capitulo 2 (Mi despertar)

"Di dónde están"

El alfa hizo silencio.

Miró sus manos en el suelo frente a él, con los ojos llenos de lágrimas y contuvo un grito cuando el martillo volvió a caer sobre sus dedos, rompiendo un par de huesos.

Jadeó por aire, con más lágrimas cayendo por sus mejillas y mezclándose con la sangre de su rostro, alzando la cabeza cuando los dedos hundidos en su cabello le hicieron hacerlo.

Encaró al alfa frente a él, quien ladeó la cabeza, mirándolo a los ojos y se tensó de sobremanera cuando lo vio acercarle un cuchillo a la mejilla.

Apretó los dientes, sus ojos oscuros expresando odio cuando el otro apretó la punta del cuchillo en la piel.

"Mátame" masculló, apenas pudiendo decir entre sus dientes apretados y su voz áspera, como si su garganta estuviera cubierta de lija. "No te diré algo. Mátame ya"

El alfa frente a él le sonrió.

"Si quisiera matarte, ya estarías muerto" respondió en un susurro, mas no se privó de sacar un arma de la cintura de sus pantalones para apuntar al joven arrodillado frente a él en la cabeza.

El desvalido alfa sangrante de rodillas en el suelo lo miró con odio, el color que amagaba aparecer en sus ojos siendo la única razón por la que estaba vivo.

No por mucho.

El alfa con el arma miró a su alrededor en la casa destrozada, los muebles en el suelo, todo lo rompible ahora roto y esparcido en todas partes.

Quitó el seguro del arma.

"Este alfa" exclamó, revisando cada rincón que tenía al alcance del cuarto en el que estaba torturando al pobre joven yacido de rodillas frente a él, con las manos rotas y la cara sangrante.

El mismo frunció el ceño ante el tono alto del desconocido.

"Este alfa morirá aquí por proteger a los suyos" él casi gritó, en un intento de hacerse escuchar en toda la casa. "Morirá protegiendo a quienes ni siquiera mueven un dedo para salvarlo"

"¡Mátame!" Exigió desesperado, arrastrándose hacia los pies de su verdugo, quien le golpeó la sien con la culata de su arma.

El mundo le dio vueltas.

"Quien quiera salvar su vida y la propia, salga ahora" espetó, entre dientes. "Sólo queremos una cosa. El que nos diga dónde está, salvará su vida y la de todos"

El alfa en el suelo se enderezó como pudo, gimiendo dolorido, jadeando por aire cuando se sostuvo de sus manos heridas.

Miró al alfa intruso frente a él y la sangre le hirvió al ver el color del fuego en los ojos ajenos.

¡Malditos Kim!

"¡Hable ahora o calle para siempre!"

"Mátame" el joven casi rogó, desesperado. "¡Mátame!"

"¡Uno!" Empezó a contar, regresando el arma a la cabeza del alfa en el suelo.

"¡Mátame ya!" Le rogó, con lágrimas en los ojos, sólo ansiando terminar con todo de una buena vez porque esto era su culpa.

Su culpa por intentar ser el héroe y proteger más de lo que podía pelear. No era un héroe. Era débil y su valentía no recompensaba su falta de fuerza, no era suficiente ser valiente y debieron huir, joder, debieron huir cuando pudieron pero no lo hicieron porque él pensó que podría enfrentarles.

Su familia no tenía por qué pagar sus errores. "¡Dos!"

"¡No!"

Se congeló.

Miró a un costado del cuarto y todo su mundo se derrumbó al ver la alfombra en el suelo moverse y el piso falso levantarse, no tardando mucho en emerger una figura de adentro.

Una figura que corrió a él, haciendo que se largara a llorar. No, no, no.

Uno por uno los integrantes de su familia salieron del hueco en el suelo al verse descubiertos, mas se quedaron de pie junto a éste, viendo a los intrusos con ojos grandes y aterrados.

Su hermano menor estaba llorando contra el abdomen de su madre. Su hermana menor estaba cayendo de rodillas junto a él.

"Les diré lo que quieren" ella rogó al alfa con el arma, mirándolo desesperada, intentando llegar a su malherido hermano. "No lo dañe. Se lo ruego, no nos dañe. Les daremos lo que quieren"

Y el alfa desconocido estiró una sonrisa y aunque sus ojos eran de fuego, algo muy frío se instaló en ellos.

"Oh, bonita" dijo en voz baja. "Ya nos lo has dado"

El joven alfa que permanecía de rodillas se estremeció ante la explosión y el ruido blanco en sus oídos le impidió escuchar sus propios gritos al ver a su hermana ser disparada en el pecho.

Un disparo, tras otro.

Su madre cayó luego. Su hermano, su padre. No podía escuchar. No podía sentir.

