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Cap. 4 Un señor bellísimo, pero raro

Se zafó del agarre de su compañera y enseguida tuvieron que guardar la compostura porque otra asistente les avisó que el Capitán estaba ingresando al avión.

Por eso Maddy tenía el rostro desencajado y la expresión de molestia tan firme que no quiso girar su rostro al momento de la llegada de los oficiales, solo deseaba terminar lo más pronto posible ese viaje tan incómodo.

Estaba realmente furiosa, no entendía la razón que tenía Lucía Carolina para detestarla tanto, ella y su prima Harper siempre buscaban fastidiarle la paciencia y lo peor era que lo lograban.

            –Trata de calmarte Maddy –le dijo su compañera Pilar–, si le haces caso se envalentona.

            –¿Por qué son así conmigo?, ella y su prima no pierden oportunidad de acosarme.

            –Bueno, si te sirve de consuelo no es solo contigo, molestan a todo el mundo, Lucía Carolina desde su posición cercana al CEO ataca a todas las mujeres de la empresa, Harper se cree superior por ser su prima y siempre nos molesta. La verdad es que el padre de Lucía Carolina y tío de Harper, conoce de años atrás al padre del señor Viteri, así que están seguras de que esa conexión amistosa las hace intocables.

            –Bueno, a decir verdad, el CEO hoy me pareció un hombre justo y correcto, no creo que les apoye tantas fechorías.

            –No lo sé, ese señor es tan raro, apenas nos habla, aunque es un jefe excelente, nadie podría quejarse por trabajar para él; se oyen rumores sobre él y Lucía Carolina, pero nada confirmado. Ahora hablando de cosas lindas, ¿me dejas ver el obsequio?

Las dos apreciaron el collar, era realmente hermoso, Maddy lo guardó cuidadosamente; aterrizaron y tan pronto pudo se retiró a su casa, apenas entró fue recibida por tres pequeños huracanes que corrían hacia ella con mucha energía.

            –Hola mis tesoros, ¿cómo pasaron el día?

            –Hola mami –saludó Byron.

            –Tú dinos, ¿cómo estuvo tu viaje de hoy? –señaló Gerald, mirándola con sus ojos azules escrutadores.

            –Hola mamita linda –expresó tiernamente Justin.

Tras ellos entró Deyanira, la mujer que la ayudaba a llevar la casa, madre soltera como ella y que tenía una niña de la misma edad que los trillizos, ambas vivían con ellos y se consideraban familia.

            –¿Dónde está Liseth? –preguntó extrañada al no verla junto a sus hijos.

            –Castigada por glotona –respondió Byron.

            –¿Cómo?, ¿qué hizo mi pequeña traviesa?

            –Acabó con la merienda de todos –informó Gerald.

            –Hoy se me ocurrió hacerles un pastel de manzanas, lo saqué del horno para que reposara y distribuirlo, pero la muy bandida se coló en la cocina y debe habérselo comido todavía humeando, todo el centro se lo acabó, dejó las orillas solamente, no te rías Madeleine Fabiola, no se te ocurra –pedía señalándola con un dedo, mientras los trillizos la observaban con los ojos entrecerrados.

            –¿Dónde la tienes?

            –Encerrada en el cuarto hasta nuevo aviso.

            –Mis tesoros, denme un momento para refrescarme con una ducha y nos vemos en la sala, quiero revisar sus deberes de hoy.

            –¿No estás cansadita?, puedes dejarlo para mañana –dijo Justin.

            –No señor, eso no se pospone.

Los tres pusieron caritas de cachorrito, pero ella los ignoró dándose vuelta para caminar hasta su habitación. Al entrar fue hasta el armario donde guardaba todas las joyas que había recibido a lo largo de tres años, porque era una constante que, al no aceptarles propina, le hacían llegar alguna joya, era inusual, sabía que no era común ese comportamiento, pero ya estaba acostumbrándose.

