El mismo día
Sicilia, Palermo
Oriana
Muchos viven con la adrenalina corriendo por sus venas debido a sus ocupaciones peligrosas, pero eso no significa que estén preparados para los imprevistos. La experiencia enseña a reaccionar rápido, a tomar decisiones bajo presión, pero nunca a eliminar por completo la incertidumbre. La realidad es que, por más preparados que creamos estar, siempre hay un margen de error, una grieta en la estrategia, un instante de descuido que lo cambia todo.
Los imprevistos no llegan con advertencias. Se infiltran en lo cotidiano, en una llamada inesperada, en un cruce de miradas, en una conversación que parece inofensiva pero que oculta más de lo que muestra. Pueden venir en la forma de una curva traicionera en la carretera, de una bala perdida que nunca iba dirigida a ti, de un visitante que no debería estar aquí, pero está. Es en esos momentos cuando el instinto de supervivencia despierta, cuando el pulso se acelera y la mente trabaja con la precisión de una máquina, escaneando el entorno, buscando amenazas, anticipando movimientos.
El problema es que, aunque nos neguemos a aceptarlo, el control absoluto es una ilusión. Podemos planear, prever, calcular cada paso, pero el mundo sigue girando con su propio ritmo, indiferente a nuestros intentos de dominarlo. Hay piezas del tablero que se mueven fuera de nuestro alcance, jugadas que desconocemos hasta que ya es demasiado tarde. Y es ahí cuando nos damos cuenta de la verdad más cruel: no siempre somos los cazadores. A veces, sin darnos cuenta, ya somos la presa.
En mi ocupación, los imprevistos son solo otro día de trabajo, daño colateral, parte de este negocio. Pero siempre hay dos opciones: eliminarlos o engañarlos. Estudiar a la presa, divertirse con ella, adelantarse a sus movimientos... porque una trampa bien puesta puede marcar la diferencia entre disfrutar un trago de whisky o sentir el cañón de un arma en la sien.
Por eso vivo con los ojos bien abiertos. Cada pieza debe encajar a la perfección, pero cuando algo se sale de su lugar o surge lo inesperado, mi desconfianza se despierta. Ignorarlo sería un error garrafal; sería bajar la guardia y regalarles la oportunidad a mis enemigos de volarme los sesos. Y la aparición de este hombre... me resulta extraña. No logro entender su interés en Renato. No es su profesor, ni su entrenador, pero lo ayudó. Eso es desconcertante. Y lo peor: de la nada, se ganó la confianza de mi hijo.
Sin embargo, admito que la propuesta de Renato de ir por un helado resulta tentadora... y peligrosa. Pero ahora mismo tengo un asunto pendiente con mi suegro. Así un breve silencio reina mientras evaluó mis prioridades. Finalmente, dejo escapar la voz de mis labios.
—Hijo, no comprometas a tu amigo nuevo con tu invitación. Tal vez Adler tenga planes con su familia después del partido.
—Se equivoca, Oriana. No tengo planes con mi familia, porque no la tengo —replica Adler con calma. Luego, esboza una sonrisa nostálgica—. Como le dije, estaba viendo el partido y recordando el pasado. Solía jugar como defensa en el equipo de fútbol. Corría por estos pasillos con mis compañeros... pero el lugar ha cambiado mucho, es más moderno y amplio. Además, ya no está el viejo gruñón del director...
—¡Lo oíste, mamá! Adler puede acompañarnos —interviene Renato con emoción, sus ojos brillando de entusiasmo.
Pero yo no me dejo llevar por el impulso de mi hijo. Mantengo el control, como siempre.
—Lo siento, Renato, pero tengo asuntos de trabajo que resolver. Será para otro día el helado — digo, mirándolo con firmeza, aunque su carita decepcionada me cause una punzada de culpa. Luego, deslizo la vista hacia Adler—. Me tendrá que disculpar, tengo prisa. Y nuevamente, le agradezco por su ayuda.
Me dispongo a marcharme cuando su voz me detiene con una calma medida.
—Espere, Oriana —su voz me detiene cuando ya me estoy girando. Me mira con seguridad mientras mete la mano en el bolsillo de su pantalón—. Permítame darle mi tarjeta. Me gustaría no solo comer un helado...
Levanto una ceja, intrigada. ¡No puedo creerlo! ¿Le intereso? ¿Quiere una cita conmigo? Si es como pienso, es una técnica burda y corriente: usar a mi hijo para acercarse a mí. ¡Patético!
—Los tres —se apresura a corregir Adler, notando mi expresión. Suelta una leve risa y prosigue—. Tal vez podríamos almorzar. Conozco un sitio donde sirven unas pastas exquisitas. Llámeme y coordinamos los horarios, por favor.
