En los Pasillos

La mañana siguiente, la lluvia había cesado, pero el aire se mantenía húmedo y fresco, con un aroma a tierra mojada que a Laura le pareció extrañamente reconfortante. La clínica de cirugía plástica donde trabajaba no era un hospital común. Desde el momento en que se cruzaba la entrada, era evidente que este era un lugar destinado a los ricos y poderosos. Los pasillos estaban adornados con obras de arte originales y flores frescas, y el personal era discreto, eficiente y siempre perfectamente vestido. Todo en la clínica evocaba perfección, y Laura sabía que cada pequeño detalle contribuía a mantener esa ilusión.

Era temprano en la mañana cuando Laura llegó a la clínica. Los primeros rayos del sol se filtraban a través de los grandes ventanales, llenando el lugar con una luz cálida y suave. La tranquilidad del momento le permitía a Laura sentir una fugaz paz antes del bullicio del día. Con cada paso que daba hacia su escritorio, podía escuchar los murmullos de los pocos pacientes que ya esperaban. Eran hombres y mujeres elegantemente vestidos, revisando sus teléfonos o leyendo revistas de moda y negocios. La perfección era la meta para todos ellos; la apariencia lo era todo.

Dejó su bolso bajo el escritorio y comenzó a revisar los horarios del día. Su mente seguía ocupada con los pensamientos de la noche anterior. Alejandro Montoya no solo era su jefe, sino también un hombre rodeado de misterio, un enigma que se había vuelto para ella imposible de ignorar. Cuando él entraba en la clínica, el ambiente cambiaba; los empleados parecían más atentos y los pacientes alzaban la vista, algunos con admiración, otros con respeto.

Con cuarenta años, Alejandro no solo tenía manos hábiles para la cirugía plástica, sino también una mente astuta para los negocios. No era casualidad que formara parte de la mesa directiva de la clínica, un asiento reservado solo para aquellos con influencia y poder. Su prestigio no se limitaba a nivel nacional; Alejandro era reconocido internacionalmente, habiendo trabajado en algunas de las clínicas más exclusivas del mundo antes de establecerse en ese lugar. Vivía en una lujosa residencia en una de las colonias más exclusivas del país, un reflejo perfecto de su éxito y estatus.

Cuando Alejandro llegó, el murmullo de los pasillos cesó momentáneamente. Vestido con un traje a medida que acentuaba su porte imponente, saludó brevemente a los pacientes que reconocía, intercambiando sonrisas y palabras amables antes de dirigirse a su oficina. Al pasar junto a Laura, le dedicó una breve mirada y una sonrisa.

—Buenos días, Laura —saludó, sus ojos oscuros encontrándose con los de ella por un instante que se sintió más largo de lo habitual.

—Buenos días, doctor Montoya —respondía Laura, tratando de mantener la compostura.

Alejandro entró en su oficina, cerrando la puerta tras él. Laura respiró profundamente, intentando calmar los nervios que, sin razón aparente, la invadían cada vez que hablaba con él. Intentó concentrarse en sus tareas, pero su mente seguía volviendo una y otra vez a esa sonrisa enigmática y a la forma en que Alejandro la miraba, como si supiera algo que ella no.

Con el transcurso de la mañana, Laura se ocupó de sus tareas diarias: organizó los expedientes de los pacientes, respondió llamadas y aseguró que todo estuviera listo para las cirugías programadas. La rutina debería haber sido suficiente para mantenerla enfocada, pero la incertidumbre y la preocupación por su madre la distraían constantemente. El nudo en su estómago solo parecía aumentar, y sabía que eventualmente tendría que enfrentar la realidad de su situación.

Casi al mediodía, el intercomunicador sonó. La voz de Alejandro resonó clara y directa:

—Laura, ¿puedes venir un momento a mi oficina?

Laura tomó una respiración profunda y se levantó de su escritorio, cruzando el pasillo hacia la puerta de Alejandro. Tocó ligeramente antes de entrar.

Alejandro estaba de pie junto a la ventana, mirando hacia la ciudad. La luz del sol entraba por los amplios ventanales, iluminando su figura imponente.

—¿Qué necesitas, doctor Montoya? —preguntó Laura, cerrando la puerta con cuidado detrás de ella.

