IzanLancé una última mirada a la joven inconsciente antes de salir. Su rostro pálido y magullado me perseguiría, lo sabía.Me pasé las manos por el rostro. Estaba agotado. Furioso. Jodidamente frustrado.Mandé a buscar a tres mujeres. Llegaron justo cuando comencé a caminar por el pasillo.Les dejé claro que se turnarían para atenderla, que no quería gritos, ni quejas, ni desobediencia.—Una palabra fuera de lugar… y las saco a las tres —advertí—. Deben cuidarla y protegerla.Ella descansaría al lado de mi cuarto.En parte por protección.En parte para asegurarme de que ningún hijo de put4 se le acercara mientras yo no pudiera protegerla.Llegué a mi despacho, tomé el teléfono, respiré hondo antes de contestar. Saludé a mi padre.—Hola, papá ¿Cómo estás?“Hola, hijo ¿Cómo has estado? ¿Qué cuentas? ¿Por qué se fueron a la finca sin decir nada? ¿Pasó algo? ¿Dónde está Trina? La he estado llamando y no me responde”.Pensé rápido, no podía decirle que no tenía idea dónde estaba mi herman
IzanMe llevé la mano a la cabeza, sintiendo una profunda tristeza por Elizaveta. Es que ni en mis peores momentos habría permitido que ni siquiera mi peor enemiga pasara por algo como eso.Estaba inquieto. Impaciente. Quería que el amanecer llegara ya. Quería salir de la visita de nuestras madres y ver cómo amanecía Elizaveta y que esperara. Que Dante recuperara la lucidez, si es que todavía tenía alma para encontrarla entre tanto odio y alcohol.A las cinco de la madrugada salí de mi habitación. Me detuve frente a la puerta donde la había dejado. Pregunté por su estado.—Sigue dormida, señor —me respondió una de las mujeres. —El médico la estabilizó, pero dijo que el cuadro es delicado. Está muy débil.Asentí. No había tiempo para más.Tenía otro infierno que enfrentar.Caminé con decisión por los pasillos hasta llegar a la habitación de Dante. El olor a licor y sudor me golpearon antes de que abriera por completo la puerta. Todo estaba hecho un desastre: botellas vacías, cristales
Izan—No pasa nada, mamá —dije con la voz más firme que pude fingir—. Trina se fue con unas amigas.Mi madre me miró como si pudiera ver a través de mi piel. Su mirada era cortante, filosa, peligrosa.—¿Con unas amigas? —repitió.—Sí… fue algo de última hora. Quería despejarse —agregué rápido, antes de que mi tía Inés interviniera.Pero ella no se quedó callada.—¿Y a ustedes qué les pasó? —preguntó con un gesto entre el desconcierto y la sospecha—. Parecen salidos de una pelea clandestina. ¿Por qué están tan malogrados?Apreté la mandíbula.—Fuimos a practicar kickboxing. Terminamos bastante mal parados —respondí encogiéndome de hombros, como si no fuera gran cosa.Mi madre y mi tía se miraron, solo una fracción de segundo.Una mirada silenciosa cargada de duda y complicidad materna.Luego mi madre asintió.—Está bien, vayamos a casa.La tensión nos acompañó hasta la mansión. Yo caminaba con las piernas tensas, como si cada paso fuera una cuenta regresiva.Mamá miraba cada rincón, l
DominicEl sol comenzaba a filtrarse por las ventanas del ala norte. Trina dormía como si el mundo no fuera un campo de batalla.Su cuerpo, desnudo y envuelto en las sábanas, era una tentación silenciosa.Me acerqué. Me incliné.Le di un beso en la frente.¿Ternura?Tal vez.Pero que no se repita, no voy a andar como estúpido babeando por una chica que estaba más cerca de la adolescencia que de la adultez. Nunca me había pasado eso, siempre las mujeres con las que me involucraba, o eran mayores a mí, o de mi edad, pero por primera vez, estaba enganchado con una jovencita y eso era algo que me inquietaba profundamente. No podía permitirme sentir nada por ella más allá del deseo carnal y la satisfacción de tenerla bajo mi control.Me alejé de golpe, murmurando para mí.—Maldición… esta mujer me está poniendo cursi. Tomé mi arma, la guardé entre la ropa en mis manos y salí de la habitación sin mirar atrás, como si huyera, vestido solo con un bóxer. El juego había comenzado y yo tenía q
