Atracción

Las primeras semanas en su nuevo rol pasaron rápidamente para Laura. El trabajo resultó ser más sencillo de lo que había anticipado. Organizar los contratos, hacer los depósitos y mantener un registro detallado de cada transacción era algo que, sorprendentemente, se le daba bien. Su atención al detalle y su capacidad para mantener la calma bajo presión la hicieron destacar rápidamente.

Además, el dinero comenzó a fluir. Alejandro no había exagerado cuando le prometió una compensación significativa. Cada semana, una parte sustancial de su salario se depositaba directamente en su cuenta bancaria, más del doble de lo que ganaba como asistente en la clínica. Por primera vez en mucho tiempo, Laura sentía que podía respirar. El costoso tratamiento para su madre ya no parecía un sueño inalcanzable.

Un día, mientras revisaba los contratos en su despacho, Alejandro se acercó inesperadamente. Estaba más relajado de lo habitual, su postura menos rígida, y había una leve sonrisa en su rostro que Laura no estaba acostumbrada a ver.

—Laura, ¿cómo van las cosas aquí? —preguntó, apoyándose contra el marco de la puerta.

Laura levantó la vista de su computadora y le sonrió.

—Todo va bien, doctor Montoya. Los contratos están en orden y los depósitos se están procesando sin problemas.

Alejandro asintió, cruzando los brazos sobre su pecho.

—Sabía que no me equivocaba al confiar en ti para este trabajo —dijo, su mirada fija en Laura de una manera que hizo que su estómago se tensara ligeramente.

Laura se sintió halagada por sus palabras, pero también notó algo más en la forma en que Alejandro la miraba. Había una intensidad en sus ojos que no había visto antes, una especie de interés que iba más allá de lo profesional.

—Gracias, doctor —respondió, intentando mantener su tono neutral—. Estoy contenta de poder ayudar.

Alejandro se acercó, entrando en el despacho y cerrando la puerta detrás de él. Laura sintió que su corazón se aceleraba un poco.

—Por favor, no hay necesidad de formalidades cuando estamos solos.

Laura asintió, sintiendo una mezcla de nerviosismo y curiosidad. Alejandro se acercó más, quedándose de pie junto a su escritorio, su presencia dominante llenando el pequeño espacio.

—He notado que estás haciendo un trabajo excepcional aquí —continuó Alejandro, su voz baja y casi seductora—. Eres mucho más que una simple asistente, Laura. Tienes talento, inteligencia y... una increíble capacidad para adaptarte.

Laura bajó la mirada, sintiéndose un poco abrumada por sus palabras y su cercanía.

—Gracias, Alejandro. Estoy haciendo lo mejor que puedo.

Alejandro sonrió, inclinándose un poco más cerca. Laura podía sentir el calor de su cuerpo, la intensidad de su mirada.

—Sé que lo haces. Y aprecio eso más de lo que imaginas —dijo, su voz apenas un susurro.

Laura levantó la vista y se encontró con sus ojos, sintiendo un extraño tirón en su interior. Alejandro era un hombre peligroso, pero también había algo en él que la atraía, algo que no podía ignorar.

—Bueno, si hay algo más en lo que pueda ayudar, solo dímelo —dijo Laura, tratando de mantener la compostura.

Alejandro la miró por un largo momento, como si estuviera considerando algo. Luego, sonrió y dio un paso atrás.

—Lo haré. Gracias, Laura —dijo antes de girarse y salir del despacho, dejándola sola.

Laura se quedó sentada allí por un momento, su corazón latiendo con fuerza. No podía negar que había algo que la atraía, algo más allá de la apariencia o su poder. Era como si hubiera una conexión invisible entre ellos, algo que la hacía sentir viva de una manera que no había sentido en mucho tiempo.

Mientras volvía a su trabajo, no podía dejar de pensar en la forma en que Alejandro la había mirado, en el tono de su voz. Sabía que estaba jugando con fuego, pero no podía evitar sentir una creciente curiosidad por lo que podría pasar si se dejaba llevar por esa atracción.

