Trina Me desperté casi de inmediato cuando él apenas se movió; sin embargo, decidí mantener los ojos cerrados, esperando cómo sería su reacción. No tuve que esperar mucho tiempo cuando sentí sus labios besar mi frente. No pude evitar sentir una profunda emoción ante la ternura de su gesto y decenas de preguntas se formaron en mi cabeza ¿Por qué me besó con tanta dulzura? ¿Acaso sentía algo por mí más allá del deseo? ¿O era solo un gesto automático, sin significado real?Traté de mantener mi respiración constante, fingiendo seguir dormida, pero mi corazón latía acelerado. Sentí cómo se levantaba de la cama con cuidado de no despertarme. Y lo escuché salir de la habitación y sus pasos alejarse.Abrí los ojos lentamente, dejando que la realidad de mi situación me golpeara una vez más. Estaba en la cama de Dominic Ivankov, o mejor dicho, de Dominic King, el hombre que había jurado destruirme. El hombre cuyo toque me hacía temblar de deseo y de miedo a partes iguales.Me quedé pensando p
DominicSalí de la habitación con los dientes apretados y el pulso enloquecido. Mi pecho subía y bajaba como si acabara de correr una maldita maratón.La furia me quemaba las venas como vodka barato. El teléfono en mi mano aún guardaba el calor de sus dedos. “Una llamada a Nueva York” Mierd4. ¿Dormida? ¿Creía que podía verme a la cara y mentirme con ese tono suavecito? ¿Esa carita de santa?¡Había un número desconocido en mi puto teléfono en la mano y me negó en la cara que lo había tocado!Caminé con paso firme por el pasillo, bajé los escalones de dos en dos y me encontré con Andru en la sala de control, revisando mapas y rutas.—Toma —le dije, lanzándole el móvil—. Quiero que rastrees el número que aparece como última llamada. Nombre, dirección, historial. Todo.Andru frunció el ceño mientras desbloqueaba el celular.—¿Pasó algo con la chica? —preguntó, levantando la mirada.—Andru, limítate a averiguar lo que te dije y ¡deja de meterte en lo que no te importa! —le espeté con e
TrinaSabía que no me había creído. Podía sentirlo. Como un cuchillo presionando contra la garganta sin terminar de hundirse. Dominic no era de los que se tragaban mentiras disfrazadas de inocencia. Menos aún cuando las pruebas le escupían la verdad en la cara.Me duché en silencio, sintiendo el agua caliente golpearme la piel como si intentara borrarme la culpa. Pero la culpa no era por llamarla. Era por lo que vendría después.Al salir del baño, encontré a una de las señoras del servicio parada, junto a la cama. Su postura rígida, como soldado entrenado. No era la misma ternura de otras veces. Algo había cambiado.—Por orden del señor, debe ponerse esa ropa —dijo, señalando el conjunto que descansaba sobre la colcha.Un jean ajustado, camisa de tirantes. Nada como los vestidos de lujos o ropa seductora de días anteriores. Esta vez me querían lista para algo... distinto.Suspiré. Asentí en silencio. Tomé la ropa y volví al baño. Me vestí con movimientos bruscos, sintiendo cómo la te
Trina —¿Qué? —pregunté sin entender, fue allí cuando ella señaló mi cuello. —El collar. Ese símbolo —dijo—. Te marca. Nadie que quiera conservar sus dedos y su integridad física se te va a acercar mientras lleves eso. Toqué el collar con los dedos. Lo había olvidado. El jodido collar que Dominic me había vuelto a poner. —¿A esto? —pregunté, con incredulidad—. ¿Por esto no me acercan? La mujer asintió. —Eso, querida… es una sentencia. Y una advertencia. La furia me recorrió como un rayo. Una propiedad. Un maldito objeto. Pero si creía que me iba a controlar con ese maldit0 collar como si fuera un perro, no me conocía bien. Dominic Ivankov iba a descubrir que no se puede encerrar a una llama sin que se queme la jaula. Y si quería jugar con fuego… yo iba a ser el incendio. Allí me di cuenta de que el collar pesaba como un grillete alrededor de mi cuello. “Una sentencia. Una advertencia”. Las palabras de la mujer resonaban en mi cabeza mientras mis dedos se cerr
