LAYLA
—Anda, date prisa que Abbas no te va a estar esperando, niña… —dijo la sirvienta mientras me manipulaba como si fuera una muñeca.
Mientras el resto de la servidumbre se encargaba de adornarme y perfumarme, yo untaba un ungüento para mis manos rasposas. Toda mi vida solo he sabido servir. Cuando mi madre murió, mi padre no tardó en contraer nupcias y desplazarme como su hija, volviéndome una sirvienta más.
Perdí lo poco que me quedaba cuando mi hermanastra nació y lo único que me mantenía con esperanzas era un día encontrar alguien que me salvara, alguien que tuviera piedad de mí y me sacara de mi casa, alguien que decidiera negociar con mi padre y pidiera mi mano. Ese día había llegado, pero no me sentía muy segura de que fuera como esperaba.
Cuando me di cuenta ya estaba enjoyada y portaba un vestido de seda hermoso que me daba la apariencia de una princesa, junto con ese velo que cubría mis cabellos negros. El único problema es que, quien me esperaba, no era un príncipe.
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—¡No te arrepentirás! —exclamó mi padre. Lo alcancé a escuchar en cuanto atravesé las puertas de su despacho—. ¡Tan solo mírala!
Abbas, el hombre que lo acompañaba, mi futuro esposo, se enchinaba los bigotes mientras su mirada lujuriosa recorría mi cuerpo, haciéndome sentir desnuda ante él. Era un hombre que por lo menos doblaba mi edad y triplicaba mi peso.
—Si que es hermosa… —Se acercó lentamente, acechándome, haciendo que mi estómago se retorciera en cuanto levantó sus manos hacia mí.
—Apenas cumplió veinte años, está en la flor de su juventud —dijo mi padre, susurrándole como si fuera su consciencia—. Además, es virgen. Ningún hombre la ha tocado.
La lujuria creció dentro de los pantalones de Abbas, quien tomó mi rostro por el mentón. Me sentía como un animal siendo vendido en la feria y mi pecho se llenó de angustia. Sabía que no debía de llorar en ese momento o lo echaría todo a perder, pero en mi mente ponía en una balanza el quedarme en casa o irme con ese desconocido.
—¿Cuánto quieres? —preguntó Abbas relamiéndose los bigotes como gato hambriento.
—El doble de lo que ofreciste… —contestó mi padre avaricioso.
—¿El doble?
—Lo merece, es virgen, inmaculada. Además, es una buena ama de casa. Desde muy pequeña se educó a ser servicial y dócil, no tendrás problemas con ella.
—Tendré una casa limpia, pero… ¿qué hay de sus deberes maritales? ¿Cómo sé que no se resistirá? —agregó Abbas mientras acercaba su asquerosa boca a mi mejilla y olfateaba el perfume con el que me habían bañado. Su aliento era desagradable y me revolvía el estómago, podría jurar que tenía un diente podrido.
—¡Es virgen! ¡Claro que se resistirá!, pero la podrás educar a tu gusto…
Ambos hombres rieron a carcajadas. No podía comprender cómo es que mi padre hablaba de esa forma, como si fuera un completo desconocido.
—¡Bien! Te daré el doble… y un bono extra cuando me dé al primer hijo —contestó Abbas con su voz estruendosa y chocó su mano con la de mi padre, festejando el acuerdo. Cuando regresó su atención hacia mí, me tomó por la cintura y me acercó a su voluminoso cuerpo. Me estremecí por el asco y tuve que desviar mi rostro, no podía ver a ese hombre directo a la cara—. Ahora eres mía, Layla, y tendrás que portarte bien.
Apresó mi rostro con su enorme mano, dirigiéndolo hacia el suyo. Era la primera prueba de fuego y mi primer beso. Un grito quería abrirse paso en mi garganta, pero estaba completamente muda mientras el calor de su aliento chocaba con mis labios.
Por el rabillo del ojo vi a mi padre acomodando las hojas del contrato matrimonial, todo estaba listo para mi condena, menos mi alma. Cerré los ojos y quise ser fuerte, sabía que no debía de resistirme, pero no pude. Me revolví entre sus brazos y al liberarme, corrí hacia las puertas de la oficina, dispuesta a salir de ahí.
Escuché las exclamaciones de mi padre, pero no volteé hacia atrás. Sentía que había llegado demasiado lejos y se me acababa la astucia. Sin darme cuenta, choqué con alguien. Un hombre en traje, alto e imponente. Me aferré con ambas manos a la solapa de su saco y levanté mi mirada. Su rostro era frío, su piel pálida y lucía unos ojos oscuros como la obsidiana. Ese extranjero me tomó por los brazos con fuerza, evitando que cayera al chocar con él y mi corazón empezó a palpitar en mi cabeza.
