—Quiero que te resistas. Quiero verte forcejear, gritar y llorar. Quiero que me mires cómo lo haces ahora, con esos ojos azules tuyos llenos de odio e ira, y todo mientras yo te lleno de mi semilla.
Me muero por lanzarme sobre él y rebanarle la garganta para que jamas vuelva a sonreírme de esa manera tan lasciva. Pero no puedo, no puedo hacerle nada. Solo puedo escucharle.
—Pero Veena, también quiero que cedas. Y creo que sería importante mencionar que ya no respetaré esa estupidez de no tocarte, y eso es sólo culpa tuya —automáticamente mi boca se abre por la sorpresa. ¿Qué clase de tonteria es esa? ¿Cómo puedo ser yo culpable de sus enfermos fetiches?
—La última vez que follamos pude ver que te gusta coger conmigo, y que a mí me gusta estar dentro de ti, me gusta más de lo que creía. Veena, podemos llevarnos bien, y en la mejor cama, mejor. Podrías evitarme tener que batallar tanto contigo cuando te quiera tener para mí.
—¿Y si me niego? —artículo,
¡Sigue está emocionante historia todos los Lunes y Jueves! ¡EL CLIMAX ESTÁ POR LLEGAR! ¡ESPERALO Y SORPRENDETE CON EL FINAL! Con temperamentos similares, entre Veena y Gian no solamente hay odio y secretos, también placer y deseo. PD: Esta historia no alienta la violencia, es ficción.
En respuesta a la llamada en la puerta, Gian gruñe y se aleja de mala gana. Abro los párpados y lo miro, está observándome. —Puedes volver a tus actividades, Veena, si eso es lo que quieres —añade sin expresión, sorprendiéndome—. Pero no olvides con quien te has casado, no hagas nada imprudente, ¿de acuerdo? —parece que el sexo tiene mucha influencia en las decisiones de los hombres. A continuación, me ayuda a levantarme. Las piernas me tiemblan, pero no pido su ayuda para tomar asiento en un amplio sofá en un rincón de la oficina, cerca de los ventanales y bastante lejos del escritorio de Gian. La llamada en la puerta vuelve a producirse, Gian se arregla el traje antes de decir “adelante”. —Excelencia —dice una voz varonil que yo conozco muy bien. Gian asiente y con un gesto lo invita a entrar. Yo me hundo en el sofá y ruego a Dios que no me vea. Jade entra, viste el traje negro de los choferes y cómo siempre, permanece callado y quieto, esperando órdenes. Gian se acerca a él y
Fanny va por toda la habitación trayendo y dejando cosas, mientras el resto de las doncellas se ocupan de quién sabe qué. Ahora que ya no soy Primera, ya no me importa el trabajo que hacen, pero las comprendo y las compadezco. Hoy es la fiesta que organizó la Reina por el cumpleaños de su hijo, y todo debe ser perfecto, incluida yo. Especialmente yo por ser la esposa. —¿Y no intentó entrar a la fuerza anoche? —pregunta dejando en la cama un puñado de vestidos de noche. Estoy sentada sobre los talones, observándolas ir y venir apresuradas. —No lo sé, me dormí temprano —respondo tomando un par de zapatos altos con los dedos y frunciéndoles el ceño—. Además, que haya aceptado su locura no quiere decir que estaré para él cada que quiera. No soy una prostituta. Ayer le hablé a Fanny sobre el acuerdo al que acababa de llegar con Gian. Al principio la chica se indignó, pero al final, cómo yo, también comprendió que esa era la única salida que ten
Vuelvo a dejarme caer en la banca y oculto la cara con las manos. Sollozo sintiéndome desdichada. Sí de verdad estoy embarazada, ¿qué haré? Jamas podré abandonar el palacio. ¿Y sí Jade...? —Levántate —ordena Gian con voz inflexible. Lo ignoro. —¡Levántate, Veena! —alzo la vista, dispuesta a maldecirlo, pero lo pienso mejor al ver su dura expresión llena de rabia. Al ver que no hago lo que pide, se inclina y tomándome del brazo me levanta de un jalón. Me pega a su pecho y hace que lo mire a los ojos. —No vuelvas a hablarme como lo has hecho, ¿entendido? —amenaza con la mirada encendida de fuego verde—. Y en cuanto a tu conflicto, mañana traeré a una ginecóloga y te examinará. Un mareo no significa nada la mayoría de las veces. Si eso es un consuelo, no sirve de mucho, pero tampoco me da oportunidad de decírselo. —Súbete el vestido. Aprieto los dientes, pero en secreto se me acelera la respiración. —No. No quiero