Dominic—Nunca lo he traicionado… siempre le he sido leal —expresó Vasily temblando frente a mí, sus ojos inyectados en sangre, buscando una salida que no existía. —Es cierto —admití, recorriendo el filo de mi cuchillo con el pulgar —. Pero hoy no quieres delatar a quien te dio la orden, y le estás siendo más leal a esa persona que a mí, porque me estás mintiendo para protegerla a ella. Y sabes muy bien que a mí se me es leal siempre, no acepto medias tintas.El hombre tragó saliva, su mirada fija en el arma. —Dime, ¿quién te ordenó llevar a Trina a esa subasta? Si no me dices a quién obedecías… no me va a temblar la mano para acabar con tu vida.Él bajó la cabeza. No respondió. No negó. No admitió. Solo bajó la mirada como un maldit0 mártir.Me giré un poco. Contuve el impulso de partirle la cara… pero luego hice lo que le advertí. Lo sacudí contra la pared de la celda, y sin dar advertencia, en un movimiento rápido, agarré su mano izquierda y, con un tirón seco, arranqué la uña
Trina Me desperté casi de inmediato cuando él apenas se movió; sin embargo, decidí mantener los ojos cerrados, esperando cómo sería su reacción. No tuve que esperar mucho tiempo cuando sentí sus labios besar mi frente. No pude evitar sentir una profunda emoción ante la ternura de su gesto y decenas de preguntas se formaron en mi cabeza ¿Por qué me besó con tanta dulzura? ¿Acaso sentía algo por mí más allá del deseo? ¿O era solo un gesto automático, sin significado real?Traté de mantener mi respiración constante, fingiendo seguir dormida, pero mi corazón latía acelerado. Sentí cómo se levantaba de la cama con cuidado de no despertarme. Y lo escuché salir de la habitación y sus pasos alejarse.Abrí los ojos lentamente, dejando que la realidad de mi situación me golpeara una vez más. Estaba en la cama de Dominic Ivankov, o mejor dicho, de Dominic King, el hombre que había jurado destruirme. El hombre cuyo toque me hacía temblar de deseo y de miedo a partes iguales.Me quedé pensando p
DominicSalí de la habitación con los dientes apretados y el pulso enloquecido. Mi pecho subía y bajaba como si acabara de correr una maldita maratón.La furia me quemaba las venas como vodka barato. El teléfono en mi mano aún guardaba el calor de sus dedos. “Una llamada a Nueva York” Mierd4. ¿Dormida? ¿Creía que podía verme a la cara y mentirme con ese tono suavecito? ¿Esa carita de santa?¡Había un número desconocido en mi puto teléfono en la mano y me negó en la cara que lo había tocado!Caminé con paso firme por el pasillo, bajé los escalones de dos en dos y me encontré con Andru en la sala de control, revisando mapas y rutas.—Toma —le dije, lanzándole el móvil—. Quiero que rastrees el número que aparece como última llamada. Nombre, dirección, historial. Todo.Andru frunció el ceño mientras desbloqueaba el celular.—¿Pasó algo con la chica? —preguntó, levantando la mirada.—Andru, limítate a averiguar lo que te dije y ¡deja de meterte en lo que no te importa! —le espeté con e
TrinaSabía que no me había creído. Podía sentirlo. Como un cuchillo presionando contra la garganta sin terminar de hundirse. Dominic no era de los que se tragaban mentiras disfrazadas de inocencia. Menos aún cuando las pruebas le escupían la verdad en la cara.Me duché en silencio, sintiendo el agua caliente golpearme la piel como si intentara borrarme la culpa. Pero la culpa no era por llamarla. Era por lo que vendría después.Al salir del baño, encontré a una de las señoras del servicio parada, junto a la cama. Su postura rígida, como soldado entrenado. No era la misma ternura de otras veces. Algo había cambiado.—Por orden del señor, debe ponerse esa ropa —dijo, señalando el conjunto que descansaba sobre la colcha.Un jean ajustado, camisa de tirantes. Nada como los vestidos de lujos o ropa seductora de días anteriores. Esta vez me querían lista para algo... distinto.Suspiré. Asentí en silencio. Tomé la ropa y volví al baño. Me vestí con movimientos bruscos, sintiendo cómo la te