—Ayúdame… por favor… —supliqué temiendo que no habláramos la misma lengua.
—¡Layla! ¡Ven acá! —gritó mi padre y de un tirón me alejó de ese hombre en el que deposité toda mi fe—. ¡¿Quieres que te encierre en la caja un par de días para que aprendas?!
La caja era un pequeño cuarto completamente vacío y a oscuras. Ahí se quedó guardada toda mi rebeldía.
—No, por favor, papá… —supliqué como una niña pequeña, recordando mi infancia, rogando como en aquel entonces.
—Eres una hija malagradecida —intervino mi madrastra que veía todo con soberbia desde ese sillón de terciopelo—. ¡Agradece que tu padre haya encontrado a alguien con quien casarte! ¿Querías ser una solterona el resto de tu vida?
Mis brazos hormigueaban por la fuerza con la que me sostenía mi padre y mis piernas comenzaban a perder su fuerza.
De pronto ese hombre de belleza sombría se acercó a Abbas y comenzó a hablar. La plática entre ellos parecía complicada. Mientras Abbas perdía la cabeza y manoteaba en el aire, el extranjero mantenía la calma. Su actitud era tan fría que congelaba el aire a su alrededor, oponiéndose al clima cálido de este territorio.
—¿Qué es lo que ocurre? ¿Qué pide tu amigo? —preguntó mi padre confundido. Nadie ahí entendía el lenguaje de ese hombre salvo Abbas que, pese a su aspecto desagradable, era un gran hombre de negocios y, por tanto, de mundo.
—Quiere a Layla… —dijo Abbas divertido—. Preguntó por su precio.
Mi padre rió a carcajadas con Abbas, aun así, el extranjero parecía ecuánime, tal vez porque no entendía el árabe.
—¡Jamás entregaría a mi hija a un extranjero! ¡Ni por cien camellos cargados de oro! —agregó mi padre entre carcajadas—. Dile a tu amigo que se vaya de mi casa, que su comportamiento me ofende.
Por un momento, esa mirada fría se clavó en mí, parecía notar mi impotencia y miseria, pero su gesto era siempre el mismo. Era como una estatua de mármol.
—Me imagino que duplicar la suma que Abbas ofreció, sería inútil —dijo el hombre con esa voz tan metálica y fría, digna de su apariencia. Hablaba nuestra lengua como si fuera propia.
—¿Duplicar? —preguntó mi padre sorprendido y su agarre se suavizó.
—Puedo duplicar, de hecho… puedo triplicar la suma de dinero total que Abbas haya ofrecido por esa mujer. —Sacó una cartera de cheques y comenzó a llenar uno. Mi padre se asomó para verificar que fuera verdad—. Puede ir a cambiar el cheque para corroborar que tiene fondos. No me importa esperar.
—¡Viktor! ¡Si estás aquí, no es para quitarme a mi futura mujer! —gritó Abbas furioso—. ¿No somos amigos?
—Mi padre y tú son amigos, pero entre tú y yo solo hay negocios y este es uno. Quiero a esa chica —contestó ese tal Viktor, demostrando que su corazón era tan frío como su actitud.
—¡Nadia! —exclamó mi padre y me arrojó ante los pies de mi madrastra—. Cuida a la niña, iré al banco. Si esto es verdad, entonces el extranjero se la puede llevar.
—¿Qué? ¡No! ¡Teníamos un trato, Basim! —exclamó Abbas indignado.
—¿Puedes duplicar la suma de tu amigo? —preguntó mi padre divertido, sintiendo como el cheque se convertía en billetes. Ante el silencio furioso de Abbas, continuó con su camino, directo al banco.
Mi madrastra me agarró de la muñeca con fuerza, sabiendo que era suficiente para mantenerme quieta. Apenas había pasado media hora cuando recibió la llamada de mi padre, el cheque era genuino y estaba depositando el dinero en su cuenta. Sus risas vigorosas y felices se alcanzaban a escuchar por la bocina.
—Bien, supongo que no tendrá problema, señor Viktor, en cumplir con las tradiciones de este país… —dijo mi madrastra viendo de pies a cabeza al hombre, fingiendo indiferencia.
—¿Tradiciones? —preguntó Viktor levantando una ceja.
