Romina por un segundo miró a su alrededor, pensando en escapar, pero el enorme guardaespaldas no se movió de su lado.Cuando miró de soslayo hacia Eva, le vio la mirada burlona en los ojos que le decía: “Vamos, inténtalo, dame razones para ser más cruel todavía”Recordaba, como les echaron a los perros aquella noche y se imaginó siendo perseguida por esas bestias.Romina cerró los ojos en agonía. Nunca se imaginó terminar a manos de uno de esos pobres huérfanos. El karma, era una cosa seria. Puso su firma en el papel y claudicó, pero Eva, todavía no se sentía satisfecha, de hecho, nada serio le había hecho aún. — Muy bien, me alegro de que te quedase algo de sensatez – Eva tomó el documento y lo examinó.— Ya firmé, ahora déjanos en paz, me iré lejos y nunca regresaré, mi hijo y su familia también…— Jajajajajajaj – Eva de repente comenzó a reírse de manera espeluznante — ¿Irte lejos? ¿De verdad piensas que este fue todo el castigo a tus crueldades? ¿Qué te irás impune cuando es
— ¡¿En serio aceptaron venir a la fiesta?! ¡BAM! Albert Edwards se levantó de repente de la silla de su escritorio, haciendo que esta sonara estrepitosamente al arrastrarse. — ¡Sí, sí, sí, ten todos los contratos y propuestas listas! ¡Esta oportunidad no la podemos perder! – le gritaba emocionado a su secretario que le daba las buenas nuevas desde la compañía. En eso, Grace entraba por la puerta con el servicio del café de la tarde. Se asombró un poco al ver el rostro sonriente de su esposo, que últimamente solo regresaba feliz a la casa, después de un buen revolcón con su amante. Sí, su amante ya casi a la cara, Grace lo sabía, pero nada podía hacer y varias golpizas se había llevado al enfrentarlo. Aprendió, como siempre, a mirar a un lado. — Querido, ¿qué buena nueva sucedió? – colocó la bandeja sobre la mesita auxiliar y ya iba a servirle el café a Albert, cuando este la abrazó por detrás con efusividad, tomándola por sorpresa. — ¡¡Vienen a la fiesta del aniversario de la
Henry se deleitó con su hermosa pelicastaña, impetuosa, segura y sexy.Dicen que las joyas le dan una capa de armadura a las mujeres y si era por eso, Eva parecía ir a la guerra con la combinación de diamantes, perlas y zafiros con que completaba su conjunto.— Amor, ya todo está listo, ven, te ayudo con la corbata – Eva se detuvo delante de Henry y le anudó con esmero la corbata de seda Hermès, que hacía juego con el plateado de sus zapatos.Henry solo miraba embobado el delicado rostro maquillado, la esencia del perfume de Eva lo embriagaba e incitaba a meterse debajo de su falda y perderse en deseos apasionantes.— Henry, no, ya vamos tarde – Eva subió sus expresivos ojos avellanas y lo miró divertida, conocía de sobra todas las expresiones corporales de su esposo y más, la lujuriosa.— Bueno, no tengo la culpa de tener a una esposa tan atractiva que me encanta cada día más y la amo con locura – la tomó de la cintura para acercarla a su cuerpo y le dio un casto beso en la frente, c
Le besó con dulzura el dorso de la mano, mirándola intensamente con sus ojos azules y las mejillas de Helen se tiñeron en rosa, un poco avergonzada y más cuando sintió un carraspeo a su espalda proveniente de Henry.Sacó enseguida su mano de adentro de la mano de George, como si hubiese sido electrocutada, y se giró asustada, para ver la cara de su hermana.Tenía una ceja levantada como cuando era pequeña y la pillaba haciendo alguna travesura.Elsa comenzó a ponerse nerviosa, ¡y ya era una mujer hecha y derecha!“¡Hermana, no es lo que crees!” Parecía gritarle a Eva con la mirada, que solo la examinaba con sarcasmo.“Así que ya no te interesaba el mentecato de los Carter” Helen casi podía leer en la expresión de Eva.— Bien, ya que estamos todos, vayamos a la fiesta del aniversario de mi empresa, creo que como el dueño, es lógico que esté presente – Henry aligeró la atmósfera y bajó del brazo con Eva.Cuando la pelicastaña pasó por al lado de George se detuvo un segundo.— Vuelves a
