Ya no hablamos, las damas nobles se concentran en apreciar la majestuosidad de la sala y elogiar a la Reina por ello. Yo me pongo a jugar con la falda de mi vestido cómo si se me fuera la vida en ello. Pocos minutos más tarde, un aplauso colectivo me hace alzar la vista. La sala se ha vuelto a llenar y todos miran entrar a Gian con un portafolio gris en una mano y uno negro en la otra, dos criados lo siguen.
Sus verdes ojos hostiles me buscan y cuando ve que también lo estoy mirando, me hace un gesto con la cabeza para que vaya a su encuentro. Un tanto torpe me levanto y comienzo a abrirme paso entre la gente, cosa que no me cuesta mucho, ya que todos se hacen a un lado al ver que soy yo. Pero apenas he cruzado la mitad del salón cuando Gian coloca los dos portafolios sobre una mesa de caoba, frente a los ojos de todos.
—Les agradezco a todos su presencia esta noche, especialmente porque muchos no conocían a mi esposa Veena Creel —comienza a hablar, y yo me detengo e
Fanny exageró en las precauciones. Para llegar a Matsson tenemos que recorrer interminables pasillos y salones libres de invitados y empleados hasta por fin alcanzar el extremo sur del palacio. Dentro de una pequeña sala casi vacía está el señor Matsson, tiene las manos unidas detrás de la espalda y mira el oscuro bosque que se extiende más allá de los ventanales. —Señor Matsson —saludo y él se gira enseguida—. Un placer volver a verlo. Sorprendido por mi repentina llegada se inclina en una torpe reverencia. —Alteza, el placer es mío. Fanny cierra las puertas discretamente y asegura el pestillo. —Lamento mucho haberle sacado de la fiesta —digo sin moverme—, pero es urgente que hablemos. Y de la nada una chica sale de las sombras para unirse a Matsson. Doy un respingo y Fanny se me acerca con la cabeza gacha. —Es la señorita Marsell —susurra en mi oído al tiempo que la chica nos analiza con altanería—. No posee título, ni apelli
Empujo mis pensamientos al fondo de mi mente antes de levantarme de la cama e irme a duchar. Estoy pensando seriamente escaparme de Gian y dejarlo plantado en el comedor junto con todas sus fantasías enfermas. Lo que ayer dijo Fabián me ha dejado muy inquieta, y no puedo evitar volver una y otra vez a la conversación, aunque ya la imaginaba desde antes. —¿Veena, te sientes bien? —pregunta Fanny, tocando la puerta del baño con los nudillos. Asiento una vez, pero inmediatamente recuerdo que ella no puede verme y digo: —Por supuesto, ahora salgo. Vuelvo a hundirme en la espuma hasta la barbilla. Por la noche hice que Fabián me prometiera buscar a Julieta, él ha dicho que en cuanto la encuentre se pondrá en contacto conmigo. De verdad espero que eso suceda pronto, yo necesito que esa mujer me diga las cosas que Fabián ha jurado no saber. Lo único que el chico me dijo fue que Julieta y Gian mantuvieron un romance (tal cual yo pensaba), mientras estudiaban juntos en el castillo Cianí. P
Con movimientos mecánicos hago lo que me pidió ayer: me aseguro de no traer puesto nada más que esto. Antes de entrar al comedor verifico traer la bata bien anudada, presentarme desnuda ante Gian no quiere decir que deba mostrarme así a las sirvientas. —Alteza. La chica se dobla por la mitad en señal de venerado respeto. La mesa ya está servida, en ella hay fruta fresca, pan caliente y tostado, jugos de fruta y vegetales, miel, mermelada, mantequilla, leche y una adorable tetera color carmesí; también una botella de vino sin descorchar. —Puedes retirarte, el Príncipe no necesitará que estés aquí hoy —le digo observando fijamente las puertas que llevan a las habitaciones de Gian. La chica toma su bandeja y se va enseguida; su alivio es palpable. En cuanto me quedo sola pierdo mi ensayada postura erguida y me siento en una de las dos sillas con las piernas recogidas bajo la barbilla. De corazón espero que mi marido esté tan cansado que duerma todo el día y que se haya olvidado de mí,
—¿Quieres hablar con Emma? Asiento. La sorpresa en su rostro es cómica. —¿Y a espaldas de la Reina? Vuelvo a asentir. —Gian, promete que me permitirás hablar con ella y a cambio… —Harás lo que yo desee. —Por una hora me tendrás para ti, es todo lo que puedo ofrecerte —es mejor dejar todo en claro o podría pasar lo mismo de antes, que él se haga el desentendido y vuelva a verme la cara de estúpida—. Déjame hablar con ella una hora, solo eso. —No. Su respuesta es dura y seca. —¿Qué, por qué no? Cierra los ojos nuevamente y se desparrama cómodamente en la silla. —No me parece un buen trato. Dejarte hablar con Emma supone un riesgo para la familia, ni siquiera Silvana habla con ella tanto tiempo. Es peligroso. ¿Qué tan ingenua cree que soy? Puede que sea peligroso, pero conozco a Gian y sé que sus motivos para negarse