Sintió el animal en él emerger y lo habría dejado salir, oh, Dios, lo habría hecho incluso si eso significaba que esa parte de él destruiría cada cuerpo humano que encontrara, de no ser por el golpe en la zona superior a su oreja que le sacudió las ideas hasta hacerlo perderlas.

Recordaba ser arrastrado fuera de la casa y una voz. "Quemen este lugar. Que nadie sepa que vivió alguien aquí"

Y sólo fuego. Fuego cuyo color se asemejaba al que sus ojos tomaron esa noche.

.

.

La camioneta negra serpenteaba por el camino sinuoso que conducía a la mansión del Clan Clark. En su interior, Elias se aferraba a los recuerdos fragmentados de su pasado, mientras la incertidumbre lo consumía. A su lado, dos hombres vestidos de negro lo observaban con una mezcla de curiosidad y desdén. Eran miembros de la seguridad del clan, asignados para escoltarlo y vigilarlo.

Elias conocía sus miradas, las había visto miles de veces. Eran miradas que lo juzgaban, que lo veían como un peligro potencial. Y tenían razón. Era un lobo solitario, con un pasado oscuro y un futuro incierto.

El viaje era largo y silencioso. El único sonido era el crujido de las ruedas sobre el camino y el ocasional chasquido de una rama al pasar.

Elias se aferraba a la ventana, mirando fijamente el paisaje que se deslizaba a su lado. Bosques espesos, campos cultivados y ocasionales pueblos se sucedían, pero nada de eso lograba distraerlo de sus pensamientos.

De vez en cuando, uno de los guardias dirigía una pregunta hacia él, una pregunta banal sobre su vida. Elias respondía con monosílabos, sintiéndose como un animal acorralado. Sabía que estaban tratando de sonsacarle información, pero no tenía nada que darles.

Al acercarse a la mansión, Elias pudo sentir un escalofrío recorrer su espalda. Era un edificio imponente, rodeado de altas murallas y jardines cuidados. Las ventanas, oscuras y estrechas, parecían observarlo con ojos inquisitivos.

Al detenerse la camioneta, Elias sintió un nudo en el estómago. Se sintió como una sombra arrastrada a un mundo de luz. La mansión principal del clan Clark, con su fachada resplandeciente y sus jardines impecables, era un faro de opulencia en medio de la noche.

Cada rincón de la mansión parecía gritar riqueza y poder, mientras que en su interior, Elias llevaba consigo las cicatrices de una vida marcada por la violencia y la pérdida.

Las alfombras mullidas amortiguaban el sonido de sus pasos, pero no podían acallar el eco de sus pesadillas.

Los candelabros de cristal, proyectaban una luz suave y dorada, La belleza de la mansión era abrumadora, pero también le resultaba inquietante. Era como si estuviera atrapado en un sueño, un sueño dorado que se desharía en cuanto se despertara. Cada paso que daba lo acercaba más a un pasado que no podía olvidar y a un futuro que aún no podía vislumbrar.

El salón principal de la mansión Clark era un monumento al poder y la tradición. La luz de los candelabros danzaba sobre los retratos de los antepasados, sus ojos fijos en los intrusos que osaban cruzar sus umbrales.

Elias, aún aturdido por la opulencia del lugar, escoltado por dos guardias imponentes, fue conducido hasta el centro de la sala. Allí, junto a una ventana que ofrecía una vista panorámica de los jardines, se encontraba una figura imponente, destacada contra el fondo de la puesta de sol. Su silueta, envuelta en un suave traje azul marino de seda, parecía esculpida en mármol. Su cabello, de un negro azabache, caía en cascada por sus hombros.

"Omega" supo identificar su lobo

En ese momento, la figura se volvió hacia él, y sus ojos se encontraron. Su mirada era tan fría y penetrante que Elias sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. sus ojos, de tono gris brillaron de un intenso color azul, parecían penetrar hasta lo más profundo de su alma. Había en ella una belleza fría y distante, como la de una reina de hielo.

Elias quedó paralizado por la visión. Nunca había visto a una mujer tan hermosa. Su corazón latía con fuerza en su pecho, y su lobo interior, inquieto, se agitaba en su interior.

Pero no era solo su belleza lo que lo cautivaba. Era el aura que la rodeaba, una energía poderosa y enigmática que parecía emanar de lo más profundo de su ser. Elias, como alfa, podía sentir la presencia de otros lobos. Y el lobo de esta omega era fuerte, dominante, y poseía un poder que lo intrigaba y lo intimidaba a partes iguales. Pero en el fondo de esos ojos, él vio algo más: una chispa de curiosidad, una invitación silenciosa.

"Te doy la bienvenida, Elias Kim"

El alfa sintió un escalofrío recorrer su espalda. La voz de la omega era suave pero imponente, como el susurro de una serpiente.

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