Una esposa para su hijo
Era un día casi normal en la oficina donde era asistente del señor Patrick Russell, magnate empresario con más de treinta años de experiencia y el hombre más bondadoso que había conocido jamás. Y dije casi, porque había llegado tarde por culpa de mi maldito despertador. Mi jefe era un hombre cabal y serio, a diferencia de su quejumbroso hijo, un chiquillo mimado que sería el futuro presidente y dueño de las empresas Blomkamp C.A, una a la que daba por perdida en manos de semejante ser insufrible. En fin, esperaba tener el dinero suficiente ahorrado, porque estaba segura que una vez que Nicolas tomara el mando, me mandaría de patitas a la calle, sólo por un tonto accidente que no era capaz de olvidar. Estaba revisando unos papeles importantes para entregarle a mi jefe, cuando recibí un llamado urgente a su oficina. —¿Me llamaba, señor Russell? —entré con carpetas en mano, por si acaso íbamos a hablar de la junta de las 3pm. —Sí, señorita Benedict. Siéntese favor —señaló la silla delante de su escritorio. —Usted me dirá —me senté obediente, mirando sus pronunciadas ojeras— ¿Está todo bien? —No lo está, señorita —soltó un suspiro cansado, masajeando sus sienes— Necesito que me haga un favor. —¿Un favor? ¿Cuál? —Señorita Benedict… —me miró fijamente a los ojos— ¿se casaría usted con mi hijo? Fruncí el ceño, pensando que había oído mal. —Perdón, ¿qué? ¿Qué quiere decir? —sacudí la cabeza, tratando de entender. —Necesito una esposa para mi hijo y quién mejor que usted para serlo. Usted sería la esposa perfecta para Nicolas —dijo con una seguridad que me abrumó. ¿Qué? ¿Y me lo dice así, sin anestesia? Además, ¿yo, esposa de su hijo? —¿Yo, la esposa perfecta? ¿Y para su hijo? —negué repetidas veces, esto no podía ser cierto. —Exactamente. No sé si conoce a mi hijo, una vez vino a reemplazarme, ¿lo ha visto? —juntó sus dedos, mirándome por encima de sus anteojos. Entonces, así como un boomerang, el recuerdo de aquel día llegó a mí, golpeando mi mente: Llevaba el café para mi jefe, Marian había dicho que no podría estar por motivos personales y que su hijo lo reemplazaría. Había tocado ya la puerta y ya estaba dentro de la oficina. Él se encontraba sentado en su silla giratoria, a espaldas mías. —Buenos días, señor —me fui acercando lentamente al escritorio y justo cuando él volteó, tropecé en la pata de la mesa. El café que tenía en las manos se desplomó por los aires y cayó justo en el torso del adorado hijo de mi jefe. —¿Qué te pasa? ¿Estás ciega o qué? —gritó molesto él, poniéndose en pie. —Yo... perdón, déjeme ayudarlo. Traté de acercarme, pero él me empujó. —¡Quítate! Eres una inútil, no entiendo cómo puede mi padre contratar a gente que sólo sirve para nada. ¡Estás despedida! —¿Qué? —exclamé molesta—. No puede hacer eso. Usted no fue quien me contrató, fue su padre. —¡Mi padre va a despedirte en cuanto le diga lo que hiciste! —me señaló con su dedo. —Vaya, no sabía que era un niño mimado, un hijo de papi —me burlé. —¡Váyase! ¡Fuera de mi vista, ahora! —Sí, como usted diga, señor —lo miré de reojo y hablé sarcásticamente. Por último, hice una seña de militar y salí de allí. —Señorita, ¿se encuentra bien? —habla mi jefe, volviéndome a la realidad, el presente. Alcé una ceja. —Eh… no, digo sí. —Bien, ¿lo pensó? —parecía ansioso. ¿Acaso pensaba que esto era normal? —¿Es una broma, verdad? —sonreí, tratando de relajarme y me alisté para botar todo el aire que había acumulado en mis pulmones