Y así llegó Davy Jones hasta las nevadas tierras del dominio de Chernabog. Disparaba sus cañones contra el castillo del Señor y estos contraatacaban con sus propios cañones, flechas y catapultas.
Pero El Holandés Volador estaba protegido por magia poderosa y era inmune a los ataques.
—¡Desáteme! —pidió Johnny a Dantalion conforme el laboratorio se estremecía por los golpes a la estructura. Pero Dantalion se negó por temor a que escapara. Comenzó a releer los pesados volúmenes de libros mágicos que poseía con la esperanza de poder romper el hechizo protector en El Holandés Volador.
—El escudo protector fue hecho por Baphomet —murmuró Dantalion—, solo una cosa puede atravesarlo —leyó pero no pudo concluir la frase.
Un nuevo cañonazo provocó que parte del techo se desprendiera y las pesadas bigas cayeron sobre Johnny. Preso del pánico el dragón en su interior se activó antes de que los escombros le tocaran y su cuerpo se transmutó rápidamente en una criatura serpentina, humanoide al principio pero luego menos y menos antropomorfa. El recién creado dragón, aun de un tamaño menor del normal, tomó por sorpresa a Dantalion quien murió incinerado por su incandescente fuego.
Lo último que escuchó fue el alarido moribundo de Dantalion conforme el dragón emergía de la semidestruida torre en el castillo. Obteniendo así su tamaño final y normal, y sobrevolando sobre el gélido infierno de Chernabog.
Giró hacia El Holandés Volador para terror de sus tripulantes quienes se defendieron disparándole con los cañones, pero fue inútil, era inmune a las balas. Johnny expulsó una llamarada de fuego de su hocico que atravesó la protección mágica del barco y lo hizo alzar en llamas por el medio. El barco comenzó a descender en medio de una humareda rumbo al suelo y el dragón continuó su rapiña en el área, no solo incendiando el castillo de Chernabog sino también atacando las casas aledañas.
Corría el año 1218 y el Sah del Imperio Corasmio, Mohammed II estaba a punto de cometer un error tan garrafal que le costaría su imperio y miles de vidas humanas.
En su corte situada en su palaciega residencia, Mohammed fumaba de su narguile mientras bellas danzarinas del vientre lo entretenían a él y a su fastuosa corte. Todos sentados sobre cómodos almohadones en lujosas alfombras persas. Los lujos y la edad habían convertido a Mohammed en un hombre regordete.
—Excelencia —irrumpió un mensajero aproximándose hacia el ocioso emperador recostado de costado mientras observaba a las odaliscas. —Los embajadores mongoles están aquí.
—¡Ah sí! ¡Esos bárbaros! Hazlos pasar…
Tres embajadores mongoles se adentraron a la corte con respetuosas reverencias. Dos de ellos eran claramente mongoles y utilizaban ropajes de guerreros nómadas, pero un tercero parecía de aspecto turco y vestía con turbante y caftán.
—Así que vosotros sois los infieles, servidores del brutal Kan pagano del que tanto he escuchado hablar —les dijo despectivo.
—Mis colegas embajadores son seguidores de Tengri, el gran dios del cielo de los mongoles, sí —le dijo el embajador moreno—, pero yo como usted sigo la fe del profeta Mahoma.
—¡Bah! Aún sirves a un rey infiel.
—Es una muestra de la mucha diversidad y tolerancia que existe en el vasto imperio del Gran Kan, Excelencia. Habiendo tribus cristianas, judías, musulmanas, budistas y paganas por igual.
>>Nuestro señor, como usted ya debe saber, tiene los mejores deseos para Corasmia y aspira a crear saludables y mutuamente beneficiosas relaciones comerciales, como se lo expresó en una respetuosa carta que le fue enviada y nunca respondida, mi señor. Es por ello que nos extraña que una caravana de comerciantes mongoles haya sido detenida por uno de los gobernadores de Su Excelencia.
—¿Comerciantes o espías? —preguntó el Sah. —He escuchado las cosas que hicisteis los mongoles cuando invadisteis Pekín, vuestras atrocidades llegaron a nuestros oídos.
—Bueno, si la reputación de nuestro Gran Kan lo precede, entonces entenderá que enojarlo no es buena idea —respondió desafiante el embajador—, he aquí las peticiones que hace nuestro señor; la inmediata liberación de los comerciantes mongoles prisioneros, el reconocimiento del Gran Kan como su igual y al gobernador infractor para ser castigado.
Mohammed II sonrío.
