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17. Evidente incomodidad.

Anya

Observaba a mi abuela una y otra vez mientras daba vueltas, mirándome y luego a Kaelan. Finalmente, con una expresión de reproche, comento:

—¿Qué hiciste, hija? No me digas que… ¿Eso? —soltó, enfatizando la última palabra.

—¿Qué cosa, Abi? Yo no hice nada —mentí, desviando la mirada. Sentí cómo el calor subía a mis mejillas y reprimí una risa que amenazaba con escapar. No debía saber lo que realmente hice con Kaelan, aunque algo en sus ojos me decía que, en el fondo, ya lo sabía.

Mi abuela suspiró, y en voz baja me dijo: —¿Podemos hablar en privado, hija?

—Bueno, creo que debo irme —intervino Kaelan, llamando mi atención.

—¿A dónde? Nosotros también vamos al pueblo, ¿verdad, Abi? —le dije a mi abuela, ella le sostuvo la mirada a Kaelan

—Si quieres, vamos juntos.

— No quiero ser una carga.

—Pero y tu herida —Quise saber.

—Ya no me duele.

—¿Cómo que no te duele? ¡Si ni siquiera has reposado! —dijo mi abuela, con una mezcla de sarcasmo y preocupación, arqueando las cejas.

Le devolv
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