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No debía estar ahí.
Luego de cinco años era lo último que quería hacer, pero al parecer todas sus acciones se dominaban por el marido que tenía y que no quería. Bianca nunca pensó que dejaría Roma para ir a Nueva York, una de las ciudades más grandes, novedosas y populares del mundo, solo para llevar a cabo el plan más estúpido y desesperado que jamás se le hubiera ocurrido.
Y realmente no se le había ocurrido a ella, pero situaciones extremas requerían medidas desesperadas y ella había aceptado los términos y condiciones de aquel contrato. Su parte moral y subconsciente le decía que aquello era una mentira, que no era lo correcto, que regresara a casa y siguiera con su vida, pero otra parte de ella le decía que estaba bien, que a fin de cuentas solo era otra actuación más y seguro que saldría bien. Nadie debía enterarse quien era ella.
Y tampoco lucía como ella misma. Había cambiado demasiado preparándose para ese momento tan crucial en su vida. —El fin justifica los medios, Bianca. El fin justifica los medios. -suspiró cansada mientras veía a su alrededor el lujo en aquel impresionante hotel de Nueva York. Sabía una cosa, si su madre la pudiera ver en ese instante estaría muy decepcionada pues ella le había enseñado el valor de la honestidad, pero, no tenía opciones, no había ninguna otra.
Se repetía una y otra vez aquella frase mientras bebía su copa de champagne. Arregló su cabello al verse en el reflejo de un espejo del salón y trató de darse fuerzas recordando porqué estaba en aquel lugar para empezar.
Paso 1: Encontrar a su esposo.
Paso 2: Seducir a su esposo.
Paso 3: Quedarse embarazada de su esposo.
Paso 4: Cobrar la fortuna que ofrecían los Giordano y poder ayudar así a su padre quien estaba en el hospital con cáncer de estómago.
Era un chiste del universo que justamente eso era lo que tenía que hacer para conseguir el dinero para los tratamientos de su papá, pero así era la vida y las circunstancias, siempre dando giros que a veces no son capaces de comprenderse. Se decía a sí misma mientras caminaba por el salón que ella no quería hacerlo, que prefería cortarse un brazo, sin embargo, ahí estaba, cinco años luego, pensando en la forma tan grotesca en la que había iniciado su matrimonio, o debería decir: PUESTA EN ESCENA, pues solo era un teatro.
Los primeros meses que Nathaniel y ella se dedicaron a fingir que eran esposos no hubo problemas porque recibía una parte del dinero de los Giordano para sus gastos (no demasiado, pero sí más de lo que estaba acostumbrada), y a gastos se refería a ropa y joyas pues, si su esposo debía presentarse a algo, cualquier evento, ella debía asistir luciendo igual que una muñeca, un adorno. No podía pensar en algo para sí misma pues su vida, aliento y pensamientos debían estar en torno a Nathaniel. Le enseñaron que el dorado era su color favorito porque era el color que a él le gustaba. Aprendió a comportarse igual que las esposas de los socios de su marido porque era lo que se esperaba de ella, así que poco a poco se fue perdiendo sin que él hiciera más que pasearla de un lado a otro presumiendo de la “bella esposa” que tenía.
Y estaba la presión de su suegra para que quedara embarazada, pero era algo imposible ya que Nathaniel era cuidadoso y jamás compartía la cama con ella. Era algo bueno, pues ella no se veía haciendo el amor con él, o manteniendo cualquier contacto físico que no fuera caminar de su brazo. Nathaniel mentía diciendo que estaban dándose a la tarea pero ella sabía la verdad.
Ni siquiera lo habían intentado y ella no quería tampoco.
