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Cap. 2 Defendiendo sus derechos

A continuación, tuvo que encargarse del funeral. Diane nunca mencionó a algún familiar ni siquiera lejano, siempre fue muy hermética en ese aspecto, así que hizo todo sola y al terminar con la funeraria fue a la casa de su amiga para revisar la habitación que había dispuesto para los que creía serían gemelos.

Estaban las dos cunitas, de inmediato pensó en que mientras resolvía lo del dinero para los niños, los pondría a dormir de a dos en una de las cunas; sabía que su amiga había contactado a un abogado, pero siempre evitaba esa conversación, ahora lo lamentaba, tendría que revisar sus cosas para ver qué encontraba.

Había pasado por alto un sobre que estaba en el piso detrás de la puerta, lo vio justo antes de salir, al revisarlo encontró una notificación del abogado, agradeció mentalmente por eso y tomó nota para ir al siguiente día a su oficina.

***

Dos meses después, se encontraba Maddy Lawson, una chica de 19 años, frente a los trillizos que tendría a su cargo ya que su mejor amiga se los había dejado al morir poco después del parto. Ahora pensaba que Diane falleció sin decirle el origen de los niños y mucho menos el nombre del padre, así que ese sería el misterio de sus vidas.

Así que tenía ante ella a tres varones prácticamente recién nacidos porque acababan de salir de la incubadora; cincuenta mil dólares en una cuenta a su nombre; la llave de una casa en los suburbios y un automóvil que ya había vivido sus mejores días y que su amiga se empeñó en llamar Juanito.

Al momento de darles el alta, le preguntaron el nombre de los pequeños y pidió unos minutos para pensarlo bien; el abogado le había entregado copia del documento donde Diane le cedía la custodia total de sus hijos, así que podían llevar su apellido, pero de los nombres no le dejó ningún indicio y no quería que los niños al crecer se lo reprocharan.

            –¿Ya tiene los nombres? –preguntó la enfermera con impaciencia.

            –En orden de nacimiento serán Bayron, Gerald y Justin Lawson.

Terminó todo el papeleo y salió de allí con dos cochecitos, uno doble y uno sencillo en el que llevó a los niños hasta el viejo auto que su amiga le dejó y que había mandado a recomponer un poco para poder utilizarlo sin problemas con los trillizos.

Abrió la puerta de la casa y les dijo a los pequeños bebés:

            –Bienvenidos mis queridos pequeñines, hoy comienza nuestra aventura juntos, solo espero hacerlo bien y que ustedes tengan una buena vida.

Le fue imposible evitar las lágrimas y lloró por mucho rato, estaba dispuesta a cuidar de esos pequeños con toda su voluntad que no era poca, pensó en que utilizaría el dinero solo para ellos, trabajaría desde casa en muchas cosas a la vez, lo que podía manejar con una computadora y buena señal de internet. Todos sus planes personales quedaban suspendidos hasta nuevo aviso.

***

Cinco años después…

Maddy se encontraba resoplando en la oficina de su supervisora, desechando airadamente el cambio en su cronograma de trabajo para ese día, su alegato principal era que, desde que firmó su contrato de trabajo había establecido la imposibilidad de trabajar en vuelos que pernoctaran fuera de la ciudad.

Todo su trabajo debía ser local, vuelos que despegaran y regresaran el mismo día. No entendía la razón de ese cambio repentino en su itinerario y no podía aceptarlo.

            –Maddy, ¿y si contratas a alguien que cuide a tus hijos solo por esta noche?

            –No señora Johana, créame que no me es posible.

Lucía Carolina, secretaria del CEO de la empresa y una chica que no le tenía muy buena voluntad, apareció y dijo:

            –¿Otra vez queriendo hacer tu voluntad en la empresa?

            –No intervengas que este asunto no te concierne Lucía Carolina.

            –Uy, qué geniecito, te sugiero que hables directamente con el dueño del circo, justo está llegando en este momento –señaló con muy mala intención.