A medida que los días pasaban, Laura notó que Alejandro comenzaba a buscar excusas para pasar más tiempo con ella. A menudo la llamaba a su oficina para discutir detalles menores sobre los contratos o para revisar las transacciones. Cada vez que lo hacía, la tensión entre ellos parecía crecer, como un hilo tirante a punto de romperse.

Laura se encontraba esperando esos momentos, anticipando el próximo encuentro con una mezcla de miedo y deseo. Sabía que involucrarse con Alejandro era un riesgo, pero también sabía que algo dentro de ella ya había tomado una decisión.

Mientras el sol se ponía y la clínica comenzaba a vaciarse, Laura se quedó sola en su despacho, ordenando los últimos documentos del día. No podía dejar de pensar en Alejandro, en lo que él significaba para ella y en lo que ella significaba para él. Sabía que se estaba acercando a un precipicio, y la pregunta era si estaba dispuesta a saltar.

Pocos días después, Laura recibió un mensaje. No dejaba de observar su teléfono, como si las palabras pudieran cambiar si las leía de nuevo. Alejandro la había invitado a su casa esa noche para discutir un "contrato especial". No era raro que la contactara fuera del trabajo, pero esta invitación tenía algo diferente.

Respiró hondo y miró la hora. Aún tenía tiempo para cambiar de idea, pero sabía que no lo haría. Algo la empujaba hacia él, una mezcla de curiosidad, deseo y una inexplicable atracción que no podía ignorar. Se arregló con cuidado, escogiendo un vestido negro sencillo que se ajustaba a su figura de manera elegante, pero no demasiado provocativa.

Tomó un taxi hacia la dirección que Alejandro le había dado, una residencia en una de las colonias más exclusivas de la ciudad. Cuando llegó, las luces de la casa brillaban suavemente, proyectando sombras misteriosas en el jardín perfectamente cuidado. El portón se abrió automáticamente, y Laura avanzó hacia la entrada, sintiendo cómo su nerviosismo aumentaba con cada paso.

Alejandro la recibió en la puerta, vestido con una camisa blanca de lino que resaltaba su piel bronceada y unos pantalones oscuros que acentuaban su figura atlética. Le sonrió de una manera que parecía privada, casi íntima, como si compartieran un secreto del que el mundo no tenía conocimiento.

—Gracias por venir, Laura —dijo, su voz más suave de lo habitual—. Pasa, por favor.

Laura entró, y Alejandro la condujo a una sala de estar amplia y elegantemente decorada. Las paredes estaban adornadas con arte moderno y los muebles eran lujosos pero acogedores. En una mesa baja había una botella de vino tinto y dos copas ya servidas.

—Espero que te guste el vino —dijo Alejandro, entregándole una copa.

Laura tomó la copa, sus dedos rozando los de él durante un instante que se sintió más largo de lo que era. Tomó un sorbo, tratando de calmar su respiración.

—Está delicioso, gracias —respondió, mirando a su alrededor con curiosidad—. Tienes una casa hermosa.

Alejandro sonrió y se sentó en el sofá, invitándola a hacer lo mismo.

—Gracias. Me gusta el espacio y la privacidad que ofrece —dijo, su mirada fija en ella.

Laura se sentó a su lado, consciente de la cercanía entre ellos. Podía sentir el calor de su cuerpo, la intensidad de su presencia llenando la habitación.

—Dijiste que querías hablar sobre un contrato especial —dijo Laura, intentando llevar la conversación hacia un terreno más profesional.

Alejandro asintió, pero no apartó la mirada de ella.

—Sí, es cierto. Pero antes de eso, quería agradecerte por todo lo que has hecho. Has demostrado ser mucho más que una asistente, Laura. Eres inteligente, capaz y… muy valiente.

Laura sintió que sus mejillas se ruborizaban bajo su intensa mirada. Había algo en sus palabras, en el tono de su voz, que hacía que todo dentro de ella se tensara.

—Gracias, Alejandro. Solo estoy haciendo mi trabajo —respondió, aunque sabía que había algo más detrás de sus palabras.

Alejandro se inclinó un poco más cerca, su voz reduciéndose a un susurro.

—No, Laura. Estás haciendo mucho más que eso. Y quiero que sepas lo que significa para mí.

