Laura terminó su turno en la clínica con una mezcla de nerviosismo y anticipación. Alejandro la había llamado a su oficina al final del día, algo que no era inusual, pero esta vez la invitó a cenar. Había algo en su tono, una insinuación de que la conversación sería más personal, más reveladora. Laura no podía evitar sentirse como si estuviera a punto de cruzar una frontera de la cual no había retorno.
Mientras se dirigía a la oficina de Alejandro, su mente repasaba los eventos de los últimos días: las camionetas lujosas, los hombres con trajes oscuros y la oferta de Alejandro que la había dejado sin palabras. Sabía que aceptar la invitación a cenar era como jugar con fuego, pero su necesidad de entender más, de encontrar una solución para el dilema de su madre, la empujaba hacia adelante.
Alejandro la recibió con una sonrisa enigmática cuando ella entró en su oficina. Vestía un traje oscuro que realzaba su presencia imponente, y su mirada tenía esa intensidad que siempre lograba desestabilizar a Laura.
—Gracias por aceptar mi invitación, Laura —dijo él, levantándose de su silla—. Vamos, tengo reservado un lugar donde podremos hablar con tranquilidad.
Laura asintió, su corazón latiendo rápidamente. Siguó a Alejandro fuera de la clínica, donde un coche negro con vidrios polarizados los esperaba. El conductor, un hombre mayor y serio, les abrió la puerta sin decir una palabra. Laura se deslizó en el asiento trasero, y Alejandro se sentó a su lado.
El viaje fue corto, pero el silencio entre ellos estaba cargado de tensión. Finalmente, llegaron a un restaurante exclusivo en el centro de la ciudad. La decoración era elegante, con luces tenues que creaban un ambiente íntimo. Un camarero los condujo a una mesa apartada en una esquina tranquila del lugar.
Alejandro ordenó una botella de vino tinto, y el camarero se retiró, dejándolos solos. Laura miró alrededor, notando que la clientela del restaurante era similar a la de la clínica: personas de apariencia adinerada, vestidas con ropa de diseñador y hablando en voz baja.
—Supongo que te preguntas por qué te invité a cenar —comenzó Alejandro, sirviendo el vino en dos copas.
—Sí, lo estoy —admitió Laura, tomando un sorbo de su vino para calmar sus nervios.
Alejandro se recostó en su silla, observándola con esos ojos que parecían ver a través de su alma.
—Hay muchas cosas en este mundo que no se ven a simple vista, Laura. La clínica es solo una parte de un negocio mucho más grande y complejo —dijo con voz suave, pero llena de autoridad—. Y tú, de alguna manera, ya te has involucrado en él.
Laura lo miró, su corazón latiendo con fuerza en su pecho.
—¿De qué estás hablando, Alejandro? —preguntó, tratando de mantener la calma.
Alejandro tomó un sorbo de su vino antes de continuar.
—Además de ser el cirujano plástico para algunas de las personas más influyentes y peligrosas del país, también tengo otros negocios con ellos —explicó, con un tono más serio—. Uno de esos negocios es la distribución de un fármaco especial.
Laura frunció el ceño, tratando de entender a dónde quería llegar.
—¿Un fármaco? ¿Qué tipo de fármaco?
—Un anestésico —respondió Alejandro—. Pero no cualquier anestésico. Es un compuesto potente que, en las manos equivocadas, puede ser utilizado como base para producir drogas mucho más fuertes.
Laura sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral. La gravedad de las palabras de Alejandro empezó a asentarse en su mente.
—¿Quieres decir que estás vendiendo este fármaco a…?
Alejandro asintió lentamente.
—Al cartel del sur, sí. Ellos lo utilizan como materia prima para sus operaciones. A cambio, recibo una parte de las ganancias y su protección. Es un negocio lucrativo, aunque, por supuesto, muy arriesgado.
Laura se quedó sin palabras, su mente intentando procesar la información. Sabía que Alejandro estaba involucrado en cosas turbias, pero esto era mucho más de lo que había imaginado.
—¿Y qué quieres de mí? —preguntó finalmente, sintiendo que su voz temblaba un poco.
Alejandro se inclinó hacia adelante, sus ojos clavándose en los de ella.
—Quiero que seas mi asistente en este negocio también. Necesito a alguien en quien pueda confiar para manejar ciertos aspectos del comercio, alguien que entienda la importancia de la discreción y la lealtad. Y tú, Laura, eres esa persona.
