que todo estaba mal. Miró a su esposo y quiso reírse en su cara como venganza porque él mismo le había dicho que nunca serían nada y sin embargo, estaba coqueteando con ella de forma descarada, mirando sus pechos falsos, su rostro falso y su sonrisa falsa. —Es usted muy guapo. -dijo ella mirándolo a los ojos. Y lo era. Alto, de cabello castaño, ojos grises y labios perfectos. Sentía sus músculos bajo sus manos y seguro que habían dejado sin aliento a más de una.

Él no le había sido exactamente fiel y también lo sabía gracias a Edward Ramírez, el detective que había contratado para seguirlo y saber todo sobre él. —Pensé que habíamos dejado las formalidades, pero gracias, usted también es muy guapa.

No se mordió la lengua para hacer la siguiente pregunta. —¿Más que su esposa?

Nathaniel alzó una ceja y se detuvo, aunque la música seguía sonando. —¿Qué sabe de mi esposa? ¿Es periodista?

—Le aseguro que no soy periodista. Pero estuve en Italia ¿Recuerda que le dije? -ella mantuvo su seguridad y alzó una ceja igual que él. —Se dice mucho de usted y como abandonó a su familia, los Giordano. Sé que es casado, y lo uso como barrera para que… -le quitó la mano que puso de forma descarada en su trasero y se alejó de él. —no haga una tontería.

—Es la primera mujer que usa a mi esposa como barrera, aunque a duras penas podría decir que Bianca es mi esposa.

—Si busca en internet dice que su esposa es Bianca Giordano. ¿O debe ser Valenti? Me confunde.

—¿Quieres saber? Celeste, lo que sucede es que mi esposa y yo jamás consumamos el matrimonio y a duras penas la recuerdo. Sé que era rubia y tímida, como un ángel, pero de ángel no tiene nada, es una cazafortunas.

—La esposa trofeo de un CEO ¿solo eso?

—Solo eso. ¿Me dará el beneficio de conocerla mejor ahora que hemos aclarado lo que pasa con mi “esposa”?

Bianca se sintió un poco dolido de que dijera que ella era una cazafortunas, tenía que recordarse que en aquel momento era Celeste, no Bianca. Asintió y volvió a bailar con él. —Ya que hemos superado su infortunio con su esposa, seguramente sí, podremos conocernos mejor ¿Qué me ofrece? Soy una mujer de negocios, y sé que una relación no puede darme ya que no ha tenido la decencia de divorciarse de su esposa.

—¿Para qué ofrecerle esa cortesía?

—Para que ella pueda ser libre, tal vez. Digamos que hasta usted podría ser libre si rompe el matrimonio y podría casarse con alguien más.

—No creo en el matrimonio. -dijo con firmeza. —Así que no me casaría de nuevo.

—Seguro su esposa difiere.

—¿Conoce a mi esposa?

Bianca sabía que tenía que irse con cuidado o todo su plan se iría a la deriva. Negó y sonrió. —Para nada, señor Valenti. No la conozco.

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