Antes de que pudiera responder, Alejandro movió su mano hacia la mejilla de Laura, acariciándola suavemente. Laura sintió que su respiración se detenía. Había deseado este momento, pero no estaba preparada para la ola de emociones que la golpeó.

Sin pensarlo, se inclinó hacia él, cerrando la distancia que los separaba. Sus labios se encontraron en un beso que empezó lento y exploratorio, pero que rápidamente se volvió más profundo y urgente. Laura sintió que se derretía contra él, su cuerpo respondiendo a cada movimiento de Alejandro.

El vino quedó olvidado sobre la mesa mientras Alejandro la atraía hacia sí, su mano deslizándose por su espalda, recorriendo la curva de su cintura. Laura se dejó llevar por el momento, sus manos explorando el pecho firme de Alejandro a través de su camisa, sintiendo los latidos de su corazón acelerarse junto al suyo.

Alejandro rompía el beso brevemente, su respiración pesada mientras la miraba a los ojos, buscando una señal de que ella quería seguir adelante. Laura, con sus labios hinchados y su corazón desbocado, simplemente asintió, su deseo evidente.

Sin esperar más, Alejandro la levantó con facilidad, llevándola a través de la casa hasta un dormitorio amplio con una cama que parecía más grande que cualquier otra que Laura hubiera visto. La depositó suavemente sobre las sábanas de seda, sus manos nunca dejando de tocarla, de explorar bajo su vestido.

Laura lo miró, su cuerpo vibrando de anticipación. Alejandro se inclinó sobre ella, sus labios regresando a los suyos mientras sus manos deslizaban el vestido negro por sus hombros, dejándolo caer al suelo. La piel de Laura se erizó bajo el toque de Alejandro, un toque que era a la vez gentil y posesivo.

—Eres hermosa —susurró Alejandro contra su cuello, sus labios dejando un rastro de besos ardientes por su clavícula.

Laura dejó escapar un gemido suave, su cuerpo arqueándose hacia él, buscando más contacto, más de él. Alejandro respondió a su necesidad, sus manos moviéndose con más seguridad mientras desabotonaba su propia camisa y la dejaba caer, revelando su torso musculoso.

Se miraron durante un momento, una chispa de electricidad pasando entre ellos antes de que Alejandro se inclinara de nuevo, esta vez más decidido, más intenso. Laura se aferró a él, sus dedos enredándose en su cabello mientras Alejandro exploraba cada centímetro de su piel con sus labios y sus manos.

El mundo exterior desapareció mientras se perdían el uno en el otro, en una danza de pasión y deseo que los consumía por completo. Cada caricia, cada susurro, era un paso más hacia una conexión que iba más allá de lo físico. Era como si sus cuerpos hubieran sido hechos el uno para el otro, encajando perfectamente en una unión que los dejó sin aliento.

La intensidad de su encuentro fue creciendo, con sus cuerpos moviéndose al unísono, guiados por un deseo primitivo que parecía incontrolable. Laura se entregó completamente a Alejandro, su mente y su cuerpo respondiendo a cada movimiento, a cada toque, hasta que finalmente alcanzaron el clímax juntos, en una explosión de placer que los dejó temblando y sin aliento.

Se quedaron allí, envueltos en la penumbra del dormitorio, sus cuerpos entrelazados mientras recuperaban el aliento. Laura no sabía qué significaba este momento, pero por ahora, no quería pensar en nada más que en la sensación de Alejandro a su lado, en la calidez de su cuerpo contra el suyo.

Sabía que habían cruzado una línea, pero también sabía que no podía arrepentirse. Había algo entre ellos que no podía ignorar, algo que iba más allá de cualquier lógica o razón. Y por primera vez en mucho tiempo, se permitió simplemente sentir, sin cuestionar, sin dudar.

Alejandro, con una sonrisa satisfecha, la besó suavemente en la frente antes de recostarse junto a ella.

—Laura, esto es solo el comienzo —susurró, su voz ronca y llena de promesas.

Laura cerró los ojos, dejando que sus palabras se deslizaran por su mente como una caricia. Sabía que tenía razón. Este era solo el comienzo de algo mucho más grande, mucho más peligroso. Y no podía esperar para ver a dónde los llevaría.

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