Narrador omnisciente.—Eres la gemela fracasada que siempre intenta sabotearme. Te esfuerzas tanto en engañar a todos, haciéndoles creer que eres la mejor, pero tu obsesión por destruirme solo demuestra una cosa: le temes a la verdad. Sabes que en el fondo eres una envidiosa e insegura, aterrada de que algún día todos descubran quién eres en realidad. Maite hizo una pausa.—¿Quieres golpearme? Adelante, inténtalo. Aprovecha ahora que tienes a tus dos perras fieles a tu lado. Pero escucha bien, Marina, la próxima vez que nos crucemos no solo barreré el suelo contigo, sino que te haré desear no haber nacido. ¿Crees que te tengo miedo? Ni en tus sueños.Marina la miró con desprecio y una mueca de asco deformó sus facciones. Se acercó a su oído y murmuró: —No voy a ensuciarme las manos con alguien tan inferior como tú.La soltó bruscamente, empujándola contra el lavabo. Maite se tambaleó, buscando apoyo para no caer. Cuando recuperó el equilibrio y alzó la vista, las tres mujeres ya se
POV. Maite.Anoche todo había sido un completo desastre. Marina había logrado fastidiarme, y todavía no podía entender cómo había conseguido echarme ese maldito polvo que me causó una comezón insoportable. Imagino que lo hizo mientras aquellas dos mujeres me sujetaban en el baño, riéndose con malicia mientras yo me retorcía inútilmente. La frustración me consumía al recordar que no pude darle una lección anoche mismo. Y, por si fuera poco, el nuevo dueño de la agencia, el cerebro detrás de todo ese espectáculo, nunca apareció. Tuve que irme a una clínica sin siquiera avisarle a Javier, quien terminó llamándome furioso, acusándome de haberlo dejado solo para lidiar con todo el caos. Me lanzó palabras hirientes, tildándome de irresponsable, y aunque sabía que tenía razón, no podía soportar que también él se pusiera en mi contra.Todo apuntaba a que Vittorio y Marina habían comprado la agencia con un único propósito: arruinarme. No podía haber otra explicación lógica. Eran ellos. Esta
POV. Maite.Retrocedí un paso y miré a Javier.—Sí, dime.Parecía que le costaba encontrar las palabras.—Disculpe, actriz Maya Luz, pero el jefe pide que entre —interrumpió la secretaria antes de que él pudiera responder.—¿Qué tal si me lo dices cuando salga? —sugerí, intentando ocultar la inquietud que se enroscaba en mi pecho.—Pero Maite…No lo dejé terminar. En su mirada había algo que me hizo dudar, pero ya era tarde para retroceder. Respiré hondo, tratando de apaciguar la tensión en mi cuerpo, y giré el pomo de la puerta.En el instante en que mis ojos se posaron en la figura alta y elegante junto al ventanal, el aire se me escapó de los pulmones. Y sentí cómo el corazón me daba un vuelco tan fuerte que un nudo se formó en mi estómago.Él se giró lentamente, curvando sus labios en una sonrisa que era tan seductora como cruel.—¿Tú? Era él. Todo este tiempo había sido él…Aris sonrió de lado, con ese gesto que había empezado a odiar.—Bienvenida, Maite. Tenemos mucho de qué ha
POV. Aris.Ella levantó la vista, con el rostro contraído por la rabia y la impotencia.—Que eres un maldito desgraciado, eso fue lo que dije —espetó cambiando de táctica.Sí que esta mujer merecía toda mi maldad. — Compraste esta agencia solo para arrebatarme la oportunidad de alcanzar mi sueño más anhelado. Me enviaste aquel vestido… y luego le diste uno con el mismo diseño a Marina, únicamente para convertirme en el chiste de la noche y mofarte de mí. Y como si te pareciera poco, no apareciste en la celebración que se suponía que sería tu presentación.Remarcó la última palabra creando comillas con sus dedos.—Te equivocas —repliqué con una sonrisa arrogante—. Sí, compré tu vestido, pero no le di nada a Marina. Tal vez, como son gemelas, sus mentes se conectaron y por pura casualidad acertaron.Ella apretó la mandíbula y me fulminó con la mirada.—¡Al diablo Marina! ¡Al diablo tú!Dio un paso adelante y, con un movimiento repentino, golpeó mi escritorio con ambas manos.—Sin impor
POV. Maite.Estoy furiosa conmigo misma. ¿Por qué no le dije que sí? ¿Por qué no lo enfrenté con firmeza, reafirmándole que jamás estaría con un hombre como él? Pero algo dentro de mí no me dejaba. Algo que me desconcertaba y me llenaba de rabia. Había cometido dos errores imperdonables, y la frustración me carcomía. ¿Cómo pude exponer mis pensamientos en voz alta frente a Aris? Tanto que me esforcé en ocultar la verdad sobre mis hijos, y ahora era yo misma quien se la estaba entregando en bandeja de plata. Estoy segura de que entendió perfectamente que es el padre de Gianna y Gael. Y aunque intente convencerme de que no me importa su aversión por los niños, la verdad es que sí me molesta. No puedo sacarme de la cabeza la manera tan despectiva en la que hablaba de ellos, su tono repulsivo, y la frialdad en su mirada. Aún conservaba el video. Podría dárselo ahora mismo y desenmascarar a Marina de una vez por todas. Pero no quiero darle el gusto de aclarar completamente sus dudas.