—¡Insolente! —clamó—, tu rey infiel no puede darme órdenes. Mi gobernador actuó bien. —Luego se dirigió a su visir—, matad a toda la caravana de mongoles —el visir reverenció como asintiendo—, y llevadle a estas excusas de embajadores, rapad a los mongoles y devolvedlos a su reyezuelo bárbaro —al decir esto cuatro guardias apresaron por los brazos a los mongoles—, pero a éste —señaló al musulmán— por insolente, cortadle la cabeza.
También fue tomado por guardias, pero antes de partir miró al Sah con encono y dijo:
—Alá se apiade de ti, Mohammed II, porque has traído la condenación a tu reino.
Cuando Temudjin recibió la noticia en su tienda de la humillación de sus embajadores, la decapitación de uno y la muerte de sus coterráneos, se llenó de furia. Pero no la mostró. Frío y calculador, Temudjin decidió que cobraría venganza cuando el tiempo fuera apropiado. A su lado estaba su confiable Subotai; el más cercano de sus asesores, el mayor de sus generales que no era de su familia, su amigo desde la niñez.
Subotai sabía la decisión que había tomado su señor.
—Subotai —le dijo Temudjin.
—Ordena y obedezco Gran Kan.
—Envía espías a recaudar información sobre Corasmia, y prepara las tropas. Porque pronto haremos pagar esta afrenta con sangre…
—Así será, Gran Kan, se arrepentirán por siempre de haber insultado al poderoso Gengis Kan.
Esa noche Temudjin se reencontró con su amada esposa Borte. Ya era una mujer madura, pero a los ojos de Temudjin era aun la más hermosa del mundo.
Su matrimonio había sido arreglado cuando niños, pero se amaban. Y cuando la rescató de las garras de los merkets años atrás se fundieron en un abrazo que los unió para siempre. Temudjin había tenido cientos de amantes, concubinas, esclavas y víctimas, pero no importa cuantos cuerpos femeninos hubo disfrutado, nunca les hacía el amor como sí se lo hacía a Borte.
—¿Estás seguro que esta invasión a Corasmia es prudente, amado mío? —le preguntó cuando ambos, desnudos, se abrazaban entre las tupidas cobijas de piel de lobo. Siempre había sido su consejera. —Aun estás librando batalla contra los chinos en el Este.
—Los embajadores y mensajeros son sagrados.
—¿Irás a la guerra por la vida de un embajador? ¿No morirán más con eso?
—No es el embajador, es el irrespeto. Toda cadena se rompe por el eslabón más débil. Si permito que un reino no me tema y no me respete, otros lo seguirán. No, cariño, de Corasmia no quedará nada…
Mohammed II pronto pudo arrepentirse de su accionar. Pasaron tres años para cuando su imperio se desmoronaba.Estaba en su capital Urgench cuando se enteró que los mongoles habían tomado la ciudad de Otrar donde su gobernador había cometido el insulto de arrestar a la caravana mongola. Tras cinco meses de asedio finalmente los mongoles irrumpieron en la infortunada ciudad, mataron al gobernador que había realizado el insulto derramándole oro fundido por la boca, asesinaron a casi todos los hombres adultos y vendieron el resto de habitantes como esclavos. Poco después caería Bujará; la perla de su imperio. Rodeada por desierto, el ejército mongol logró lo que se creía imposible hasta entonces y atravesó las candentes arenas sin morir, ayudados por expertos guías beduinos reclutados a la fuerza que conocían los pozos y oasis. Aparecieron como fantasmas de la nada
Corría el año 1444 y los jóvenes hermanos Vlad de 13 años y Radu de 7 acompañaron a su padre el voivoda de Valaquia Vlad II el Dragón hasta la corte del sultán otomano Murad.A diferencia de otros predecesores, a menudo obesos y licenciosos, Murad era un genuino guerrero que se había dispuesto a comandar sus tropas en persona, y esto se notaba en su carácter fuerte y autoritario. Negoció con Vlad en su palacio en Edirne obteniendo el respaldo otomano para las aspiraciones del valaco, pero para asegurar la lealtad del noble habría un alto precio que pagar.—Os quedaréis aquí —les dijo Vlad a sus hijos—, obedeced en todo al Sultán y no intentéis escapar u os cegarán.Para ambos chicos la noticia de que ya no verían a sus madres ni a sus hermanos mayores fue angustiosa, pero más para el joven Radu que para
