Fanny va por toda la habitación trayendo y dejando cosas, mientras el resto de las doncellas se ocupan de quién sabe qué. Ahora que ya no soy Primera, ya no me importa el trabajo que hacen, pero las comprendo y las compadezco. Hoy es la fiesta que organizó la Reina por el cumpleaños de su hijo, y todo debe ser perfecto, incluida yo. Especialmente yo por ser la esposa.
—¿Y no intentó entrar a la fuerza anoche? —pregunta dejando en la cama un puñado de vestidos de noche.
Estoy sentada sobre los talones, observándolas ir y venir apresuradas.
—No lo sé, me dormí temprano —respondo tomando un par de zapatos altos con los dedos y frunciéndoles el ceño—. Además, que haya aceptado su locura no quiere decir que estaré para él cada que quiera. No soy una prostituta.
Ayer le hablé a Fanny sobre el acuerdo al que acababa de llegar con Gian. Al principio la chica se indignó, pero al final, cómo yo, también comprendió que esa era la única salida que ten
Vuelvo a dejarme caer en la banca y oculto la cara con las manos. Sollozo sintiéndome desdichada. Sí de verdad estoy embarazada, ¿qué haré? Jamas podré abandonar el palacio. ¿Y sí Jade...? —Levántate —ordena Gian con voz inflexible. Lo ignoro. —¡Levántate, Veena! —alzo la vista, dispuesta a maldecirlo, pero lo pienso mejor al ver su dura expresión llena de rabia. Al ver que no hago lo que pide, se inclina y tomándome del brazo me levanta de un jalón. Me pega a su pecho y hace que lo mire a los ojos. —No vuelvas a hablarme como lo has hecho, ¿entendido? —amenaza con la mirada encendida de fuego verde—. Y en cuanto a tu conflicto, mañana traeré a una ginecóloga y te examinará. Un mareo no significa nada la mayoría de las veces. Si eso es un consuelo, no sirve de mucho, pero tampoco me da oportunidad de decírselo. —Súbete el vestido. Aprieto los dientes, pero en secreto se me acelera la respiración. —No. No quiero
No sé cómo, pero poco después salgo del laberinto por mi propio pie. Disminuyo el paso al percatarme que gran parte de los invitados se han trasladado a los jardines y aprecian la vistosa noche estrellada. Por fortuna encuentro Fanny pronto, está con un grupo cerca de la puerta. Al verme salir del laberinto se apresura a acercarse. —Dios, Kohana, ¿estás bien? Lo siento, con toda la prensa acribillándote solté tu mano sin querer y al segundo siguiente vi al Príncipe sacarte del salón. ¡Oh, todos los invitados se preocuparon y la Reina tuvo…! Levanto una mano para que se calle. —¿Ya hablaste con Matsson? Niega frunciendo la frente. —No, me ha estado evitando. Él sabe que yo soy tu doncella, al parecer. Hacerme pasar por una dama noble no ha servido con él, lo siento, Veena. Echo un vistazo a la abandonada entrada del laberinto para cerciorarme que Gian no haya salido todavía, entonces tomo la mano de Fanny y tiro de ella hasta un
Ya no hablamos, las damas nobles se concentran en apreciar la majestuosidad de la sala y elogiar a la Reina por ello. Yo me pongo a jugar con la falda de mi vestido cómo si se me fuera la vida en ello. Pocos minutos más tarde, un aplauso colectivo me hace alzar la vista. La sala se ha vuelto a llenar y todos miran entrar a Gian con un portafolio gris en una mano y uno negro en la otra, dos criados lo siguen. Sus verdes ojos hostiles me buscan y cuando ve que también lo estoy mirando, me hace un gesto con la cabeza para que vaya a su encuentro. Un tanto torpe me levanto y comienzo a abrirme paso entre la gente, cosa que no me cuesta mucho, ya que todos se hacen a un lado al ver que soy yo. Pero apenas he cruzado la mitad del salón cuando Gian coloca los dos portafolios sobre una mesa de caoba, frente a los ojos de todos. —Les agradezco a todos su presencia esta noche, especialmente porque muchos no conocían a mi esposa Veena Creel —comienza a hablar, y yo me detengo e
