LOS GEMELOS DEL MAFIOSO: UNA TRAMPA PERFECTA
LOS GEMELOS DEL MAFIOSO: UNA TRAMPA PERFECTA
Por: Naths
Cap. 1. El chantaje perfecto.

 

POV. MAITE

Las luces del camerino me cegaban mientras el equipo de maquillaje trabajaba con precisión sobre mi rostro. En ese espejo gigante veía a la mujer que había soñado ser toda mi vida. Estaba a punto de interpretar el papel más importante de mi carrera, el que me llevaría a la cima, al estrellato en Hollywood. Pero en ese momento, mi mente estaba a mil kilómetros de distancia.

Un golpe suave en la puerta me hizo girar la cabeza. Una empleada, con una expresión tímida, se asomó.

—Señorita Maite, esto es para usted.

Con el ceño fruncido, tomé el sobre que me entregaba. Apenas cerró la puerta, lo abrí con curiosidad. Un pendrive cayó sobre mi mano.

«¿Qué demonios será esto?», pensé. Sin darle demasiadas vueltas, conecté el dispositivo a mi laptop y lo abrí. Dentro había una sola carpeta con mi nombre. Mi corazón comenzó a latir más rápido.

Un video. Al darle clic, la pantalla se llenó de imágenes explícitas. Me quedé sin aliento.

—¡Dios mío! ¿Qué es esto? —jadeé, llevándome una mano a la boca.

No podía ser yo. ¡No era yo! Pero... la mujer en el video era idéntica a mí. Mi mente, en caos, buscaba desesperadamente una explicación. Entonces, lo entendí. Marina. Mi hermana gemela.

Siempre habíamos sido iguales, aunque ella llevaba el cabello corto desde que éramos adolescentes, mientras que yo lo tenía largo. Pero en ese video... su cabello era como el mío. Nadie que nos conociera superficialmente podría notar la diferencia.

Un nudo se formó en mi garganta. No comprendía cómo había sucedido esto, pero la certeza de que nadie me creería era abrumadora.

De repente, la puerta del camerino se abrió de golpe, y Javier, mi manager, entró con su habitual energía.

—Maite, concéntrate. Están esperando por ti. Este es tu momento. Hoy no hay margen para errores —dijo Sergio, mi manager, desde el rincón del camerino. Su tono era firme, pero no hostil, aunque sabía que detrás de esa fachada tranquila había una presión innegable—. Este es tu momento, tu oportunidad de llevar tu carrera al siguiente nivel. Esta serie será recordada como la mejor de todas, y tú serás la estrella que lo haga posible. Este papel no es solo un trabajo; es tu legado.

—Sí, sí... claro, Javier —respondí nerviosa, cerrando la laptop de golpe. Mi mente seguía atrapada en las imágenes del video.

Javier me miró con atención, pero no dijo nada más. Aproveché el momento para sacar rápidamente el pendrive, con las manos temblorosas, y tratar de devolverlo al sobre. Fue entonces cuando noté algo más dentro: una carta.

Con disimulo, saqué la hoja y comencé a leerla mientras Javier seguía hablando. Mis ojos recorrieron las palabras con incredulidad. Era de Marina.

"Querida hermana", decía, "sé que esto te sorprenderá, pero no tengo otra opción. Si no regresas a casa para hacerme un favor, voy a filtrar este video. Tú y yo sabemos que nadie podrá distinguirnos. No tengo otra opción. Lo siento."

Mi respiración se aceleró. Mis labios se curvaron en una sonrisa amarga mientras releía la carta. ¿Un favor? ¿Qué clase de favor era este?

—¡¿Qué tipo de favor es ese?! —grité sin darme cuenta.

—¿Dijiste algo? —preguntó Javier, levantando una ceja.

—No... no, nada —mentí, doblando rápidamente la carta y metiéndola de nuevo en el sobre.

Sin pensarlo, giré hacia él.

—Javier, necesito irme a Italia. Ahora mismo.

—¿Qué? ¿Estás loca? —respondió, sorprendido—. Maite, este es tu gran día. No puedes irte.

—Es una emergencia familiar. No tengo opción —insistí, con una firmeza que no admitía discusión.

Por dentro, el pánico me consumía. No podía permitirme llegar a la cima de mi carrera y que ese video saliera a la luz. Nadie entendería la verdad. Marina y yo éramos tan idénticas que solo nuestra madre y unas pocas personas cercanas podían diferenciarnos.

Javier me miró con incredulidad, pero asintió con un suspiro resignado.

—¿Estás loca? —espetó, incrédulo—. Las cláusulas son claras. Cualquier retraso significa pagar penalizaciones enormes. Además, piénsalo, Maite: todo lo invertido en este set…

—Yo pagaré —interrumpí, desesperada—. Por favor, Sergio. Ayúdame por favor.

Bufó, visiblemente frustrado, pero al final cedió con un gesto.

—Está bien. Haz lo que tengas que hacer, pero esto tendrá consecuencias, Maite.

Tienes dos días. Ni uno más. En dos días quiero verte en un asiento VIP rumbo a Francia.

Asentí, aliviada, pero sabía que esto no sería sencillo.

Durante el vuelo, observé por la ventana las nubes que se extendían como algodón sobre el cielo. Mi mente regresó a los días de mi infancia. Tenía doce años cuando mi mundo se desplomó. Mi padre, un CEO acaudalado, cayó en la ruina, y fue encerrado en prisión, acusado por fraude, y mamá no tardó en casarse con su mejor amigo, un hombre que nunca me quiso cerca. 

El cual me envió a un internado en Nueva York, y cuando cumplí dieciocho, dejó claro que ya no era bienvenida en su vida. Desde entonces, aprendí a valerme por mí misma.

Cuando al fin llegue una mujer abrió la puerta. Su mirada era cautelosa, como si dudara de quién era yo.

—Soy Maite. He venido a ver a mi hermana. —Mis palabras sonaron débiles incluso para mí.

Ella asintió con desgana y me dejó pasar.

La casa de mi infancia no era como la recordaba. No había calidez, ni memorias felices. Solo muros fríos que parecían murmurar secretos olvidados. Al entrar, noté que habían eliminado mi rostro de los retratos familiares. No quedaba nada que indicara que alguna vez pertenecí allí.

Caminé con pasos decididos hasta el área de la piscina, donde sabía que encontraría a Marina. Y ahí estaba, como siempre, despreocupada, tumbada en una chaise longue, con unas gafas de sol enormes cubriéndole el rostro y un sombrero de ala ancha que apenas dejaba ver su sonrisa satisfecha.

Un vaso de zumo frío descansaba sobre la mesa junto a ella, y la escena de su desfachatez hizo que la rabia subiera en mí como un volcán a punto de estallar.

—¡Marina! —gruñí, llamando su atención.

Ella apenas giró la cabeza, levantando las gafas lo suficiente como para mirarme con un aire de superioridad.

—Hola, hermanita. ¿Qué te trae por aquí? —preguntó con un tono burlón.

Sin pensarlo dos veces, agarré el vaso de zumo y se lo lancé directo al rostro. El líquido frío le cayó de lleno, haciendo que se incorporara de un salto mientras se sacudía frenéticamente la nariz.

—¡¿Pero qué demonios te pasa, Maite?! —gritó, sacudiendo las manos y frunciendo el ceño al sentir cómo el líquido se le había metido en las fosas nasales.

—¿Qué me pasa? ¡¿En serio te atreves a preguntármelo?! —espeté, acercándome más, con los puños apretados—. ¡¿Cuál es tu precio, desgraciada?!

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