Johnny se encontraba seminconsciente, debilitado por la pérdida de sangre. Una mano tersa y suave le acarició la mejilla.—Johnny… —dijo. Él abrió los ojos.—Estoy soñando otra vez.—No, amor mío —declaró Jackeline—, éste no es un sueño.—Pero… ¿Cómo? ¿Por qué estás en el infierno? Siempre fuiste una buena persona, nunca lastimaste ni a una mosca.—¿No lo has comprendido ya, cariño? —dijo ella y sus ojos se tornaron amarillos como los de un reptil— al igual que tú, nací acá. Mi existencia inició en este lugar. ¿No has comprendido que estamos destinados a estar juntos por siempre?Lilith enfurecida por la pérdida iba a castigar a sus servidores Jack y Fausto tan cruelmente que
Alfredo Mazzerati encontró la muerte exactamente diez años después de ordenar el asesinato de Johnny. Pereció sobre su cama presa de una debilidad que Jackeline conocía bien.Jackeline llegó una noche a la mansión donde otrora vivía. Vestida con una falda de cuadros y uniforme escolar, con el cabello peinado en dos coletas y chupando un caramelo.—¿Eres la que envió la agencia? —le preguntó uno de los custodios de la entrada y ella asintió. La verdadera estaba atada y amordazada, pero segura, en un lugar lejano. —Estás un poco mayor para el jefe.—Deberías dejar que él decida eso ¿no?El guarda se encogió de hombros y tras registrarla concienzudamente le permitió ingresar.Sin duda las cirugías plásticas que le habían hecho funcionaron espl&eacu
Johnny y Jackeline despertaron horas después, juntos, desnudos y abrazados, al borde de un gran árbol de aspecto tétrico como todo lo que les rodeaba, pero que les había servido de refugio para su amorío.—Aun en el infierno —le dijo él sonriente—, tu compañía se siente como estar en el paraíso.Sus palabras se interrumpieron cuando una gigantesca sombra se abrió paso entre los árboles. Era un cíclope que rugió al verlos. Ambos se prepararon para correr pero el cíclope era demasiado grande y los aferró por la cintura con cada mano.—Bonita —dijo mirando a Jackeline con su cara boba y su boca de la que emergían dos largos colmillos de jabalí. Jackeline intentó soltarse haciendo fuerza con sus brazos sobre las manoplas del monstruo, pero fue inútil. El cíclope emprendi&oacu
Jackeline retornó gradualmente a su forma humana completamente desnuda. A su lado estaba Johnny velándola como quien acompaña a un enfermo que despierta.—¿Te encuentras bien? —preguntó. Jackeline se incorporó.—Sí… ¿y tú?—Bueno, no siempre me entero que en otras vidas fui Gengis Kan y Drácula.—Esas son solo dos de las cientos de vidas que hemos tenido los tres. Yo fui Borte y Anastasia, tu esposa en esas vidas, pero la combinación ha variado con el tiempo, en Grecia fui Lucio Mumio. El mismo ciclo una y otra vez de amor y muerte. Debemos ponerle fin…—Muy bien, pero todos dicen que hubo cuatro dragones. ¿Quién es el cuarto?—Nadie lo sabe. Nunca lo hemos visto en ninguna de nuestras vidas.—Dijiste que había una manera de poner fin a
Johnny y Jackeline arrastrando un pesado saco, llegaron al reino de Loki. Otrora el reino de Adremelec hasta que Loki lo destronó y dio muerte. Loki fue modificándolo a según su personalidad como hacían todos los señores del infierno convirtiéndolo en una réplica infernal de una villa escandinava con un gigantesco castillo vikingo en la más alta colina.La población los miraba con temor y desconfianza desde las ventanas. Eran mantenidos a raya por los fantasmas zombificados de antiguos vikingos.En cuanto Johnny y Jackeline llegaron se les acercó un dúo de los “policías” vikingos cadavéricos. Una presencia verdaderamente escalofriante.—Alto —dijo uno de los monstruos—, solo los leales a Loki son permitidos aquí.—No somos de este reino ni tenemos interés en serlo —dijo Johnny desa
En el centro del Infierno, rodeado por los otros ocho reinos, se erigía una gigantesca torre gris, réplica de la legendaria Torre de Babel. Antigua y desgastada por los años, parecía hecha de hueso, y estaba rodeada por un extenso desierto de polvo gris.Pero mientras los yermos alrededores de la Torre estaban totalmente deshabitados, en la base de la Torre se establecía un ejército de incontables monstruos como mantícoras (híbridos con cuerpo y cabeza de león, alas de murciélago y cola de escorpión), mushushus (otro híbrido con patas de águila, cuerpo de leopardo, cuernos en la cabeza y lengua bífida) y hombres escorpión (similares a un centauro con el cuerpo del arácnido de la cintura hacia abajo). Habían hoyado en la tierra un agujero en torno a la edificación.—De todos los reinos, é