No sé cómo, pero poco después salgo del laberinto por mi propio pie. Disminuyo el paso al percatarme que gran parte de los invitados se han trasladado a los jardines y aprecian la vistosa noche estrellada. Por fortuna encuentro Fanny pronto, está con un grupo cerca de la puerta. Al verme salir del laberinto se apresura a acercarse. —Dios, Kohana, ¿estás bien? Lo siento, con toda la prensa acribillándote solté tu mano sin querer y al segundo siguiente vi al Príncipe sacarte del salón. ¡Oh, todos los invitados se preocuparon y la Reina tuvo…! Levanto una mano para que se calle. —¿Ya hablaste con Matsson? Niega frunciendo la frente. —No, me ha estado evitando. Él sabe que yo soy tu doncella, al parecer. Hacerme pasar por una dama noble no ha servido con él, lo siento, Veena. Echo un vistazo a la abandonada entrada del laberinto para cerciorarme que Gian no haya salido todavía, entonces tomo la mano de Fanny y tiro de ella hasta un
Ya no hablamos, las damas nobles se concentran en apreciar la majestuosidad de la sala y elogiar a la Reina por ello. Yo me pongo a jugar con la falda de mi vestido cómo si se me fuera la vida en ello. Pocos minutos más tarde, un aplauso colectivo me hace alzar la vista. La sala se ha vuelto a llenar y todos miran entrar a Gian con un portafolio gris en una mano y uno negro en la otra, dos criados lo siguen. Sus verdes ojos hostiles me buscan y cuando ve que también lo estoy mirando, me hace un gesto con la cabeza para que vaya a su encuentro. Un tanto torpe me levanto y comienzo a abrirme paso entre la gente, cosa que no me cuesta mucho, ya que todos se hacen a un lado al ver que soy yo. Pero apenas he cruzado la mitad del salón cuando Gian coloca los dos portafolios sobre una mesa de caoba, frente a los ojos de todos. —Les agradezco a todos su presencia esta noche, especialmente porque muchos no conocían a mi esposa Veena Creel —comienza a hablar, y yo me detengo e
Fanny exageró en las precauciones. Para llegar a Matsson tenemos que recorrer interminables pasillos y salones libres de invitados y empleados hasta por fin alcanzar el extremo sur del palacio. Dentro de una pequeña sala casi vacía está el señor Matsson, tiene las manos unidas detrás de la espalda y mira el oscuro bosque que se extiende más allá de los ventanales. —Señor Matsson —saludo y él se gira enseguida—. Un placer volver a verlo. Sorprendido por mi repentina llegada se inclina en una torpe reverencia. —Alteza, el placer es mío. Fanny cierra las puertas discretamente y asegura el pestillo. —Lamento mucho haberle sacado de la fiesta —digo sin moverme—, pero es urgente que hablemos. Y de la nada una chica sale de las sombras para unirse a Matsson. Doy un respingo y Fanny se me acerca con la cabeza gacha. —Es la señorita Marsell —susurra en mi oído al tiempo que la chica nos analiza con altanería—. No posee título, ni apelli
Empujo mis pensamientos al fondo de mi mente antes de levantarme de la cama e irme a duchar. Estoy pensando seriamente escaparme de Gian y dejarlo plantado en el comedor junto con todas sus fantasías enfermas. Lo que ayer dijo Fabián me ha dejado muy inquieta, y no puedo evitar volver una y otra vez a la conversación, aunque ya la imaginaba desde antes. —¿Veena, te sientes bien? —pregunta Fanny, tocando la puerta del baño con los nudillos. Asiento una vez, pero inmediatamente recuerdo que ella no puede verme y digo: —Por supuesto, ahora salgo. Vuelvo a hundirme en la espuma hasta la barbilla. Por la noche hice que Fabián me prometiera buscar a Julieta, él ha dicho que en cuanto la encuentre se pondrá en contacto conmigo. De verdad espero que eso suceda pronto, yo necesito que esa mujer me diga las cosas que Fabián ha jurado no saber. Lo único que el chico me dijo fue que Julieta y Gian mantuvieron un romance (tal cual yo pensaba), mientras estudiaban juntos en el castillo Cianí. P
Con movimientos mecánicos hago lo que me pidió ayer: me aseguro de no traer puesto nada más que esto. Antes de entrar al comedor verifico traer la bata bien anudada, presentarme desnuda ante Gian no quiere decir que deba mostrarme así a las sirvientas. —Alteza. La chica se dobla por la mitad en señal de venerado respeto. La mesa ya está servida, en ella hay fruta fresca, pan caliente y tostado, jugos de fruta y vegetales, miel, mermelada, mantequilla, leche y una adorable tetera color carmesí; también una botella de vino sin descorchar. —Puedes retirarte, el Príncipe no necesitará que estés aquí hoy —le digo observando fijamente las puertas que llevan a las habitaciones de Gian. La chica toma su bandeja y se va enseguida; su alivio es palpable. En cuanto me quedo sola pierdo mi ensayada postura erguida y me siento en una de las dos sillas con las piernas recogidas bajo la barbilla. De corazón espero que mi marido esté tan cansado que duerma todo el día y que se haya olvidado de mí,