La Asistente de la Mafia - Seducida por mi Jefe
La Asistente de la Mafia - Seducida por mi Jefe
Por: Black bear
Bajo la Superficie

Laura empujó la puerta de vidrio con el hombro mientras sostenía una bandeja con tres cafés humeantes. El aroma amargo llenaba el pasillo de la clínica de cirugía plástica donde trabajaba, una mezcla de lujo y tensión que impregnaba cada rincón de aquel lugar. Los pisos relucientes, pulidos hasta el extremo, y las paredes decoradas con arte moderno reflejaban una sofisticación que contradecía la sencillez de su propia vida. Aquella ostentación la hacía sentir pequeña, como una intrusa que intentaba encajar en un mundo ajeno.

El murmullo distante de conversaciones en voz baja y el suave zumbido de las máquinas de la clínica creaban un ambiente controlado, casi estéril. Laura avanzó por el pasillo, con los tacones de sus zapatos resonando de manera acompasada. Al llegar al final del pasillo, tocó la puerta de la oficina del doctor Alejandro Montoya, pero no esperó respuesta. Entró con la misma confianza que había desarrollado tras años de trabajar allí, porque sabía que el tiempo era oro, y no podía permitirse dudar.

—Aquí están los cafés, doctor Montoya —dijo, dejando la bandeja sobre el escritorio de vidrio pulido.

Alejandro levantó la vista de la pantalla de su computadora, sus ojos oscuros destellando un momento de reconocimiento antes de asentir con una leve sonrisa. Laura nunca podía leer del todo esa sonrisa; siempre parecía estar a medio camino entre la amabilidad y el desafío, como si él supiera algo que los demás no.

—Gracias, Laura. ¿Cómo está tu madre? —preguntó, tomando uno de los cafés.

Laura tragó saliva, sorprendida por la pregunta inesperada. No era común que Alejandro mostrara interés en asuntos personales. Era un hombre de pocas palabras, reservado y enigmático, siempre enfocado en su trabajo. En ese entorno, la vulnerabilidad no tenía lugar, y la pregunta sobre su madre tocaba una fibra demasiado personal.

—Está estable, gracias —respondía, intentando mantener su voz firme, a pesar de la ola de preocupación que la recorrió. Sabía que cualquier muestra de debilidad podía ser vista como una falta en la clínica. Alejandro la observó un momento más antes de volver su atención al monitor, sus dedos largos y precisos tecleando rápidamente.

—Me alegra escuchar eso —dijo, sin apartar la vista de la pantalla—. Necesitaré que revises los horarios de las cirugías de la próxima semana. Hay algunas adiciones que aún no están en el sistema.

Laura asintió y salió de la oficina, cerrando la puerta detrás de ella con un suspiro de alivio. Cada interacción con Alejandro la dejaba con una sensación de inquietud, como si él supiera más de lo que dejaba ver, como si cada palabra estuviera cargada de un significado oculto que ella no lograba desentrañar.

De regreso en su escritorio, se encontró con Yair, un enfermero que había trabajado en la clínica durante casi el mismo tiempo que ella. Tenía una sonrisa cálida y unos ojos amables que siempre parecían iluminarse cuando la veía. Yair era, de alguna manera, su ancla en ese mundo de lujo y apariencias.

—Hey, ¿cómo te fue? —preguntó Yair, inclinándose sobre el borde del escritorio de Laura, con una sonrisa que buscaba alegrar la tensión del ambiente.

—Lo de siempre —respondía Laura con una sonrisa forzada, sabiendo lo mucho que a Yair le gustaba preguntar sobre sus interacciones con Alejandro—. Solo me pidió que revisara unos horarios.

Yair asintió, pero Laura podía ver la preocupación en sus ojos. Yair siempre había sido protector con ella, y aunque Laura apreciaba ese cuidado, también sabía que los sentimientos de él iban más allá de la amistad. Yair estaba enamorado de ella, y era algo que Laura había intentado ignorar durante mucho tiempo. No es que Yair no fuera un buen hombre; era amable, leal y siempre estaba allí cuando lo necesitaba. Pero Laura no sentía lo mismo por él. Había algo en Alejandro, algo en su oscuridad y misterio, que la atraía de una manera que no podía explicar.

—Si necesitas algo, ya sabes que estoy aquí para ti —dijo Yair, su voz cargada de sinceridad.

Laura le sonrió, asintiendo, pero sus pensamientos ya estaban de vuelta en la oficina de Alejandro, en esa sonrisa enigmática y la manera en que él parecía mirarla como si viera más allá de su fachada.