—Joder, que bien se siente. La sensación de su pene dentro de mi boca es extraña, siento el glande y el sabor a líquido preseminal en la lengua. Quiero que se corra lo más rápido posible. Entre más rápido termine, más rápido podré irme. Pero, ¿querer irme es lo que realmente provoca esa extraña sensación de impaciencia en mi bajo vientre? ¿Por qué no encuentro esto tan desagradable como creí? Es más, mi corazón ha comenzado a martillear contra mi pecho. Abro los ojos, me saco su sexo de la boca y lo tomo desde la base con una mano, empiezo a subir y bajar. Gian echa la cabeza atrás y con la mano que me sujeta de la nuca, me obliga a inclinarme. —Haz un buen trabajo —jadea masajeando uno de mis senos con la mano libre. Me llevo su miembro de nuevo a la boca y empiezo a chuparlo al tiempo que trabajo con la mano. Gian levanta las caderas y me mete su sexo hasta la garganta, inevitablemente me retuerzo y tengo que cerrar los ojos para concentrarme en el
La ginecóloga llega por la tarde y Fanny la invita a pasar hasta mi habitación. Gian ha salido del palacio con su padre para reunirse en una asamblea con algunos tipos influyentes de Laured; me sorprende que no haya olvidado su promesa de anoche entre tantos compromisos. La ginecóloga no viene sola, trae con ella a todo un séquito, y el séquito trae un montón de pequeños estuches de todos los tamaños. Parecen creer que estoy gravemente enferma. —Disculpa —digo a la ginecóloga—, únicamente quiero una prueba de embarazo. La mujer y su séquito se inclinan en una muy coordinada reverencia. —Un placer conocerla, Alteza —saluda y todos se yerguen. Hacen que me sienta cohibida—. Y precisamente estamos aquí para confirmar su embarazo. ¡Felicidades! ¿Confirmar, qué? Pálida cómo una hoja busco la mirada de Fanny, la encuentro en un rincón casi doblándose de risa. —Creo… creo que es un malentendido —balbuceo con la cara roja—. Yo no creo estar embarazada, y quiero confirmar que no. Por eso p
Es increíble la facilidad con la que el cuerpo pierde condición, antes era tan ligera como una pluma, una chica que iba a todos lados sin soltar un sólo jadeo. En cambio, ahora, después de un par de meses sin hacer otra cosa que caminar entre nobles y mostrarme como una de ellos, me he vuelto completamente inútil. Y esto queda claro cuando el enorme brazo de Silas me arroja de espaldas al suelo con la fuerza suficiente para dejarme sin aire. Las doncellas lanzan exclamaciones asustadas mientras yo parpadeo varias veces, intentando no desmayarme. —Ni siquiera cuando llegaste hace 6 años eras tan débil, ¿Qué le pasó a la fiera chica que no dubaba en larzarme mortales ataques?—dice con burla, tendiéndome una enorme mano morena. Silas es el jefe de la guardia real, es fuerte e implacable, también arrogante. —Sinceramente, Kohana, yo no creí que volverías aquí. Verte es toda una novedad —añade Nadir, la novia de Silas y la líder del Servicio Secreto (los agentes de seguridad que resguar
Giro el rostro y lo veo. Está recostado contra la puerta, mirándome como siempre: sin sonreír y sin pizca de humor. Por un eterno segundo sólo nos miramos fijamente, después Gian asiente y todos en la habitación se inclinan en una profunda reverencia. Frunzo la boca y cruzo los brazos sobre el pecho. Los miembros de la familia real jamás han pisado el edificio de entrenamiento. Sobra decir que estoy sorprendida e intrigada por la repentina presencia del heredero al trono. —Salgan. La orden es baja, pero tan clara que todos se apresuran a abandonar la sala, incluido el fuerte jefe Silas. Cuando la última doncella sale, Gian cierra las puertas y corre el pestillo. Después se me acerca muy despacio. —Jamás te había visto con ropa deportiva —musita recorriendo mi cuerpo de arriba a abajo con esa mirada lasciva propia de él—. Debo decir que te queda muy bien, es tan ajustada que es como una segunda piel. El Príncipe viste un saco color vino sobre una sencilla camisa gris, y pantalones