Me extiende la tarjeta con naturalidad, como si no hubiera nada detrás de su propuesta. La tomo sin apuro, con una expresión que no delata ni interés ni desdén, solo una cortesía estudiada.
—Veré si es posible. Un placer conocerlo, Adler —respondo, cortante. Luego, miro a Renato—. Despídete de tu amigo.
—Adiós, Adler. Pero regresa a verme jugar, como me lo prometiste —le recuerda mi hijo, con una sonrisa.
Unos minutos después
Apenas el auto se detiene en la mansión, Renato sale disparado con esa energía imparable que solo los niños tienen. Yo agarro mi bolso, pero antes de salir del vehículo, mi voz resuena autoritaria.
—Angelo, te pago para que cuides a mi hijo. Ese es tu único trabajo —mi tono es gélido, mi mirada, como una daga que se clava en su orgullo—. No toleraré otro error como el del partido.
Mi expresión no deja espacio para la réplica.
—Recuérdalo bien… porque yo no doy segundas oportunidades. Ahora ve con él. ¡Muévete!
Angelo traga saliva.
—Disculpe, Baronesa. No tendrá otra queja sobre mi trabajo. Permiso.
Con un leve asentimiento, abandona el auto con pasos apresurados.
Ahora, solo queda Lucas sentado con las manos en el volante, esperando órdenes en silencio. Deslizo la tarjeta entre mis dedos, observándola con la atención de quien sostiene un acertijo.
—Lucas con la máxima discreción, quiero un informe de ese hombre. Quiero saber todo sobre Adler Braun —mi voz es baja, pero cargada de intención—. Empieza confirmando los datos de esta tarjeta.
No espero respuesta. Empujo la puerta del auto y avanzo hacia la entrada de la mansión con el eco de sus palabras aún en mi mente. Adler Braun. Mis pasos resuenan sobre el suelo de mármol, escucho algunos saludos de cortesía, pero los ignoro, manteniendo la mirada altiva, la pose segura, hasta que finalmente lo veo.
Ahí está Franco, fumando un tabaco con ese aire de superioridad y desdén que tanto me irrita. La brasa incandescente se aviva cuando da una calada más, con una calma exasperante, disfrutando el momento, como si midiera cada segundo de mi paciencia. Finalmente, su voz ronca rompe el silencio de la sala.
—Buenas tardes, Oriana. Debo reconocer que has hecho un gran trabajo con mi imperio, pero era de esperarse... Te enseñé bien.
Suelto una risa seca, sin humor, y cruzo los brazos.
—Te corrijo, Franco. Tú no me enseñaste nada. Tampoco me diste un manual para ser la jefa de un imperio de drogas. Me forjé sola, a punta de sangre. Y ahora que aclaramos ese punto, ¿cuál es el verdadero motivo de tu visita?
Él exhala el humo con parsimonia y me observa con una media sonrisa, disfrutando del poder que cree tener sobre mí.
—Somos familia, Oriana. Vine a ver a mi nieto…
—Ahórrate el discurso de abuelo preocupado, porque ni siquiera tu propio hijo te interesó cuando murió. —Mi tono es afilado, como un cuchillo que busca cortar cualquier ilusión de sentimentalismo—. Vayamos al grano, ¿qué haces en Palermo?
Franco suelta una risa grave y sacude la ceniza en un cenicero de cristal.
—Ya no eres la misma muchacha que conocí hace años atrás. Eso es bueno… dentro de todo. Pero no lo suficiente para expandir los territorios de mi familia. Necesitarás ayuda para enfrentar a la gente que vamos a molestar.
Entrecierro los ojos, analizándolo con cautela.
—¿Ayuda? —arqueo una ceja—. ¿O quieres ponerme un niñero? Un perro que puedas manipular a tu antojo…
Franco esboza una sonrisa calculadora antes de soltar la bomba.
—No importa cómo lo llames, te vas a asociar con él… o, mejor dicho, te vas a casar. Tengo dos nombres en mente: Carlo Costello y un magnate ruso llamado…
Sus palabras caen como una losa. Mi cuerpo se tensa, mi mente procesa el golpe durante una fracción de segundo. Y entonces, la furia me invade.
—Ni loca voy a aceptar tus imposiciones, Franco. —Mi voz es un látigo afilado—. Y mucho menos me interesa mezclarme con el cabrón de Carlo Costello. Los Costello fueron quienes enviaron a asesinar a Vito, y ahora pretendes que me case con uno de tus enemigos.
Franco apaga el tabaco con calma, sin prisa, como si ya esperara mi reacción. Su impasibilidad solo aviva mi rabia.
