12. Furia desatada

«¡Pues que le den!», pensó enfurecida.

—Hola, Esmeralda —su voz era muy fría—. ¿Cómo dormiste?

Ella alzo su barbilla.

—Perfectamente, como puedes mirar.

Su boca se curvo en una media sonrisa, aunque no había nada amigable en aquel gesto, todo lo contrario, la instaba a huir rápidamente antes de que la bomba termine de estallar. Pero como la estúpida que era, siguió dirigiéndole una mirada retadora, que se atreviera a hacerle lo mismo, ya verían quién ganaba.

—Haz lo que te he dicho, Zamira, cariño —dijo Alistaír con dulzura. La recepcionista se puso colorada y asintió con efusividad, lanzándole a Esme una mirada de súplica.

Luego él la tomó del brazo y ella se estremeció mientras la guiaba fuera del lugar, en donde estaba el carro de Alistaír. Con suma rapidez y sin darle tiempo a protestar, la metió dentro en el asiento del copiloto. Fue hacia el otro lado del auto y se metió, no dijo nada mientras arrancaba y se dirigían a rumbo desconocido. Pasó un rato en silencio antes de decir:

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