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Capítulo 3: Abandonando toda esperanza

—Hagas lo que hagas… Nunca olvides tu lugar. No eres más que una sirvienta en esta casa… —dijo Viktor en un susurro, ni siquiera me volteó a ver cuando estaba alistándose para salir de la habitación.

—Pero… —Quise detenerlo. Me había tomado como su mujer, me había metido en su casa y estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para ganarme ese lugar. ¿Por qué me despreciaba?

—¡Que no! ¡No me casaré contigo! ¡Ni siquiera entiendo por qué terminé entre tus piernas! ¡Fue un error meterme en los asuntos de Abbas! —exclamó iracundo y salió de la habitación, azotando la puerta. 

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El tiempo pasó y yo me esmeré en ser la mujer indicada, compartiendo las labores del hogar con las sirvientas, lavando la ropa de Viktor y preparando su comida, esperándolo todas las noches. Se acostumbró a mi presencia, pero mientras yo me enamoraba cada vez más de él, él se volvía más hiriente. 

Me ocultaba de su familia, me negaba con sus amigos y cuando alguien llegaba a preguntar por mí, decía que era una sirvienta que había conseguido en Dubai. Aun así, pasaba sus noches más oscuras conmigo. Se refugiaba entre mis piernas y agradecía esos momentos donde la pasión parecía ablandar su corazón. 

Me reconfortaba que me abrazara y me besara, que recorriera mi cuerpo y se apoderara de mí. De esa forma me imaginaba que cada día estaba más cerca de conseguir su amor, aunque al amanecer, él desapareciera de mi cama sin decir ni una sola palabra. Había pasado de ser la sirvienta de mi padre a la mascota de Viktor, hasta que un buen día comencé a sucumbir ante las náuseas y los mareos. 

Mi condición se complicó hasta al punto de que Viktor tuvo que traer a un doctor, pues no quería salir de la mansión conmigo, temía que alguien pudiera decir que éramos algo más que amo y esclava. 

Las noticias fueron agridulces. El doctor dijo que estaba embarazada. Todas esas noches que habíamos compartido dieron frutos y dentro de mi corazón albergué la esperanza de que un hijo pudiera cambiar la situación, pero al ver el gesto frío y molesto de Viktor entendí que no había recibido la noticia con la misma alegría.

A partir de ese día, se alejó aún más. Sus visitas nocturnas cesaron, así como mi participación en las labores del hogar. La ama de llaves me cuidaba por mandato de Viktor, pero eso no significaba que no me tratara con desdén y burla.

Los meses pasaron y ver a Viktor se volvía cada vez más difícil. Ni siquiera por saber que su hijo nacería había logrado algo de compasión. Me sentía cada vez más sola. 

Cuando el día del parto llegó, la ama de llaves me llevó al hospital y una vez que el niño nació, Viktor se presentó, más no estuvo durante las largas horas de labor, sosteniendo mi mano, ni apoyándome. Cuando volví a pisar la casa, mi corazón había cambiado, ahora estaba cargado de resentimiento. Las burlas de las sirvientas eran sordas a mis oídos y mi amor por Viktor comenzaba a diezmarse.

—Layla… Ya estoy aquí… —dijo Viktor en cuanto rebasó la puerta de mi habitación. Desde que nació André, no volví a esperarlo después del trabajo. 

Permanecí en silencio, sentada a la orilla de la cama, viendo a mi pequeño dormir. Era una mezcla encantadora de dos culturas, su piel era más clara que la mía, sus ojos eran de un azul intenso, herencia de su abuelo paterno según Viktor, y sus cabellos eran tan negros como los míos. Era una criatura encantadora que se había vuelto mi centro y mi motivación.

De pronto un peluche de león apareció frente a la cuna. Viktor se asomó y le dedicó una mirada cargada de ternura, así como una sonrisa sincera. Parecía un hombre diferente, uno que podía sentir y dar amor, pero eso había dejado de importarme.

—¿Cómo está mi bebé? —preguntó mientras acercaba su mano para acariciarlo después de acomodar el león a un costado de la cuna.

—Bien… —respondí en un ruso cada vez más fluido, tanto que Viktor volteó hacia mí con atención.

—Me alegra que comiences a dominar el idioma… 

Su mirada se clavó en mi rostro, pero mis ojos solo tenían interés en mi pequeño André. 

—…Tú, ¿cómo estás? 

No pude evitar sonreír decepcionada. Tanto tiempo había pasado ahí, y nunca se animó a preguntarme, ni siquiera cuando tenía las manos quemadas por los jabones y solventes que usaba para limpiar la casa, o cuando me corté al hacerle su comida. 