—Nunca encontramos nada, ni un rastro que los vincule con el asesinato de Vito. Pero… tenemos otra opción…
Doy un paso adelante, con la mandíbula tensa y los puños cerrados. La sangre me arde en las venas.
—¡Vete a la m****a, Franco! —escupo con furia—. No soy tu títere. No habrá boda.
Él se incorpora con la misma lentitud con la que apaga su cigarro, dejando que el peso de su autoridad caiga sobre mí. Su sombra se alarga, su mirada es un puñal de hielo.
—Demuestra que puedes con mi imperio de drogas. —Su tono es bajo, amenazante, cargado de veneno—. Quiero que el embarque con los colombianos sea un éxito. Un solo error… y las cosas las haremos a mi modo.
Sus ojos oscuros se clavan en los míos con una advertencia silenciosa, una que no necesita más palabras.
—¿Tenemos un acuerdo? —sus palabras me acorralan dejándome sumergida en mis pensamientos.
El mismo díaSicilia, PalermoAdlerDicen que el pasado deja huellas imborrables, heridas que no cierran y errores que se adhieren a la piel como una segunda sombra. A veces, ni el tiempo es capaz de aliviarnos, solo nos vuelve expertos en fingir que seguimos adelante, cuando en realidad seguimos hundidos en lo que fue, repasando cada fallo, buscando la grieta exacta donde todo pudo cambiar.Tal vez sea una estupidez, una manera de aferrarnos a lo que ya no existe, o quizás el miedo a soltar nos consume, como si dejar ir fuera una traición al corazón. Pero, más allá de lo que sintamos, recoger los pedazos que quedaron de nosotros nunca es fácil. Algunos lo hacen con la frialdad de quien barre vidrios rotos sin mirar atrás, otros esconden su sufrimiento tras una mirada vacía y un rostro endurecido, y los últimos prefieren ahogarse en alcohol y polvo blanco, buscando en el exceso una salida que no existe.No puedo decir que hay una manera correcta de sobrellevar el pasado, ni que algún d
El mismo díaSicilia, Palermo OrianaLos desafíos son parte de la vida, pruebas invisibles que miden nuestras capacidades y habilidades. Pero también son un arma de doble filo: pueden elevarnos a la cima si los conquistamos o hacernos añicos cuando fallamos. Aunque, si lo pienso bien, son más que eso. Son una trampa bien disfrazada, un susurro del diablo incitándonos a dar el paso, un juego de seducción con el peligro donde, a veces, salimos ilesos y, en otras, terminamos en ruinas.Algunos prefieren ignorarlos, por cobardía o comodidad, aferrándose a la seguridad de lo que conocen, como quien elige quedarse en la orilla viendo las olas romper una y otra vez sin atreverse a sumergirse. Otros, adictos a la adrenalina, se lanzan sin mirar atrás, sin medir la profundidad ni el alcance del impacto. Son los que viven al filo del abismo, convencidos de que el vértigo es sinónimo de vida.Y luego está el último grupo, aquellos que diseccionan cada detalle con precisión
La misma nocheSicilia, PalermoAdlerDicen que cuando el corazón toma las riendas, el resto del cuerpo se convierte en un simple espectador de su dictadura. Nos volvemos sordos a la razón, ciegos a las advertencias y mudos ante la prudencia. Ninguna señal nos conmueve, ningún consejo nos hace titubear. Nos encerramos en su celda invisible, ya sea por voluntad propia o arrastrados por su embrujo, y así, dominados por ese tirano impecable, avanzamos sin miedo, sin lógica, sin retorno.No te engañes creyendo que eres inmune a su veneno. No hay muralla que lo detenga, ni fuerza capaz de doblegarlo. Es un guerrero formidable que nunca pierde una batalla. Puedes ignorarlo, desafiarlo o incluso convencerte de que lo tienes bajo control, pero basta con que encuentre un solo motivo para despertar de su letargo. Solo necesita una chispa, un latido de más, una mirada que se clave en lo más hondo, para reclamar su trono y reinar. Y cuando lo hace, no hay razón que valga, ni voluntad que resista,
La misma nocheSicilia, PalermoCarloDicen que hay dos maneras de doblegar a un rival: puedes reducirlo a cenizas, borrar su existencia hasta que su nombre se vuelva un eco sin dueño, o puedes despojarlo de todo, usurpar su trono y convertir su imperio en la piedra sobre la que construirás el tuyo. Pero no todos nacen con la sangre fría para hacerlo. Algunos se conforman con vivir a la sombra de un enemigo más grande, como árboles torcidos que nunca alcanzan la luz. Otros prefieren cerrar los ojos al peligro, como corderos que se convencen de que el lobo nunca llegará. Y luego están los pocos, los que entienden que el mundo no regala nada, que el poder es un derecho que se reclama con garras y dientes. Son ellos los que ven el tablero y saben exactamente cuándo mover sus piezas, los que no esperan la oportunidad, sino que la crean con sus propias manos.En lo personal, la solución más idónea era simple y brutal: destrozar a mi rival. Sin él, tomar sus territorios sería como recoger la