Y luego llegaron los problemas. Nathaniel había discutido con su madre y ella había salido a colación. Lo había escuchado toda aquella vez y solo sirvió para confirmar lo que ya sabía. Ambos se odiaban y detestaban el matrimonio en el que se vieron atrapados. No le sorprendió despertar una mañana y enterarse que él ya no estaba pues la había abandonado. Se sintió mejor sin su compañía y pensó que podía retomar alguno de sus sueños, pero en cuanto Nathaniel se alejó por completo y cambió su apellido por razones que ella desconocía y que tampoco quería saber, desligándose por completo de la familia, si bien Bianca vivía en la mansión no tenía acceso a sus cuentas bancarias, habían congelado sus fondos y la tenían bajo la amenaza de que, si se iba, la acusarían de robo y la harían pudrirse en la cárcel. —Carmenza, no sé porque no puedo irme. Podría divorciarme si usted no quiere tenerme aquí. Ni siquiera usted me quiere de nuera. -dijo cuando intentó irse de aquel lugar maldito.
—Niña, tú eres demasiado valiosa. -dijo despectivamente. —No me puedo permitir perderte. No te irás de esta casa y no te divorciarás de mi hijo.
—Nathaniel se fue, en lo que a mi respecta no somos marido y mujer y puedo irme. -dijo intentando salir de la mansión, pero fue detenida.
—Estás aquí porque eres mi propiedad, si te vas voy a demandarte y haré que te pudras en la cárcel. Así de sencillo, tú decides, Bianca. A su tiempo te encontraré un uso, y esta pelea con Nathaniel es solo temporal, volverá a la familia. Deberías saber que yo siempre logro lo que deseo.
Pensó en la cárcel, no había mucha diferencia con aquella jaula de oro, no tendría libertad en ningún lado. Sin embargo, sabía que las amenazas de Carmenza Giordano no eran vacías, había visto hundir a más personas de las que quería reconocer, y para sobrevivir al lado de ella debía asentir y agacharse para evitar que uno de los golpes que aquella terrible mujer daba no la golpearan a ella.
No era la clase de vida que quería por lo que quedarse y fingir era una mejor idea que acabar muerta en algún callejón pues sabía que no quedaría solo en la cárcel si se iba.
Fingió lo mejor que pudo.
Y la situación empeoró, pues al parecer ese era el motivo de su vida.
Su padre enfermó, el diagnóstico la dejó plantada en medio del consultorio y se sintió desamparada.
Cáncer. Aún estaba en etapa dos, pero si no se actuaba rápido podía llegar a terminar con la vida de su padre. Pidió a sus suegros que le dieran el dinero, trató de apelar a su misericordia, pero ellos le dieron un contrato y un mes para poder darle lo que necesitaba.
—Es bastante simple ¿No lo crees?
—Si hago esto ¿Pagarán el hospital de mi papá y sus terapias? —preguntó Bianca viendo el contrato que le ponía Carmenza Giordano en frente para que lo leyera—. Quiero tener la seguridad de que estoy haciendo lo correcto.
—Se trata de tu padre ¿No es así? Nathaniel ha dejado de lado nuestro apellido y ha dejado la empresa de lado. Sin embargo, solo él puede hacer algo ya que es el dueño absoluto. Las herencias de los Giordano indican que el hijo varón es quien hereda todo, y sus acciones automáticamente pasan a ser de sus hijos. Además de que obtienen un 25% extra de las propiedades familiares y sus terrenos. Como Nathaniel renunció a la familia y yo como mujer ya no tengo parte en la herencia, al morir perderíamos todo. Yo quiero que se conserve el legado familiar y tú quieres dinero para salvar a tu padre. Lo que yo veo es un trato justo. Si quedas embarazada de Nathaniel entonces tendrás acceso a los fondos designados para tu hijo y así podrás seguir pagando tú misma lo que tu padre necesita. Lee los términos de este acuerdo.
Bianca tomó la pluma y tras leer todo el acuerdo, firmó solo pensando en que si esa era la manera en que podía ayudar a su padre entonces lo haría. Ya solo tenía que encontrar la forma de seducir a su esposo.
***
Respiró profundamente y se dirigió al baño a retocarse el maquillaje. Se pintó los labios de rojo y se acomodó el cabello nuevamente. Frente al espejo no parecía la misma chica que cinco años atrás se hubiera casado con Nathaniel. Había diferencias abismales. La niña de dieciocho años tenía el cabello largo, liso y rubio mientras que la mujer en el espejo tenía el cabello marrón rojizo, corto y en ondas. Los ojos claros de Bianca no eran los ojos oscuros de Celeste, incluso le habían operado los senos. Estaba ahí con una nueva identidad (idea de su suegra) para poder seducir a su marido.
