9. La esposa perfecta

Llegaron a un restaurante que por la fachada no se esperaba para nada, no era inmenso ni tan elegante, sino pequeño y ciertamente con un estilo casero que le gusto al instante. Alistaír estacionó en el pequeño estacionamiento que había en el lugar, se bajó y abrió la puerta de Esmeralda.

Le ofreció el brazo, que ella acepto encantada, así fue como caminaron al lugar. Entrando lo primero que se sintió fue el aroma de comida recién hecha, sonaba una canción que no conocía pero que era relajante y tranquila, como música de jazz.

Todo el mundo los miró al pasar y Esmeralda fue consciente del interés que estaban despertando. Aquél era un punto más en la lista de las cualidades del hombre que la acompañaba: era imposible no mirar una primera o segunda vez. Un hombre alto, con barba y moreno fue directamente a recibirlos con una amplia sonrisa, se veía complacido de su llegada.

—¡Alistaír, mi gran amigo! —se dieron uno de esos abrazos masculinos con palmadas en las espaldas. Esmeralda se so
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