ElizavetaEl primer latigazo no dolió tanto como el último. Porque aunque el cuerpo se adapta al dolor… pero el alma no.Ellos me gritaban, me escupían, se reían.—¡Pide clemencia, rusa de mierda! —decían—. ¡Pídelo!No lo hice.No porque no quisiera, sino porque… no tenía voz.Edoardo con una expresión de burla, llamó a otro par de hombres y se orinaron encima de mí, mientras uno de ellos grababa toda la humillación que me hacían. El acto me provocó tristeza, rabia, náuseas, pero me negué a vomitar. No les daría esa satisfacción.Cerré los ojos, intentando desconectarme de la realidad. Pero cada latigazo me devolvía al presente, a ese lugar húmedo y oscuro donde el tiempo parecía haberse detenido.No sé cuánto duró. Podrían haber sido minutos u horas. El dolor se volvió una constante, un compañero no deseado que se negaba a abandonarme.Cuando los otros estaban saliendo, uno de ellos se acercó a mí con una expresión de pura maldad y me escupió.—Esto es solo el comienzo, put4 —escup
IzanLancé una última mirada a la joven inconsciente antes de salir. Su rostro pálido y magullado me perseguiría, lo sabía.Me pasé las manos por el rostro. Estaba agotado. Furioso. Jodidamente frustrado.Mandé a buscar a tres mujeres. Llegaron justo cuando comencé a caminar por el pasillo.Les dejé claro que se turnarían para atenderla, que no quería gritos, ni quejas, ni desobediencia.—Una palabra fuera de lugar… y las saco a las tres —advertí—. Deben cuidarla y protegerla.Ella descansaría al lado de mi cuarto.En parte por protección.En parte para asegurarme de que ningún hijo de put4 se le acercara mientras yo no pudiera protegerla.Llegué a mi despacho, tomé el teléfono, respiré hondo antes de contestar. Saludé a mi padre.—Hola, papá ¿Cómo estás?“Hola, hijo ¿Cómo has estado? ¿Qué cuentas? ¿Por qué se fueron a la finca sin decir nada? ¿Pasó algo? ¿Dónde está Trina? La he estado llamando y no me responde”.Pensé rápido, no podía decirle que no tenía idea dónde estaba mi herman
IzanMe llevé la mano a la cabeza, sintiendo una profunda tristeza por Elizaveta. Es que ni en mis peores momentos habría permitido que ni siquiera mi peor enemiga pasara por algo como eso.Estaba inquieto. Impaciente. Quería que el amanecer llegara ya. Quería salir de la visita de nuestras madres y ver cómo amanecía Elizaveta y que esperara. Que Dante recuperara la lucidez, si es que todavía tenía alma para encontrarla entre tanto odio y alcohol.A las cinco de la madrugada salí de mi habitación. Me detuve frente a la puerta donde la había dejado. Pregunté por su estado.—Sigue dormida, señor —me respondió una de las mujeres. —El médico la estabilizó, pero dijo que el cuadro es delicado. Está muy débil.Asentí. No había tiempo para más.Tenía otro infierno que enfrentar.Caminé con decisión por los pasillos hasta llegar a la habitación de Dante. El olor a licor y sudor me golpearon antes de que abriera por completo la puerta. Todo estaba hecho un desastre: botellas vacías, cristales
Izan—No pasa nada, mamá —dije con la voz más firme que pude fingir—. Trina se fue con unas amigas.Mi madre me miró como si pudiera ver a través de mi piel. Su mirada era cortante, filosa, peligrosa.—¿Con unas amigas? —repitió.—Sí… fue algo de última hora. Quería despejarse —agregué rápido, antes de que mi tía Inés interviniera.Pero ella no se quedó callada.—¿Y a ustedes qué les pasó? —preguntó con un gesto entre el desconcierto y la sospecha—. Parecen salidos de una pelea clandestina. ¿Por qué están tan malogrados?Apreté la mandíbula.—Fuimos a practicar kickboxing. Terminamos bastante mal parados —respondí encogiéndome de hombros, como si no fuera gran cosa.Mi madre y mi tía se miraron, solo una fracción de segundo.Una mirada silenciosa cargada de duda y complicidad materna.Luego mi madre asintió.—Está bien, vayamos a casa.La tensión nos acompañó hasta la mansión. Yo caminaba con las piernas tensas, como si cada paso fuera una cuenta regresiva.Mamá miraba cada rincón, l