Laura sintió que su respiración se aceleraba. Estaba en una encrucijada. Por un lado, estaba la desesperada necesidad de ayudar a su madre, y por el otro, el temor de involucrarse en algo tan oscuro y peligroso.
—No sé si puedo hacer esto, Alejandro —dijo finalmente, su voz apenas un susurro.
Alejandro no apartó la mirada de ella, su expresión inmutable.
—Lo entiendo, Laura. Pero piénsalo. Esto no solo te ayudará a ti, sino también a tu madre. Y, por supuesto, habrá una compensación financiera significativa.
Laura se quedó en silencio, sus pensamientos corriendo a mil por hora. Sentía que estaba siendo arrastrada a un abismo del que tal vez no podría salir, pero la promesa de dinero y la posibilidad de aliviar el sufrimiento de su madre eran tentaciones poderosas.
—Necesito tiempo para pensar —dijo finalmente.
Alejandro asintió, levantando su copa de vino.
—Por supuesto. Tómate tu tiempo. Pero recuerda, Laura, las oportunidades como esta no se presentan dos veces.
Mientras levantaba su copa para brindar, Laura no pudo evitar sentirse atrapada. Sabía que estaba jugando con fuego, pero al mismo tiempo, no veía otra salida. Tomó un sorbo de su vino, intentando encontrar la claridad que parecía eludirla.
Laura salió del restaurante con la mente revuelta. La cena con Alejandro había sido todo menos lo que esperaba. Su oferta, directa y cargada de implicaciones, la había dejado sin palabras. Mientras el coche negro la llevaba de regreso a su apartamento, Laura se dio cuenta de que ya había tomado una decisión, aunque apenas comenzaba a asimilarla.
Al día siguiente, Laura llegó temprano a la clínica. Sus pasos resonaban en los pasillos aún vacíos, y la luz del amanecer entraba a través de las grandes ventanas, bañando todo en un resplandor suave y cálido que contrastaba con el frío nudo en su estómago. Subió las escaleras hacia la oficina de Alejandro, sabiendo que hoy comenzaría una nueva etapa en su vida, una que nunca imaginó cruzar.
Alejandro estaba esperando en su oficina, revisando algunos documentos cuando Laura tocó la puerta y entró. Levantó la vista y le dedicó una leve sonrisa, esa que parecía una mezcla de simpatía y autoridad.
—Buenos días, Laura —saludó, dejando los papeles a un lado—. ¿Has pensado en lo que discutimos anoche?
Laura asintió, intentando mantener su voz firme a pesar de la incertidumbre que sentía.
—Sí, doctor Montoya. He decidido aceptar su oferta. Haré lo que sea necesario.
Alejandro se recostó en su silla, sus ojos oscuros evaluando cada gesto de Laura. Asintió lentamente, como si estuviera satisfecho con su decisión.
—Bien. Sabía que tomarías la decisión correcta —dijo, levantándose de su asiento—. Ven, quiero mostrarte tu primera tarea.
Laura lo siguió hasta un pequeño cuarto al fondo de la oficina, una habitación que nunca antes había notado. Alejandro abrió la puerta, revelando una sala llena de archivadores, carpetas y una computadora de escritorio que parecía nueva.
—A partir de hoy, serás responsable de organizar todos los contratos relacionados con nuestras transacciones especiales —explicó Alejandro, su voz calmada pero firme—. Además, te encargarás de hacer los depósitos para la compra del fármaco que mencioné anoche.
Laura asintió, tratando de no mostrar su nerviosismo. Sabía que estas tareas eran solo la punta del iceberg, pero también sabía que no podía echarse atrás ahora.
—Entendido. ¿Hay algo específico que deba saber sobre los contratos o los depósitos? —preguntó, queriendo asegurarse de que no hubiera sorpresas.
Alejandro sonrió ligeramente y sacó una carpeta gruesa de uno de los estantes.
—Los contratos ya están redactados. Solo necesitas ordenarlos y asegurarte de que todo esté en regla. Los depósitos, por otro lado, ya han sido coordinados por nuestros contactos. Tu trabajo será verificar que cada transacción se complete sin problemas y mantener un registro detallado de todo.
Laura tomó la carpeta que Alejandro le ofrecía y la abrió, viendo páginas y páginas de contratos legales llenos de términos técnicos y cláusulas complicadas. Sus manos temblaban un poco, pero se obligó a mantenerse tranquila.
—No te preocupes, Laura. Sé que esto puede parecer abrumador al principio, pero confío en que lo harás bien —dijo Alejandro, colocando una mano firme sobre su hombro—. Y recuerda, todo lo que hacemos aquí es confidencial. No debe salir de estas paredes.