La misma nochePalermo, SiciliaOrianaMi padre siempre decía que nos fascina coquetear con el peligro, como si fuera un amante prohibido al que no podemos resistirnos. No es un capricho ni una fantasía de héroes burlando dragones en cuentos de hadas. Es algo visceral, incrustado en los huesos, tan natural como respirar.Lo hacemos en cada decisión, en cada paso. Desde pisar el acelerador para adelantar a un idiota que va demasiado lento, hasta sostener la mirada de un enemigo que tiene un arma cargada. No es suicidio. No es estupidez. Es algo más profundo. Un desafío constante al mundo, un recordatorio de que somos nosotros quienes dictamos las reglas.Porque el control es nuestro oxígeno. Porque no nacimos para inclinarnos ante nadie.El que no lo entienda, que observe bien: no seguimos el ritmo de nadie, obligamos a los demás a seguir el nuestro. Incluso cuando creen que tienen el poder, cuando juran que nos tienen arrinconados, no se dan cuenta de que ya están danzando a nuestra m
La misma nochePalermo, SiciliaAdlerNadie es una hoja en blanco. Todos cargamos cicatrices, algunas visibles, otras enterradas tan hondo que solo duelen en las noches de silencio. Caminamos con la sombra de lo que fuimos pegada a los talones, como un espectro que nos susurra todo lo que perdimos, lo que arruinamos, lo que dejamos atrás.El problema no es el pasado en sí, sino lo que permitimos que haga con nosotros. A veces, endurecemos el corazón hasta convertirlo en piedra, construimos muros de hierro y nos convencemos de que así estamos a salvo. Que nadie nos toca, que nadie nos hiere. Pero, en realidad, solo nos estamos hundiendo en nuestra propia armadura.Quizás el miedo a empezar de nuevo nos paraliza, la idea de volver a ser vulnerables nos aterra. No queremos soltar las riendas ni dejar que alguien más las tome. Pero aferrarse al ayer es como beber veneno en pequeñas dosis: nos carcome, nos debilita, nos consume hasta dejarnos vacíos, porque el pasado es un sitio al que no
El mismo díaPalermo, SiciliaCarloDicen que la guerra y las mujeres son lo mismo. No hay mucha diferencia entre un campo de batalla y una conquista. En ambos casos, la rendición del otro es el objetivo, y para lograrlo, debes usar todos los recursos a tu disposición: emboscadas, chantajes, aliados estratégicos. Lo que sea necesario para no quedar como un imbécil.Porque, al igual que en la guerra, no atacas de frente. No vas con discursos de amor, ni con flores y chocolates como un pobre diablo. Eso es lo que esperan de ti, y en el momento en que te ven como otro más en la fila de idiotas, estás acabado. Eres un peón en su tablero, y créeme, si caes en ese juego, solo bailarás a su ritmo hasta que se canse de ti.¿Quieres tener el control? Entonces deja de ser predecible. No la endioses, no le des lo que espera. Encuentra su punto débil, como harías con un enemigo. Todas lo tienen, solo es cuestión de buscar. Miedo, ambición, inseguridad, anhelos ocultos… tira de ese hilo y pronto la
El mismo díaPalermo, SiciliaOrianaLos hombres son cazadores por naturaleza. No importa cuánto se disfracen de caballeros, cuánto endulcen sus palabras o suavicen sus gestos, en el fondo siempre están al acecho. Es su forma de dominar, de reafirmar su poder sobre el sexo débil, o al menos, sobre el que ellos creen que lo es. Algunos van de frente, toman lo que desean con la fuerza bruta de quien se siente dueño del mundo. No piden permiso, no aceptan negativas.Otros prefieren el juego. Son estrategas, pacientes, expertos en el arte de la seducción. Se acercan con sonrisas ensayadas, caricias medidas, promesas calculadas. Te envuelven en su telaraña con una maestría envidiable, seguros de que caerás rendida ante su encanto. Pero lo que no entienden es que, en su obsesión por cazar, terminan atrapados en su propia trampa. Porque el cazador distraído se convierte en presa.Y luego están los verdaderamente peligrosos. Los que no juegan, los que no conquistan con artificios ni emboscada