cuando mi jefe dijera que sí, que todo se trataba de una broma. Pero mi sonrisa se desvaneció cuando su expresión era seriedad pura y negaba con la cabeza. —Tómelo como parte de su trabajo. Usted se casa con Nicolas, y a cambio recibe sueldo extra, solo sería por seis meses. Por favor señorita, es un caso de vida o muerte —dijo suplicante. Fruncí el ceño en confusión, es que no podía ser cierto. —¿A qué se refiere con eso? —Bueno, en este caso, si mi hijo no se casa antes de cumplir los treinta años, que para eso faltan solo catorce días, lo perderemos todo —suspiró. Lo observé intrigada, pidiéndole que continúe y así lo hizo. —Mi padre quería ver casado a mi hijo y murió antes de eso, por lo cual no se le ocurrió mejor idea que dejar esa condición para heredarlo. Señorita Emma, tiene que ayudarnos. Le doy lo que pida, pero ayúdenos —a estas alturas se oía desesperado. Esa sí que era una oferta muy tentadora, pero a un muy alto precio. —Siento lo de su padre, pero, ¿por qué yó? ¿Por qué no cualquier otra chica? Marian, por ejemplo, es una chica guapa. —¿Marian? ¿En serio? No confíe tanto en las personas, el día menos pensado la pueden apuñalar por la espalda —dice serio. —¿Entonces por qué confía tanto en mí? Yo también podría apuñalarlo por la espalda, acaso no se da cuenta? —me crucé de brazos. Bueno, no es lo que haría, pero, ¿por qué me pasan estas cosas a mí? —¿Por qué yo? —volví a preguntar. —Porque la conozco y sé que nadie sería mejor que usted. Bueno, en eso sí tenía razón. ¿Quién sería mejor que yo? Digo, confiarme esto, no cualquiera lo haría, ¿no? —El que haya sido sincera, sabiendo que su trabajo estaba en riesgo, me demuestra que es una buena persona, la esposa perfecta que busco para mi hijo —me alabó con una sonrisa. Claro, y es que decirle una vez que había llegado tarde al trabajo por haberme quedado dormida al creer que era domingo, me hacía muy confiable… —¿Solo por eso? —Quiero decir, sé que no nos delataría. ¿Qué diría el tal Nicolas de todo esto? De seguro pegaría el grito al cielo al ver que la chica que, por casualidad le tiró café encima y a la que después trató mal, sería su esposa. Lo pensé y no podía creer que lo estuviera pensando, ¿qué clase de loca era? ¡Já! Pero moría por ver la cara que ponía el nene de papi. No sería mala idea darle un par de lecciones al niño ese, ¿no? A parte que sólo sería por 6 meses, ¿qué podría salir mal? ¡Al diablo! Me casaría con él. —Bien, acepto. Me caso con su ne... hijo.—¡Me caso! —dije en cuanto abrí la puerta para que mi mejor amiga entrara. Nos encontrábamos en mi apartamento, mi jefe y futuro suegro me había dado el día libre. Jane llegó al instante que la llamé y aquí estábamos. —¡¡¡Oh, por Dios!!! ¿Cómo es que te casas? ¿Con quién? ¿Cuándo? —exclamó, casi gritando— Que yo sepa no tienes novio, hasta llegué a pensar que eras lesbiana y querías conmigo. Rodé los ojos al tiempo que me tumbaba en el sofá a la par de Jane, mientras le respondía: —Aún no sé cuando, mi jefe no me lo ha dicho. Jane frunció el ceño. —Espera, ¿qué? ¿Tu jefe? —afirmé— ¿Me estás diciendo que te casas con tu jefe, el que de seguro es viejo y panzón? ¿Sabes? Hubiese preferido que fueras lesbiana. La fulminé con la mirada, reprendiéndola. —¡Jane! ¿Cómo puede decir que me prefieres lesbiana? Tan lindos y hermosos que son esas cosas satánicas llamados hombres. —Pero Emma, ¿habiendo tantos chicos guapos, preferiste al panzón de tu jefe? —¡No, Jane! Y mi jefe no es un pa