POV. Maite.El ascensor tardaba demasiado en bajar. O tal vez no, pero mi desesperación hacía que cada segundo se sintiera eterno. Con el corazón latiéndome en la garganta, decidí no esperar más y me eché a correr por las escaleras. Subí como una loca, escalón tras escalón, con el aire ardiendo en mis pulmones. Javier me seguía de cerca, igual de agitado, pero completamente confundido por mi actitud frenética.Cuando por fin llegué frente a la puerta del apartamento de Leonardo, no me detuve a respirar. Golpeé la madera con los puños una y otra vez, con tanta fuerza que me ardían las manos. —¡Abre, maldita sea! — rugí, casi sin voz.La puerta se abrió de golpe y mi madre apareció en el umbral. Ni siquiera la miré. Si no que pasé de largo, empujándola mientras irrumpía en el departamento.—¡Leonardo! —grité, cruzando la sala —. Si dejaste que esa maldita de Marina les hiciera algo a mis hijos, juro por Dios que te mataré.El pánico me cegaba, mi respiración era un caos, y mis manos
POV. ArisMaite… Maite… Esa desgraciada no salía de mi cabeza. ¿Cómo se atrevió a abofetearme? ¿Cómo se atrevió?Habían pasado más de diez horas, pero el ardor de su mano seguía impreso en mi piel como una marca de fuego. Respiraba como un toro irritado, consumido por la rabia, y ni siquiera dos horas en mi gimnasio personal lograban calmarme.Llevaba rato entrenando con furia descontrolada, haciendo dominadas hasta que mis músculos ardieran, castigando mi cuerpo con la esperanza de que mi mente encontrara alivio. Pero nada.—Esta obsesión me está haciendo perder el norte —murmuré, soltando la barra con un suspiro brusco. Tomé una toalla y me sequé el sudor que me corría por la frente.—Aris, pareces otro hombre. Te veo y no puedo creer que seas el mismo de siempre —dijo Nikos al entrar sin previo aviso.No era normal que me viera pensativo. Lo sabía. Pero no iba a darle el gusto de admitirlo.—Dime que ya tienes la información que te pedí —exigí con voz firme, encaminándome hacia la
No dejaba de pensar en la llamada que había recibido de mi padre. En cómo su voz sonaba más serena, más fuerte y más animada de lo que la recordaba, como si, de repente, el peso de los años y las penurias se hubieran disipado.Me contó que ya no estaba en la celda de castigo donde tantas veces lo habían confinado, que ahora se encontraba en una más amplia, con comodidades que jamás habría imaginado: más espacio, mejor comida, incluso médicos que se preocupaban por él.Sentí que un nudo invisible se deshacía en mi pecho. Un peso desapareció de mis hombros y, sin poder contenerlo, rompí en llanto al teléfono.Me agradeció entre halagos que me parecían inmerecidos. Intenté preguntarle qué había pasado, pero él solo repetía lo mismo:—Gracias, mi querida hija.Yo no había hecho nada. Ni siquiera sabía dónde lo tenían ni qué había cambiado para que recibiera ese trato.—Aris… ¿qué se trae entre manos? —murmuré, incapaz de concentrarme en el guion que tenía abierto entre las manos.La tinta