—Por Dios —Maylene jadea, y retrocede para dirigirse directo a la puerta del departamento.
Sus ojos están tan abiertos que mientras corre hacia las escaleras el viento comienza a arder en sus ojos, y casi se tropieza de tanto desespero por alcanzar la planta baja del edificio.
Maylene se apresura lo más que puede hacia la entrada de ésta zona privada, y su cabello largo se mueve debido al viento arrasador a altas horas de la zona. Ha sido un error salir tener un abrigo, apresurandose a que el frío se intercale en su t-shirt blanca.
Sin embargo, no se detiene, y por la razón de verse cerca de la entrada de la estación de vigilancia, Maylene se acerca a la reja para tratar de buscar lo que vio desde el balcón.
Simples carros pasando en la calle con normalidad, nada extraño y ni un destello dorado al igual que hace unos minutos.
—¿Señorita?
Maylene se voltea de inmediato hacia la voz.
Se encuentra a un señor canoso con el uniforme de la vigilancia. Y todo su rostro es un mar de confusión al ver a Maylene. Se acerca un poco hacia ella, como si inspeccionara su rostro con detenimiento, como si no comprendiera. Incluso mira hacia atrás, y vuelve la vista hacia Maylene.
—Hola, perdone —raṕidamente expresa Maylene—, ¿De casualidad no ha visto a una mujer con el pelo amarillo? ¿Un tanto mayor? ¿Quizás de cincuenta años? Usted…
—No he visto a ninguna mujer mayo, señorita —contesta el guardia tocándose la oreja, en señal de confusión—, la vi fue a usted hace un momento.
Maylene lleva la cabeza hacia atrás, confundida.
—¿Cómo dice?
—Hace unos momentos usted estaba aquí, y me pidió una dirección. Hacia allá —el hombre señala con su radio la calle izquierda de la zona—, y ahora está aquí —la comienza a mirar, claramente alarmado.
—Debe estar confundido, yo no he bajado desde hace horas. Estaba en el balcón y vi una figura que me pareció reconocer pero apenas acabo de bajar.
—No, señorita. Usted estaba aquí, aquí —el hombre señala al frente de la cabina—, preguntándome algo. E incluso salí a señalarle el camino.
Maylene está peor que el guardia. Sumamente confundida.
—Debió confundirme con alguien más —Maylene vuelve a ver la calle, en la búsqueda de la figura que observó. Pero la calle está solitaria.
Y es inevitable que no siente escalofríos ahora…por lo que el guardia de seguridad ha dicho.
Retrocede, volviendo a mirar al guardia que no deja de ver con los mismos ojos de estremecimiento a Maylene, y en la soledad de ésta calle lo único que hace es que sienta otra ráfaga de viento sobre su cuerpo. Por lo que se cruza de brazos, y carraspea.
No se siente cómoda en éste ambiente.
—Muchas gracias, perdone que lo moleste—Maylene retrocede de vuelta hacia el departamento, y el guardia la sigue con los ojos abiertos.
Por un momento cree que ha visto un fantasma, o quizás habló con un fantasma. No tiene la mínima idea de cómo sucedió pero aquella mujer…habló con esa mujer dos veces.
El guardia traga saliva antes de volver a su puesto.
***
Maylene cierra la puerta del edificio. Es un complejo privado así que no hay recepción a éstas horas.
Todavía con los brazos cruzados, se dirige hacia el ascensor, a la espera.
No se oye un ruido y en la soledad de éste pasillo oscuro empieza a tener cierta incomodidad. Como si alguien la estuviese viendo…
—Llega ya —vuelve a pisar el botón.
El sonido es algo aliviador en éste silencio tétrico, por lo que estando vacío se mira en el espejo para carraspear, arreglándose el cabello. Pulsa el piso correspondiente y vuelve a mirarse en el espejo mientras hace círculos en su sien para calmarse.
Tan sólo cierra los ojos por una milésima de segundo.
Al abrirlo, Maylene mira detrás de su reflejo.
Y lentamente baja los brazos sin dejar de observar aquella mirada tétrica que le devuelven por la espalda.
—¿Qué…?
—Oh, lo lamento. Llego justo a tiempo.
De pronto, la mirada tétrica muestra una sonrisa y entra al elevador, pulsando un botón y haciendo que las puertas se cierren con fuerza.
Maylene se aleja lo tanto que puede de esa mujer. Una mujer…
Tiene que parpadear.
Es ella.
Es Maylene.
Es…
La mujer mastica un chicle, tienes sus labios rojos, uñas rojas, vestido rojo y un hermoso cabello dorado al igual que el suyo que llega a su cintura.
Maylene se agarra de la pared con ojos abiertos, contemplandola anonadada. ¿Cómo es posible? ¿Qué está sucediendo?
La mujer se ve al espejo y comienza a pintarse los labios. Al sentir la mirada de Maylene, se gira hacia ella, y recibe una sonrisa.
Maylene no ha sentido tanto miedo en toda su vida como ahora.
—¿Puedo ayudarte en algo? —hasta la voz es idéntica a la suya.
Está muda, no puede responder. No puede hablar. Es como si sus cuerdas vocales hubieran sido arrancadas sin piedad para dejarla avistar ésta locura.
Ésta mujer es idéntica a ella.
—¿Está bien, señorita? —vuelve a preguntarle la mujer, girándose hacia ella. En ningún momento ha dejado su sonrisa.