POV. Aris.
Nunca tuve la menor intención de conocer a Marina a fondo. Ella no era más que una pieza en mi tablero, un instrumento para alcanzar mis fines. Utilizarla y desecharla era el plan desde el principio. Sin embargo, con su cuerpo temblando entre mis brazos, había algo distinto en ella. Algo que no lograba descifrar.
Era Marina, ¿quién más podría ser? Pero esa mirada… había algo en sus ojos que me hacía fruncir el ceño. No entendía qué, pero esa sensación me molestaba, me desafiaba.
Entonces, de repente, ella tomó la iniciativa. Nerviosa, pero decidida, unió sus labios con los míos.
Acepté su beso sin resistencia, recordándome que esto era solo parte de mi papel como el prometido perfecto, ese hombre amoroso que ella creía que era. Pero mientras sus labios acariciaban los míos, algo no encajaba.
El sabor, la textura, incluso su manera de besar… no eran las mismas. Más allá de la confusión, me sorprendí disfrutándolo, mucho más de lo que quería admitir. Pero la inquietud persistía, y finalmente me alejé.
—Es diferente —murmuré, más para mí que para ella.
Ella rió, emitiendo un sonido nervioso y dulce que encendió un leve rubor en sus mejillas.
Su mirada, esquiva, parecía buscar algo en el aire.
—Tal vez se sienta diferente porque estoy nerviosa —dijo en un tono ligero, casi cantarina, mientras se apretaba más a mi pecho—. Aris, amado mío, quiero dar una buena impresión esta noche. Quiero que tu abuela vea que soy la prometida perfecta.
Su voz era aguda, infantil, y me hizo perder el poco encanto que el momento había construido.
—Vamos —respondí con un tono controlado, ofreciendo mi brazo para que se sujetara.
Durante la fiesta, una elaborada farsa organizada para mi supuesta "familia", me aseguré de darle toda mi atención.
Marina debía sentirse como una reina, debía creer que yo era el hombre enamorado dispuesto a todo por ella. Esa era la clave del plan: su lealtad ciega sería mi arma más poderosa.
Cuatro largas horas de copas interminables y saludos forzados con figuras de la élite italiana me dejaron agotado.
Marina, que había bebido más de lo que parecía soportar, apenas podía mantenerse firme cuando tomé su mano y la conduje fuera del salón.
—Ven conmigo —le dije suavemente.
Abrí la puerta de mi habitación, diseñada con un romanticismo exagerado. Pétalos rojos cubrían el suelo, velas alineadas formaban un camino cálido y acogedor, y el ambiente estaba impregnado de un aroma dulce, casi embriagador.
Marina jadeó, cubriendo sus labios con ambas manos como si hubiera entrado en un sueño.
—Es... es tan hermoso, Aris... No puedo creerlo —murmuró con un temblor en su voz que no era del todo de alegría.
No había tiempo para distracciones. Esto era lo que ella siempre había deseado, y yo estaba decidido a cumplir cada una de sus expectativas. Cerré la distancia entre nosotros, capturando sus labios en un beso que no le permitió hablar más.
Callé la voz en mi interior que seguía gritándome que algo estaba fuera de lugar.
La besé como si fuera un hombre enamorado. Mis manos recorrieron su cuerpo con una ternura ensayada, mientras su aroma comenzaba a envolverme como una droga. Su piel era suave, cálida bajo mis dedos, y por un instante fugaz, casi olvidé que todo esto no era más que parte de mi estrategia.
No podía gustarme. Era absurdo, siquiera pensarlo. Pero esta Marina, esta versión de ella, no me irritaba tanto como antes.
Cuando llegó el momento de tomar lo que ella valoraba como su gran tesoro, sus ojos se encontraron con los míos, y ahí estaba otra vez: la duda.
—Por favor… yo... —su voz se quebró, pero no le di espacio para arrepentirse.
Me abrí paso en su inocencia, luchando contra mi propia mente para mantenerme en mi papel. Cada movimiento era calculado, cada caricia diseñada para ser el hombre que ella soñaba.
