KaelanMe quedé un momento en la habitación observando a Anya. Su respiración era tranquila, profunda. El remedio que le dio el anciano había surtido efecto, sumiéndola en un sueño reparador. Cerré la puerta con cuidado, giré la llave y la guardé en mi bolsillo. La seguridad era una prioridad, tanto para ella como para mi manada. Cuando salí, varios de mis compañeros estaban esperándome en el pasillo, mirándose entre ellos con expresiones de desconcierto. Era evidente lo que rondaba en sus cabezas: —¿Quién es esa mujer— Murmuraban. Sus miradas se posaron en mí, inquisitivas. —Reúnanse con la manada afuera —les ordené con tono firme. Ellos asintieron, pero antes de salir, pedí a una de las mujeres que se quedara vigilando la puerta. —No permitas que nadie entre o salga de esta habitación. Ella asintió, aunque pude notar la duda reflejada en su rostro. La desconfianza no era algo fácil de disipar, pero debía mantener el control. Salí al patio tras ellos, donde ya me esperaba Kila,
Anya.Corría desesperada. Miles de personas me llamaban al unísono, sus voces eran un eco confuso que retumbaba en mi cabeza. No sabía a dónde ir. Mis piernas me llevaban sin rumbo, y el peso en mi pecho era insoportable. Quería gritar, pero mi voz no salía. Sentía como si algo se hubiese apoderado de mí, algo pesado y aterrador. De repente, noté que mis manos no estaban vacías. En una sostenía una flauta que nunca había tocado en mi vida, y en la otra, unas flechas antiguas. ¿Qué estaba pasando? Miré alrededor, buscando respuestas, pero lo único que vi fue un grupo de lobos negros persiguiéndome. Su aliento se sentía caliente en mi espalda mientras corrían con un odio palpable, queriendo destrozarme. Entonces apareció un lobo plateado. Su mirada era distinta, fría y calculadora. Sin previo aviso, me atacó con sus garras, rasgando mi piel como si estuviera hecha de papel. El dolor era insoportable, pero no podía detenerme. Quería entender por qué estaba ocurriendo esto. Grité en m
Kaelan.Después de cenar, Anya se quedó recostada sobre la cama, mirándome con esa mezcla de curiosidad y misterio que siempre me desconcertaba. Me senté al borde, con la mirada fija en ella, intentando encontrar las palabras para explicarle lo que me atormentaba. Su desprecio por los lobos plateados era evidente, pero no podía dejar de pensar en cómo mi hermano estaba vinculado a la muerte de los padres de Anya. Y luego estaba la flauta en su pesadilla, algo que no entiendo … Esa maldita flauta. Mi esposa fue la única que alguna vez la usó de aquella forma, desatando un poder espiritual tan devastador que podía destruirlo todo. Recordar aquello me llenaba de ira y dolor. Mi hermano había unido fuerzas con el clan de lobos negros y los vampiros para destruirla. Ella era una amenaza para ellos, eso estaba claro. Pero nunca logré entender la verdadera naturaleza de su poder, ni quién era realmente ella aparte de ser humana. Pero era una especial. Solo sabía que había perdido algo inva
Anya.Estaba caminando alrededor de este bosque, un lugar tan frondoso y silencioso que cada crujido de las hojas bajo mis pies parecía resonar como un eco interminable. Había algo en el aire, algo que no podía explicar. Una sensación constante me decía que aquí se ocultaba algo más, algo que los demás querian evitar que yo reconozca. Los que habitaban este lugar no se atrevan a acercarse demasiado a mí, pero había un joven que caminaba tras de mí, siempre a una distancia prudente. Su mirada era tierna, casi inquisitiva, como si quisiera decir algo, pero tampoco se atrevía.Me pregunté qué podía estar pasando. Quise hablar con él, preguntarle por qué me seguía, pero recordé la advertencia de Kaelan "Discreción." Esa palabra resonaba en mi mente una y otra vez. ¿Por qué tanto secreto? Si de verdad eran cazadores, como me había dicho, ¿por qué tanta cautela? Aunque las dudas me asediaban, decidí obedecer. Haría lo que fuera necesario para mantener la calma y entender mejor lo que ocurrí