DominicEl sol comenzaba a filtrarse por las ventanas del ala norte. Trina dormía como si el mundo no fuera un campo de batalla.Su cuerpo, desnudo y envuelto en las sábanas, era una tentación silenciosa.Me acerqué. Me incliné.Le di un beso en la frente.¿Ternura?Tal vez.Pero que no se repita, no voy a andar como estúpido babeando por una chica que estaba más cerca de la adolescencia que de la adultez. Nunca me había pasado eso, siempre las mujeres con las que me involucraba, o eran mayores a mí, o de mi edad, pero por primera vez, estaba enganchado con una jovencita y eso era algo que me inquietaba profundamente. No podía permitirme sentir nada por ella más allá del deseo carnal y la satisfacción de tenerla bajo mi control.Me alejé de golpe, murmurando para mí.—Maldición… esta mujer me está poniendo cursi. Tomé mi arma, la guardé entre la ropa en mis manos y salí de la habitación sin mirar atrás, como si huyera, vestido solo con un bóxer. El juego había comenzado y yo tenía q
Advertencia: Es romance oscuro que se caracteriza por tratar temas intensos y sombríos en el contexto de una relación romántica. Aquí son malos los mafiosos, no se arrastran ante la mujer y tienen pocos gestos romántico. Demuestran su amor a lo bruto. Si no les gusta este tipo de historia por favor vayan a leer otra de su agrado. Antecedentes La mafia roja, o la Bratvá, tiene sus raíces en las antiguas organizaciones criminales de Rusia que se expandieron hacia América durante el colapso de la Unión Soviética. A lo largo de los años, han consolidado su poder mediante alianzas estratégicas y una reputación temida por su brutalidad. La historia del grupo está marcada por sangrientos enfrentamientos con familias rivales y un legado de venganza que ha moldeado su cultura interna. Vor (El Padrino o Jefe): Máximo líder del grupo criminal, toma las decisiones y supervisa todas las operaciones. Pakhan: Miembros de alto rango que eligen al Vor. Élite criminal. Sovietnik (Consejero o D
Dominic Luego de aterrizar ese mismo día en la ciudad de Nueva York, el cambio para mi es radical, de la tranquilidad de mi mansión en Rusia, a la vibrante marea de luz y color de un desfile de moda en Nueva York.La primera fila es un escenario propio, donde cada gesto es observado, cada expresión analizada. Pero nadie puede leerme. Mi rostro es una máscara de serenidad inescrutable, un contraste gritante a la oscuridad que dejé tras las puertas de mi fortaleza ancestral.Sentado allí, rodeado de la elite, las cámaras y las sonrisas fabricadas, puedo sentir cómo se diluye cualquier vestigio de duda. El ruido, el bullicio, la superficialidad del glamour... Nada toca la esencia de lo que soy. Soy un depredador vestido de etiqueta, un lobo entre ovejas, y sin importar cuánto brille el mundo a mi alrededor, mi naturaleza oscura no se ve afectada."Adaptabilidad," pienso, mientras mis ojos recorren la pasarela. Esta habilidad para camuflarme entre las facetas de la sociedad es tanto mi a
Trina QuinteroEl último paso resonó como un eco en la pasarela, y con él, el tumulto de aplausos que marcaba el final de mi desempeño. La adrenalina aún latía por mis venas como una melodía frenética, mientras las luces me cegaban y los flashes capturaban cada instante fugaz de gloria. De pronto, alguien se acercó y me entregó un ramo de rosas; lo sujeté con fuerza. Las flores eran hermosas, de un rojo tan profundo que parecía beber la luz a su alrededor.Al leer la tarjeta, sentí cómo una leve corriente eléctrica recorrió mi piel."Me recordaste lo que es la belleza en un mundo oscuro. Dominic Ivankov."—Dominic Ivankov, —murmuré para mí, dejando que el nombre se repitiera en mi mente. Mi corazón, ya acelerado, saltó un compás.Nerviosa, dejé atrás el fulgor y comencé a caminar hacia el caos de bastidores, donde cada sombra parecía susurrar su nombre.Había algo en ese nombre que se sentía vagamente familiar, como si lo hubiese escuchado antes en un contexto que no lograba recordar.