Laura asintió, entendiendo la gravedad de sus palabras.
—Lo entiendo. No diré nada a nadie.
Alejandro sonrió, satisfecho.
—Perfecto. Ahora, si necesitas ayuda, estaré en mi oficina. Confío en ti, Laura. No me decepciones.
Con esas palabras, Alejandro salió del despacho, dejándola sola con los contratos y la computadora. Laura respiró hondo, tratando de calmar su mente. Sabía que estaba entrando en un mundo peligroso, pero no tenía otra opción. Se sentó frente a la computadora y comenzó a revisar los contratos, decidida a hacer su trabajo lo mejor que pudiera.
Con cada contrato que revisaba y ordenaba, Laura sentía que se sumergía más en las sombras de un mundo del que quizás no podría escapar. Sabía que esta era solo la primera tarea, y que lo que venía después podría ser mucho más complicado y peligroso. Pero por ahora, solo podía concentrarse en su trabajo y en la promesa de un futuro mejor para su madre.
Las primeras semanas en su nuevo rol pasaron rápidamente para Laura. El trabajo resultó ser más sencillo de lo que había anticipado. Organizar los contratos, hacer los depósitos y mantener un registro detallado de cada transacción era algo que, sorprendentemente, se le daba bien. Su atención al detalle y su capacidad para mantener la calma bajo presión la hicieron destacar rápidamente.Además, el dinero comenzó a fluir. Alejandro no había exagerado cuando le prometió una compensación significativa. Cada semana, una parte sustancial de su salario se depositaba directamente en su cuenta bancaria, más del doble de lo que ganaba como asistente en la clínica. Por primera vez en mucho tiempo, Laura sentía que podía respirar. El costoso tratamiento para su madre ya no parecía un sueño inalcanzable.Un día, mientras revisaba los contratos en su despacho, Alejandro se acercó inesperadamente. Estaba más relajado de lo habitual, su postura menos rígida, y había una leve sonrisa en su rostro que
Laura despertó con la luz del amanecer filtrándose a través de las cortinas gruesas del dormitorio de Alejandro. Aún estaba entrelazada con él, su respiración acompasada como si sus cuerpos hubieran sincronizado hasta los gestos más diminutos. Una sensación extraña de tranquilidad la invadía, pero debajo de esa calma también se escondía el eco de la incertidumbre. Sabía que se había sumergido en algo oscuro y peligroso, pero, al mismo tiempo, había algo magnético en la forma en que Alejandro la envolvía.Se movió lentamente para no despertarlo, tomando unos minutos para observarlo. Alejandro, con su aparente serenidad, parecía un hombre distinto cuando dormía. Era difícil imaginar que este mismo hombre tenía relaciones con individuos capaces de cosas terribles. Laura se levantó con cuidado, tomando el vestido que había quedado esparcido en el suelo la noche anterior y vistiéndose rápidamente. Necesitaba tiempo para aclarar su mente y pensar en lo que vendría después.Al entrar al pasi
Laura se preparó para ir a la casa de Alejandro, con la sensación de que algo importante estaba por suceder. Había elegido un vestido que era cómodo pero sofisticado, algo que reflejara su disposición a aceptar lo que fuera que la noche le ofreciera. El taxi la llevó por las avenidas iluminadas, y Laura se perdió en sus pensamientos mientras miraba la ciudad pasar por la ventanilla. Sabía que, al aceptar esta invitación, estaba tomando decisiones que la empujaban cada vez más lejos de la persona que alguna vez había sido. Pero esa persona también había sido alguien atrapada, alguien que necesitaba el tipo de libertad que solo Alejandro parecía ofrecerle.Cuando llegó, Alejandro la estaba esperando en la puerta, su figura imponente destacando bajo la tenue luz del porche. Sonrió al verla y la saludó con un suave "buenas noches" que se sintió más íntimo de lo habitual. Laura siguió a Alejandro dentro de la casa, y una vez más se encontró en la elegante sala de estar, donde una botella d
La noche había caído sobre la ciudad, y con ella, una sensación de anticipación se extendía en el aire. Laura caminaba por los pasillos de la clínica, con el archivo que Alejandro le había entregado bien sujeto entre sus manos. Sabía que ese archivo representaba el siguiente paso en la dirección en la que había decidido avanzar. No se trataba simplemente de organizar contratos o revisar depósitos; ahora estaba inmersa en decisiones que tenían un impacto directo en personas y situaciones que no podía controlar.Al abrir la puerta de su despacho, dejó el archivo sobre el escritorio y se dejó caer en la silla. La luz tenue de la habitación iluminaba los papeles con un brillo amarillento, proyectando sombras alargadas. Laura abrió el archivo, sus ojos recorriendo las instrucciones y los nombres. Nombres de personas que no conocía, pero que de alguna manera serían parte de las operaciones que se llevarían a cabo en la sombra.Tomó una pluma y comenzó a tomar notas, organizando la informaci