Ahí en Nueva York no era Bianca Rizzo ni Bianca Giordano. Era Celeste Tyler, una chica americana sin mucha más historia que ser una niña millonaria que viajaba por el mundo.
Salió del baño y se dirigió a la recepción del hotel donde se llevaba a cabo la cena de beneficencia para la niñez y trató de buscar entre los asistentes a Nathaniel. Gracias a un detective sabía dónde vivía, que hacía para ganar dinero y que estaba invitado a ese evento debido a su trabajo filantrópico.
Pero no llegaba.
Miró su reloj y al notar que eran las once de la noche pensó que había perdido su oportunidad, era mejor irse a su habitación y descansar y luego emprender la cacería en otro momento. Fue por su abrigo para salir del salón cuando lo miró entrar, iba de traje, negro y elegante como lo recordaba el día de su boda, sonreía.
Ella suspiró y trató de no mirarlo tan seguido para que él no se percatara de su presencia.
Al pasar un mesero tomó una copa de champagne y dio un trago. Ahora solo tenía que pensar la manera de acercarse.
***
Nathaniel entró al hotel pues ya había quedado de asistir a aquella cena benéfica. Muchas familias ricas estaban ahí reunidas para financiar algunos orfanatos. Estaba muy comprometido a aquello puesto que él mismo era un huérfano, en cuanto se enteró de la verdad de su familia, había dejado Roma e incluso se había cambiado el apellido para honrar a sus verdaderos antepasados.
No quería nada que tuviera que ver con los Giordano. No quería convertirse en CEO de Gamma, aquella empresa no tenía nada de él, no quería la esposa que le impusieron y no quería volver a saber de ellos para ser honesto, y esa era la razón por la que estuviera a kilómetros de ellos viviendo en Nueva York desde hacía cinco años.
Se había hecho rico por su cuenta, usando solo su dinero para invertir en varios negocios que resultaron exitosos. Era dueño de varios clubes nocturnos y un hotel. Tenía su propio pent-house y una oficina en el Empire State. No se quejaba, había sabido comenzar de cero, y aunque era feliz, a veces pensaba en Bianca.
Había sido cruel dejarla sola con aquellos buitres como lo eran Carmenza e Ignazio, sus “padres”, pero ¿Qué podía hacer?, cuando se casó con ella apenas la había conocido, parecía una niña insulsa, sosa y muy aburrida, rubia y con aquellos ojos azules muy inocentes.
Pero de inocente no tenía nada y podía arrancarse un brazo para apostarlo. La chica no era más que una cazafortunas, y si bien parecía estar muy desagradada con la boda, no había dicho que no en ningún momento. Eso sin duda siempre lo iba a recordar.
Al entrar al hotel para ir a su mesa en la cena y preparar su chequera para hacer generosas donaciones pensó que había tenido unos días bastante tensos, incluso lo intentaron asaltar saliendo de un banco y la herida que tenía en el brazo se lo recordaba y se hubiera quedado en casa descansando si no estuviera tan empeñado en ser disciplinado y constante a sus compromisos.
Después de todo, un hombre de palabra tiene que cumplir a sus deberes.
Sin embargo, un hombre con necesidades (como él) podía seducir a aquella noche a alguna soltera en la fiesta y deshacerse del estrés con el arte de hacer el amor.
Y ya decidiría quien sería la afortunada de compartir una noche con él.
