Después de hacer el amor, el aire en la habitación se sentía espeso, casi sofocante. Me acurruqué contra Nick, intentando encontrar consuelo en su calor, pero no podía evitar sentirme diminuta, insignificante, como si la intensidad de lo que acabábamos de compartir me abrumara por completo. No era solo el acto físico lo que me hacía sentir así; era todo lo que había dicho, todo lo que había dejado implícito con sus palabras, y lo que no había dicho, lo que aún ocultaba.No sabía cómo responder a lo que él había confesado, había sido un torrente de emociones, y yo estaba paralizada por el miedo. No quería que pensara que no correspondía a sus sentimientos, porque lo hacía. Estaba enamorada de él, profundamente. Pero el temor, ese miedo corrosivo que se arrastraba en mi interior, me impedía entregarme por completo. Había tantas mentiras entre nosotros, tantos misterios que nunca se resolvieron. Me aterraba la idea de que todo esto no fuera real, que Nick solo estuviera representando
Era como si mi dolor lo afectara de una manera que no podía ocultar, y esa preocupación genuina en sus ojos me conmovió profundamente. Por un instante, pensé que lo que me ocultaba debía ser algo realmente grave, algo que no se atrevía a compartir conmigo.Mi voz tembló al salir, pero logré articular las palabras que tenía enterradas en mi pecho:—Yo también estoy enamorada de ti, Nick.Sus ojos se iluminaron, brillando con un entusiasmo que hacía tanto que no veía en él. Se inclinó hacia mí, atrapando mis labios en un beso. Fue un beso suave al principio, lleno de amor y ternura, pero pronto se volvió más urgente, más desesperado. Cada beso venía acompañado de un susurro, un “te amo” repetido una y otra vez, como si esas palabras pudieran sellar la promesa que nos hacíamos en ese momento.Lo besé con la misma intensidad, sintiendo cómo sus manos comenzaban a deslizarse por mi cuerpo, acariciándome con una mezcla de devoción y deseo. Era como si estuviéramos tratando de reafirmar l
EmmaDesde que volvimos de Cancún, el silencio parecía haberse instalado entre nosotros como una sombra. Nick estaba algo distante, y aunque intentaba actuar como si todo estuviera bien, yo sabía que algo no lo estaba. Lo sentía en cada gesto, en cada palabra no dicha, y todo comenzó con esa maldita visita al hospital.Habíamos llegado al hospital en silencio, escoltados por los guardaespaldas, quienes nos seguían como sombras. No había intercambio de palabras entre Nick y yo, solo un aire tenso que no se podía ignorar. Cuando el ascensor se detuvo en el piso de Karen, él me dejó pasar primero, un gesto que normalmente habría considerado caballeroso, pero que en ese momento solo me hizo sentir más distante de él.Al llegar a la habitación, me detuve en seco. La puerta estaba apenas entreabierta, y pude ver a Karen recostada en la cama, su rostro estaba pálido pero con una expresión serena. Sentí una punzada de celos, un ardor que me quemaba por dentro. Sabía que no tenía derecho a
Una esposa para su hijo Era un día casi normal en la oficina donde era asistente del señor Patrick Russell, magnate empresario con más de treinta años de experiencia y el hombre más bondadoso que había conocido jamás. Y dije casi, porque había llegado tarde por culpa de mi maldito despertador. Mi jefe era un hombre cabal y serio, a diferencia de su quejumbroso hijo, un chiquillo mimado que sería el futuro presidente y dueño de las empresas Blomkamp C.A, una a la que daba por perdida en manos de semejante ser insufrible. En fin, esperaba tener el dinero suficiente ahorrado, porque estaba segura que una vez que Nicolas tomara el mando, me mandaría de patitas a la calle, sólo por un tonto accidente que no era capaz de olvidar. Estaba revisando unos papeles importantes para entregarle a mi jefe, cuando recibí un llamado urgente a su oficina. —¿Me llamaba, señor Russell? —entré con carpetas en mano, por si acaso íbamos a hablar de la junta de las 3pm. —Sí, señorita Benedict. Siéntes