El día transcurrió sin más imprevistos. Las horas se deslizaron lentamente entre papeles, expedientes y las llamadas ocasionales que Laura atendía. Sin embargo, la tensión subyacente nunca la abandonaba, y en el fondo de su mente, la preocupación por su madre pesaba como una losa.

De regreso a su casa, la lluvia golpeaba con fuerza contra el parabrisas del auto de Laura. Las gotas caían como pequeñas agujas, haciendo casi imposible ver más allá de unos pocos metros. Encendió los limpiaparabrisas a máxima velocidad, pero incluso eso no lograba mejorar mucho la visibilidad. La tormenta reflejaba su propio estado interno: una mezcla de ansiedad, cansancio y una creciente desesperación que parecía no tener salida.

Finalmente, llegó a su edificio y se estacionó. Se apresuró a salir del auto, protegiéndose la cabeza con su bolso mientras corría hacia la entrada. Para cuando alcanzó la puerta de su apartamento, ya estaba empapada. Sacó las llaves con manos temblorosas y abrió la puerta, encontrando el pequeño espacio oscuro y en silencio.

—Mami, ya llegué —dijo en voz baja, dejando sus zapatos mojados junto a la puerta y colgando su chaqueta en el perchero.

Encendió la luz de la sala y se dirigió al pequeño cuarto donde su madre descansaba. Abrió la puerta despacio y entró. Carmen, su madre, estaba recostada en la cama, respirando con dificultad. Su rostro, normalmente tan vivaz, estaba pálido y demacrado. Las sombras bajo sus ojos y el temblor en sus manos eran evidencia del dolor constante que sufría.

—Mami… —susurró Laura, acercándose a ella.

Carmen abrió los ojos lentamente, sonriendo débilmente al ver a su hija.

—Hola, Laurita —respondía con voz apenas audible—. Llegaste temprano hoy.

Laura se sentó al borde de la cama y tomó la mano de su madre. Estaba helada al tacto, como si la enfermedad le hubiera robado hasta el último vestigio de calor.

—¿Cómo te sientes? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta.

Carmen trató de sonreír, pero la mueca de dolor era evidente.

—Hoy ha sido un día difícil… —dijo, su voz quebrándose al final de la frase.

Laura sintió un nudo en la garganta. Sabía que los tratamientos de quimioterapia habían dejado a su madre en ese estado, pero también sabía que era la única esperanza que tenían para luchar contra el cáncer. Sin embargo, las secuelas eran devastadoras. Los médicos habían mencionado un nuevo tratamiento que podría aliviar algunos de los síntomas, pero era extremadamente costoso y no estaba cubierto por el seguro.

—Mami, he estado pensando en el nuevo tratamiento del que te hablé —dijo Laura con cuidado, tratando de medir la reacción de su madre.

Carmen cerró los ojos y asintió lentamente.

—Ya sabes que no quiero que te preocupes por eso, Laurita —dijo Carmen con un suspiro—. No podemos permitirnos algo así. Y ya has hecho tanto por mí...

Las palabras de su madre se clavaron en su corazón como dagas. Laura sabía que Carmen decía eso para protegerla, pero no podía evitar sentirse impotente. Se inclinó y besó la frente de su madre suavemente.

—Voy a hacer lo que sea necesario, mamá. No te preocupes por nada, ¿sí? —dijo Laura, tratando de sonar más segura de lo que realmente se sentía.

Carmen la miró con una mezcla de amor y preocupación, pero asintió.

Laura se levantó y salió de la habitación, cerrando la puerta con cuidado. Se dirigió a la pequeña cocina y se dejó caer en una de las sillas, apoyando la cabeza entre sus manos. Sentía la desesperación burbujeando en su interior, una ola de angustia que amenazaba con arrastrarla. Necesitaba dinero, y lo necesitaba rápido.

Pensó en las pocas horas extra que había podido conseguir en la clínica, pero sabía que no serían suficientes. Cada día que pasaba, los síntomas de su madre empeoraban, y Laura sentía que se le acababa el tiempo. Miró el reloj en la pared. Pasaba de la medianoche. La lluvia seguía golpeando las ventanas con furia, como si el mundo exterior reflejara su propia tormenta interna.

Esa noche, Laura se fue a dormir con la sensación de que el suelo bajo sus pies se desmoronaba poco a poco, y con la resolución de que encontraría una manera de salvar a su madre, aunque eso implicara cruzar líneas que jamás pensó cruzar.

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