Tenía que recordarse una y otra vez por quien estaba ahí, para quien hacía todo aquello. Debía ceñirse al plan y al contrato que había firmado, pues, aunque no estaba ahí, podía sentir la mirada de Carmenza Giordano en su nuca. Después de todo la noche no era una noche pérdida. Bianca volvió a una mesa vacía manteniendo siempre la mirada hacía donde estaba Nathaniel. Se estaba haciendo un nudo en el estómago pues ella a duras penas sabía lo que era coquetear y seducir a un hombre. Jamás había tenido mayores oportunidades de hacerlo y aquella era la primera vez, y aunque practicó un par de veces antes de ir a aquella fiesta, por dentro no se sentía tan segura y temblaba igual que una hoja. Sacó un espejo de polvo de su bolso de mano y revisó su maquillaje y su cabello, y ahora que lo pensaba había ido bastante sencilla a diferencia de las otras mujeres de aquel salón. Tenía un vestido negro ajustado que dejaba una abertura en su pierna, con una sola manga. El cabello apenas tenía un
A pesar de que sentía que aquella mujer en sus brazos le estaba mintiendo de forma descarada y que había algo en ella que no encajaba del todo porque él mismo había borrado gran parte de la presencia de Bianca de su vida, no podía dejar de ver a Celeste en frente de él. Le sonrió y le acarició el mentón acercándola más para besarla, pero ella echó la cara a un lado cuando él lo intentó. —Pensé que pensábamos lo mismo.Ella solo se zafó de su abrazo y le sonrió. No valía la pena todo —Me tengo que ir, señor Valenti. Un placer haberlo conocido, pero usted es un peligro para las mujeres como yo. -Se alejó y caminó hasta la salida intentado respirar normal. Comenzaba a odiar más a ese hombre, era arrogante, despiadado y no cedía ante el más básico sentido común. Podía no casarse de nuevo y haberle dado la libertad, aunque ¿Serviría? Su papá había firmado un prenupcial cuando ella era una menor y no tenía potestad en su propia vida. —Aunque sería libre. -dijo al encontrarse en la calle. El
Bianca trató de dejar de sentirse mal por haber huído de la casa de Nathaniel. Aquello no era correcto ni por todo el dinero del mundo. Mentir no se le daba demasiado bien. Se quedó encerrada una semana entera pensando que podría hacer, y ya que la comida se estaba acabando necesitaba ir a hacer mercado.Salió cubierta con un chandal de manera que no fuera reconocida por nadie y usó el metro para tener menos oportunidades de toparse con alguien de la clase alta. Mientras volvía a su casa con algunas bosas de compras que había pagado con sus ahorros que disminuían cada vez más deprisa intentaba buscar una solución a su problema. —Tal vez pueda abrir una floristería. –“No, para eso necesitas dinero y tiempo. Y no tienes ninguna”. Se recordó muy amablemente. —No estoy calificada para hacer nada. Podría ser mesera ahorrar cada centavo y ampliar el seguro médico de papá.“Eso requiere meses… y no dispone de mucho tiempo”.Trató de controlar el pánico. Tenía que pensar positivo. Era joven,
No protestó, se fue con él de inmediato. Cualquiera diría que era débil por ceder a Nathaniel Giordano. — “Valenti”, se recordó. —pero lo cierto es que estaba necesitando una inmensa fuerza de voluntad para no decir toda la verdad y rendirse. La cárcel era preferible a ser la marioneta de Carmenza Giordano. Pero era la vida de su padre la que estaba en juego. Tenía que soportarlo, así que iba casi a rastras al auto de Nathaniel y luego de subir, él lo hizo sentándose al lado de ella. —Llevanos a Central Park. —¿No deberías estar trabajando?—Soy el jefe de mi propia compañía y dueño de varios clubs, puedo prescindir de trabajar y dejar a alguien a cargo. Bianca asintió y suspiró. La camisa que tenía seguía mojada por el champagne así que trató de airearla para que se secara. —Se arruinará por completo. —Te compraré cientos de camisas si accedes a quedarte conmigo esta noche. —¿Y acaso no vamos a Central Park?—Pensé que te apetecía pasear. No soy un tipo tan malo y autoritario, C