—Claro, tendrá que cumplir con una boda como Dios manda…
—¿Quién habló de casarse? —volvió a preguntar Viktor en cuanto se acercó a nosotras. Su mirada me heló la sangre. Tomó la mano de mi madrastra con fuerza, haciendo que me liberara, y después me ayudó a ponerme de pie. Su mano descansaba suavemente alrededor de mi brazo, pero sentía que, por el menor movimiento brusco, me atenazaría con más fuerza de lo que jamás han hecho—. La chica es mía, pero no para ser mi esposa.
En cuanto puse el primer pie fuera de casa, sentí que mi vida sería diferente y por primera vez en mucho tiempo sonreí. Ese hombre frío me llevó a su carro y llegamos directo al aeropuerto. Estaba ansiosa por subir al avión, era la primera vez que viajaría en uno, además, aún sentía la angustia de que, de pronto, todo se desmoronaría a pedazos. ¿Cómo sabía que mi padre no se arrepentiría de dejarme ir así, o que Abbas nos perseguiría y detendría a Viktor de llevarme con él? Me daba miedo que, si le causaba suficientes molestias o consideraba que llevarme con él implicaba sortear demasiados obstáculos, Viktor desistiera de ayudarme. No quería regresar a mi casa y mucho menos a las manos de Abbas. De pensar en él se me erizó la piel de manera desagradable. No sabía a dónde íbamos, pero no me importó. Subimos a un avión privado, lo cual me hizo cuestionar la naturaleza de mi nuevo compañero. ¿Quién era? ¿A qué se dedicaba? Pude haberle preguntado, pero me sentía tan apenada que simplem
—Hagas lo que hagas… Nunca olvides tu lugar. No eres más que una sirvienta en esta casa… —dijo Viktor en un susurro, ni siquiera me volteó a ver cuando estaba alistándose para salir de la habitación.—Pero… —Quise detenerlo. Me había tomado como su mujer, me había metido en su casa y estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para ganarme ese lugar. ¿Por qué me despreciaba?—¡Que no! ¡No me casaré contigo! ¡Ni siquiera entiendo por qué terminé entre tus piernas! ¡Fue un error meterme en los asuntos de Abbas! —exclamó iracundo y salió de la habitación, azotando la puerta. ۻEl tiempo pasó y yo me esmeré en ser la mujer indicada, compartiendo las labores del hogar con las sirvientas, lavando la ropa de Viktor y preparando su comida, esperándolo todas las noches. Se acostumbró a mi presencia, pero mientras yo me enamoraba cada vez más de él, él se volvía más hiriente. Me ocultaba de su familia, me negaba con sus amigos y cuando alguien llegaba a preguntar por mí, decía que era una
VIKTORQuería trabajar y concentrarme en lo importante. La compañía dependía de mí y por ende el dinero de la familia, pero no podía, mi mente solo se enfocaba en Layla. Subí a la habitación, agotado y frustrado, en cuanto abrí la puerta me encontré con una imagen que me congeló el corazón. Layla estaba en la orilla de la cama, había quitado uno de los lados de la cuna para poder extender su mano hacia el bebé, dejando que André sujetara sus dedos para poder dormir reconfortado. Por un momento sentí celos. Cuando entré en la cama, anhelé su atención, quería verla dormir sobre mi pecho, abrazada a mí. Acerqué mi mano a su hombro y acaricié su tersa piel, tenía un color encantador, nada común en Rusia. Siempre me vi involucrado con mujeres hermosas, modelos de renombre, actrices de pieles blancas y tersas, cabellos y ojos claros. Quería una mujer que lucir cuando acudía a reuniones y fiestas, y de la cual disfrutar cuando la tuviera en la alcoba. No es que no tuviera ganas de enamora
—Lo es… Estoy segura —afirmó mi madre—. Es una mujer exitosa, fuerte, inteligente y tendrán hijos hermosos. Además, su familia será un fuerte aliado… —Para eso es esta maldita fiesta…—Creí que, si considerabas adecuado, podríamos anunciar su compromiso en este mismo momento con un brindis. No pude evitar torcer los ojos y apretar los dientes con tanta fuerza hasta que sentí que mis muelas se romperían. No me gustaba que manejaran mi vida a su antojo y no estaba dispuesto a aceptar ese matrimonio.—¿Qué ocurre si me rehúso? —La única forma en la que te permita rechazar a Alexa, es que me traigas a una chica mejor que ella…¿Layla era mejor que Alexa? Ni de chiste. Por su edad, con suerte tenía la escuela básica concluida. —No me voy a casar con ella —contesté tajante.—No voy a presionarte, Viktor, pero entiende que no voy a dejar que las riquezas de la familia se pierdan. Tu hermana no quiere casarse ni tener hijos y tú no me puedes fallar. Todo lo que nos dejó tu padre puede rep
