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Capítulo 2: No pienso casarme contigo

En cuanto puse el primer pie fuera de casa, sentí que mi vida sería diferente y por primera vez en mucho tiempo sonreí. Ese hombre frío me llevó a su carro y llegamos directo al aeropuerto. Estaba ansiosa por subir al avión, era la primera vez que viajaría en uno, además, aún sentía la angustia de que, de pronto, todo se desmoronaría a pedazos. ¿Cómo sabía que mi padre no se arrepentiría de dejarme ir así, o que Abbas nos perseguiría y detendría a Viktor de llevarme con él? 

Me daba miedo que, si le causaba suficientes molestias o consideraba que llevarme con él implicaba sortear demasiados obstáculos, Viktor desistiera de ayudarme. No quería regresar a mi casa y mucho menos a las manos de Abbas. De pensar en él se me erizó la piel de manera desagradable. 

No sabía a dónde íbamos, pero no me importó. Subimos a un avión privado, lo cual me hizo cuestionar la naturaleza de mi nuevo compañero. ¿Quién era? ¿A qué se dedicaba? Pude haberle preguntado, pero me sentía tan apenada que simplemente accedí a cada orden sin preguntar.

Me senté en silencio, pegada a la ventana, viendo con admiración como la ciudad se hacía cada vez más pequeña y lejana. No sé en qué momento me quedé dormida, pero hacía mucho que no descansaba de esa forma. Cuando desperté, tenía una cobija cubriendo mis hombros y noté que la punta de mi nariz se sentía peculiarmente fría. 

Al bajar del avión fue como llegar a un mundo nuevo y blanco. Estaba nevando. Aunque era una imagen fascinante, mi cuerpo resintió el cambio de temperatura, o tal vez se trataba de la gélida mirada de Viktor que me inspeccionaba de pies a cabeza, deteniéndose más tiempo en cada moretón que el vestido y los brazaletes no podían cubrir. 

Frunciendo más el ceño, pero sin decir ni una sola palabra, se quitó el abrigo de sus hombros y lo puso sobre los míos. La esencia de su loción a madera aromática sedujo mi nariz. No paré de olisquear hasta que mi sentido del olfato se atrofió. 

Durante todo el camino en auto, así como en el avión, no me dijo ni una sola palabra. Solo veía su celular o sacaba su computadora portátil, parecía un hombre muy ocupado y no me sentía aún con la confianza de interrumpirlo. 

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VIKTOR

Su silencio me irritaba, esa mirada inocente me hacía dudar. No tuve que visitar a Abbas, fue una pésima idea, ahora no sé qué hacer con ella. Claramente no pensaba casarme, no iba a unirme a una criatura con la cual no comparto nada. 

Al llegar a la residencia noté como sus ojos se abrieron por completo, sus iris color avellana coronaban ese par de pupilas negras que se dilataban por la sorpresa y una sonrisa inocente se dibujó en su rostro. 

En la entrada de la mansión nos recibió la servidumbre. Nunca permití que nadie por debajo de mi jerarquía me viera a los ojos. La ama de llaves se acercó, sumisa y con voz suave, para darme la bienvenida. —Señor Viktor, nos alegra que esté de regreso.

—Me encantaría decir lo mismo —contesté sin despegar la mirada de Layla—. Quítale esa ropa tan desagradable, parece que la saqué de un circo. Que se dé un baño y se ponga algo decente. 

—Sí, señor… —respondió la ama de llaves y de inmediato tomó de la mano a Layla para llevársela.

—Adecúa la habitación de invitados, no la quiero en la mía —agregué mientras se la llevaba. 

Parecía un cervatillo asustado, viendo en todas direcciones, pero principalmente, clavando su mirada en mí, como si esperara que la consolara. Ni siquiera entendía por qué la compré, tal vez fue un acto de piedad, no me imagino a una chica tan joven en las garras del asqueroso Abbas. 

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En cuanto el ama de llaves me informó que Layla estaba lista, decidí agarrar valor y buscarla. Tenía que aclarar las cosas con ella. No tenía intención de formar ninguna clase de lazo o vínculo, tampoco tenía tiempo ni ganas de hacerme cargo de una extranjera. 