No me preguntó cuando me enfermé, ni cuando casi muero de hipotermia al ayudar a quitar la nieve de la entrada. Todo ese tiempo escondida, como un fantasma que solo ansiaba un poco de su atención, humillada, frustrada, sola… y hasta ahora decide mostrar interés en mí, cuando yo soy quien ya no tiene interés en él. 

—Un día dijiste que cuando dominara el idioma, me obligarías a buscar trabajo y después un lugar donde vivir… —repetí las palabras que dijo antes de que supiéramos de la llegada de André—. Nunca he trabajado en otra cosa que no sea hacer limpieza y cocinar, pero encontré una vacante para atender una casa de ancianos. 

Tomé el pedazo de periódico, pues era el único medio de comunicación al que tenía acceso, y le mostré el anunció. De inmediato frunció el ceño y apretó con tanta fuerza el papel que temía que lo rompiera. 

—¿Hablas en serio? —siseó.

—Sí, es lo que querías. Por la paga, espero que en un par de meses sea capaz de rentar un departamento. He visto un edificio que renta, parece tranquilo y hay extranjeros… 

De pronto Viktor rompió el papel en miles de pedazos, rasgándolo ante mis ojos. Creí que la noticia lo pondría de buenas, que estaría feliz porque por fin se desharía de mí.

—¿Crees que permitiré que lleves a mi hijo a un lugar así? 

—Pero está lindo, es amplio y la gente que vive ahí parece agradable —dije con el corazón roto, viendo cada pedazo de papel en el suelo con tristeza y desesperación. 

—Aquí tienes lujos y comodidades. Todo lo necesario para vivir con el niño. ¿Qué más quieres? 

—Si se trata del niño… 

—Efectivamente se trata del niño —contestó sin dejarme proseguir—. No permitiré que te lo lleves. 

—¿Me lo piensas quitar? —pregunté controlando mi miedo. Era la pesadilla que más me atormentaba las últimas noches.

—Sí piensas salir de esta casa, entonces lo haré… —contestó de mala gana.

—No estás nunca en casa. ¿Planeas que el niño pase todo el día solo? Cuando llegas en las noches, él ya está dormido. ¿Qué sentido tendría quitármelo? Por favor, yo sé lo desagradable que soy para ti, solo déjame ir. Conseguiré trabajo, un lugar donde vivir y traeré a André a visitarte cada vez que así lo desees, nunca te negaré a tu hijo —supliqué, en verdad deseaba mi libertad. Había gastado todas mis energías en conseguir su amor y ahora lo único que anhelaba era poder alejarme de sus malos tratos.

—No, te quedarás aquí con mi hijo y punto. No hay nada que discutir —agregó furioso, dejándome sola en la habitación. 

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Aunque no volví a mencionar el tema delante de Viktor, seguí en busca de un trabajo. Mi tono de piel complicaba las cosas, pero mi dominio del ruso las mejoraba. 

De pronto una noche, cuando salía de bañarme, noté que las sirvientas estaban levantando las pocas cosas que tenía, sacándolas de mi cuarto. 

—¿Qué ocurre? —pregunté preocupada, pero ninguna me dio explicaciones. Incluso las cosas de André, que eran más que las mías, estaban siendo levantadas. 

—Está habitación es muy fría en esta época del año y no quiero que el niño vaya a enfermar —dijo Viktor cruzado de brazos en el marco de la puerta.

Era fin de semana y estaba acostumbrada a sus ausencias. Siempre tenía algo que hacer afuera. Salía el sábado por la mañana y lo volvía a ver hasta el lunes en la noche, pero esta vez era diferente. Tuve intención de preguntarle a qué se debía ese cambio, pero a estas alturas, ya no era algo que me importara. 

—¿Ahora dónde dormiremos? —pregunté intentando ocultar mi incertidumbre. 

—En mi habitación… 

Su respuesta me generó molestias estomacales. Tal vez había oído mal, tal vez mi ruso no era tan bueno como pensaba.

—¿Cómo? ¿Dijiste: «tu habitación»? ¿El niño dormirá ahí? ¿Dónde dormiré yo? No entiendo… —dije confundida y noté como mis preguntas lo molestaban, provocando que torciera los ojos. 

—Dormirás conmigo, en la cama. Mandé a poner una cuna pegada de tu lado, para que puedas cuidar de André —contestó de mal humor.

Abrí la boca pensando en repelar, pero preferí cerrarla. No tenía sentido, no quería más respuestas groseras o irritantes. Él tenía la sartén por el mango y ya estaba harta de enfrentarme a él y a su voluntad.

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