Incluso se había quedado hasta sin palabras. Esto debería ser un mal sueño ¡¡Una horrible pesadilla!! — Hen… Henry, sobrino, qué bueno que te hayas recuperado tan bien, ¿por qué no… no me avisaste que regresabas? – fue lo único que se le ocurrió decir frente a las decenas de ojos, que los observaban. Albert apretó los puños a punto de romperse los dedos del nerviosismo, si Henry armaba un escándalo aquí, revelando la verdad, ¡sería un desastre! Pero Henry, no era de los cabezas huecas, había esperado demasiado tiempo por su venganza, para que fuese tan simple. — Claro que me recuperé, si mi querido tío me envió al mejor hospital del extranjero. No te avisé que vendría, porque tuve que hacer una parada en cierto sitio aislado, en el bosque que conoces muy bien y eso me iba a retrasar. Le dijo con cinismo, deseando estrangularlo vivo con la mirada y Albert tuvo que sacar de todo su temple para resistir. Lo sabía, Henry se las había jugado desde el inicio y lo sabía todo, lo del ca
Los verdaderos Edwards se adueñaron de la fiesta y los falsos, con la justificación de llevarse a Grace al hospital, casi que salieron huyendo. A nadie le interesó. La alta sociedad llena de intereses, tenía la memoria bien corta, así como alguna vez se olvidaron del pobre Henry metido en una de las habitaciones de su mansión como un mendigo, esta vez, ya hicieron a un lado a la familia secundaria de los Edwards, el verdadero cabeza de familia estaba de regreso y más millonario que nunca. Elsa observaba a su hermana del brazo de Henry, saludando a todos sofisticada y elevada. Le daba mucha gracia como Eva llegaba después a la casa, quitándose los tacones sin nada de elegancia y sentándose como quiera en el primer mueble que viera, tirando la finura por el suelo. Haciendo que le saltara el tic en el ojo a la anciana Sra. Bishop que se había quedado con ellos y ya era más familia que tutora, solo que ya por su edad no le gustaba asistir a ninguno de estos eventos dramáticos. ¿Y e
— Tú eres la única mujer para mí, Helen, déjame ser tu hombre… hacerte mía, dime que sí, mi vida… dame una oportunidad de seducirte y pedir tu mano, quiero que seas mi esposa… Helen - George alternaba entre susurrarle contra los labios y besarla.Helen respiraba agitada y su corazón latía desbocado, debajo de su falda, sensaciones placenteras se formaban entre sus piernas, sus bragas mojadas en fluidos de deseos.Tanto fue el asalto de George, que la inexperta de Helen terminó cediendo finalmente.— Bien George, la última… oportunidad – le respondió mientras él la besaba en la delicada línea de la mandíbula.— ¡¿En serio?! – George casi ni se lo creía. Subió la cabeza con los ojos relucientes de alegría, él que era un palo tieso con todos.— Si me vuelves a mentir, a engañar… — Helen le advertía.— No lo haré mi amor, nunca lo haré Helen, te daré toda mi vida para demostrártelo, no fallaré – sonreía y la besaba, la abrazaba y susurraba palabras de amor sobre su cabello.¡Al fin, al f
— ¡Sra. Drulog, Sra. Drulog! ¡¿Pero qué diantres de insubordinación es esta?! Albert salió del cuarto poniéndose la bata de dormir sobre el pijama, después de cansarse de tocar una y otra vez la campana del servicio.¿Dónde carajos estaban todos? Su humor de perros, sin casi dormir y con miles de preocupaciones en la cabeza, para que ahora también la servidumbre hiciera lo que le viniese en ganas.— ¿Dónde están todos? ¡Los voy a despedir por incapa…!!— pero los insultos del hombre enojado se quedaron atascados, ante la escena que encontró en el salón principal.Albert palideció al ver a Henry tomando el café de la mañana muy tranquilo y hablando con esa mujer, la tal Eva, sentados en sus sillones, como si esta fuera su casa, aunque en realidad, sí que lo era.— Buenos días “tío” – Henry de repente lo miró y le habló entre dientes. Sus gestos tranquilos e indiferentes, daban más miedo que si estuviese alterado reclamándole.Albert antes de responder miró a su alrededor y se dio cue