Tembló bajo mi cuerpo, estremeciéndose con cada una de mis caricias. Su cuerpo alcanzó un clímax tan intenso que la dejó sin fuerzas, completamente rendida. Me entregué por completo, dando todo de mí para hacerla sentir como la mujer más especial, para llevarla a volar y perderse en un éxtasis casi irreal.
Pero lo que esperaba no llegó.
No hubo suspiros de amor eterno ni palabras llenas de devoción. Solo el silencio. Marina mordía sus labios, con sus ojos fijos en algún punto invisible del techo.
Me sentí extraño, desconcertado. Había esperado algo más… algo que, al parecer, ella no estaba dispuesta a darme.
POV. Maite.
Una sensación incómoda y desconocida me despertó de golpe, como si mi cuerpo rechazara el contacto con la realidad. Emití quejidos involuntarios, sintiendo un peso en mis extremidades que no reconocía.
Mis párpados, pesados como plomo, se levantaron con esfuerzo, y lo que vi me dejó helada.
Estaba acostada en una enorme cama de sábanas ajenas, desconocidas, que parecían gritarme mi error.
Como un balde de agua helada, los recuerdos inundaron mi mente, arrancándome un jadeo. Me llevé las manos temblorosas a los labios, intentando sofocar el grito de horror que escapaba de mi garganta.
—¡Dios mío! —susurré con la voz rota—. ¿Qué he hecho? No puedo creer que haya perdido la razón de esta manera…
Las lágrimas comenzaron a arder en mis ojos, cayendo sin permiso. La idea era impensable, absurda, imposible. Pero los recuerdos estaban allí, frescos, nítidos, crueles. Aris, el prometido de Marina, mi hermana gemela… Yo en su cama. Lo recordaba todo: sus manos sobre mi piel, sus labios que reclamaban lo que no era suyo, las palabras que susurró en mi oído como una sentencia.
"Realmente no mentías cuando decías que el primer hombre en tu vida sería yo"
Un sollozo desgarrador se escapó de mis labios. La sensación de dolor y ardor en mi feminidad era prueba irrefutable de lo que había sucedido.
Aunque no le debía lealtad a Marina, había fallado, al sentirme atraída por su prometido, y al entregarle mi pureza.
—¡¿Por qué?! —grité, desgarrada por la desesperación, mientras me golpeaba la cabeza con ambas manos.
La imagen de mi propia miseria me resultaba insoportable; me sentía patética, humillada por la forma en que la mínima atención de Aris había bastado para que olvidara mi lugar.
— ¡¿Por qué hice esto?! —sollocé.
Me levanté tambaleándome, con las lágrimas nublándome la visión. Miré a mi alrededor, buscando alguna señal de él. No estaba allí. Eso, al menos, era un alivio. No soportaría enfrentarme a su mirada.
Me apresuré a recoger mi ropa, mis manos temblaban tanto que apenas podía abotonar mi blusa. Sentía que mi piel ardía de vergüenza, como si el aire mismo supiera lo que había hecho.
Cuando finalmente salí de esa mansión, evadiendo las miradas de los empleados, respiré profundo y caminé como alma que lleva el diablo hasta encontrar un taxi.
—Solo debo olvidar esto… —me repetía entre suspiros temblorosos—. Olvidarlo todo y seguir con mi vida.
Intentaba convencerme de que esa era la solución, pero una voz dentro de mí no dejaba de gritar: Terminaste aquí por culpa de Marina. Ella te obligó a fingir.
Al llegar a casa de mi madre, esa casa que hacía tiempo dejó de sentirse como un hogar, toqué el timbre con la esperanza de ducharme y partir al primer vuelo disponible hacia Francia.
La puerta se abrió de golpe, y antes de poder reaccionar, la bofetada de Marina me hizo girar el rostro.
—¡Maldita seas! —gritó con furia, sujetándome del brazo con fuerza antes de que pudiera reponerme.