Anya.El aire era denso, cargado con el aroma de pino, tierra y algo más profundo, algo viejo, casi como el aliento del bosque mismo. Me detuve, escuchando la quietud. Entonces, un sonido rompió el silencio, un crujido tenue, sutil, pero tan claro como una campanada en mi mente. No estaba sola.—Sal de ahí o lo lamentarás—Vocifero sin chistear. Luego escuche una risa como ecos.—Niña, ten cuidado, podría ser peligroso y devorarte seria gustoso.— Escucho esa voz fuerte y su horrible rugido.—¡Sí puedes ven atacame!—Hablé en voz alta, con el arco preparado para lanzar sin piedad. Mis flechas estaban hechas de plata, potenciadas por mi poder espiritual que tenía desde que nací. Por esa razón cazaba sin piedad a los espíritus malignos de este bosque y ahora estaba lista de sacar a los lobos de este mundo.—Qué astuta; no temes. Podría hacerte añicos en un instante. Pero pronto llegara tu momento —Ríe a carcajadas. Su voz era como eco, fuerte pero no me iba intimidar.—Sal m*****a bestia.—
AnyaMiré mis manos una y otra vez, deseando soltar el poder oculto que anidaba en mi interior. Podía manejar a los demás, pero el que me haría más fuerte seguía dormido, reacio a liberarse. Me levanté de mi escritorio y salí al balcón, donde el campo se extendía ante mí, lleno de flores de distintos colores y aromas que embriagaban el aire. Las rayas de los caballos galopaban alrededor mientras mi mente era un torbellino de pensamientos y ansias. No sabía por qué me sentía tan atraída por ese lugar, pero necesitaba tiempo y, sobre todo, tener todo en orden en el rancho.Busqué al capataz, Jacinto, que estaba revisando las instalaciones.—Señor Jacinto, por favor, necesito que me cuente cuántas reses, toros, cabras y gallos hay. Necesito una buena estadística y contabilidad. Sobre todo las ventas de esta semana, todo el informe. Por otro lado, necesito que me vea si necesitamos más trabajadores.—Sí, señorita, a sus órdenes. —Asintió con respeto—. Mi hija María preparara el desayuno.
KaelanObservaba cada rincón del bosque con detalle. Los susurros de las hojas y el eco de criaturas en la distancia parecían acompañar mis pensamientos oscuros. Habían pasado siglos desde aquella noche en que la perdí, pero su rostro, su esencia, su perfume aún persistían en mi mente. Como una marca indeleble en el lienzo de mi memoria, ahí seguía, intacta, Sarada. Ella había sido mi luna, la única capaz de calmar la tormenta que habitaba en mí. Desde su muerte, aquel vacío permanecía en mi interior, como si su ausencia fuera un lamento constante que el tiempo no podía acallar.Con un suspiro, me cubrí con una piel de zorro y bajé desde el castillo hacia la fogata donde mi manada se reunía. Ellos charlaban y reían, absortos en la calidez del fuego y en la camaradería que nos unía. Al verme, los murmullos cesaron, y todos los ojos se posaron en mí. Sentía el peso de sus expectativas; para ellos, yo era el alfa, el líder, la roca que jamás debía mostrar signos de debilidad.—Amo Kaelan
Anya.La noche caía lentamente, y la cálida brisa del campo mecía las flores del jardín, envolviéndome en un aroma familiar que siempre encontraba reconfortante. Desde la entrada de la propiedad, esperaba a que Uriel apareciera con su lujos auto, pero los minutos se alargaban, y yo seguía allí, observando mis botas cubiertas de barro y mis guantes desgastados. Habían pasado meses desde la última vez que nos vimos, en la ciudad, donde todo era tan diferente. Sabía que Uriel, siempre tan pulcro y atento a los detalles, probablemente no entendería mi apego al campo. Pero esa era mi vida, y él lo sabía.Un peón se acercó cuando le hice una señal, y le pedí un poco de agua para lavarme las manos. En pocos minutos, trajo un balde con agua y jabón líquido. Me quité los guantes y comencé a lavar mis manos, disfrutando del agua fresca.—Gracias, Roger —le dije con una sonrisa.—A sus órdenes, patrona —respondió, inclinando la cabeza antes de alejarse.Me quedé de pie, inhalando el perfume de l