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Sentía cómo iba perdiendo la destreza en su cuerpo y toda la calentura que lo quemaba como fuego abrazador, se acumulaba en su vientre y en su pene, que se endurecía a cada segundo.

¡No podía ser, había sido drogado de verdad, esto no era ningún resfriado! ¡Tenía que ser obra de los Alonso, debían ser esos dos!

¿Quién más hubiese querido drogarlo con lo que parecía ser una estimulante sexual, porque estaba excitado como un pervertido?

Miró los cordones en la pared para llamar a las habitaciones de las pocas doncellas que se quedaban en los pisos superiores por si había alguna emergencia.

La única persona que se le ocurría podía socorrerlo ahora, era la Sra. Bishop.

Ella era una mujer inteligente y Henry no quería que Eva supiese de este bizarro asunto.

Caminó unos pasos y se pegó a la esquina de la encimera, tomándola como apoyo, estiró la mano temblorosa, casi sin fuerzas, y haló el cordón varias veces.

Aquí no se escuchaba nada, pero en la habitación de la Sra. Bishop, una campana d
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