—¿Qué estás haciendo? ¡Suéltame desgraciada! —forcejeé, pero ella me arrastró hasta el salón principal.
Allí estaban mi madre y mi padrastro, sentados en el sofá como si estuvieran esperando para sentenciarme. Marina me lanzó al centro de la sala, señalándome con el dedo como si yo fuera un criminal.
—Les dije, aquí está la sinvergüenza, la zorra—espetó con veneno en la voz—. Esa mujer malvada me drogó… ¡Y luego se fue a meterse a la cama de mi prometido!
POV: Maite.Mis ojos se abrieron de par en par, mi mente entró en shock. Marina estaba tergiversando todo.—¡¿Qué estás diciendo?! —intenté defenderme—. Marina, ¡eso es mentira!Pero ella, con un gesto calculado de molestia, sacó su teléfono y lo mostró a mi madre.—Mira, mamá. Aris me dijo que tuvo que dejarme sola en la cama porque tenía una reunión, ¡y resulta que la aprovechada que estaba en su cama no era yo, sino Maite! La mirada de mi madre fue como una daga atravesando mi pecho.—¡Eso no es cierto! Marina, estás loca, tú misma me pediste que te sustituyera…Antes de que pudiera terminar, el impacto de otra bofetada me silenció, pero esa no era de Marina, sino de mi madre, ese golpe no solo encendió un ardor abrasador en mi mejilla, sino que también trajo consigo una vergüenza que me llenó el paladar. —¡Eres una desvergonzada! ¿Cómo pudiste hacerle eso a tu hermana?Mis labios saborearon la sangre y, por un momento, el ruido se convirtió en un zumbido ensordecedor. —¡¿Por qu
POV: Maite.Nunca pensé que mi vida se reduciría a esto: un vestido blanco que se sentía como un sudario, unos pasos hacia un altar que más parecía una tumba, y un esposo que no era más que un desconocido con intenciones calculadas. Han pasado solo quince días desde que acepté este matrimonio forzado, pero la sensación de opresión no me ha abandonado. Mientras caminaba hacia el altar, sentí que cada paso arrancaba una parte de mi alma. Mis manos temblaban, aunque intentaba mantener la compostura ante los pocos invitados presentes: algunos familiares de Leonardo y los tres demonios que orquestaron mi caída.Leonardo estaba allí, esperando al final del pasillo con una mirada fría e inescrutable. No entendía cómo él, también víctima de los caprichos de Marina, podía aceptar todo tan rápido. Pero ahí estaba, en pie, esperando como si todo esto tuviera algún sentido.La ceremonia fue breve, casi mecánica, y cuando llegó el momento del brindis, sentí que no podía más. Las palabras de los
POV. Maite.Nada podría salir peor para mí. Mi vida, que antes era un torbellino de emociones y sueños por cumplir, ahora se sentía como un desastre que no dejaba de desmoronarse. Los contratos que tenía como protagonista en películas y series fueron anulados sin piedad, y, como si eso no bastara, tuve que pagar una penalización por incumplimiento. Todo mi esfuerzo, todas esas noches de insomnio soñando con llegar a lo más alto, se habían convertido en cenizas. No pude viajar, no pude escapar. Me sentía atrapada, y lo peor es que Leonardo se había convertido en una sombra constante, un hombre molesto que no dejaba de recordarme cuán mala era mi suerte.Al mes de casados, descubrí algo que hizo que todo se volviera más insoportable: Leonardo era un apostador impulsivo. La casa apestaba a deudas y desesperación. Sin embargo, nada de eso me preocupaba tanto como lo que me tenía al borde del colapso: estaba embarazada. Y, aunque estuviera casada con Leonardo, estaba segura de que ese be
