Una sombra se deslizaba por los más oscuros callejones de la gran ciudad de Zolan. Cada cierto tiempo miraba a sus espaldas para evitar que alguien conocido lo viera o en caso de le estuvieran siguiendo. Llevaba una máscara negra que ocultaba su rostro por completo y una capa que lo encubría y protegía del frío. Los primeros copos de nieve de esa noche apenas comenzaban a caer, hacía más de dos horas que el sol se había ocultado y ya las calles comenzaban a estar desiertas.
Anduvo por más de veinte minutos entre la oscuridad para después doblar a la izquierda una última vez, hasta encontrarse con otro sujeto de similar apariencia.
—¿Qué tal te ha ido? —le preguntó en cuanto se detuvo frente de él.
—Apenas he podido conseguir algo de información nueva, nada que no sepamos —respondió.
—¿Sigue teniendo la
Koner volvió casi al amanecer, por fin podía darse un respiro. Últimamente estaba algo estresado, con todo eso de la misión y que ahora también, tenían que aguantar a Arabís, había estado contra la espada y la pared. Lo mejor sería resolver todo este asunto lo más rápido posible, en pocas horas partirían desde el puerto del Este de Caltum, tomarían un barco y partirían hacia Elune. Al menos ya estarían más cerca de las Islas de Mortu. Entró en su habitación y lo primero que notó fue que la carta que le había dejado a Meruem ya no estaba, lo que significaba que había ido a buscarlo y que posiblemente hubiera salido. Sospechando de que tal vez haya hecho alguna locura, se dirigió a su cuarto. Al entrar, comprobó que, efectivamente
Koner y compañía se acercaban alertas a la extraña vivienda, precavidos, miraban en totas las direcciones esperando cualquier cosa. Cuando estaban a unos cuantos metros de llegar, Koner escuchó un sonido débil pero muy parecido a un grito.—Silencio —susurró y se detuvo en el camino para tratar de oírlo otra vez.—¡Ayudaaaaa! —escuchó muy bajo —¡Auxiliooooo! ¡Alguien!—¡Es Arabís! —se dijo más para sí que para los otros. Corrió hasta la parte trasera de la cabaña de donde se oían los gritos, encontrándose con una extraña pared de metal —¡Arabís! ¡Arabís!Arabís escuchó los gritos de Koner fuera de aquella calurosa habitación, miró a Meruem y este le sonrió alegre —¡Koner! ¡Aquí! ¡Kone
Arabís corría entre los arboles con mucha rapidez y agilidad. Al salir de aquel lugar, se había encontrado con la sorpresa de que afuera estaban cuatro guardias peleando contra un Wendigo. No se detuvo a ayudar, pero en cuanto regresara lo haría. Había pensado en seguir el plan de Meruem pero se negó a hacerlo en cuanto notó que sería imposible no ser vista por la bruja. Así que trataría de buscar ayuda en el bosque, estaba segura de los pequeños guardianes del bosque y los Quetzalcóatl vendrían en su ayuda.—¡Hola! ¡Guardianes! ¿Dónde están? ¡necesitamos su ayuda!... Vamos —dijo a la nada —¡No pueden dejarnos así! Esa mujer jugó sucio… envenenó a Meruem Nada apareció, y nadie parecía querer a ayudarla. Recordó que Grecia una vez le dijo, que los seres que
Meruem se dejó caer completamente en el suelo de manera relajada después de ver como aquella mujer se desintegraba, en un gesto de agradecimiento alzó con mucho esfuerzo sus manos al cielo con sus pulgares en alto —¡Eso es!—¡Si! —dijo Arabís con una extraña emoción en el pecho —¡Meruem ya está!—Si… ya me di de cuenta… haz servido para algo.—Alguien volvió a ser el mismo —se cruzó Arabís de brazos —Deberías alegrarte.—No sé si se te ha olvidado… pero estoy muy ¡mal!Arabís recordó que el chico había sido envenenado así que le hizo un gesto a Aduck para que le ayudara a levantar a Meruem, este se negó a prestar su apoyo ya que prefería ayudar a un Koner que se encontraba entre la conciencia e inconciencia.—Koner
Habían pasado los dos días a la espera del próximo barco que saliera hacia Entur. Koner y Meruem estaban completamente recuperados y Arabís había aprendido de Talía sobre algunas cosas, como lo eran los venenos y primeros auxilios. Ya para partir, habían empacado provisiones para el viaje, también vendas y varios frascos de antídotos, solo por si acaso.Meruem esta vez se había asegurado de comprarle a la chica, ropa más abrigadora y una capa para ella sola, además de un par de pequeñas dagas para que por lo menos tuviera con que defenderse, por supuesto, ya en el barco tendría tiempo de enseñarle cómo usarlas.—Muchas gracias Talía... Por todo —dijo una Arabís vestida con sus nuevas prendas —Te agradezco que me hayas enseñado todo a pesar de que fuese una humana.—Necesitaras saber cómo defenderte an
Koner se encontraba recorriendo con frenesí los desastrosos pasillos del navío, desde que comenzó el ataque había ido en búsqueda de Meruem a el camarote, pero se había encontrado con que este estaba todo destrozado y sin la presencia del soldado y Arabís; maldijo sin evitarlo y dio la vuelta para tratar de encontrarlos. Rogaba que las criaturas marinas no se hubieran devorado a sus compañeros mientras se desplazaba por ese laberinto con gritos, sonidos metálicos y uno que otro ataque sorpresivo de una sirena. Llegó hasta el comedor y se sorprendió ver a tantas criaturas juntas buscando refugio con tres sujetos resguardando la puerta. Uno de ellos tenía una extraña marca blanca en la cara y el otro era un poco más bajo y delgado que este.—¡No ataquen! No es una sirena —habló el de la mancha —¿Cómo está la situación afuer
Aunque no estaba segura de qué estaba pasando, sabia con exactitud qué era lo que sentía. No es como si nunca la hubiesen abrazado antes, o que fuera la primera vez que un chico lo hacía, pero en ese momento podía jurar que su vida se elevaba hacia lo alto de las nubes; se sentía feliz y de algún modo realizada. Meruem nunca le había demostrado mucho cariño que digamos, siempre la hacía molestar con sus nada amables comentarios, y, la única vez se había sincerado con ella, había sido cuando estuvieron a punto de morir. Pero ahora, sus pensamientos rondaban de un lado a otro con numerosas posibilidades de aquel extraño acto de su parte. —¡Meruem! ¡Ten cuidado!¡Ya caíste! —le gritó Koner desde arriba; eso hizo reaccionar a Arabís.&nbs
Las palabras eran repetidas una y otra vez justo en ese orden. Arabís no entendía mucho que estaba pasando, ni ningunos de sus compañeros, pero algo era seguro, parecía que los malignos trataban de decirles algo, porque solo se quedaban ahí. Pronunciando una y otra vez lo mismo. —¿Qué hacemos? —murmuró Renzo. —No tengo idea… pero miren —señaló hacia la inmensa criatura. En la “mano” izquierda llevaba un gran tridente de color plateado. Apenas podía distinguirse, pero a lo que se refería Rania era a la joya que se apreciaba brillando justo en el nudo del mismo —Ahí está la piedra.