Alejandro se giró para mirarla, sus ojos evaluando cada uno de sus movimientos. Había algo en su mirada que siempre la ponía nerviosa, como si pudiera ver a través de ella, leer sus pensamientos más oscuros.

—Necesito que me ayudes con unos documentos —dijo, señalando un montón de papeles en su escritorio—. Algunos son confidenciales, así que necesitaré tu discreción.

Laura asintió y se acercó al escritorio para revisar los documentos. Alejandro se acercó también, quedando a solo unos pasos de ella. Podía sentir su presencia, la tensión en el aire.

—Laura —dijo en voz baja—, sé que estás pasando por un momento difícil con tu madre.

Laura sintió que su corazón latía más rápido. No esperaba que él mencionara a su madre, no de esa manera.

—Sí, doctor. Es… complicado —respondía, sin saber exactamente qué decir.

Alejandro asintió lentamente, sus ojos nunca apartándose de los de ella.

—Entiendo. Y quiero ayudarte, Laura. Sé que necesitas dinero, y puedo ofrecerte una solución.

Laura lo miró, sorprendida y confundida. ¿Cómo sabía él tanto sobre su situación?

—¿Una solución? —preguntó, tratando de mantener la voz firme.

—Sí —respondió Alejandro, sus labios curvándose en una ligera sonrisa—. Pero necesitaría tu ayuda en algo a cambio. Algo que requiere total confidencialidad y, digamos, un compromiso más… profundo.

Laura sintió un escalofrío recorrer su espalda. Las palabras de Alejandro estaban llenas de implicaciones, pero la desesperación por la salud de su madre la impulsó a seguir escuchando.

—¿Qué tipo de compromiso? —preguntó con cautela.

Alejandro dio un paso más cerca, su voz reducida a un susurro.

—Hay ciertas cosas en esta clínica que se manejan… fuera de los registros oficiales. Necesito a alguien en quien pueda confiar, alguien que esté dispuesto a cruzar esa línea. Y creo que tú eres esa persona, Laura.

La mente de Laura estaba en una tormenta de emociones. Sabía que estaba al borde de algo mucho más grande de lo que podía manejar, pero el rostro de su madre y el dolor que sufría no dejaban de aparecer en su mente. Necesitaba el dinero, y Alejandro lo sabía. La pregunta era: ¿hasta dónde estaba dispuesta a llegar para conseguirlo?

La tarde en la clínica se desvanecía, y las luces de la ciudad comenzaban a brillar mientras el sol se ocultaba detrás de los edificios altos. Laura terminaba su turno, revisando por última vez los expedientes del día. Sentía una extraña inquietud desde su conversación con Alejandro esa mañana. Las palabras de él resonaban en su mente, llenas de promesas veladas y un peligro que no podía ignorar.

Mientras se dirigía hacia la salida, pasó por el ventanal que daba al estacionamiento privado de la clínica. Se detuvo un momento, sorprendida al ver varias camionetas negras y lujosas alineadas junto a la entrada. Los vehículos tenían vidrios polarizados, y de uno de ellos salieron dos hombres altos y corpulentos, vestidos con trajes oscuros y gafas de sol, a pesar de que ya era casi de noche.

Laura observó, con el corazón latiendo aceleradamente, mientras uno de los hombres abría la puerta trasera de la camioneta más grande. Alejandro salió del edificio, luciendo igual de impecable que siempre, su rostro serio y concentrado. Los hombres lo saludaron con una ligera inclinación de cabeza antes de escoltarlo hasta la camioneta. Alejandro no mostró sorpresa al verlos; más bien, parecía estar esperando su llegada.

Laura sintió un nudo en el estómago. Sabía que Alejandro tenía conexiones fuera de lo común, pero esta era la primera vez que veía una evidencia tan clara de su relación con personas de evidente poder e influencia. Mientras las camionetas se alejaban del estacionamiento, Laura no pudo evitar preguntarse a dónde lo llevaban y qué tipo de negocios oscuros manejaba Alejandro cuando no estaba en la clínica.

De regreso en su apartamento, Laura intentó relajarse, pero las imágenes de las camionetas y los hombres misteriosos seguían apareciendo en su mente. No podía sacudir la sensación de que algo estaba profundamente mal, pero la necesidad de dinero para su madre la mantenía atada a Alejandro, a pesar de los oscuros secretos que empezaba a descubrir.