Antes de que pudiera arrepentirse la llevó a su pent-house. Desde ahí arriba parecía estar bañado con la luz del sol y se veía toda la ciudad. Bianca se obligó a disfrutar de las vistas y sonrió. —Es un sitio precioso. Me encanta la vista de este lugar. Él se puso a su lado y ella comenzó a sentir algo de pánico. La miró de reojo y sonrió igual. —A mi también me gusta la vista. Sé lo hermosa que es y lo afortunado que soy de tenerla. -Ella no sabía si hablaba de las vistas de Nueva York o de ella, así que solo se quedó en silencio. —¿No dirás nada?Él se apoyó en el cristal y ella lo observó. La miraba como si la estuviera evaluando y la hizo sentirse expuesta. —¿Por qué me miras?—Porque te deseo. -Sabía que aquel día iba bastante sencilla. Maquillaje ligero y con el cabello suelto y despeinado seguro volvía a parecer la chica de los dieciocho años que había casado con él. Sentía que si la seguía observando se daría cuenta que no era Celeste, que era una mentira. —¿Por qué me desea
5 AÑOS ATRÁSEl día de su boda había sido un desastre. Odiaba las mentiras y las manipulaciones, y Bianca Rizzo era la más grande de las manipulaciones de su “familia”. Aquella rubia de ojos azules parecía una muñeca, era joven, tenía dieciocho años y lucía como un ángel. La había conocido una semana antes de la ceremonia cuando se enteró de varias cosas teniendo solo veintiún años. Primero, su madre, no era su madre. Carmenza Giordano era su tía, pero no su madre. Supo que la mujer que lo trajo al mundo era Sofía Valenti, se había casado con un jardinero de la casa a escondidas de sus padres. —¿Por qué me lo cuenta ahora?—Supongo que era propio que lo supieras. Para que conozcas tu lugar. -dijo su tía mientras lo miraba. —Tu mamá deshonró a la familia, se fugó con un vulgar hombre. Te tuvieron a ti, y ahora eres parte de la familia. —Mi apellido entonces es Valenti ¿Cómo se llamaba mi padre? Si no es Ignazio ¿Quién es?—No importa. Dejó a mi hermana y se fue, los dejó. Tu mamá muri
PRESENTE Nathaniel se despertó y notó el cuerpo pesado, sus músculos ya no estaban tensos y estaba relajado. Era una sensación poco habitual. Respiró profundamente y aspiró un perfume femenino, lo que lo hizo despertar del todo. Abrió los ojos por completo y vio a Celeste dormir en su cama profundamente y sonrió. Era una chica preciosa con su cabello en ondas, castaño y corto.Su cuerpo dejó de sentirse pesado y pasó a la excitación absoluta. Lo asaltaron una serie de imágenes eróticas una tras otra. Pechos firmes, muslos pálidos, piel nívea y perfecta. Su lengua saboreando la dulce esencia de ella, la sensación de sus músculos cuando estuvo dentro de ella.Virgen. Y ahora suya.El sol entraba por la ventana y al ver la hora en su reloj se dio cuenta que había pasado toda la noche al lado de Celeste y eso lo hizo sentirse extrañamente feliz. Se acostó de nuevo y decidió dormir, se merecía la relajación después de todo.Celeste era real, no como la mentirosa de Bianca.Solo cuando sint
Quedó con Nathaniel días después de su primer encuentro. La estaba invitando de forma muy insistente a un almuerzo después del trabajo. Ella accedió pues sabía que su suegra la seguía vigilando y no podía negarse. Fue más fácil verlo entonces, como si algo hubiera cambiado entre los dos. Se portó amable, tierno e incluso le llevó rosas. —¿No es algo excesivo? -dijo caminando con aquel ramo buchón de cien flores de tallos largos. —Es bastante pesado.—Pensé que te gustaría.—Y me gusta. Pero son demasiadas molestias para un ligue casual ¿No lo crees? -Aún así, le encantaba. Sonrió oliendo las rosas y las abrazó más fuerte. Nathaniel al verla dejó escapar un suspiro. Celeste era tan auténtica en sus reacciones que era imposible no mirarla cada vez que las dejaba ver. —Una noche y no más, dijimos.—Sé lo que dije. No te estoy intentando llevar a la cama.—¿Ah no? Eso es raro. -ella sabía también que debía hacerlo. Necesitaba crear el ambiente y que sucediera una segunda vez. —Pensé que s