La mañana siguiente, Laura despertó sintiéndose extrañamente ligera. Había completado la entrega, y eso la había llenado de una sensación de logro que no experimentaba desde hace tiempo. Sabía que el camino que había elegido no era fácil ni seguro, pero algo dentro de ella disfrutaba de la adrenalina y del peligro. Sabía que, con cada paso que daba, se sumergía más y más en el mundo de Alejandro, un mundo donde las reglas eran diferentes, y donde ella había comenzado a encontrar su lugar.Laura se levantó de la cama y se dirigió a la cocina, donde encontró a su madre sentada junto a la mesa, con una sonrisa débil pero sincera. Carmen había tenido una buena noche, y eso era evidente. Su rostro, aunque aún marcado por el cansancio, tenía un brillo que Laura no había visto en mucho tiempo.—Buenos días, mamá —dijo Laura, acercándose para darle un beso en la frente—. ¿Cómo te sientes hoy?Carmen asintió con una sonrisa.—Me siento mejor, Laura. Creo que los medicamentos están empezando a
El sonido del despertador sacó a Laura del sueño profundo en el que se había sumido. La luz del amanecer se filtraba a través de las cortinas, tiñiendo la habitación con un tono dorado. Mientras se incorporaba y se desperezaba, se dio cuenta de que el día que tenía por delante sería uno de los más desafiantes hasta el momento. Alejandro había confiado en ella para ser parte fundamental de la nueva red de distribución, y eso no solo implicaba más responsabilidad, sino también mayor riesgo.Se levantó, se duchó rápidamente y se vistió con ropa que la hiciera sentir segura. Escogía prendas sencillas pero elegantes, algo que proyectara confianza. Sabía que la apariencia era importante en ese mundo, que cada pequeño detalle podía marcar la diferencia entre ser respetada o ser vista como una simple novata.Mientras preparaba el desayuno, su madre se acercó a la cocina, envuelta en una bata cómoda y con una sonrisa serena. Carmen había tenido otra buena noche, y eso hacía que el corazón de L
Laura se despertó temprano, el sol apenas empezaba a asomarse por el horizonte. El aire de la mañana era frío y se colaba por la ventana entreabierta, llenando la habitación con una frescura que le ayudó a despejar su mente. Había algo en el ambiente, una especie de calma tensa que la hacía sentirse expectante. Sabía que los eventos de los últimos días habían cambiado algo en su vida, algo fundamental. Alejandro ya no era solo su jefe, era algo más, una conexión que iba más allá de lo profesional. Y aunque esa idea la llenaba de una emoción intensa, también sabía que las implicaciones eran enormes.Se vistió con esmero, eligiendo un vestido azul marino sencillo pero elegante, algo que proyectara confianza. Mientras se peinaba frente al espejo, sus pensamientos iban y venían, recordando los momentos junto a Alejandro, las palabras que había dicho, la intensidad de sus besos. Una parte de ella quería rendirse por completo a lo que sentía, dejarse llevar sin cuestionamientos. Pero otra p
Laura empujó la puerta de vidrio con el hombro mientras sostenía una bandeja con tres cafés humeantes. El aroma amargo llenaba el pasillo de la clínica de cirugía plástica donde trabajaba, una mezcla de lujo y tensión que impregnaba cada rincón de aquel lugar. Los pisos relucientes, pulidos hasta el extremo, y las paredes decoradas con arte moderno reflejaban una sofisticación que contradecía la sencillez de su propia vida. Aquella ostentación la hacía sentir pequeña, como una intrusa que intentaba encajar en un mundo ajeno.El murmullo distante de conversaciones en voz baja y el suave zumbido de las máquinas de la clínica creaban un ambiente controlado, casi estéril. Laura avanzó por el pasillo, con los tacones de sus zapatos resonando de manera acompasada. Al llegar al final del pasillo, tocó la puerta de la oficina del doctor Alejandro Montoya, pero no esperó respuesta. Entró con la misma confianza que había desarrollado tras años de trabajar allí, porque sabía que el tiempo era or