Al día siguiente, Laura llegó temprano a la clínica, con la esperanza de poder evitar cualquier encuentro incómodo con Alejandro. Sin embargo, al entrar, lo primero que notó fue a Yair esperándola en el vestíbulo. Tenía una expresión tensa en el rostro, algo que Laura no había visto antes en él.

—Buenos días, Laura —saludó Yair, intentando sonar casual, pero la preocupación en su voz era evidente.

—Buenos días, Yair. ¿Todo bien? —preguntó Laura, notando que sostenía un sobre en la mano.

Yair la miró a los ojos, su expresión llena de una mezcla de nerviosismo y determinación.

—Necesito hablar contigo. Es importante.

Laura asintió, llevándolo a un rincón tranquilo del vestíbulo. Yair le entregó el sobre, su mano temblando ligeramente.

—¿Qué es esto? —preguntó Laura, confundida.

—Es dinero. Sé que necesitas ayuda para el tratamiento de tu madre, así que… bueno, hice algunos turnos extra y vendí algunas cosas. No es mucho, pero podría ayudar un poco —explicó Yair, evitando su mirada.

Laura abrió el sobre y vio varios billetes doblados dentro. Sintió una punzada de culpa y gratitud, pero también un profundo conflicto. Sabía que Yair solo quería ayudar, pero también conocía sus sentimientos y lo que ella sentía por él no eran recíproco. Aceptar el dinero sería dar una esperanza falsa que ella no podía corresponder.

—Yair, yo… no puedo aceptar esto —dijo Laura, cerrando el sobre y devolviéndoselo—. Aprecio mucho lo que estás tratando de hacer, de verdad, pero no puedo.

Yair la miró con una mezcla de dolor y frustración.

—Laura, quiero ayudarte. Sé que no me ves de esa manera, pero no me importa. Solo quiero que sepas que estoy aquí para ti, sin importar nada.

Laura sintió que su corazón se apretaba. Yair era un buen hombre, uno de los mejores que había conocido, pero ella no podía forzarse a sentir algo que simplemente no estaba allí.

—Lo sé, Yair. Y te lo agradezco, de verdad. Pero necesito manejar esto a mi manera —respondió, intentando sonar firme.

Yair asintió, claramente herido, pero tratando de ocultarlo.

—Entiendo —dijo en voz baja—. Solo quería que lo supieras.

Laura le dio una pequeña sonrisa de disculpa antes de regresar a su escritorio. Sabía que había lastimado a Yair, y eso le dolía, pero no podía mentirle. La realidad era que su mente estaba en otra parte, atrapada en el misterio y la atracción peligrosa que sentía hacia Alejandro.

Mientras pasaba el día, Laura notó que Yair la evitaba, manteniendo su distancia. Ella no podía culparlo; había rechazado su intento de ayudarla, y sabía que se había roto algo entre ellos. Pero no podía dejar de pensar en Alejandro y en las camionetas lujosas que lo recogieron anoche. La oscuridad de esa escena seguía pesando sobre ella, y aunque trataba de concentrarse en su trabajo, su mente no dejaba de divagar.

Más tarde, Alejandro llegó a la clínica, pareciendo más tranquilo y seguro de sí mismo que nunca. Su presencia llenó la sala de espera, y Laura sintió una mezcla de miedo y fascinación. Sabía que tenía que hablar con él sobre el dinero, pero las palabras no llegaban.

Cuando Alejandro se cruzó con ella, se detuvo un momento.

—Buenos días, Laura. ¿Todo en orden? —preguntó, su voz suave pero autoritaria.

Laura asintió, luchando por mantener la calma.

—Sí, doctor Montoya. Todo bien —respondió, aunque sabía que nada estaba realmente bien.

Alejandro la observó por un momento más antes de continuar su camino hacia su oficina. Laura lo siguió con la mirada, preguntándose nuevamente sobre las sombras que rodeaban su vida y las decisiones que debía tomar.

Mientras el día avanzaba, Laura se dio cuenta de que, aunque Yair estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para ayudarla, su mente y su corazón estaban inevitablemente atrapados en la órbita de Alejandro, un hombre que representaba todo lo que temía y deseaba al mismo tiempo. Y eso la asustaba más que cualquier otra cosa.

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