—¡¿Terminaste?! —espeté irritado. —Permítame reírme, por favor… —dijo copiando mis palabras— ¿Yo enamorada de usted? Buen chiste, señor... mimado. La fulminé con la mirada, estaba harto de que me dijera "señor mimado" porque no era un mimado y mucho menos un niño. —No quiere mi dinero, como si fuera a creerle —rodé los ojos. —Piense lo que quiera —no había perdido la sonrisa— Además, le conviene que me case con usted o si no lo pierden todo —maldita sea, lo sabe— Y ya le he dicho que no quiero su dinero —continuó diciendo. Sí, claro. —Todas las de su tipo son iguales, siempre quieren lo mismo, ¿por qué usted no? Si al final, todas son igual de zo... —no logré terminar la frase, ya que siento su palma en mi mejilla— ¡Ahh! Eso sí que dolió. —¡Imbécil! —dijo molesta y yo solo me froté la mejilla porque créanme, golpea fuerte. —No debería ofenderse con la verdad —levantó su mano, intentando darme otra bofetada, pero esta vez logré detenerla en el aire— Espera, ¡no otra vez! —¡S
Los aplausos de los invitados se hicieron presentes, mientras nos colocábamos los anillos. No podía dejar de ver el mío, era hermoso, tenía un diamante en el medio lo cual lo hacía brillar. Luego firmamos los papeles y los aplausos no dejaron de sonar, mientras los invitados se nos acercaron a felicitarnos. Pobres, creían que esto era real. —Estoy feliz, al fin te casaste, amiga —habló una Jane melancólica. ¿Pero qué le pasaba? —Esto es un contrato, Jane y lo sabes, dentro de seis meses acabará. —¿Quién sabe lo que pueda pasar? —me guiñó un ojo. —Nada. No pasara nada, Jane y deja de leer tantos libros y de ver tantas novelas baratas y tontas, por favor, o te volverás loca. —Tú dirás lo que quieras, pero ya verás que tengo razón —sonrió ampliamente—. Cuando tengan hijos, no te olvides de mí para su madrina. Abrí mi boca para hablar, pero fui interrumpida por mi suegra. —De nuevo bienvenida a la familia, hija —habló con los ojos llorosos, a lo que yo afirmé con una sonrisa de
6:32 am marca el reloj y yo ya estaba despierta, acostumbraba a despertar más temprano, pero me di el gusto de no hacerlo. Aparté las sábanas que cubrían mi cuerpo y me puse en pie. Lavé mi rostro, mis dientes y en pijama bajé hacia la cocina, encontrándome con una Rosa somnolienta. —Buenos días, señora Emma. ¿Qué desea desayunar? —saludó al instante en que me ve. —Buenos días, Rosa... Y trátame de tú, por favor. —Disculpe, pero usted es la señora de la casa y mi deber es tratarla con respeto. —Solo soy la esposa, Rosa. Son ellos los del billete, no yo. Y si así fuera, no existe ninguna diferencia, todos somos iguales. Dime Emma, ¿de acuerdo? —enarqué una ceja y ella sonrió. —De acuerdo se... Emma. —Así está mejor —sonreí—. ¿Me puedes dar un jugo, por favor? —Claro, ahora mismo se lo hago —miró detrás de mí—. ¿Y el señor Russell? —¿Quién? ¿Nicolas? —ella asintió—. Ah, mi querido esposo aún duerme, ya bajará luego. —De acuerdo. Eh... —sabía que quería decirme o preguntarme alg