Abrí la puerta de la habitación de huéspedes y me congelé. Sin ese vestido y velo, aún seguía pareciendo una princesa árabe. Su piel canela y sus profundos y grandes ojos eran encantadores. Sus labios delineados y rosas se curvaron en una sonrisa. Se levantó con gracia de la cama, llevaba un camisón de seda y en cuanto se plantó frente a mí, el tirante cayó de su hombro acariciando su suave y moreteada piel. Era claro que su vida en aquella casa había sido un suplicio. 

—Gracias… —dijo con ternura y sus ojos brillaron—. Juro que seré una buena esposa y…

—No pienso casarme contigo —aclaré de inmediato, no iba permitir que se hiciera ideas.

La confusión se apoderó de su rostro y su sonrisa se diluyó. —Pero… Me compraste… Pagaste por mí —insistió tomando mi mano.

Me alejé, deshaciéndome de su agarre. —Eso no significa nada, apenas y te conozco. Tómalo como un acto de benevolencia. Cuando domines el idioma, te ayudaré a encontrar trabajo y un lugar donde rehacer tu vida. No tengo intenciones de que te quedes a vivir aquí por siempre. 

—Déjame demostrarte que puedo ser una buena esposa… —Se sujetó con fuerza a mi brazo y sus enormes ojos se clavaron en mí, suplicantes—. Soy buena en todas las labores domésticas y puedo aprender a hacer la comida que más te guste. Por favor dame una oportunidad…

LAYLA

Estaba aterrada, no quería que me despreciara y mucho menos regresar con mi padre. Me sentía tan agradecida por haberme salvado que estaba dispuesta a hacer lo que fuera. Aunque su gesto fuera frío, sabía que era un buen hombre, me había visto en problemas y me rescató, alguien así no podía tener el corazón vuelto piedra. 

Me tomó por las muñecas y me alejó con un ligero empujón. Su rechazo me hería, pero el miedo me empujaba de regreso hacia él.

—Pienso cumplir como una esposa lo haría —dije mientras me abrazaba a mí misma, con la cabeza hecha un caos—. Déjame demostrártelo. 

Con vergüenza, me deshice del otro tirante de mi blusón. La seda resbaló por mi piel hasta llegar a mis tobillos. Estaba completamente desnuda ante él, pero no tenía el valor de verlo a los ojos. Solo agaché la mirada y esperé a que él tuviera la iniciativa de tomarme. 

Viktor recogió el blusón del suelo y me lo ofreció con ese gesto iracundo y frío, parecía que no era suficiente mostrar mi piel para llamar su atención. ¿Qué más podía hacer para complacerlo? En mi desesperación, tomé la mano con la que sostenía mi ropa y la acerqué a mi mejilla, quería sentir su caricia, aunque fuera dirigida por mí. Cerré los ojos imaginándome que la sensación podía ser verdad y besé la palma de su mano. 

Las lágrimas brotaron escurriendo hasta tocar su piel. Después de mucho tiempo era capaz de llorar, mi corazón ardía y me quemaba. Algo cambió en la forma en la que me miraba Viktor. Recortó la distancia entre los dos, dejándome ver esos ojos de obsidiana más de cerca.

—Gracias por salvarme… —dije con toda la sinceridad y gratitud que sentía y me apoyé en la punta de mis pies descalzos para alcanzar sus labios fríos. 

No me rechazó, pero tampoco parecía que su boca quisiera moverse con la mía. Aun así, me apoyé sobre su pecho y, sin saber muy bien como besar, me abracé a su cuello. De pronto su cuerpo frío comenzó a irradiar calor, sus grandes manos envolvieron mi cintura y cuando me di cuenta, había encendido su interés en mí. 

Sus labios se volvieron agresivos y su lengua invadió mi boca. Estaba nerviosa, pero la forma en la que me acariciaba y como sus manos se escabullían en mi intimidad, me hicieron olvidarme incluso de mi misma. 

Sobre esa cama tan suave, me tomó sin un gramo de gentileza, apoderándose de mi pureza y reclamándola para él. Ignoró mis lágrimas y mis quejidos de dolor, tampoco yo fui capaz de detenerlo. Quería complacerlo, quería su atención, deseaba poder demostrarle que no era una niña y que podía cumplir con mis responsabilidades maritales. 

Cuando terminó, mi cuerpo temblaba entre dolor y placer, cubierta de sudor y avergonzada, en cambio él parecía atormentado. Había sucumbido ante sus deseos más primitivos y parecía arrepentido.

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