TrinaLa rabia que se le veía a Dominic haría retroceder a cualquiera, pero el bielorruso no parecía importarle, seguía sonriendo, desafiante.Mientras el bielorruso olía a pino y tabaco caro. Dominic, a ira y pólvora. —Quizás al no tener un collar una marca que indique ser de tu propiedad, la dama prefiera elegir por sí misma —sugirió Mikhael, deslizando un dedo por mi clavícula. Craso error. Antes de que pudiera parpadear, Dominic lo empujó y lo agarró por el cuello, empujándolo contra una mesa que crujió bajo el impacto. —¿Eso crees? Ya lo veremos. —susurró con una calma aterradora.DominicSolté al bielorruso, quien no dejaba de provocarme con esa sonrisa de burla, no sabía que el simple hecho de respirar el mismo aire que Trina, era un privilegio que yo le había concedido. ¿A cuántos no había matado anteriormente por eso?Pero estaba dispuesto a darle una lección no solo a los presentes, sino a ella, para que aprendiera de una vez que conmigo no se podía jugar.Mis pies me ll
DominicAún sentía el ardor bajo la piel. La marca que ella me había dejado seguía humeando como si Trina hubiera grabado en mi pecho un recordatorio de que yo no era invencible.Jodida niña salvaje.Mientras la llevábamos fuera del poblado, con los Vory a nuestro alrededor abriendo paso, yo no podía dejar de mirar esa figura desafiante caminando delante de mí. Su cabello danzaba con el viento, su cuello desnudo relucía sin el collar.Ella había roto las reglas. Y yo... Yo había dejado que lo hiciera.No dije ni una palabra durante el trayecto. Mi puño apretado sobre la empuñadura del jeep temblaba. No por miedo. No por dolor. Por la furia contenida que me carcomía desde adentro.Llegamos a uno de los refugios secundarios, una construcción apartada del edificio principal, hecho de concreto y acero, custodiada por mis hombres más leales. Nadie habló. Todos sabían que algo se había desatado en mí. Algo oscuro. Algo viejo.Apenas entramos, la empujé dentro de la habitación con la mirada.
Seamus McLoughlin. Jefe de la mafia irlandesa.El humo del cigarro dibujaba espirales grises en el aire viciado del almacén, cuando recibí la llamada de mi espía. Ese que estaba justo en el poblado donde había llegado Dominic con su gente."Confirmado", murmuró el hombre al otro lado de la línea “Esa mujer es el talón de Aquiles de Dominic. Hubieses visto como la marcó con hierro al verla coqueteando con otro, y ella le regresó el gesto marcándolo".La voz al otro lado de la línea era áspera, grave, sin sombra de duda. El hombre había estado infiltrado durante un par de semanas en aquel maldito pueblo ruso, escondido entre los mercados, las sombras y los techos con francotiradores.Una risa seca resonó desde mi garganta.—Entonces lo tenemos.Me levanté del sillón de cuero desgastado donde había estado repasando planos y fotos.—Nos pondremos en Trina, y él hará todo lo que le pidamos. Todo.Giré el cigarro entre los dedos, observando cómo la ceniza caía al suelo.—Creo que Nadia ser
TrinaAnte mi pregunta, vi el cambio en sus ojos. Como si hubiese tocado algo que no debía. Su cuerpo se endureció. Su mano subió rápido a mi cuello, sin apretar, solo posándose allí como una amenaza velada.—Tengo miedo de que alguien más tenga el placer de apretar este precioso cuello antes que yo —murmuró.Su tono fue oscuro. Letal. Pero en sus ojos había otra cosa. Un brillo ahogado. Una angustia que no combinaba con su voz.Y eso me desarmó por dentro.No tuve tiempo de pensar más.Porque sus labios cayeron sobre los míos como una tormenta, y todo volvió a prenderse fuego.Su cuerpo me aplastó de nuevo contra la cama, su lengua invadió mi boca como si quisiera borrarme la memoria, la voluntad, el mundo.Lo abracé con los muslos, con las manos, con los labios, sabiendo que él no era mi refugio. Era mi guerra.Y yo había nacido para pelearla.Y si eso me costaba la vida... entonces que el infierno venga por mí.Porque antes, iba a llevármelo conmigo.DominicLa tenía bajo mí, sus g