VII

 Johnny se encontraba seminconsciente, debilitado por la pérdida de sangre. Una mano tersa y suave le acarició la mejilla.

 —Johnny… —dijo. Él abrió los ojos.

 —Estoy soñando otra vez.

 —No, amor mío —declaró Jackeline—, éste no es un sueño.

 —Pero… ¿Cómo? ¿Por qué estás en el infierno? Siempre fuiste una buena persona, nunca lastimaste ni a una mosca.

 —¿No lo has comprendido ya, cariño? —dijo ella y sus ojos se tornaron amarillos como los de un reptil— al igual que tú, nací acá. Mi existencia inició en este lugar. ¿No has comprendido que estamos destinados a estar juntos por siempre?

 Lilith enfurecida por la pérdida iba a castigar a sus servidores Jack y Fausto tan cruelmente que aun ellos se espeluznaron. Pero sus intentos se vieron interrumpidos al escuchar el chillido de los murciélagos antropoides alertándole del peligro inminente. Sólo podía significar algo…

 —¡Nos atacan! —declaró dejando la cámara de torturas. Sejmet bajo las escaleras justo cuando Lilith las subía atolondradamente. Llegó entonces al sótano y encaró a Fausto y Jack el Destripador.

 Lilith subió hasta la azotea del castillo donde la esperaba su montura favorita; una gigantesca y diabólica gárgola. La ensilló rápidamente y sobre ella sobrevoló su reino. 

 Un temible ejército de gigantes de hielo o Jotuns se aproximaba. Bestias antropoides enormes y de piel azul, como la parodia deformada de un humano. 

 —¡Escucha, ramera del infierno! —gritó un gigante de vello blanco y aspecto simiesco con cuernos en la cabeza que cabalgaba sobre un lobo gigantesco— nuestro misericordioso Señor te da la oportunidad de rendirte y evitarte mayores dolores. Entrega al Dragón y podrás seguir viviendo en tu reino como vasalla del gran señor ario.

 —¡Ah, Krampus! —exclamó Lilith mientras lo observaba sobrevolando—, el fiel perro de Loki. Ni siquiera mereces que pruebe tu sangre de vasallo.

 Lilith señaló con su dedo y les lanzó su ejército de feroces gárgolas y murciélagos antropoides sedientos de sangre que sobrevolaron en masa oscureciendo el cielo rojizo.

 En la frontera entre ambos reinos los dos ejércitos se asolaron uno al otro entre los rugidos de los jotuns y los espantosos chillidos de los vampiros. Aquí y allá algún murciélago le rasgaba la yugular a un jotun y bebía su sangre frenéticamente, o uno de los gigantes destrozaba la cabeza de un vampiro con sus hachas y martillos de guerra. Aquello se tornó en una carnicería.

 Las gárgolas que se aproximaban a Krampus eran descabezadas por el arcabuz que empuñaba con destreza y que no disparaba balas ordinarias, sino de plata. Con él también hacía cenizas a los vampiros antropoides de Lilith. Aun así la lucha entre los monstruos sería simétrica y luego de muchas horas los vampiros de Lilith fueron capaces de consumir a la mayoría de jotuns de cuya sangre hicieron festín.

 La victoriosa Lilith retornó a su castillo a festejar. Pensaba darse un buen baño en sangre de doncella, un festín con la de Johnny y luego terminaría la noche con algunas torturas a sus prisioneras.

 Pero al desmontar su gárgola y adentrarse a su castillo se encontró con una situación inesperada.

 Emboscada por detrás, sintió la enorme manopla de Jack cubriéndole la boca al tiempo que la otra le asía de la cintura. El inglés la llevó hasta el que solía ser su salón principal, y allí le descubrió la boca.

 —¿¡QUE SIGNIFICA ESTO!? ¿¡TE HAS VUELTO LOCO!? —vociferaba— ¿TIENES IDEA DE LO QUE TE HARÉ POR ESTO?

 —¡Oh cállate! —fueron las palabras de Fausto quien, para su sorpresa, se la acercó y le propinó una bofetada. Jack la liberó dejándola caer sobre el suelo. Lilith estaba furiosa.

 —Lo siento cariño —dijo la voz de Sejmet—, pero hay una nueva diosa en el pueblo —aseguró sonriente.

 —¡Maldita! —gruñó Lilith. —¿Qué le ofreciste a estos traidores además de tu cuerpo, prostituta?

 —No fue difícil convencerlos, no eres precisamente la mejor ama. Tus prisioneras han sido liberadas y te esperan en el calabozo, aunque tienen instrucciones de no matarte, creo que querrán estar contigo por algún tiempo —declaró Sejmet y rompió en carcajadas ante una Lilith derrotada que mostraba preocupación en su rostro.

 Lo que Sejmet —quien ya se planteaba el remodelar aquél castillo que consideraba horrible e insípido, más a su gusto— no esperaba era que al entrar al cuarto de Lilith a buscar al dragón éste ya no estaría y solo se toparía con las cadenas rotas.

 La noche que dieron muerte a Johnny Draco, mientras su cadáver con los sesos dispersos reposaba inerte en el piso del baño, en la habitación continua el último de los secuaces de Jason terminaba de ponerse la ropa tras violar a Jackeline. Todos, incluso Jane “Ojos Locos” lo habían hecho.

 La joven parecía exánime desnuda, con sangre en la boca y un ojo morado por los golpes, tirada boca abajo. No lloraba ni sollozaba, solo estaba en silencio. El último de sus agresores dejó el lugar pero no así Jason que la miraba malévolo.

 —Tengo órdenes de llevarte al burdel donde pasarás el resto de tu vida —aseguró sádicamente.

 Y así lo hizo. Su esposo Alberto Mazzerati quería hacerla pagar la humillación con creces y no le daría una muerte sencilla.

 Por dos años trabajó forzadamente Jackeline en un sucio burdel de mala muerte regido por la familia Mazzerati donde llevaban infortunadas chicas desde algunas capturadas en redes de trata hasta otras que como ella habían caído en desgracia por diversas condiciones como ser informantes, traicionar a un miembro de la mafia o fallar en alguna misión.

 La mantenían drogada y atendía diez horas al día todos los días. Pero Jackeline se juró a sí misma que sobreviviría y que se vengaría. Comenzó a hacer ejercicio en sus escasos ratos libres; realizaba lagartijas, sentadillas, abdominales tal y como se los había enseñado su amado Johnny años antes. También comenzó a urdir sus planes.

 Una noche realizaba los abdominales sobre la cama, pero se detuvo —como solía hacer— cuando escuchaba que habrían la puerta, recostándose quieta sobre la cama. Allí esperaba pacientemente a que el extraño terminara. Pero ese día en particular encontró una oportunidad…

 Aquél cliente era un conocido sicario de la mafia china. Pudo ser uno de los cientos que ya había atendido en dos años, pero ese en particular nunca se deshacía de sus armas; dos afilados cuchillos que guardaba siempre cerca de sí. No se permitía ingresar armas de fuego al burdel pero con las armas blancas era más permisivos, en especial porque algunos clientes tenían gustos exóticos.

 El hombre de rasgos orientales comenzó a quitarse la ropa —mostrando un elaborado tatuaje sobre su cuerpo— y le sonrió.

 —¿Es usted el legendario Shang Li? —preguntó. Él asintió, sorprendido de ser conocido por una prostituta.

 —¿Tan famoso soy?

 —¡Por supuesto! —mintió Jackeline. En realidad lo conocía porque era la ex esposa de un mafioso. —¿Puedo ver sus cuchillos? Es… bueno sería un honor para mí poder decir que alguna vez toqué tan famosas armas. Se lo compensaré, haré que valga la pena.

 Li la miró dubitativo, pero en aquél momento Jackeline no parecía de cuidado, todo lo contrario, mostró rostro de ingenuidad e inocencia. Así que Li se los entregó para que los tocara. Ella pasó sus dedos por la afilada hoja y miró el mango finamente tallado…

 Y luego mató a Shang Li con un fino corte del cuello. Su rostro pasó de ser ingenuo a malvado. El tipo colapsó sobre el suelo desangrándose en pocos minutos mientras ella esperaba tras la puerta.

 Cuando la hora se cumplió —tal y como ella sabía— uno de los matones que administraba el lugar entraría a ver qué pasó. Así lo hizo y se sorprendió al ver el cadáver del oriental encharcando el piso, pero más se sorprendió cuando lo aferraron por detrás.

 Jackeline le cubrió la boca y le cortó la yugular al mismo tiempo, recordando que aquél guardia —como todos los demás— había sido parte de quienes le habían “entrenado” en el oficio del sexo. Dejó caer el cuerpo sobre la cama para que no hiciera ruido y lo despojó de sus llaves y del arma de fuego, se colocó además la ropa del oriental que era la que le quedaba (cuando menos sus pantalones y chaqueta negra) y tomó todo el dinero y las tarjetas de crédito de ambos. Luego se escabulló hasta el diminuto baño donde había una ventana que daba a la calle pero que estaba cerrada con candado.

 Probó todas las llaves y empezaba a temer que no estuviera allí… de ser así abriría la ventana con un disparo pero eso llamaría la atención y le quitaría algo de tiempo, pero era mejor que nada.

 Sin embargo no fue necesario cuando la penúltima llave funcionó. Jackeline sonrió, abrió la ventana y escapó a la libertad y en busca de su venganza.

 El recorrido fue largo. Jackeline usó el dinero y las tarjetas de crédito para comprarse ropa y un pasaje en tren lo más lejos posible. Sabía que los Mazzerati la buscaban así que se rapó el cabello a ras y se compró ropa nueva y algunas armas que vendían ilegalmente en las calles pero aún debía caminar con cuidado ocultándose en cada esquina y mirando siempre sobre su hombro.

 Era también adicta a las drogas y debía comprar nuevas para suplir su dosis o sufriría de abstinencia. Así, su dinero pronto se agotó, pero no antes de al menos cruzar la frontera hacia México.

 Ya sin dinero ejerció la prostitución para sobrevivir y comprarse drogas, gastando en lo mínimo pero sin dejar de lado su entrenamiento. Se sentía aun demasiado cerca de los Mazzerati así que continuó su trayecto hasta Guatemala. Se introdujo en una clínica de desintoxicación donde pasó meses sufriendo los dolores de la abstinencia, pero lo logró.

 Una vez limpia y sobria el dinero le rendía más. Aceptaba cualquier trabajo fuera cual fuera y en las noches continuaba trabajando como prostituta, convirtiéndose luego en una apetecida call girl de lujo. Amasó suficiente como para pagarse unos documentos falsos y un pasaje de avión a Colombia. Allí entrenó con los mejores maestros en artes marciales, tiro al blanco y otras técnicas letales.

 Seis años habían pasado desde su escape del burdel. Se había realizado varias cirugías plásticas, se puso pechos, modificó su cara, se tiñó el cabello de color rubio. Era irreconocible. Así regresó a los Estados Unidos donde siguió la pista de todos y cada uno.

 A los primeros en matar fue a los tres matones que acompañaron a Jason Scarotti aquella fatídica noche. Uno a uno murieron en noches separadas. Al primero lo sedujo en un bar de la mafia y lo llevó al callejón lateral, mientras la besaba contra la pared le hundió el cuchillo en la espalda.

 Al segundo lo encontró en bar de desnudistas haciéndose pasar por una striper más. El tipo aceptó gustoso sus acercamientos en medio de melodías de jazz ochentero y pereció cuando ella extrajo de su ropa interior una navajilla que rápidamente insertó en su yugular. Al tercero lo mató tras ofrecerle sus servicios como call girl mientras esperaba en un casino. El sujeto concertó una cita en un hotel que sería la última.

 Pero quienes eran el premio jugoso eran tres: su ex esposo Alfredo Mazzerati, Jane Cavanaugh y Jason Scarotti…

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