—Creí que no…estabas aquí en Londres, Carl —Maylene recompone su postura con calma, y acepta responderle a Carl por cortesía, lo que lleva a que el hombre frente a sus ojos sonría y le señale la puerta del edificio.
—Mejor entremos. Hace mucho frío para que las niñas estén afuera —ofrece Carl haciendo una seña para que dos de sus guardaespaldas se detengan—, yo me encargo.
Claire divisa el rostro de complicidad de Maylene y entre labios le dice “Lo siento” con expresión temerosa.
Maylene le devuelve la respuesta. “Está bien.”
Hannah y Hayley son los nombres de sus dos niñas. Y ambas están en sus brazos porque se niegan a apartarse de su madre así venga el mismo presidente. Carl lo entiende, aunque decepcionado, y acaricia la mejilla de Hayley quien luego de un momento se esconde en el cuello de su madre con timidez.
¿Será que su hija estará pensando en la misma persona? Fue Hayley a quien Declan cargó, y…¿Cómo fue posible que su pequeña haya corrido hasta él de forma apresurada? Recordarlo es como si cayera de lleno hacia un laberinto de púas, cuyo único trabajo es herirla sin piedad.
Es inevitable que todas esas palabras que se dijeron en el pasado reluzcan en su mente para recordarle la clase de hombre que se supone debía apoyarla.
El odio incrementa.
Maylene disipa el recuerdo.
Deja a las niñas en el suelo, y aunque Hannah comienza a caminar con su peluche sin apartarle la mirada, Hayley se queda en sus brazos.
—¿Qué sucede, mi amor?
—Quiero quedarme con mi mami…—musita la pequeña niña entre sus brazos, abrazándola aún más.
El corazón de Maylene se encoge tanto que necesita abrazar de vuelta a su hija para obtener la calidez que necesita y desea.
Tampoco quiere soltar a su nena.
Carl le ofrece sentase en la sala, y coloca a Hayley en sus piernas mientras Hannah se agacha curioseando el piso, nombrando un par de cosas en balbuceos a Claire que se toma el tiempo de dejarlos solos.
Maylene no puede llevar esto más lejos.
—Carl, te agradezco que nos ayudes. No sabes cuánto, y es más, jamás tendré cómo pagartelo. Pero tengo ahorros de mi trabajo y puedo rentar un apartamento para mi y mis hijas —Maylene observa que Hannah se acerca a su hermana y la incita a bajar. Un par de súplicas después, Hayley se remueve entre sus brazos queriendo marchar con su hermana, por lo que la deja en el suelo. Sin quitar la mirada de sus niñas, prosigue—, pero ahora que estoy en Londres, y después de todo lo que pasó…necesito pensar las cosas por mi misma.
—Entiendo absolutamente, Maylene —Carl le ofrece una taza de té—, pero no quiero que pienses que no tienes a nadie aquí; Joshua era un gran amigo de mi padre pese a que tu ex-marido no se lleva muy bien con mi familia. Su muerte la sufrimos mucho, y ver que Shannon te despojo de toda la herencia y te acusó de algo grave...no lo sé, no termino por creer. ¿Entiendes lo que digo? Eres millonaria, y ahora tienes que rentar un cuarto. No creo que sea la mejor manera de continuar con esto, y lo sabes.
—Simplemente pasó y tengo que adaptarme a mi nueva vida. Pero no quiere decir que pararé; la persona que causó todo esto sigue siendo un fantasma. No sé quién es esa persona y lo que más me aterra es que pudo armar tanto revuelo haciéndose pasar por mí. ¿Cómo lo hizo? —Maylene hunde sus dedos en sus párpados en señal de cansancio—, pero en fin, Carl. A lo que venía era que no quiero abusar de tu gentileza ni nada de aquello. ¿Lo comprendes? Puedo costear mis propios gastos y los de mis hijas sin la necesidad de nadie, y eso te incluye a ti. Lo lamento…
Carl vuelve a sonreír.
—Eres una mujer admirable, Maylene. No comprendo como ese patán no creyó en ti y se fue contra ti como todos…te lo dije, Maylene; no me hiciste caso. Declan siempre ha sido egocéntrico y egoísta, no le interesa nada en ésta vida más que él mismo y su dinero. Es una pena que te hayas dado cuenta muy tarde —Carl se levanta, estirándole la mano.
Maylene duda en si tomarla. Pero lo que ha hecho Carl es más de lo que alguna vez pidió y un destemple como tal no sería capaz de hacerle.
Toma su mano, levántandose.
Carl acuna su mano con las dos suyas, y palmea con suavidad, como si la reconfortara. Es irónico que ahora el hombre a quien tanta discordia le tenía Declan sea quien tome su mano con suavidad, le ofrezca una ayuda y le permita demostrar que no ha hecho nada malo salvo sobrevivir a la destrucción.
—¿No has pensando en mi propuesta?
Una vez oye la pregunta de Carl, Maylene baja la mirada hacia sus pequeña a la espera de una respuesta concreta; y aún así, lo único que ve es la quimera de un rostro que por más que intente alejarlo de su realidad, sigue latente.
Vuelve la vista hacia Carl.
—Ya eres como un padre para mis hijas —murmura Maylene, con cierta melancolía—, y no sabes cuán agradecida estoy…
—Esas niñas son los ángeles más hermosos de ésta tierra; soy yo quien tiene el privilegio de que tú me dejes cuidar de ellas como se lo merecen —si tan sólo las palabras de Carl hicieran que se enamorara de él, todo sería más fácil. Podría dejar a su corazón descansar para que le permitiera olvidar lo que trae un alma enamorada penando por la traición. Podría cesar esa angustia y ese odio contra sí misma de seguir pensando en alguien que nunca fue para ella. Podría volver a enamorarse. Carl la deja sin palabras cuando besa sus nudillos—, pero mi pregunta es…¿Qué hay de ti?