POV: Aris:El silencio en el último piso del edificio de mi empresa era absoluto, salvo por el murmullo de mi voz al teléfono. La conversación que estaba teniendo era crucial. Mi mente calculaba cada palabra, cada movimiento.De repente, la puerta se abrió de golpe. Marina irrumpió en la oficina con su habitual arrogancia, cargada de bolsas de diseñador. Mi asistente entró detrás de ella, con el rostro preocupado, pero antes de que pudiera disculparse, hice un gesto con la mano, indicándole que se marchara de inmediato. —Marina, esto no es un espacio público —dije con frustración, frotándome el puente de la nariz. Ella no pareció inmutarse, sino que se lanzó hacia mí, cayendo de rodillas, mientras con sus manos acariciaba mis piernas con una familiaridad que ya me resultaba insoportable. —Aris, amado mío —dijo con esa voz que tanto aborrecía—. Llevo semanas intentando verte, pero me rechazas. Últimamente estás distante.Me tocó el cuello, pero no sentí nada. No sentía nada desd
POV. MAITELas luces del camerino me cegaban mientras el equipo de maquillaje trabajaba con precisión sobre mi rostro. En ese espejo gigante veía a la mujer que había soñado ser toda mi vida. Estaba a punto de interpretar el papel más importante de mi carrera, el que me llevaría a la cima, al estrellato en Hollywood. Pero en ese momento, mi mente estaba a mil kilómetros de distancia.Un golpe suave en la puerta me hizo girar la cabeza. Una empleada, con una expresión tímida, se asomó.—Señorita Maite, esto es para usted.Con el ceño fruncido, tomé el sobre que me entregaba. Apenas cerró la puerta, lo abrí con curiosidad. Un pendrive cayó sobre mi mano.«¿Qué demonios será esto?», pensé. Sin darle demasiadas vueltas, conecté el dispositivo a mi laptop y lo abrí. Dentro había una sola carpeta con mi nombre. Mi corazón comenzó a latir más rápido.Un video. Al darle clic, la pantalla se llenó de imágenes explícitas. Me quedé sin aliento.—¡Dios mío! ¿Qué es esto? —jadeé, llevándome una ma
POV. MAITE.Ella, en lugar de enojarse, estalló en una carcajada, como si mi furia le divirtiera más de lo que le molestaba.—Ay, hermanita, no seas tan dramática. —Se quitó las gafas de sol y me miró con esa sonrisa cínica que siempre lograba desquiciarme—. Lo que quiero de ti es una tontería.—¿Qué tontería? —pregunté, aún más furiosa.—Solo necesito una noche —dijo, alzando un dedo en el aire como si estuviera pidiendo algo insignificante—. Una sola noche en la que te hagas pasar por mí.—¡Eso es imposible! —respondí, cruzándome de brazos y mirándola con incredulidad.Marina se inclinó hacia mí, con un brillo en los ojos que me puso los pelos de punta.—¿Imposible? Por favor, Maite. Eres actriz. ¿No se supone que eres la mejor en lo que haces? Esto es un papel. Una gran película, pero en la vida real.—No voy a hacerlo, Marina. Búscate a otra persona para tus locuras.—No hay nadie más que pueda hacerlo como tú. Recuérdalo embrión no deseado, solo tú puedes fingir ser yo —respondió
POV. Aris.El coche avanzaba por las intrincadas calles, pero mi mente estaba atrapada en un torbellino de dudas, planes y recuerdos amargos.Había llegado a Italia con un solo objetivo: destruir a ese hombre ruin que vendió a mi padre como si fuera una mercancía. En mis manos, los documentos que el investigador que contraté me había entregado parecían pesar más que el plomo. No los leía; no era necesario. Ya conocía cada palabra, cada detalle. Vittorio, el hombre al que aborrezco con cada fibra de mi ser, era un estratega despiadado. Protegía sus bienes con la precisión de un ajedrecista paranoico, cerrando cada brecha antes de que alguien pudiera siquiera vislumbrarla.Era el dios del engaño, un maestro de las apariencias, y su naturaleza desconfiada lo hacía casi intocable.¿Era justo usar a una chica para mi venganza? La pregunta me carcomía, pero el odio que sentía por Vittorio sofocaba cualquier remordimiento. Al fin y al cabo, ¿no era ella parte del sistema corrupto que él ha