La Era de los Desterrados
La Era de los Desterrados
Por: 5toCometa
Prólogo

Puedo imaginarlo… todo se dibuja en mi mente a medida que escucho… siento el miedo… esa sensación de inquietud y pavor… esa atonía que acelera el flujo de sangre en nuestro cuerpo y nos hace sentir débil… y me doy cuenta de algo… el miedo… es lo único que realmente ha influido en el tiempo. Todos tenemos uno… miedo a morir, miedo a vivir, miedo a dejar de existir, a ser olvidado, miedo a perder, miedo al poder, incluso Dios debe tener uno y eso, llevó a los humanos al borde de la existencia.

Mi abuela me contaba historias, historias que le contaron sus abuelos a ella, historias de aquellos tiempos en donde la humanidad poseía infinitos miedos, y por eso, queríamos ser los dueños de todo… siempre queriendo poder controlar el mundo, el mar, los árboles y animales, controlar la vida. Solo así dejaríamos de temer a todo, o eso creíamos. Pero nunca fuimos capaz de nada, que irónico, decíamos ser dueños de la Tierra, y la verdad, es que la Tierra era dueña de nosotros.

Escucho y podría jurar que lo he vivido, pero no fue así. No lo vi con mis propios ojos, tampoco ella, aun así, me contaba el terror que se veían en el rostro de los abuelos al recordar lo qué veían en los ojos de los más ancianos de aquel entonces, al contar aquella historia de muerte la cual presenciaron…

Era una noche tranquila como ninguna otra, las estrellas se veían como un gran prado de cristal en el cielo y una leve brisa soplaba haciendo chocar las hojas de los arboles unas con otras. A la lejanía podía escucharse los ladridos de algún perro que bien podría ser callejero o de algún vecino, no había deslizadores a esa hora y las luces de las ciudades estaban más brillantes que nunca. Las calles se encontraban solas, ni un alma había decidido disfrutar del agradable clima nocturno.

La mayoría dormía y muchos aun despiertos veían televisión o hacían otra clase de cosas. Fue la primera de las noches en mucho tiempo donde todo estaba en calma, pero, de un segundo a otro, todas las luces se apagaron y el lugar quedó en la casi oscuridad, solo las estrellas evitaban la total penumbra. Entonces, se escuchó algo como un crujido, fuerte y grotesco que hizo temblar los cristales, sacudir los objetos y a las campanas de la iglesia sonar una última vez; los que dormían despertaron, y los que ya estaban despiertos alzaron su vista a cualquier punto sobre sus cabezas, agudizando su oído, tratando de saber que podría ser lo que se había escuchado.

Minutos después, no se volvió a escuchar. Nuevamente todo estaba en silencio, pero esta vez era una mudez extraña, inquietante y atemorizante. Muchos abrieron sus ventanas y asomaron la cabeza para mirar hacia afuera de sus casas, familias enteras, solteros, niños, ancianos y demás, se sentían curiosos pero atemorizados.

De improviso, una gran bandada de aves rompió el silencio, y mientras se alejaban y elevaban lo más que podían los insectos abandonaban sus refugios actuando de igual forma. Los animales y mascotas de todo tipo temblaban y soltaban lamentos haciendo más aterrador el momento.

Fue entonces cuando la tierra empezó a temblar, suave al principio y fuerte después. No parecía querer detenerse, no como las otras veces. Los objetos comenzaron a caerse y a desestabilizarse. Las personas no podían andar más de tres pasos sin caer, además la tierra inició a abrirse, se comenzaron a escuchar gritos y plegarías para que aquello parara. Pero el cielo parecía no escuchar y el suelo siguió sacudiéndose.

De los quiebres, posos de lava se desbordaban, y muy rápido hubo un “río” de la misma que atravesaban las ciudades. La humanidad nunca lo habría creído cierto, la tierra ya no era segura, pero los cielos de seguro sí. Alguna vez, hace mucho tiempo, tuvieron planes para cuando la tierra ya no los quisiera, el llamado “fin del mundo” o “apocalipsis” no sería un problema.  Pero lo abandonaron después de que habían conseguido “dominar” a la naturaleza. Lo cierto es que nunca fue así.

Cuando la superficie dejó de sacudirse, llegó lo que todos creían la calma, comenzaron a escucharse sirenas por todas partes, los bomberos, la policía y civiles que no tenían heridas de gravedad, ayudaron a aquellos que no habían tenido mucha suerte; los altos mandos de los gobiernos estaban desconcertados y asustados; los religiosos pregonaban textos de libros sagrados y los científicos se hallaban confusos.

Poco después, el mar se hizo presente y azotó más que las costas, las inmensas olas arrastraron barcos, escombros, aviones, vehículos y cuerpos, para después llevarlos al fondo del mar y desaparecerlos. Kilómetros y kilómetros de tierra libre de rastro humano y todo lo que pudieron haber creado ahí.

Por la liberación de distintos gases letales de la corteza terrestre, las altas temperaturas emitidas por los ríos de lava aun activos y los choques de temperaturas en las corrientes marinas, el clima cambió rápidamente, y era difícil que el aire se limpiara para la producción de oxígeno, provocando la desestabilización del cuerpo humano, causando descompensación, fatiga, deshidratación y hasta la muerte ante tales circunstancias.

