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NARRADORA

Cuando Leonidas llegó al pie de la montaña, se asombró un poco al observar el desastre sanguinolento por todos lados.

Eran restos de cadáveres irreconocibles que los Drakmor arrastraban para adentro de su cueva y engullían.

El sonido de la cruda masticación y los huesos siendo triturados eran evidentes y hasta ellos, que también eran carnívoros, les daba un asco extremo escucharlos.

Los olores se mezclaban y confundía, cerca de la cueva, con tantos Drakmor, era imposible no sentir otro aroma que no fuese el de la muerte advirtiendo que no te acercaras por ahí.

— Parece que no quedó nada aquí de esos extranjeros – uno de los guerreros del Rey dijo con asco.

— ¡Sal!

Leonidas le gritó al Alfa.

Estaba molesto porque le había dado a oler claramente el aroma de Ilia y le ordenó, que a ella no se la podía comer, solo retenerla si algún día la encontraba.

Como hubiese desobedecido, lo golpearía fuertemente con el látigo de espinas.

— ¡¡Te ordeno que salgas, no me hagas repetirme!!—
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