—¡Me caso! —dije en cuanto abrí la puerta para que mi mejor amiga entrara. Nos encontrábamos en mi apartamento, mi jefe y futuro suegro me había dado el día libre. Jane llegó al instante que la llamé y aquí estábamos. —¡¡¡Oh, por Dios!!! ¿Cómo es que te casas? ¿Con quién? ¿Cuándo? —exclamó, casi gritando— Que yo sepa no tienes novio, hasta llegué a pensar que eras lesbiana y querías conmigo. Rodé los ojos al tiempo que me tumbaba en el sofá a la par de Jane, mientras le respondía: —Aún no sé cuando, mi jefe no me lo ha dicho. Jane frunció el ceño. —Espera, ¿qué? ¿Tu jefe? —afirmé— ¿Me estás diciendo que te casas con tu jefe, el que de seguro es viejo y panzón? ¿Sabes? Hubiese preferido que fueras lesbiana. La fulminé con la mirada, reprendiéndola. —¡Jane! ¿Cómo puede decir que me prefieres lesbiana? Tan lindos y hermosos que son esas cosas satánicas llamados hombres. —Pero Emma, ¿habiendo tantos chicos guapos, preferiste al panzón de tu jefe? —¡No, Jane! Y mi jefe no es un pa
—¡¿Terminaste?! —espeté irritado. —Permítame reírme, por favor… —dijo copiando mis palabras— ¿Yo enamorada de usted? Buen chiste, señor... mimado. La fulminé con la mirada, estaba harto de que me dijera "señor mimado" porque no era un mimado y mucho menos un niño. —No quiere mi dinero, como si fuera a creerle —rodé los ojos. —Piense lo que quiera —no había perdido la sonrisa— Además, le conviene que me case con usted o si no lo pierden todo —maldita sea, lo sabe— Y ya le he dicho que no quiero su dinero —continuó diciendo. Sí, claro. —Todas las de su tipo son iguales, siempre quieren lo mismo, ¿por qué usted no? Si al final, todas son igual de zo... —no logré terminar la frase, ya que siento su palma en mi mejilla— ¡Ahh! Eso sí que dolió. —¡Imbécil! —dijo molesta y yo solo me froté la mejilla porque créanme, golpea fuerte. —No debería ofenderse con la verdad —levantó su mano, intentando darme otra bofetada, pero esta vez logré detenerla en el aire— Espera, ¡no otra vez! —¡S
Los aplausos de los invitados se hicieron presentes, mientras nos colocábamos los anillos. No podía dejar de ver el mío, era hermoso, tenía un diamante en el medio lo cual lo hacía brillar. Luego firmamos los papeles y los aplausos no dejaron de sonar, mientras los invitados se nos acercaron a felicitarnos. Pobres, creían que esto era real. —Estoy feliz, al fin te casaste, amiga —habló una Jane melancólica. ¿Pero qué le pasaba? —Esto es un contrato, Jane y lo sabes, dentro de seis meses acabará. —¿Quién sabe lo que pueda pasar? —me guiñó un ojo. —Nada. No pasara nada, Jane y deja de leer tantos libros y de ver tantas novelas baratas y tontas, por favor, o te volverás loca. —Tú dirás lo que quieras, pero ya verás que tengo razón —sonrió ampliamente—. Cuando tengan hijos, no te olvides de mí para su madrina. Abrí mi boca para hablar, pero fui interrumpida por mi suegra. —De nuevo bienvenida a la familia, hija —habló con los ojos llorosos, a lo que yo afirmé con una sonrisa de
6:32 am marca el reloj y yo ya estaba despierta, acostumbraba a despertar más temprano, pero me di el gusto de no hacerlo. Aparté las sábanas que cubrían mi cuerpo y me puse en pie. Lavé mi rostro, mis dientes y en pijama bajé hacia la cocina, encontrándome con una Rosa somnolienta. —Buenos días, señora Emma. ¿Qué desea desayunar? —saludó al instante en que me ve. —Buenos días, Rosa... Y trátame de tú, por favor. —Disculpe, pero usted es la señora de la casa y mi deber es tratarla con respeto. —Solo soy la esposa, Rosa. Son ellos los del billete, no yo. Y si así fuera, no existe ninguna diferencia, todos somos iguales. Dime Emma, ¿de acuerdo? —enarqué una ceja y ella sonrió. —De acuerdo se... Emma. —Así está mejor —sonreí—. ¿Me puedes dar un jugo, por favor? —Claro, ahora mismo se lo hago —miró detrás de mí—. ¿Y el señor Russell? —¿Quién? ¿Nicolas? —ella asintió—. Ah, mi querido esposo aún duerme, ya bajará luego. —De acuerdo. Eh... —sabía que quería decirme o preguntarme alg