Frente a la crisis, los países del mundo tomaron una decisión, la creación de El Gobierno Mundial. Una asociación de los líderes de todas las naciones del mundo sin excepción, con el objetivo de tomar medidas pensando como uno y al mismo tiempo como todos, de esta forma, se llegó a un acuerdo, cesaron ataques, detuvieron proyectos de miles y millones e implementaron un sistema de apoyo. Cada nación debía concentrarse en el objetivo de la llamada (O.R.A.P.S.) Organización de Recuperación, Amparo y Protección social para salvar lo que quedaba de la humanidad.

Algunos años después se inquirió que murieron más de 4.500 millones de personas y desaparecieron 2.650 millones en el cataclismo al que denominaron el “Devastador de los tiempos”. Todas las grandes ciudades sufrieron pérdidas importantes, eran inhabitables no solo porque ya no hubiera edificaciones en pie, sino también por la cantidad de cadáveres en estado de putrefacción, era posible que se desatase una epidemia en cualquier momento, no había forma de trasladar el agua, era imposible regresar la energía eléctrica, había deficiencia de medicamentos y muy pronto, comenzó una crisis alimenticia.

A medida que pasaban los años que se convertían en décadas, movimientos de la corteza terrestre comenzaron a ser cada vez más frecuentes, de menos potencia que El Devastador, pero permanentes y aniquiladores, por territorios cambiaron, unos desaparecieron, otros emergieron del mar, cambiaron su geografía, su vegetación y su hidrografía.  La comida era cada vez más escasa y no había forma de cubrir todos los problemas al mismo tiempo.

Las tierras del campo se volvieron áridas, el agua potable comenzó a contaminarse y el oxígeno apenas era suficiente; aquellos que no aguantaban el ritmo comenzaban a asfixiarse mientras otros trataban de adaptarse.

 La vida humana se fue apagando lentamente, entre nuevas enfermedades, epidemias, deficiencia de antibióticos, infecciones, contaminación de alimentos, intoxicación y hambruna. Muy pronto quedó menos de un tercio de la especie y al final, el Gobierno Mundial no logró controlar en lo que los humanos se convertían por el miedo a la muerte. No había orden, todos los valores que alguna vez habían definido al ser humano desaparecieron. Ya no quedaban lideres dispuestos a ser el medio de unión de la humanidad, y la única regla que existía era la de la supervivencia del más fuerte, no había forma de detener lo que ocurría, era asombrosa la rapidez con la que todo cambiaba, todo desaparecía, era como si mil o dos mil años hubieran pasado en solo 50.

El paso de esos cortos años cayó con fuerza sobra la humanidad, y al final, dejamos de prestarle atención a lo que nos rodeaba, a los cambios que había y nos centramos en comer, dormir y sobrevivir.

Después, después todo cambió. Aparecieron criaturas extrañas, de diferentes clases cuya existencia la humanidad desconocía. Asombrosamente, eran muy parecidos a nosotros, solo que no eran como nosotros; sabían dónde encontrar agua pura y tratar la tierra sin ningún tipo de tecnología. No podíamos hacer mucho en la situación que estábamos, pero nos dimos cuenta de algo; eran muy inteligentes. Empezaron a sembrar, cosechar, construir, agrupándose en pequeños pueblos. Lejos de talar árboles, levantaban piedras y barro edificando pequeñas viviendas, ignorando nuestra casi inexistente presencia.

Los humanos poco a poco dejamos de comportarnos como bestias, creímos que este sería un nuevo comienzo, que estas criaturas solo habían aparecido para devolvernos al camino que habíamos perdido. Pero no fue así.

Cuando tratamos de convivir con aquellos, nos llevamos la sorpresa de que nos odiaban, intentar simpatizar con ellos había sido una mala idea, no querían ayudarnos, querían demostrarnos que eran mejores que nosotros, que no eran bestias, que podían salir adelante pese a las circunstancias.

Así que tratamos de formar nuestros propios pueblos y reunirnos para empezar de nuevo. Años fueron necesarios para que los miles de humanos que quedaban fueran capaces de dejar a un lado el miedo y la desesperación.

Todo se mantuvo en calma ese tiempo, hasta que las criaturas comenzaron con lo que llamaron “casería de bestias”, donde la presa éramos nosotros. Nuevamente la humanidad se encontró bajo amenaza, muchos murieron a manos de aquellos y tuvimos la obligación de escondernos y evitar ser vistos a toda costa, eso si queríamos sobrevivir. Ocultándonos en las profundas cuevas, y saliendo solamente por comida y agua cuando no hubiera ninguno de ellos a la vista.

Ahora teníamos un miedo aun mayor que el de morir, parecer que nos habíamos extinguido era borrar nuestra existencia. Si nos descubrían, si sabían que estábamos aquí, moriríamos, ya no había otra forma de salvarse que esta. Teníamos miedo a vivir.

Capítulos gratis disponibles en la App >
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo