Corría el año 1444 y los jóvenes hermanos Vlad de 13 años y Radu de 7 acompañaron a su padre el voivoda de Valaquia Vlad II el Dragón hasta la corte del sultán otomano Murad.
A diferencia de otros predecesores, a menudo obesos y licenciosos, Murad era un genuino guerrero que se había dispuesto a comandar sus tropas en persona, y esto se notaba en su carácter fuerte y autoritario. Negoció con Vlad en su palacio en Edirne obteniendo el respaldo otomano para las aspiraciones del valaco, pero para asegurar la lealtad del noble habría un alto precio que pagar.
—Os quedaréis aquí —les dijo Vlad a sus hijos—, obedeced en todo al Sultán y no intentéis escapar u os cegarán.
Para ambos chicos la noticia de que ya no verían a sus madres ni a sus hermanos mayores fue angustiosa, pero más para el joven Radu que para Vlad, ya adolescente y más curtido en la vida. Su hermano mayor Mircea de hecho le había advertido que ser tomado de rehén por los otomanos para garantizar la lealtad paterna era lo más probable. Mircea le advirtió que no se dejará otomanizar, que recordara siempre su verdadero origen rumano, de la misma forma que le enseñó a montar, usar el arco y la espada.
Los ojos de Radu se humedecieron, para furia de su padre.
—¡No llores! ¡Infame! ¡Actúa como un hombre! —le gritó.
—¡Basta padre! —clamó Vlad defendiendo a su hermano menor. —Tiene derecho a llorar, es sólo un niño. Deja que vuelva contigo, yo me quedaré.
Aquellas palabras y el valor que mostraba su hijo hicieron que el voivoda sintiera algo de orgullo por su hijo.
—No, los turcos han exigido que se queden los dos, pero veo que estará bien cuidado —declaró dándose la vuelta y partiendo junto a su escolta. Los dos niños fueron llevados ante el Sultán, quien se sentaba en su trono rodeado de múltiples consejeros y ministros.
—Bienvenidos, muchachos —les dijo—, mientras estén aquí serán mis invitados —aseguró cordialmente—, serán educados en lógica, matemática, filosofía, estrategia militar e Islam. Como debe ser para futuros aliados de nuestro Imperio —aseguró. Sin embargo, Vlad notó en los ojos del sultán la señal de la lujuria.
Y en efecto no tardó mucho en llegar la fatídica visita nocturna del Emperador. A ambos hermanos les suministraron una suntuosa habitación aunque de muebles y decorado otomano. Allí llegó en la noche Murad con sus espurias intenciones hasta la cama donde yacía Radu.
El pequeño niño empezó a removerse somnoliento entre los manoseos del Sultán sin saber que pasaba, hasta que escuchó la voz de su hermano Vlad.
—¡Alto! —le dijo—, no lo toque. Yo haré lo que usted quiera, pero a él déjelo en paz —ofreció. Murad miró al chico que tenía mirada resuelta, y sonrió.
—Muy bien —dijo, y se llevó a Vlad a su aposento, como lo haría por muchas otras noches más.
Para cuando Vlad cumplió los 16 años le llegó la fatídica noticia. Una carta traída a él desde Valaquia le decía que su padre había sido asesinado en batalla y a su amado hermano Mircea le habían sacado los ojos y enterrado vivo los boyardos rebeldes.
Un furioso Vlad arrugó la carta en un puño, pero no lloró como no lloraba cuando el Sultán lo llevaba a su cama.
Vlad fue a darle la noticia a su hermano Radu. A diferencia de él, Radu había llegado muy pequeño a las cortes otomanas y casi no recordaba el ser rumano. Entabló prontamente amistad con el príncipe otomano Mehmet, hijo del sultán y de una de sus muchas esclavas, en su caso una hermosa joven serbia. Radu comenzó a utilizar la ropa y los modos turcos y parecía dispuesto a convertirse al Islam. La noticia no le afectó tanto como a Vlad pues casi no conoció a ninguno de los dos, e incluso resentía a su padre por dejarlos allí.
—El mismo padre que incumplió su juramento e hizo guerra contra el Sultán en Varna —le dijo agriamente a Vlad—, aun cuando eso nos sentenciaba a muerte. Fue una suerte que el Sultán perdonara nuestras vidas.
—Nuestro padre hizo lo correcto —reclamó Vlad que ya albergaba un odio hacia los turcos—, nuestras vidas hubieran sido un pago menor por librar a Europa del Islam como pretendían los reinos cristianos.
—Reinos que fracasaron, los otomanos fueron victoriosos. Eso te dice algo de cual lado está Dios.
Era demasiado tarde para Radu —o eso pensó Vlad—. En cualquier caso, los otomanos liberaron a Vlad para que fuera a asumir el trono de su padre, suponiendo que aquél muchacho educado en sus cortes sería un aliado preferible a cualquier otro. Poco podía saber el Sultán que estaba liberando a uno de sus más crueles enemigos quien años después crearía bosques enteros de turcos empalados y sería apodado “el demonio” por los turcos; Vlad III Drácula, el Empalador.
Vlad Dracul obtendría el trono valaco con apoyo húngaro y realizaría una genuina purga de boyardos a quienes culpaba por la muerte de su hermano. Cientos murieron durante sus primeros años de reinado, sus familias fueron ejecutadas y sus propiedades confiscadas. Fue por ésta época que Vlad conocería a su primera esposa y primer amor; Anastasia.
La bella Anastasia le llenó el corazón como nunca antes. Se amaron con intensidad y se hicieron el amor como si buscaran devorarse mutuamente. Algunos sirvientes mencionaban como Anastasia había logrado “domar al dragón”, pues irónicamente el mismo hombre que empalaba vivos a miles de desgraciados le escribía poemas de amor en las noches.
Pero una nueva amenaza se cerniría sobre Vlad, esta vez desde un enemigo inesperado; su propio hermano Radu el Hermoso.
Radu se había convertido en musulmán y se había acostumbrado a la suntuosa vida de lujos de la corte otomana.
Era amante desde la adolescencia de Mehmet II el Conquistador y tras la muerte de Murad estuvo allí cuando Mehmet (quien no estaba originalmente desinado a gobernar pero la muerte de su hermano mayor cambió su destino) ordenó la muerte de todos sus hermanos menores para evitar posibles alzamientos. Aquí y allá a lo largo del vasto palacio del sultán los niños eran estrangulados o incluso acuchillados en sus cunas.
—Piensas que es cruel, ¿verdad? —le preguntó Mehmet—, ¿es preferible que suceda como en tus reinos donde hay largas y sangrientas guerras entre hermanos rivales? ¿Dónde mueren miles de personas?
Las palabras de Mehmet lo marcarían. Radu lo acompañó cuando tomó Constantinopla en uno de los más brutales baños de sangre de la historia, donde Mehmet tras colgar la cabeza del emperador bizantino en un muro procedió a masacrar a miles de civiles inocentes.
Ahora, comandando un vasto ejército turco, se enfrentaría a su hermano por el trono de Valaquia. Pero camino a Transilvania, donde su hermano tenía sus cuarteles, Radu y su ejército encontrarían bosques enteros de turcos empalados.
—¡Por Alá! —clamaban los turcos— ¡Alá nos proteja de éste demonio!
Las batallas fueron brutales, y Vlad inició una campaña de guerra de guerrillas donde atacaba a fuerzas asimétricas turcas con escaramuzas y ataques terroristas. Incluso intentó (aunque falló) asesinar a Mehmet mismo en una de sus tiendas durante la noche, pero erró la tienda y solo logró degollar al visir.
Durante ésta época Radu logró rodear el castillo de su hermano en Transilvania. Difundió a propósito el rumor de que había dado muerte a Vlad para que su esposa Anastasia, descorazonada, se rindiera. Anastasia estaba descorazonada pero no pretendía dejar que los turcos la violaran y saltó de la torre más alta.
Y aquella muerte de su único amor cambió a Vlad Tepes para siempre, si es que cabía. El último remanente humano que quedaba en su corazón y que era el amor de Anastasia se había ido. Radu asumió el trono de Valaquia pero fue un gobernante incapaz cuyos caprichos y excesos pronto llevaron el reino a la quiebra y fue depuesto por una rebelión tras otra a pesar de ser reinstituido como títere otomano. Muy diferente de Vlad, quien era amado por el pueblo llano porque los había protegido de los boyardos y se ocultaba sin problemas entre la plebe como un campesino más ayudado por éstos. Vlad moriría en batalla contra los turcos y su cuerpo fue cortado en pedazos dado el temor que éstos le tenían, su cabeza llegó a Mehmet II. Pero Radu no podría retener el trono y éste iría a parar a uno de los muchos rivales por la corona valaca, dejando que el otrora Radu el Hermoso muriera de sífilis en el exilio en medio de la locura.
Johnny se encontraba seminconsciente, debilitado por la pérdida de sangre. Una mano tersa y suave le acarició la mejilla.—Johnny… —dijo. Él abrió los ojos.—Estoy soñando otra vez.—No, amor mío —declaró Jackeline—, éste no es un sueño.—Pero… ¿Cómo? ¿Por qué estás en el infierno? Siempre fuiste una buena persona, nunca lastimaste ni a una mosca.—¿No lo has comprendido ya, cariño? —dijo ella y sus ojos se tornaron amarillos como los de un reptil— al igual que tú, nací acá. Mi existencia inició en este lugar. ¿No has comprendido que estamos destinados a estar juntos por siempre?Lilith enfurecida por la pérdida iba a castigar a sus servidores Jack y Fausto tan cruelmente que
Alfredo Mazzerati encontró la muerte exactamente diez años después de ordenar el asesinato de Johnny. Pereció sobre su cama presa de una debilidad que Jackeline conocía bien.Jackeline llegó una noche a la mansión donde otrora vivía. Vestida con una falda de cuadros y uniforme escolar, con el cabello peinado en dos coletas y chupando un caramelo.—¿Eres la que envió la agencia? —le preguntó uno de los custodios de la entrada y ella asintió. La verdadera estaba atada y amordazada, pero segura, en un lugar lejano. —Estás un poco mayor para el jefe.—Deberías dejar que él decida eso ¿no?El guarda se encogió de hombros y tras registrarla concienzudamente le permitió ingresar.Sin duda las cirugías plásticas que le habían hecho funcionaron espl&eacu
Johnny y Jackeline despertaron horas después, juntos, desnudos y abrazados, al borde de un gran árbol de aspecto tétrico como todo lo que les rodeaba, pero que les había servido de refugio para su amorío.—Aun en el infierno —le dijo él sonriente—, tu compañía se siente como estar en el paraíso.Sus palabras se interrumpieron cuando una gigantesca sombra se abrió paso entre los árboles. Era un cíclope que rugió al verlos. Ambos se prepararon para correr pero el cíclope era demasiado grande y los aferró por la cintura con cada mano.—Bonita —dijo mirando a Jackeline con su cara boba y su boca de la que emergían dos largos colmillos de jabalí. Jackeline intentó soltarse haciendo fuerza con sus brazos sobre las manoplas del monstruo, pero fue inútil. El cíclope emprendi&oacu
Jackeline retornó gradualmente a su forma humana completamente desnuda. A su lado estaba Johnny velándola como quien acompaña a un enfermo que despierta.—¿Te encuentras bien? —preguntó. Jackeline se incorporó.—Sí… ¿y tú?—Bueno, no siempre me entero que en otras vidas fui Gengis Kan y Drácula.—Esas son solo dos de las cientos de vidas que hemos tenido los tres. Yo fui Borte y Anastasia, tu esposa en esas vidas, pero la combinación ha variado con el tiempo, en Grecia fui Lucio Mumio. El mismo ciclo una y otra vez de amor y muerte. Debemos ponerle fin…—Muy bien, pero todos dicen que hubo cuatro dragones. ¿Quién es el cuarto?—Nadie lo sabe. Nunca lo hemos visto en ninguna de nuestras vidas.—Dijiste que había una manera de poner fin a
Johnny y Jackeline arrastrando un pesado saco, llegaron al reino de Loki. Otrora el reino de Adremelec hasta que Loki lo destronó y dio muerte. Loki fue modificándolo a según su personalidad como hacían todos los señores del infierno convirtiéndolo en una réplica infernal de una villa escandinava con un gigantesco castillo vikingo en la más alta colina.La población los miraba con temor y desconfianza desde las ventanas. Eran mantenidos a raya por los fantasmas zombificados de antiguos vikingos.En cuanto Johnny y Jackeline llegaron se les acercó un dúo de los “policías” vikingos cadavéricos. Una presencia verdaderamente escalofriante.—Alto —dijo uno de los monstruos—, solo los leales a Loki son permitidos aquí.—No somos de este reino ni tenemos interés en serlo —dijo Johnny desa
En el centro del Infierno, rodeado por los otros ocho reinos, se erigía una gigantesca torre gris, réplica de la legendaria Torre de Babel. Antigua y desgastada por los años, parecía hecha de hueso, y estaba rodeada por un extenso desierto de polvo gris.Pero mientras los yermos alrededores de la Torre estaban totalmente deshabitados, en la base de la Torre se establecía un ejército de incontables monstruos como mantícoras (híbridos con cuerpo y cabeza de león, alas de murciélago y cola de escorpión), mushushus (otro híbrido con patas de águila, cuerpo de leopardo, cuernos en la cabeza y lengua bífida) y hombres escorpión (similares a un centauro con el cuerpo del arácnido de la cintura hacia abajo). Habían hoyado en la tierra un agujero en torno a la edificación.—De todos los reinos, é
Johnny Draco había servido a la mafia italiana desde que tenía edad suficiente para atarse los zapatos solo. Habiendo crecido en un barrio pobre de Nueva York, desde niño asistía a la mafia en pequeñas labores a cambio de algunas monedas, como espiar para ellos o silbar si venían los polizontes. Su padre y su abuelo habían también servido a la mafia aunque en roles pequeños.Cuando tuvo la edad suficiente para ingresar formalmente lo hizo, sirviendo como guardaespaldas y rufián de poca monta. Sin mayores funciones que dar golpizas a deudores o abofetear prostitutas rebeldes. Aún así, su dedicación a la familia Mazzerati a la que servía y su excelente labor lo llevaron a subir meteóricamente la escalinata de la jerarquía, llegando a ser consigliere (capitán) a una edad inusualmente corta; 30 años.Sin duda, de no haber
A Johnny le tomó algo de tiempo asimilar aquella información. Aun incrédulo, pensando que quizás se había vuelto loco por las torturas de Jason y sus compinches.—Deben estar bromeando…La mujer lo abofeteó.—No dañes a este tan apetecible ejemplar, querida Annie —regañó Sejmet.—No mi señora —aseguró. Sejmet hizo un movimiento de sus manos y con ellas destrozó las cadenas de Johnny quien colapsó sobre el suelo.—Toma —le dijo Sejmet lanzándole algo de ropa que Johnny se colocó, aunque las prendas egipcias le mantenían al descubierto el torso.—Tienen que explicarme que está pasando acá —rogó Johnny poniéndose de pie. Sejmet lo miró de reojo. —Por favor —solicitó esta vez rever