Fanny exageró en las precauciones. Para llegar a Matsson tenemos que recorrer interminables pasillos y salones libres de invitados y empleados hasta por fin alcanzar el extremo sur del palacio. Dentro de una pequeña sala casi vacía está el señor Matsson, tiene las manos unidas detrás de la espalda y mira el oscuro bosque que se extiende más allá de los ventanales. —Señor Matsson —saludo y él se gira enseguida—. Un placer volver a verlo. Sorprendido por mi repentina llegada se inclina en una torpe reverencia. —Alteza, el placer es mío. Fanny cierra las puertas discretamente y asegura el pestillo. —Lamento mucho haberle sacado de la fiesta —digo sin moverme—, pero es urgente que hablemos. Y de la nada una chica sale de las sombras para unirse a Matsson. Doy un respingo y Fanny se me acerca con la cabeza gacha. —Es la señorita Marsell —susurra en mi oído al tiempo que la chica nos analiza con altanería—. No posee título, ni apelli
Empujo mis pensamientos al fondo de mi mente antes de levantarme de la cama e irme a duchar. Estoy pensando seriamente escaparme de Gian y dejarlo plantado en el comedor junto con todas sus fantasías enfermas. Lo que ayer dijo Fabián me ha dejado muy inquieta, y no puedo evitar volver una y otra vez a la conversación, aunque ya la imaginaba desde antes. —¿Veena, te sientes bien? —pregunta Fanny, tocando la puerta del baño con los nudillos. Asiento una vez, pero inmediatamente recuerdo que ella no puede verme y digo: —Por supuesto, ahora salgo. Vuelvo a hundirme en la espuma hasta la barbilla. Por la noche hice que Fabián me prometiera buscar a Julieta, él ha dicho que en cuanto la encuentre se pondrá en contacto conmigo. De verdad espero que eso suceda pronto, yo necesito que esa mujer me diga las cosas que Fabián ha jurado no saber. Lo único que el chico me dijo fue que Julieta y Gian mantuvieron un romance (tal cual yo pensaba), mientras estudiaban juntos en el castillo Cianí. P
Con movimientos mecánicos hago lo que me pidió ayer: me aseguro de no traer puesto nada más que esto. Antes de entrar al comedor verifico traer la bata bien anudada, presentarme desnuda ante Gian no quiere decir que deba mostrarme así a las sirvientas. —Alteza. La chica se dobla por la mitad en señal de venerado respeto. La mesa ya está servida, en ella hay fruta fresca, pan caliente y tostado, jugos de fruta y vegetales, miel, mermelada, mantequilla, leche y una adorable tetera color carmesí; también una botella de vino sin descorchar. —Puedes retirarte, el Príncipe no necesitará que estés aquí hoy —le digo observando fijamente las puertas que llevan a las habitaciones de Gian. La chica toma su bandeja y se va enseguida; su alivio es palpable. En cuanto me quedo sola pierdo mi ensayada postura erguida y me siento en una de las dos sillas con las piernas recogidas bajo la barbilla. De corazón espero que mi marido esté tan cansado que duerma todo el día y que se haya olvidado de mí,
—¿Quieres hablar con Emma? Asiento. La sorpresa en su rostro es cómica. —¿Y a espaldas de la Reina? Vuelvo a asentir. —Gian, promete que me permitirás hablar con ella y a cambio… —Harás lo que yo desee. —Por una hora me tendrás para ti, es todo lo que puedo ofrecerte —es mejor dejar todo en claro o podría pasar lo mismo de antes, que él se haga el desentendido y vuelva a verme la cara de estúpida—. Déjame hablar con ella una hora, solo eso. —No. Su respuesta es dura y seca. —¿Qué, por qué no? Cierra los ojos nuevamente y se desparrama cómodamente en la silla. —No me parece un buen trato. Dejarte hablar con Emma supone un riesgo para la familia, ni siquiera Silvana habla con ella tanto tiempo. Es peligroso. ¿Qué tan ingenua cree que soy? Puede que sea peligroso, pero conozco a Gian y sé que sus motivos para negarse
—Joder, que bien se siente. La sensación de su pene dentro de mi boca es extraña, siento el glande y el sabor a líquido preseminal en la lengua. Quiero que se corra lo más rápido posible. Entre más rápido termine, más rápido podré irme. Pero, ¿querer irme es lo que realmente provoca esa extraña sensación de impaciencia en mi bajo vientre? ¿Por qué no encuentro esto tan desagradable como creí? Es más, mi corazón ha comenzado a martillear contra mi pecho. Abro los ojos, me saco su sexo de la boca y lo tomo desde la base con una mano, empiezo a subir y bajar. Gian echa la cabeza atrás y con la mano que me sujeta de la nuca, me obliga a inclinarme. —Haz un buen trabajo —jadea masajeando uno de mis senos con la mano libre. Me llevo su miembro de nuevo a la boca y empiezo a chuparlo al tiempo que trabajo con la mano. Gian levanta las caderas y me mete su sexo hasta la garganta, inevitablemente me retuerzo y tengo que cerrar los ojos para concentrarme en el