Efectivamente, Renán Viteri acababa de atravesar las puertas de la aerolínea, enfundado en su uniforme, ya que no solamente era el CEO de la empresa, sino que también ejercía como piloto.

Alto, atrayendo todas las miradas con su magnetismo, elegancia y extraordinario atractivo, siempre ocultando el azul de sus ojos bajo las oscuras gafas Ray-Ban que usaba a diario.

Renán no sonreía, no hablaba, parecía enfadado con el mundo y prácticamente así era, con grandes zancadas atravesó el espacio entre la entrada y su oficina.

            –¿Y tú pensaste que a mí me intimidaría hablar con quién sea para defender mis derechos? –preguntó antes de girarse y caminar en dirección a la oficina del CEO.

            –¿Qué va a hacer esa loca? –preguntó Lucía Carolina y fue tras ella imponente.

Maddy tocó la puerta, escuchó un: ¡Adelante!, y pasó a la oficina de Renán quien estaba acompañado de Román y de Alberto dos de sus tres mejores amigos y que trabajaban con él en la aerolínea.

            –Buenos días señor Viteri, necesito hablar con usted.

            –Sí, dígame.

            –Señor, lo lamento mucho, ella se coló –decía Lucía Carolina entrando tras ella y tomando por el brazo a Maddy clavándole las uñas.

            –Tú misma sugeriste que hablara con él, ¿se te olvidó? –dijo y sacudió su brazo para masajearlo donde Lucía Carolina le había hecho daño.

            –Estoy ocupado, hable de una buena vez, señorita…

            –Madeleine Lawson señor, verá, llevo varios años aquí como sobrecargo y desde que firmé mi contrato establecí claramente que solo podía atender vuelos locales.

            –¿Y eso por qué?

            –Porque tengo tres hijos de cinco años y no puedo dejarlos solos en la noche.

            –Yo le dije que contratara una niñera –intervino Lucía Carolina.

            –Y ya respondí que me es imposible hacer eso.

            –¿Sus hijos están enfermos? –preguntó Renán.

            –No señor.

            –Déjelos con su esposo.

            –Soy madre soltera señor.

            –¿Puede pagar una niñera?

            –Sí señor.

            –Entonces, está resuelto.

            –No señor.

El CEO se crispó porque la sobrecargo, simplemente, le pareció obstinada y su amigo Román al notar su reacción decidió tomar parte.

            –¿Dice que está establecido en su contrato? –interrogó en su papel de abogado corporativo.

            –Así es.

            –Lucía Carolina, busca el expediente de la señorita Lawson –ordenó y esta resopló.

La asistente salió y regreso en segundos con una Tablet, mostrando en la pantalla el contrato laboral de Madeleine Lawson, efectivamente, estaba indicado que su labor estaba supeditada a vuelos locales solamente.

            –Ella está en lo correcto –exclamó Román–, solo vuelos locales, es decir ida y vuelta el mismo día.

            –Entiendo –señaló Renán–, ¿quién es su supervisora?

            –Johana Banegas –respondió Maddy.

            –Comunícame con ella Lucía Carolina.

            –¿Qué?, ¿van a cambiar el itinerario?, pronto todos querrán hacer cambios.

            –No –contestó el abogado–, solo los que, como ella, lo hayan establecido desde un principio en su contrato laboral.

Despejaron la oficina del CEO y Alberto, quien había permanecido como mudo espectador manifestó:

            –Esa chica Madeleine es una fierecilla.

            –Y muy joven, ya tiene tres hijos y solo 24 años –agregó Román.

De pronto entró Edison y después de saludar le preguntó a Renán.

            –¿Quieres ir a Castelón?, volamos en una hora, almorzamos allá y regresamos para la cena aquí.

            –Sí, quiero salir de este drama.

Cuando Maddy llegó a su puesto, le anunciaron:

            –Prepárate, vas a Castelón.

Cuando subió al avión y vio al resto de la tripulación se encontró frente a frente con el CEO.

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