Arabís corría entre los arboles con mucha rapidez y agilidad. Al salir de aquel lugar, se había encontrado con la sorpresa de que afuera estaban cuatro guardias peleando contra un Wendigo. No se detuvo a ayudar, pero en cuanto regresara lo haría. Había pensado en seguir el plan de Meruem pero se negó a hacerlo en cuanto notó que sería imposible no ser vista por la bruja. Así que trataría de buscar ayuda en el bosque, estaba segura de los pequeños guardianes del bosque y los Quetzalcóatl vendrían en su ayuda.
—¡Hola! ¡Guardianes! ¿Dónde están? ¡necesitamos su ayuda!... Vamos —dijo a la nada —¡No pueden dejarnos así! Esa mujer jugó sucio… envenenó a Meruem
Nada apareció, y nadie parecía querer a ayudarla. Recordó que Grecia una vez le dijo, que los seres que
Meruem se dejó caer completamente en el suelo de manera relajada después de ver como aquella mujer se desintegraba, en un gesto de agradecimiento alzó con mucho esfuerzo sus manos al cielo con sus pulgares en alto —¡Eso es!—¡Si! —dijo Arabís con una extraña emoción en el pecho —¡Meruem ya está!—Si… ya me di de cuenta… haz servido para algo.—Alguien volvió a ser el mismo —se cruzó Arabís de brazos —Deberías alegrarte.—No sé si se te ha olvidado… pero estoy muy ¡mal!Arabís recordó que el chico había sido envenenado así que le hizo un gesto a Aduck para que le ayudara a levantar a Meruem, este se negó a prestar su apoyo ya que prefería ayudar a un Koner que se encontraba entre la conciencia e inconciencia.—Koner
Habían pasado los dos días a la espera del próximo barco que saliera hacia Entur. Koner y Meruem estaban completamente recuperados y Arabís había aprendido de Talía sobre algunas cosas, como lo eran los venenos y primeros auxilios. Ya para partir, habían empacado provisiones para el viaje, también vendas y varios frascos de antídotos, solo por si acaso.Meruem esta vez se había asegurado de comprarle a la chica, ropa más abrigadora y una capa para ella sola, además de un par de pequeñas dagas para que por lo menos tuviera con que defenderse, por supuesto, ya en el barco tendría tiempo de enseñarle cómo usarlas.—Muchas gracias Talía... Por todo —dijo una Arabís vestida con sus nuevas prendas —Te agradezco que me hayas enseñado todo a pesar de que fuese una humana.—Necesitaras saber cómo defenderte an
Koner se encontraba recorriendo con frenesí los desastrosos pasillos del navío, desde que comenzó el ataque había ido en búsqueda de Meruem a el camarote, pero se había encontrado con que este estaba todo destrozado y sin la presencia del soldado y Arabís; maldijo sin evitarlo y dio la vuelta para tratar de encontrarlos. Rogaba que las criaturas marinas no se hubieran devorado a sus compañeros mientras se desplazaba por ese laberinto con gritos, sonidos metálicos y uno que otro ataque sorpresivo de una sirena. Llegó hasta el comedor y se sorprendió ver a tantas criaturas juntas buscando refugio con tres sujetos resguardando la puerta. Uno de ellos tenía una extraña marca blanca en la cara y el otro era un poco más bajo y delgado que este.—¡No ataquen! No es una sirena —habló el de la mancha —¿Cómo está la situación afuer
Aunque no estaba segura de qué estaba pasando, sabia con exactitud qué era lo que sentía. No es como si nunca la hubiesen abrazado antes, o que fuera la primera vez que un chico lo hacía, pero en ese momento podía jurar que su vida se elevaba hacia lo alto de las nubes; se sentía feliz y de algún modo realizada. Meruem nunca le había demostrado mucho cariño que digamos, siempre la hacía molestar con sus nada amables comentarios, y, la única vez se había sincerado con ella, había sido cuando estuvieron a punto de morir. Pero ahora, sus pensamientos rondaban de un lado a otro con numerosas posibilidades de aquel extraño acto de su parte. —¡Meruem! ¡Ten cuidado!¡Ya caíste! —le gritó Koner desde arriba; eso hizo reaccionar a Arabís.&nbs
Las palabras eran repetidas una y otra vez justo en ese orden. Arabís no entendía mucho que estaba pasando, ni ningunos de sus compañeros, pero algo era seguro, parecía que los malignos trataban de decirles algo, porque solo se quedaban ahí. Pronunciando una y otra vez lo mismo. —¿Qué hacemos? —murmuró Renzo. —No tengo idea… pero miren —señaló hacia la inmensa criatura. En la “mano” izquierda llevaba un gran tridente de color plateado. Apenas podía distinguirse, pero a lo que se refería Rania era a la joya que se apreciaba brillando justo en el nudo del mismo —Ahí está la piedra.
Durante los siguientes tres días, Arabís estuvo dormida, muchas veces despertaba algo perdida, tomaba algo de agua o algún alimento y volvía a caer rendida. En ese tiempo, Meruem le había contado a Koner cada una de las cosas por las que pasaron en el mar y las criaturas con las que habían tenido contacto. El segundo se había mostrado algo recio a aceptar el hecho de que, gracias a Arabís se habían resuelto muchos problemas en la comunidad marina, pero al ver como las heridas de la chica causadas por su heroico acto, eran tratadas por su amigo, se cuestionaba muchas veces si todo lo narrado podía ser posible, aceptando mucho después que si era verdad. Pero las cosas no mejoraban para la débil chica, cada hora que pasaba Meruem sentía que se estaba alejando de este mundo pues su herida tampoco sana
Koner y Meruem aun trataban de adivinar que era exactamente lo que tena retenida a Arabís, ya tenían decidido cuál de los dos se arriesgaría a ir por ella, Sair y Suyay esperaban para proceder una vez que se supiera el momento del pasado e instruir al voluntario para que no cometiera errores en el proceso. Pero como suele pasar, las cosas nunca salen como lo esperado, y sorprendiendo a todos Arabís se sentó en la cama al mismo tiempo que gritaba llena de pánico. Meruem casi de forma inmediata la sostuvo por los hombros tratando de que lo viera y así hacer que entrara en razón mientras los demás observaban inquietos. —¡Arabís! —le gritó el chico —¡Arabís mírame! —la chica sostuvo las muñecas de Meruem sin ser capaz aún de fijar su vista en el
Hace veinticinco años… Grecia caminaba moviéndose con agilidad por los túneles de la colonia que tanto conocía, agradecía tener que vivir en el mismo sitio y no tener que salir y caminar por lugares que no recordaba. Esa noche, era muy especial, se celebraba el equinoccio de primavera, el único momento del año donde las personas de la colonia podían observar la luz de la luna, una noche del ritual de unión de las parejas de ese año y, en especial, la unión de su querida sobrina con el hombre que amaba. Bajo tierra, muy al fondo, los túneles de la colonia llevaban a una gran caverna debajo de una montaña, que en algún momento fue un gran volcán, la roca de los muros, parecía mágica por la cantidad de piedras preciosas incrustadas en ellos, desde diamantes hasta rubíes. Ahora, solo qu