Mientras se duchaba repasó su encuentro de la mañana con el CEO y sonrió, su presencia era muy imponente, pero eso no la intimidó y pudo defender su punto, se dio una palmada en la espalda por valiente; también recordaba haberlo visto en el restaurante y podría jurar que él pasó bastante rato mirándola, pero era cierto lo dicho por Pilar, ese señor es raro, bellísimo, pero raro.

Al salir y antes de encontrarse con sus hijos, pasó por la habitación de Liseth, la encontró en la banqueta de su ventana observando el jardín, era una niña de redondas y rosadas mejillas.

            –Hola mi pequeña.

            –Hola madrina, ¿ya te contaron?

            –Así es, ¿por qué lo hiciste?

            –Yo solamente iba a probar un poquito, olía tan delicioso que no podía esperar a que se enfriara, pero luego de la primera cucharada, me fue imposible detenerme, lo siento mucho, me dio vergüenza la mirada de los trillizos, sobre todo la de Byron.

            –A ellos les enfadó ver que los dejaste sin merienda, verás mi pequeña, hay algo muy importante que puedes aprender de lo sucedido hoy, somos una familia y compartimos muchas cosas, nos queremos, deseamos los mejor para cada uno de nosotros, así que no podemos actuar con egoísmo, no debemos olvidarnos del resto de los habitantes de esta casa, solo porque algo nos guste mucho; siempre, siempre, siempre, tenemos que pensar en los demás miembros de nuestra familia. Tu madre hizo un pastel para todos, por mucho que a alguno de nosotros le guste el pastel, no es correcto que se lo adueñe, es su deber compartir para que todos lo disfrutemos.

            –Entiendo y no volverá a suceder, lo prometo.

            –Perfecto, ahora báñate para que bajes a cenar cuando esté lista la comida.

***

Renán Viteri arribó a su lujosísimo apartamento de tres pisos, exquisitamente decorado con gran elegancia y excelente gusto, cada detalle seleccionado y aprobado por él.

Uno de sus empleados lo recibió y siguiendo su costumbre le sirvió un poco de whiskey en un vaso corto y le anunció el tiempo restante para servirle la cena.

Al terminar el contenido del vaso, fue a su habitación, se despojó de la ropa y entró a su inmensa ducha, al cerrar los ojos tenía ante sí la imagen de Madeleine Lawson, hermosa, furiosa, ojos desafiantes, hacía mucho tiempo que una mujer no llamaba tan poderosamente su atención.

Sin embargo, debía luchar contra eso, no permitiría que nadie más entrara en su corazón para romperlo, además, ¿una mujer con tres hijos?, seguramente era una consentidora y esos niños debían ser terribles. Su teléfono lo sacó de las cavilaciones que ocupaban su mente.

            –¿Aló?

            –¿Renán Viteri?

            –¡Mamá!, no tienes que exagerar de esa forma.

            –Es que hace tanto que no hablamos que dudaba si ese sería todavía tu número.

            –Hablamos la semana pasada.

            –¿En serio?, no lo creo, lo recordaría claramente.

            –¿Me dices el motivo de tu llamada?, por favor.

            –Almuerzo mañana en la casa, tu padre necesita hablar contigo, es importante así que no aceptaremos ninguna excusa.

            –¿Y si tengo que volar?

            –Repito, no aceptaremos ninguna excusa, eres el dueño de la aerolínea, así que no “tienes” que volar –protestó su madre recalcando la palabra tienes como si le pusiera comillas.

Finalmente, y resoplando, aceptó la invitación que más se escuchó como una orden por parte de su progenitora, iría comería con ellos, les escucharía el sermón del día y volvería a su estilo de vida, único y particular, pero que se adecuaba perfectamente a lo que él deseaba.

La siguiente mañana en la aerolínea transcurrió entre documentos, reuniones y toma de decisiones, la diversificación de sus servicios marchaba estupendamente, pero exigía dedicación y tiempo que él le daba con gusto.

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