En cuanto la fiesta terminó, Olga abrió la puerta casi de una patada, y su mirada furiosa inspeccionó el cuarto, buscando con desesperación algo que estuviera roto o fuera de su lugar, pero todo estaba en orden.—Levántate… El amo Viktor te quiere ver —dijo Olga y, sin esperar, me tomó del brazo y de un jalón me sacó de la cama. Mi pequeño André empezó a llorar, era una noche de terror para él. Atravesamos la mansión hasta llegar al despacho de Viktor. Se escuchaba que estaba acompañado de otras personas. —¡Esto es una estupidez! —exclamó una mujer hermosa antes de salir. Aunque el aroma a alcohol la perfumaba, parecía aún cuerda. Se quedó plantada frente a mí, viéndome con sorpresa y cuando se percató de mi bebé, su semblante se volvió taciturno.—¿Layla? —preguntó en un susurro y yo solo asentí—. Mi hermano quiere hablar contigo.Con duda extendió sus brazos hacia mí, pidiéndome a André en silencio, pero yo retrocedí, no le dejaría a mi hijo a una desconocida.—Si la señorita Min
Saqué del bolsillo de mi pantalón las monedas que me había arrojado Alexa y se las mostré a la chica, quien las vio con sorpresa.—Con esto, ¿qué tan lejos puedo ir? —pregunté acercando las monedas hacia ella. —¡¿De donde sacaste esas monedas?! —exclamó Olga iracunda. En cuanto se acercó me las quiso arrebatar, pero de inmediato las volví a guardar en mi pantalón—. ¡Dame eso!—No le haga nada… Yo le di esas monedas —intervino la sirvienta angustiada, la única que confiaba en que no las había obtenido de manera ilegal.—¡¿Cómo vas a darle tú esas monedas?! —preguntó Olga mofándose. Tomó a la chica por el brazo y la apartó—. Eres tan pobre y miserable como el resto. ¡No intervengas!Volteó hacia mí, iracunda, se veía tan grande e imponente que de inmediato le di la espalda protegiendo a mi pequeño André de sus gritos y ataques. —¡Dame esas monedas! ¡Ladrona! —exclamó.—¡No soy ninguna ladrona! —contesté furiosa. Lamentablemente las lágrimas nacían junto con mi odio, restándole fuerza
LAYLAMientras arrullaba con ternura a mi pequeño André entre mis brazos, Viktor llegó, parecía nervioso y molesto, caminaba de un lado a otro como león enjaulado y sin motivo aparente, tomándome por sorpresa, deslizó un hermoso anillo en mi dedo anular, con un diamante que brillaba en cuanto la luz pegaba contra su superficie.—¡Olga! —gritó con fuerza haciendo que el ama de llaves entrara a la habitación presurosa y asustada—. Busca al mejor organizador de bodas. Lo necesito de inmediato.—¡Sí, señor! —respondió la sirvienta antes de salir corriendo.—¿Organizador de bodas? —pregunté mientras veía el anillo en mi dedo. ¿Qué era lo que ocurría? —Tú ganas… —dijo apretando los dientes y acercándose a la puerta, dispuesto a salir—. Nos vamos a casar, como deseabas en un principio.Azotó la puerta, estaba furioso. ¿Qué le había hecho cambiar de parecer? Algo lo obligaba a esta situación, hilos invisibles manipulaban sus decisiones. Por lo poco que lo conocía, no tendría sentido pregunta
—¿Anastasia? ¿Eso es cierto? —preguntó uno de los inversionistas, el señor Novikov, a mi madre—. Solo te recuerdo que la empresa no te pertenece por completo. Desde que tu esposo murió, hay un consejo de inversores, el mismo que escogió a Viktor como CEO de la empresa. No puedes simplemente despedirlo o reemplazarlo sin nuestro consentimiento. —Tan inteligente como tu padre… —dijo mi madre, no como halago, más bien como reproche—. Vámonos...Tomó a Alexa del brazo, motivándola a retirarse y dejar de hacer el ridículo, pero esta no parecía estar dispuesta a dejar las cosas como estaban.—Si nada de esto te importa… —agregó sacudiendo los papeles en el aire y rompiéndolos—. Entonces no te importará desperdiciar una unión tan beneficiosa. Un negocio que claramente tu criada nunca te podrá ofrecer. Me sorprende para un hombre enfocado en el crecimiento de su empresa y siempre ganar. Veremos cuanto te dura tu capricho que no te dejará nada.—No todo se trata de negocios, Alexa —respondí c