Las horas de trabajo terminaban y preparé mis cosas para regresar a casa.Tomé mi cartera y salí a tomar el ascensor privado que mi jefe indicó, cuando sentí que alguien me tomaba del brazo. ¿Qué mier...? Iba a golpear a quien sea que me tomó del brazo, pero me detuve al ver que se trataba de nada más y nada menos que de Nicolas Russell.—¿Qué?Él se aclaró la garganta y me soltó el brazo.—Iremos juntos a casa, Emma —dijo serio.—No necesito que frente a mí finjas ser el marido modelo —alcé una ceja, aburrida de su cara de cera.¿No podía siquiera esbozar una m*****a sonrisa? —No estoy fingiendo nada, te detesto tanto como siempre —escupió de mal humor y no pude evitar sonreír—. Lo hago por petición de mi padre, no te creas tan…—Bien, vamos —asentí, interrumpiéndolo.Él resopló, pero no dijo nada. Quizás ya estaba aprendiendo a no provocar a la bestia Emma.Bajamos el ascensor y caminamos hasta su auto. Intenté abrir la puerta del auto para subir, pero él me detuvo.—Irás adelante
NickDesperté, sintiendo la claridad de la luz que entraba por mi ventana y pestañee varias veces para adaptarme a ella. Me senté en la cama y observé a Emma, quien estaba boca abajo plácidamente dormida. No entendía cómo podía dormir bien en tan pequeño espacio, yo ni loco podía dormir ahí. La seguí observando y noté que vestía un diminuto short que cubría la mitad de su muslo y una blusa larga como pijama, lo sabía porque estaba descubierta, no porque hubiera querido mirar.Como sea, tomé la sábana y cubrí su cuerpo con ella, ni siquiera sabía porqué lo hacía, debería dejarla morir con el frío que estaba haciendo, pero tampoco era un desalmado. Me vestí para ir a correr como todos los días y al regresar a casa, fui directo a la cocina, encontrándome con Rosa.—Buenos días, joven —me saludó. —Bu-buenos días —balbucee, nervioso al recordar que me porté como un idiota con ella y no sabía cómo disculparme—. Rosa —dije, captando su atención—. Lo del otro día... yo no estaba de buen hu
Emma Se escucharon unos aplausos de todos los presentes y Nick separó rápidamente sus labios de los míos. Yo lo miré a los ojos sin decir nada. —Pueden retirarse —dijo mi esposo de mentira de manera contenida, parecía molesto. Sujetó mi mano de mala gana y entramos a la empresa sin dirigirnos palabra. Ya libres de todos las cámaras, nos soltamos y sin mirarnos siquiera, cada uno fue por su lado, yo hacia la oficina que me dio su padre junto a mi mejor amiga –quien no dejaba de mirarnos con una sonrisa divertida y pícara–, y él a la suya. —Oye, Emma… —No digas nada —la interrumpí de inmediato, colocando los ojos en blanco. Ya sabía lo que diría, y francamente me tenía sin cuidado. —Pero qué amargada… —mi mejor amiga se calla, al notar que una mujer se encuentra en mi oficina—. ¿Y esta de dónde salió? —Jane… —la reprendí en voz baja, dirigiéndome luego a la desconocida—. Buenos días, ¿que se le ofre…? —Alisson —cortó con una sonrisa falsa, mirándome de arriba a abajo—. Tú d
No pude contestar un solo mensaje o llamada que entraba a mi celular, me había ido a una parte solitaria de la ciudad por horas y aunque los pies me dolían, no pensaba regresarme a la mansión Russell. No tenía ganas de nada, ni siquiera fingir que era más fuerte que el imbécil de Nicolas Russell, no sabía cómo iba a soportar verlo después de lo que había pasado. "Una madre drogadicta que te abandonó" "Tu familia no vale nada" Resoplé y en ese momento recibí el milésimo mensaje del día, le di una oleada sin muchas ganas y me di cuenta que se trataba de Nancy, la hermana de Nick. Mordí mi labio y rodé los ojos, respondiéndole solamente a ella sobre mi paradero. Parecía preocupada y eso me hacía sentir mal. Sí, de acuerdo, era una débil. No tuve que esperar mucho tiempo, Nancy apareció con la expresión de su rostro alterado, rodeandome con sus brazos y apretándome tan fuerte, que pensé que iba a romperme una costilla. —¿Por qué demonios viniste hasta aquí? —casi gritó en mi oído